* EDITOR ADJUNTO ARQ
De alguna manera, la reforma y la demolición juegan un partido caliente en las calles porteñas. Es cierto que en ese enfrentamiento, la especulación inmobiliaria, muchas veces, gana por afano (perdón por la comparación).
Ocurre que Buenos Aires es una ciudad condenada a
crecer para adentro, como si le faltara espacio, como si no fuera la
capital de un extenso país y al pie de una de las mayores llanuras del
planeta. Más bien, parece sufrir todas las características de una isla:
límites infranqueables por todos lados. Pero no se trata de que aquí
haya bordes geográficos que podría establecer el agua. Hay límites
sociológicos, psicológicos y hasta ideológicos. Es así como nuestra
ciudad crece sobre sí misma, demoliendo edificios para construir otros,
pero esto ocurre, sobre todo, en 5 o 6 barrios. Villa Urquiza,
Caballito, Palermo, Puerto Madero y Belgrano acaparan la mitad de todo
lo que se construyó en los últimos 9 años.
La disputa entre
demoler y reciclar tiene una larga historia y varios casos emblemáticos.
Por ejemplo, apenas fue inaugurado (1895), el Museo Nacional de Bellas
Artes funcionó en las galerías del Bon Marché, donde ahora están las
Galerías Pacífico (otra gran reforma). En 1932, la institución se mudó
la Casa de Bombas, un edificio de 1870 en el que se filtraba el agua del
río y se la bombeaba a todo Buenos Aires. Las reformas del edificio
fueron encargadas al arquitecto Alejandro Bustillo. Y hubo varias
modificaciones más; las últimas importantes fueron en 1960, cuando se
agregó un pabellón para muestras temporarias, y en 1980, cuando se
inauguró la sala más amplia del museo.
Otro caso importante: la
Casa Rosada. Así como la ve, la sede del Gobierno nacional es el
resultado de la unión de dos edificios. El primer gobierno patrio
comenzó a funcionar en lo que era la Real Fortaleza (1594) sobre las
barrancas del Río de la Plata. En 1820, Rivadavia ordenó reformas.
Treinta años después, el edificio fue demolido parcialmente para
construir la Aduana Taylor (donde funciona el flamante Museo del
Bicentenario). De la construcción antigua sólo quedaron unas
dependencias virreinales que fueron refaccionadas como Casa de Gobierno.
Sarmiento la mandó a pintar de rosa y, en 1873, ordenó construir el
Palacio de Correos en el terreno que había dejado libre la demolición
del Fuerte.
Cuando lo terminaron, todos se dieron cuenta que
había quedado más lindo que la sede de Gobierno, entonces, el presidente
Julio Argentino Roca encargó la ampliación y embellecimiento del
edificio gubernamental. Bah, encargó la construcción de un edificio
parecido al de correos que le había gustado a todo el mundo. Al final,
por necesidad o ganas, el Gobierno de turno decidió unir los dos
edificios y darle forma a la Casa Rosada que todos conocemos.
Claro
que en el mundo la piqueta no había dicho su última palabra. En 1937,
el presidente Agustín P. Justo propuso demoler la Casa Rosada para que
se vea el río desde la Plaza de Mayo. Es más, empezó a hacerlo pero un
cambio de gobierno dejó todo en la nada.
No son ajenos a la
tendencia recicladora el museo que se está construyendo en un enorme
edificio de Correo, sobre Alem; los shoppings Abasto, Galerías Pacífico y
Patio Bullrich; o los modernos edificios de oficinas construidos en las
viejas plantas de Cruz Malta y Canale. También cuenta la sede del Museo
de Arte Moderno, el MAMBA que funciona en dónde eran los depósitos de
Nobleza Piccardo. Sin ir más lejos, todo Palermo Viejo es fruto de las
reformas de viejas viviendas centenarias y hasta el rutilante Puerto
Madero aprovechó el lustre de sus antiguas construcciones portuarias
para empezar con el pie derecho.
Fuente: clarin.com