Al final, no pudo más. Pese a que la Legislatura sancionó el
jueves pasado una ley para declararla sitio histórico, la antigua
confitería Richmond, uno de los 60 Bares Notables de la Ciudad y en pie
en Florida 468 desde 1917, cerró sus puertas tras un final anunciado
hace varios días y dejó al antiguo café a punto de transformarse en un
local de una marca de ropa deportiva. El domingo a la madrugada los
dueños sacaron todo lo que había adentro (sillas, mesas y otros muebles
de estilo inglés) y pintaron los ventanales para que no se viera el vacío desde afuera. Los diez empleados que quedaban en el café se enteraron del cierre por la mañana, cuando llegaron a trabajar
y encontraron un candado en la puerta. Desde la Comisión para la
Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural, el organismo que
impulsó el abrazo solidario del viernes pasado, intentarán avanzar en un
amparo para garantizar la continuidad. Pero desde la Ciudad sostienen
que no se puede obligar con una ley a mantener el rubro.
Nadie
se esperaba que los dueños del local de 1.500 m2 se apuraran a vaciar
la confitería este mismo fin de semana. La noticia recién se había
conocido el martes pasado y la idea, según había trascendido, era que
eso ocurriría recién a fin de mes o a principios de septiembre.
Pero cuando parecía que había un tiempo prudencial para discutir o
reunir a los nuevos propietarios (que sería un grupo inversor dedicado a
los bienes raíces), el plazo se acortó. Y el bar cerró.
Ayer, Clarín
pudo reconstruir la maniobra. El domingo, entre la una y las tres de
la mañana, dos camiones de una empresa de mudanzas estacionaron en
Corrientes y Florida y al menos 20 personas trabajaron, en silencio,
para cargar todo el mobiliario del bar. Se hizo en un horario en
el que no había gente, mucho menos comercios abiertos, y según denunció
el encargado del edificio de al lado, en Florida 470, en medio de la
mudanza alguien rompió las cámaras de seguridad que estaban en la puerta
de la confitería.
Los empleados que hasta ahora habían resistido
los despidos recién se enteraron de cierre ayer a la mañana, cuando se
presentaron a trabajar. Uno de ellos, que pidió preservar el nombre,
contó que ni siquiera los proveedores sabían lo que iba a ocurrir.
“Llegamos y nos sorprendimos cuando vimos que habían
cambiado la cerradura
y puesto un candado. No sabemos adónde se llevaron las cosas”, relató.
El encargado de seguridad del local de comidas rápidas que está en
Florida y Corrientes contó que había visto los camiones cargados con las
sillas y mesas.
Hasta ahora la Richmond había resistido a todos
los cambios de la calle Florida sin resignar su esencia porteña ni su
mobiliario inglés, famoso por sus sillas y sillones Chesterfield en las
que reposaron personajes clave de la cultura como Jorge Luis Borges (que
solía invitar a tomar el té allí a María Elena Walsh o discutir sobre
poesía con Oliverio Girondo) o Baldomero Fernández Moreno (que supo
dedicarle un poema) entre otros habitués históricos de la Ciudad. Por
eso, ante la amenaza de cierre, la Legislatura porteña aprobó el jueves
una ley que declara a la confitería “sitio histórico”.
Sin embargo, como adelantó Clarín, esa ley, que aún debe ser reglamentada, no impide en ningún caso el
cambio de rubro comercial, sino que sólo protege el valor patrimonial
del inmueble.
De todas maneras, el cierre cayó justo cuando todavía se estaba discutiendo sobre las distintas maneras de salvar a la Richmond. Y volvió a sorprender a los legisladores y proteccionistas. “Ahora
estamos tratando de impulsar un amparo para salvarla”, explicó Mónica
Capano, secretaria de la Comisión para la Preservación del Patrimonio.
Capano reclama la intervención del Gobierno porteño. Pero consultado por
el tema, el ministro de Cultura, Hernán Lombardi, dijo que la Ciudad no
puede obligar a los dueños del local a vender café. “El principal
desafío acá es ver cómo construir un uso sustentable vinculado al
patrimonio, para lo cual hay que demostrar que el patrimonio puede ser un buen negocio”, reflexionó. Según trascendió, el local se habría vendido por 9 millones de dólares.
CASOS EMBLÉMATICOS
Confitería del Molino.
El histórico edificio de Rivadavia y
Callao fue sede de una de las confiterías más importantes de la Buenos
Aires. Inaugurada en 1917, la Confitería del Molino fue habitualmente
visitaba por figuras como Alfredo Palacios, Leopoldo Lugones o Carlos
Gardel. Sin embargo, en 1997, tras años de problemas económicos, cerró
sus puertas. Desde entonces hubo varios proyectos para rescatarla, que
no prosperaron. Ahora hay una iniciativa en marcha del senador Samuel
Cabanchik, que espera ser tratada en el Congreso.
Café de los
Angelitos.
En 1890, un inmigrante italiano abrió en Rivadavia y Rincón
el “Café Rivadavia”. Pero en 1920 un nuevo dueño cambió la decoración e
incluyó angelitos de yeso, y así el lugar pasó a ser conocido como “Café
de los Angelitos”. Otros, en cambio, sostienen que el nombre se
modificó porque un comisario comentaba que el bar era visitado por los
ladrones y malevos del barrio, verdaderos “angelitos”. Lo cierto es que
en 1997, por dificultades financieras, cerró; y en 2000 fue parcialmente
demolido. Pero posteriormente fue adquirido por un grupo empresario que
en 2007 lo reabrió como un bar y restorán donde también hay shows de
tango.
Confitería Las Violetas.
En Rivadavia y Medrano, esta
histórica confitería fue inaugurada en setiembre de 1884 y funcionó
hasta junio de 1998. Pero fue rescatada, y tras una amplia restauración
del edificio, pudo reabrir en julio de 2001.
Bar Británico.
El
clásico bar de San Telmo, en Defensa y Brasil, fue abierto en 1960.
Desde sus orígenes se caracterizó por estar abierto las 24 horas, y por
recibir siempre a los mismos parroquianos. Pero en abril de 2006 cerró,
pese incluso al esfuerzo de los vecinos. Sin embargo, pocos meses
después fue reabierto por nuevos dueños, que lograron conservar la
decoración original.