EL KAVANAGH. Cliquee sobre la imagen para ampliarla.
Por Silvia Gómez
Vecinos y arquitectos lo eligieron como uno de los edificios más lindos
de la Ciudad. Este año festeja su 75 aniversario, es un ícono de
Buenos Aires y el origen de su construcción se debate entre un fabuloso
mito urbano y un sencillo negocio de rentas. Fue el primer rascacielos
de Latinoamérica y su construcción en hormigón armado fue una evolución
para la época. Forma parte del Conjunto Monumental Plaza San Martín
–que está integrado además por la plaza, la estación de trenes, el
antiguo edificio de la Cancillería y la sede de la Administración de
Parques Nacionales– y desde 1999 es Monumento Histórico Nacional. Pero
detrás de los récords, aparecen los vecinos. Sus departamentos están
habitados por una comunidad variopinta: ricos de bajo perfil,
empresarios e industriales, apellidos ilustres, fanáticos de la
arquitectura, solos y solas, familias jóvenes y un procesado que cumple
prisión domiciliaria, José Martínez de Hoz, el ex ministro de economía
de la última dictadura militar.
Como la proa de un barco, se
erige, omnipresente, junto a la barranca de la plaza San Martín. Desde
las terrazas –que un tercio de los departamentos posee– se domina toda
la escena: hacia un lado las torres de Catalinas norte, la city porteña y
las cúpulas de la basílica del Santísimo Sacramento; hacia el otro
lado, las copas de los árboles centenarios de la plaza. Y hacia delante,
la Torre de los Ingleses, la estación Retiro y el trajinar de la
avenida Alem. Y aún más allá, el horizonte delimitado por el Río de La
Plata.
Igual que la Ciudad y las costumbres porteñas, el Kavanagh
también fue cambiando. Magdalena, que nació en el edificio y es tercera
generación allí, cuenta que hubo un momento en que las cinco puertas
del edificio permanecían abiertas de par en par : “Sólo se
anunciaban con la telefonista aquellos que venían de visita, por eso
nunca hubo portero eléctrico”, recuerda. Sigue sin haber portero
eléctrico. En la puerta hay gente las 24 horas, que ofrece un trato muy
austero y protocolar, y también siguen contando con una telefonista.
Y
en la planta baja, junto a un portón que mira hacia el pasaje Corina
Kavanagh había despensa y verdulería. “Esta siempre fue una zona muy
céntrica, sin abasto, así que aquí mismo hacíamos las compras. Después
empezaron a entrar personas ajenas al edificio, entonces decidimos
cerrarlas”, contó otra de las vecinas con muchísimos años en el lugar.
A lo largo de los años una de las cosas que más cambió fue el histórico piso 14, en el que vivió Corina Kavanagh. Después de ella lo habitó la familia
dueña del banco Roberts y en 2003 lo compró un tal Alain Levenfiche. Se
trata de un supuesto lord que casi no lo usa pero lo alquila para
reuniones: un dolor de cabeza para el consorcio. Y para los vecinos lo
más triste es que destruyó el patrimonio arquitectónico original del
departamento: “Lo transformó en un cocoliche. Es difícil imaginar quién
podría comprarlo”, le dijo a Clarín un vecino que logró verlo
cuando estaba en reformas. Tiene más de 700 metros cuadrados, tres
terrazas y ocupa todo el piso 14. Levenfiche lo puso a la venta en US$ 7
millones; en 2008 lo bajó a 5,9 millones y ahora busca comprador por
US$ 4,5 millones.
Carlos Maslatón y su esposa, Mariquita
Delvecchio, son dos vecinos que viven en uno de los departamentos que se
conocen como la proa, así que tienen una panorámica total de la zona. A
diferencia de Ema (ver Testimonio ), llegaron al edificio en
2005 y en el reciclaje hicieron un seguimiento ortodoxo de las líneas
del art decó . Carlos es fanático del Kavanagh: “Para mí hablar del
edificio es como una obligación ciudadana. Es un monumento histórico,
está integrado a la trama urbana pero es una entidad en sí mismo. Elegir
vivir acá también es una declaración ideológica: se paga lo mismo o más
por metro cuadrado que por un departamento en Puerto Madero, pero las
diferencias están a la vista”, concluye Maslatón, abogado y creador del
sitio Weemba. Sin amenities ni usos comunes, en el Kavanagh prevalece el bajo perfil.
A
diferencia de lo que proyecta desde su imagen, Maslatón asegura que los
millonarios no son mayoría en el Kavanagh: “Para nada, tenemos los
problemas que tienen todos los consorcios. Muchos departamentos están
ocupados con gente muy mayor y el tipo urbano de familias jóvenes con
hijos, aquí se ve poco”, describe el vecino.
Monumento a la modernidad, el Kavanagh festeja su aniversario ya como un hito en la barranca.
El pago del ABL, en una larga pelea judicial.
En 1999 el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional
(MHN), junto a otros emblemas porteños, como el Pasaje Barolo y las
Galerías Pacífico. Al respecto el artículo 6 de la ley 12.665 especifica
que “los inmuebles comprendidos en la lista y clasificación oficial de
la Comisión Nacional, estarán libres de toda carga impositiva”. Es así
que desde ese momento el consorcio entendió que el edificio debía estar
exento de pagar la tasa de ABL. “Pero al poco tiempo, cuando asume
Aníbal Ibarra como intendente, vuelven a cobrarnos el impuesto y nos
reclaman el pago retroactivo. Desde ese momento estamos en juicio”,
detalló a Clarín el administrador del Kavanagh, Marcos Schwab.
“Los propietarios creen que es un derecho adquirido a partir de la
declaración”, entiende el administrador.
Schawb trabajó
intensamente para obtener la declaración como MHN, realizando trámites
burocráticos y recolectando la información necesaria sobre la historia
del edificio. Cuenta que lo que no se paga de ABL no queda en los
bolsillos de los propietarios, sino que se destina a la restauración del edificio, que ya lleva ocho años de trabajos. Por estos días terminaron de
limpiar casi todas las fachadas de la torre –de piedra parís– con Sipec,
la misma empresa que estuvo a cargo de las obras de restauración de la
Basílica de Luján.
Pero no todos los vecinos están de acuerdo con
no pagar los impuestos. “De ninguna manera me arriesgaría a tener
cualquier tipo de problemas con el Gobierno, menos un juicio. En 2004 y
2005 comenzaron las ejecuciones contra los inmuebles que se ampararon en
la declaración de MHN. Pero la realidad es que hay dos lecturas, los
propietarios que piensan que la mera declaración los exime de pagar y la
del Gobierno que estima que para no pagar el consorcio debería dar una contraprestación al ciudadano, como visitas guiadas”, opinó un vecino consultado por Clarín, quien prefirió mantener el anonimato.
La historia, del mito a la realidad.
El mito urbano se instaló definitivamente en la historia del
origen del edificio. Se dice que Corina mandó a construirlo para
obstaculizar la vista que la familia Anchorena tenía de la basílica del
Santísimo Sacramento, desde el palacio que habitaban y que hoy es sede
de la Cancillería. ¿El motivo? Una de las mujeres de esa familia
patricia rechazó un amorío de Corina con uno de los Anchorena. Y lo
cierto es que para ver la basílica desde la Plaza San Martín hay que
pararse justo en la esquina del pasaje privado Corina Kavanagh y
Florida. Pero otra historia, quizá más real pero sin tanto charme, cuenta que Corina vendió dos de sus campos –pertenecía a una familia
de estancieros– y mandó a construir la torre para asegurarse una renta
de por vida. Viuda y sin hijos, su familia casi se extinguía con ella.
Por esos años no existía una ley que regulara la propiedad horizontal,
así es que los vecinos sólo podían alquilar los departamentos. Cuando se
dictó la ley 13.512 Corina comenzó a venderlos.
Fuente: clarin.com