DESCUBREN UNA CIUDADELA PREINCAICA
LOS NUEVOS DEBATES DEL PATRIMONIO
Hasta hace unos años los encuentros sobre patrimonio arquitectónico tenían dos características: estaban limitados a la presencia de “especialistas” (arquitectos), y el motivo, casi siempre, era rasgarse las vestiduras por la permanente destrucción de inmuebles valiosos, pero sin hacer nada siquiera simbólico, para evitar su destrucción. Eso sí, terminaban con la distribución gratuita de libros que relevaban cientos de edificios patrimoniales, muchos de los cuales ya habían caído bajo la piqueta.
Por supuesto, es imprescindible y loable el estudio académico de la arquitectura patrimonial, pero de poco sirve, sobre todo cuando de políticas y fondos públicos se trata, si no está acompañado de medidas concretas de protección y de sanciones para quienes la destruyen e incentivos y compensaciones para los que la restauran y ponen en valor.
Estas últimas semanas fueron pródigas en encuentros y presentaciones vinculadas con el patrimonio arquitectónico, pero de otro tipo, más acorde con el signo de estos tiempos en los que el tema se ha incorporado definitivamente a la agenda política.
Estos nuevos debates en torno del patrimonio fueron inaugurados por la Comisión de Patrimonio Arquitectónico de la Legislatura porteña, entre los que destacaron uno en 2008 con la presencia de los representantes del sector público y el sector privado a cargo de la restauración de México DF, y otro en 2009, que consistió en una reunión de trabajo sobre la transferencia de la capacidad constructiva e incluyó, entre otros invitados, al presidente del Banco Ciudad.
En esta misma línea, la renovada Comisión de Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la ciudad de Buenos Aires promueve cada semana una tertulia en la confitería Ideal, en la que los ciudadanos, arquitectos, funcionarios, defensor del Pueblo y periodistas intercambian ideas sobre la preservación de este bien colectivo que es el patrimonio cultural.
Los nuevos debates sobre el patrimonio arquitectónico no abandonan la preocupación por la demolición de edificios valiosos, todo lo contrario, pero tienen algunas características diferentes, producto de la inclusión del tema en la agenda pública y por la consecuente incorporación de nuevos actores sociales.
Ya no reúnen solamente a especialistas y los debates se centran en cómo hacer para que efectivamente se preserve el patrimonio, para que su puesta en valor sea sustentable y, si hace falta, reclamar el cumplimiento de las obligaciones del Estado, más que en la celebración de la impotencia y del no se puede, como ocurría en otras épocas.
EL ESPLÉNDIDO VITREAUX QUE TENÍA LA CASA PARA ILUMNIAR SU INTERIOR.
Ahora, los arquitectos ya no están solos y se cruzan en los pasillos, pero también se sientan codo a codo en las mesas de debate con ciudadanos, diputados, funcionarios, jueces, periodistas, economistas, abogados, fiscalistas, asesores y hasta lúcidos representantes de inmobiliarias, que se preocupan y ocupan de la preservación del medio ambiente urbano.
La concurrida presentación del libro Buenos Aires. Ayer y Hoy en el Museo Sívori, una excelente publicación desde el punto de vista conceptual y estético, también mostró un cambio en materia editorial.
Este libro, publicado por la Fundación Urbe y Cultura, bajo la dirección de las arquitectas Laura Weber, Susana Mesquida y Carla Levin Rabey y editado con fondos aportados por la empresa Zurich a través del régimen de mecenazgo porteño, refleja en imágenes el –mal– estado de situación y el cambio rotundo y vertiginoso que se produjo en el paisaje urbano en algo menos de un siglo.
En cada página se contraponen imágenes antiguas y actuales de Buenos Aires, dejando en evidencia la pérdida irreparable de cientos de edificios valiosos, pero lo que es peor, la desaparición –en muchos casos– del perfil singular y distintivo de cuadras enteras de la ciudad, algo que podría evitarse con una planificación urbana coherente y sostenida que permita la coexistencia pacífica e incluso virtuosa entre patrimonio y arquitectura contemporánea.
No es extraño que se produzcan estos cambios de conductas, y tampoco que muchos de los responsables de la impotencia patrimonial se hayan llamado a silencio y ya no transiten por los pasillos de estos encuentros patrimoniales. Las cosas han cambiado.
Desde hace varias décadas el patrimonio arquitectónico y paisajístico ha dejado de ser sólo monumentos u obras singularísimas firmadas por un arquitecto de prestigio. Ahora incorpora las expresiones de un “pueblo que comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas, surgidas del alma popular, y el conjunto de valores que dan sentido a la vida”, como definió la Conferencia General de la Unesco en 1982.
Pero para ello es imprescindible –y la delegación rosarina que participó del seminario internacional así lo demostró– que exista un compromiso desde las máximas autoridades del Estado, y que –con ese respaldo, y la consecuente asignación de recursos para encarar la tarea– se lleve adelante una política integral de planificación, protección y puesta en valor del patrimonio cultural.
UN ENCUENTRO CON DIENTES
Fue enorme, agotador, sólido, con momentos de tensión, profundamente práctico y simplemente un corte con lo habitual. El primer encuentro de gestión de patrimonio arquitectónico y urbano “Salvemos Buenos Aires” que organizaron la Fundación Ciudad y Basta de Demoler no tuvo nada que ver con la rutina de este tipo de seminarios/reuniones/coloquios. Fueron dos días de ponencias y clases eminentemente prácticas, centradas en la gestión, en las leyes, en la claridad política, en las que se habló de fondos, reglamentos, inspecciones y hasta de mandar presos a los que demuelen el patrimonio. Hubo momentos muy impresionantes y penosos para los porteños, como cuando habló la representante de Rosario, que parecía venida de otro planeta mejor, y el fiscal de Minas Gerais, que se dedica a combatir el crimen cultural aprehendiendo contrabandistas de arte y multando ferozmente a los que demuelen. Hubo mucha solidez técnica y las deprimentes pausas creadas por ciertos políticos, que fueron de la inanidad a la vergüenza ajena. En fin, un evento original que marcó un giro muy elogiable de la Fundación Ciudad hacia la acción y un cambio de nivel de Basta de Demoler.
Resulta difícil resumir todo lo que ocurrió esta semana, desde la apertura del encuentro del lunes hasta la última sesión del miércoles, terminada a las nueve de la noche. Hubo una docena de paneles sólo a la tarde, en las sesiones públicas en la Alianza Francesa, más los talleres más técnicos de las mañanas en la Embajada de Brasil. Estuvieron varias ONG, desde la anfitriona a Proteger Barracas, pasando por SOS Caballito, la Sociedad de Fomento de Belgrano R y el World Monuments Fund. Estuvo el defensor del pueblo adjunto Gerardo Gómez Coronado, el arquitecto José María Peña –homenajeado por su vida entera dedicada al tema–, varios especialistas en el aspecto legal, el presidente de la poderosa Fondation du Patrimoine francesa, el profesor Norberto Chaves –que hizo una muy cómica reivindicación de la cordura y el buen gusto–, la presidente de una original asociación de propietarios de casas históricas en Chile y el inesperado fiscal brasileño Marcos Paulo de Souza Miranda.
Los paneles comenzaron, el martes por la tarde, con un “estado de las cosas” en nuestra ciudad. El defensor adjunto Gómez Coronado contó los casos más notables en los que intervino e interviene, como el Quartier San Telmo y la Colonia Sola, y explicó lo que puede y no puede hacer un ombudsman. Tuvo una frase recordable: la inquietud por el patrimonio es una manera de construir ciudadanía, una apropiación de la ciudad y el entorno para los vecinos.
Hugo Cortínez y María Carmen Usandivaras, ambos abogados y ambos miembros de Basta de Demoler, explicaron ciertas nociones de derecho que ya deberían estar en las mentes oficiales: que el patrimonio no es un problema sino un derecho de rango constitucional tan claro, que desprotegerlo es incumplir los deberes de funcionario público. Ambos hicieron la historia legal de su ONG, contando que encontraron que los amparos eran una vía rápida de lograr frenar la piqueta en casos puntuales, gracias a que la Justicia reaccionó. Pero sigue en veremos el problema de fondo, el de un marco legal estable.
Rodolfo Diringuer, de SOS Caballito, siguió en la misma vena agregando que un grave problema es que el gobierno porteño admite que se violen las leyes “flagrantemente”. En el fondo, dijo Diringuer, el tema es que están de acuerdo con que la ciudad sea “materia prima para hacer negocios”. Silvia Amuchástegui contó la historia de su ONG, que tiene el muy clásico nombre de Sociedad de Fomento. Esta, la de Belgrano R, fue fundada en 1981 por la demolición de una casa en la avenida Melián para hacer un edificio muy alto, una de tantas “excepciones”. Los vecinos lograron con los años detener estas barbaries y ahora tienen dos APH en la zona.
El arquitecto Marcelo Magadán, uno de los mayores especialistas en restauración del país que, por ejemplo, dirigió las obras en San Ignacio Miní, siguió en el tema con la feroz agudeza que lo caracteriza. El marco de situación, explicó, es que en Buenos Aires sólo se atiende la lógica económica, con una explosión indiscriminada de permisos de obra, lobbies notables y un CAAP que ni siquiera piensa si alguna tipología está en extinción, como las casas chorizo, ni respeta ya los conjuntos. Magadán señaló que el CAAP no tiene ni vecinos, ni especialistas en restauración, ni historiadores, que le falta transparencia y casi ni siquiera tiene arquitectos con experiencia en el tema.
Lo peor fue la cuenta que hizo Magadán: el CAAP autoriza diez demoliciones por cada caso que acepta enviar a la Legislatura, no piensa en zonas de amortiguación alrededor de las APH y acepta como un dogma que las avenidas son para construir torres. De hecho, le dedica entre 3 y 5 minutos a cada caso porque aceptó el truco del ministro Daniel Chain y su adlátere Héctor Lostri de examinar toda la cuadra en lugar del edificio pedido.
En un contraste inmenso, luego habló Marcos Paulo de Souza Miranda, coordinador de la fiscalía de defensa del patrimonio del estado de Minas Gerais, un hombre simpático y apacible que resultó implacable. De Souza explicó que su tarea es coordinar los casos culturales y patrimoniales en las 296 fiscalías de su estado, que invirtió fuerte en el tema porque posee la mayor concentración de bienes culturales de Brasil y 35.000 edificios catalogados. Como aquí, la constitución también protege el patrimonio, pero los brasileños se lo toman en serio –y los mineiros, que son muy serios, todavía más–, con lo que las sanciones son muy fuertes. El fiscal dejó secos de envidia a los argentinos al contar que una demolición clandestina se puede penar con multas de hasta medio millón de cruzados, o 250.000 dólares, más de uno a tres años de prisión y la sanción civil de reconstruir el inmueble y pagar “el daño moral colectivo” causado a la sociedad. En un silencio mortal, De Souza mostró fotos de una casa de 1896 que fue quemada por sus dueños para ver si zafaban y podían demoler. La causa terminó con la casa expropiada a precio justo, menos lo que costó restaurarla, que fue tres cuartas partes del precio convenido. Los dueños no dijeron ni pío, porque las alternativas eran todavía peores...
En esta Argentina Año Verde que resultó ser Minas Gerais hay transferencia de FOT, sanciones por daño moral de hasta veinte millones de pesos, un taller de restauraciones gratuitas para los vecinos que no pueden pagar un arquitecto y definiciones sabias como que “el patrimonio tiene valor en sí y la ley sólo reconoce este valor, no lo crea”. De Souza fue ovacionado.
La chilena Cecilia García Huidobro participó por teleconferencia, explicando su peculiar Asociación de Propietarios de Casas Históricas y Parques de Chile, un modelo que se está exportando a otras naciones y pronto tendrá su primer congreso mundial. García Huidobro tiene un magister y es miembro del Consejo Nacional de Cultura y Artes de su país, y buena parte de su exposición se concentró en contar las desgracias causadas por el terremoto reciente, más los problemas inventados por expertos. Por ejemplo, hace 25 años se prohibió construir en adobe, material muy usado por los chilenos, con lo que hoy son muy escasos los que saben manejarlo. Y el terremoto de este año arrasó justamente las zonas patrimoniales de edificios de adobe...
El peruano José Correa Obregoso, de la comisión de patrimonio del Colegio de Arquitectos de su país, habló de Lima, una ciudad apabullante, de calibre europeo en materia de patrimonio. Mostrando la evolución de la Ciudad de los Reyes, con sus murallas, explicó cómo se hizo un plan maestro para tratar Lima, que terminó admitiendo que la ciudad creció en anillos y le puso límites a las barbaridades del “progreso”, como el curtain wall entre palacios hispánicos. El problema limeño es, como el mexicano, el de la fuga del Centro viejo, que se tuguriza y tiene apenas 200.000 habitantes.
Teresa de Anchorena hizo la historia de su comisión de patrimonio y destacó la reluctancia completa del gobierno de hacer cumplir la ley. La falta de castigos, definió, es una complicidad activa con los “empresarios” y la tarea necesaria es “avivar” a los candidatos del potencial de la cultura y el patrimonio. Su utopía es que finalmente tengamos un jefe de gobierno sensible al tema, que se asesore bien e imite modelos como el mineiro y el rosarino.
La mesa de abogados y gestores privados –Diego Hickethier, Anahí Ré, Susana Bencich de Cabezas, Inés Méndez Ezcurra y Enrique Sylvester– fue una deprimente lista de trabas burocráticas, ninguneos, trampas, planos que desaparecen y funcionarios que reúnen a los vecinos con los empresarios para tratar que los vecinos no molesten más. El arquitecto Peña, que es un hombre de un insalvable optimismo, levantó el ánimo recordando sus luchas tempranas bajo la dictadura militar, mientras que María Fernández, hablando por la Secretaría de Planeamiento de Rosario, refrescó las cabezas mostrando cómo es una simple cuestión de gestión lograr mejorar las cosas. Frederic Néraud explicó la muy curiosa institución que preside, una Fundación del Patrimonio que no es privada pero funciona independientemente del poder político, administrando fondos e iniciativas para obras que ayuden a sostener los tesoros de Francia.
El bajón fueron los políticos. Para hablar del Colón estaban invitados Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y Mauricio Macri, los tres jefes de Gobierno que llevaron adelante las obras recién terminadas. Telerman se “confundió” y fue temprano, habló cortito y se fue. Macri mandó una carta de circunstancias, de las que terminan saludando “con mi más distinguida consideración”. Ibarra fue simplemente indignante, hablando como si nunca hubiera sido jefe de Gobierno, intentando pasar como propias iniciativas anteriores –como los Bares Notables–, destacando proyectos que ni siquiera puso en marcha y señalando como muestra de su compromiso con el patrimonio haber nombrado ¡a Silvia Fajre! Teresa de Anchorena se indignó y le contestó, con lo que terminó gritada por Alvaro Arrese, funcionario de carrera que seguramente lamentaba no poder hacerle un tribunal de honor.
El cierre de la última jornada estuvo a cargo de Norberto Chaves, que enseña en Buenos Aires y asesora en Barcelona, con un sentido del humor que se agradece. Chaves mostró fotos de intervenciones patrimoniales simplemente ridículas que sólo se explican por entender la arquitectura “como un entretenimiento, algo para la foto de tapa, gestos grandilocuentes y decadentes en una cultura en la que ya no valen ni códigos ni leyes”.
Pese a la maratón, todos se retiraron como llenos de ideas y energía. El encuentro de la Fundación Ciudad y Basta de Demoler terminó de demostrar la centralidad de la política y la ley en la cuestión, con lo que fue las antípodas del habitual seminario inocuo, de esos en que los funcionarios leen un papelito y luego editan el libro. Este tuvo dientes.
ZUMBIDOS EN LA OSCURIDAD
SILVIA RIVAS - Imagen de su videoinstalación.
De la Redacción de LA NACIÓN
Son moscas; así se las ve, así se las escucha. Sin embargo, en la limpia superficie de la videoinstalación Dinámicas, presentada la semana pasada en el Malba, Silvia Rivas transforma el registro cotidiano y la posible repulsión asociada a ciertos gestos -una mano que expulsa un insecto, la obstinación del bichito por volver y volver, la pesadillesca opción de que retorne convertido en enjambre- en una estilizada coreografía que atraviesa tres enormes pantallas. Con un registro que, en una asociación muy libre, por momentos podría evocar Los pájaros de Hitchcock, la serie Zumbido convoca, sin ser precisamente tenebrosa, los temores más básicos y más laboriosamente sepultados por el sentido común urbano: el miedo a la naturaleza desatada, a los insectos, a la oscuridad (este último, en la videoinstalación Trama incesante, que suma a las moscas y su perseverante sonido la casi total ausencia de luz en el espacio donde está emplazada).
La austeridad cromática de las imágenes en movimiento de Rivas contrasta con los coloridos universos plásticos de Alfredo Prior. Un verde pensar bajo una sombra verde es el bello título, tomado de un verso del poeta inglés Andrew Marvell, que el artista eligió para la muestra que también presenta en el Malba: superficies abstractas que, como océanos de color, invitan a la inmersión; texturas rugosas, nunca plácidas, en las que el brillo de la técnica también es vocero de una soterrada oscuridad. "Prior ensalza su pacto con la cosa mental, médula de su hacer", escribe Eva Grinstein. Habituado a la palabra escrita tanto como a las formas visuales, en obras como Ciervo cegado por Beuys o Hugo y yo, el autor (que el miércoles inauguró otra muestra en Nueva York) insiste en articular ambos mundos y lograr que el color sea también pensamiento.
Fuente: LA NACIÓN
MATRIZ GEOMÉTRICA
La Daimler Art Collection, una de las colecciones corporativas más importantes y antiguas de Europa, presenta en el Malba un centenar de obras abstractas que dejaron huella en el siglo XX
Por Daniel Molina
Para LA NACION - Buenos Aires, 2010
CUADERNO DE TRABAJO. Con preguntas y reproducciones de las obras, se entrega a los estudiantes que visitan la exposición.
Incluso consideraban el arte producido en la Europa de aquella época la mirada nostálgica de un pasado esplendor. La muestra Geometría en el siglo XX en la Daimler Art Collection es la respuesta europea a esa visión yanqui.
El relato que sostiene la curadora Renate Wiehager se opone simétricamente (como en un espejo que invierte las imágenes) al que se desarrolló en Estados Unidos. La muestra de la colección de la Daimler narra la historia desde el punto de vista europeo. Según se puede leer en el texto que Wiehager escribió para el catálogo, fueron los grandes maestros de la abstracción europea -el alemán Josef Albers y el suizo Max Bill (de la Bauhaus) junto con el belga Georges Vantongerloo (del movimiento concreto)- los que impulsaron el surgimiento del arte geométrico en Estados Unidos. Sugiere que sin la activa presencia que estos artistas tuvieron, desde 1933, en los grandes centros estadounidenses, es impensable el surgimiento del minimalismo y de las corrientes posteriores.
CAMILLE GRAESER. Harmonikale Konstruktion, 1947-51 . Foto © 2010 CAMILLE GRAESER-PROLITTERIS, SUIZA.
La muestra comienza con un par de obras figurativas de Adolf Hölzel y Oskar Schlemmer, que fueron -según la curadora- los primeros maestros de la modernidad alemana que asociaron arte abstracto, diseño y nuevas corrientes estéticas (el núcleo estético-ideológico que interesa a la colección Daimler). Según este relato, Hölzel no sólo se anticipó más de una década a la Bauhaus, sino que sus ejercicios con la abstracción de 1905 fueron los que inspiraron las primeras pinturas absolutamente abstractas que, en 1910, realizó Kandinsky (quien, a pesar de trabajar en Alemania, era irremediablemente ruso). En este relato alemán, el centro excluyente de las vanguardias geométricas estuvo en el triángulo que dibujan Múnich, Berlín y Stuttgart. La versión estadounidense es muy diferente: ya en 1928 -es decir, cinco años antes del exilio de los artistas que Wiehager considera fundadores de la corriente geométrica en Estados Unidos-, el MoMA había adquirido y exhibido muchas de las más importantes obras de los constructivistas rusos -de Malevich a Rodchenko, pasando por El Lissitzky-, que son el pilar de las corrientes minimalistas.
JOHANNES ITTEN. Barras y superficies, 1955 . Foto © 2010 JOHANNES ITTEN-PROLITTERIS, SUIZA-SAVA, BUENOS AIRES-GENTILEZA MALBA
La muestra Geometría en el siglo XX en la Daimler Art Collection es una de las más valiosas que se han visto en Buenos Aires en estos últimos años. Por la calidad excepcional de las obras seleccionadas, la exhibición, que no puede ni quiere sustraerse al debate por la hegemonía cultural entre Estados Unidos y Europa, se encuentra más allá de las desavenencias entre esos dos relatos. Todos los artistas que están presentes son imprescindibles para comprender esa gran aventura estética que es la abstracción geométrica. No sólo es una gran muestra desde el punto de vista de las discusiones teóricas sobre el arte contemporáneo, sino que ofrece una intensa experiencia con la belleza.
Presenta 100 obras pertenecientes a unos 70 artistas que abarcan un amplísimo registro de todas las corrientes geométricas: desde las épocas heroicas de la abstracción, como Johannes Itten, hasta trabajos conceptuales de los rosarinos Dolores Zinny y Juan Maidagan, pasando por Jean Arp, Are You Meaning Company, Daniel Buren, Enrico Castellani, Dadamaino, María Freyre, Liam Gillick, Mathias Goeritz, Joseph Kosuth, Richard Paul Lohse, Julio Le Parc, Mathieu Mercier, Giulio Paolini, Charlotte Posenenske, Peter Roehr, Robert Ryman, Pietro Sanguineti, Jesús Soto, Klaus Staudt, Jean Tinguely, Simone Westerwinter y Andrea Zittel, entre varios otros. Muchos de estos artistas se exhiben por primera vez en la Argentina.
MATHIEU MERCIER. Drum and Bass 2, 2002 . Foto © 2010 MATHIEU MERCIER-BILD KUNST.
La muestra se organiza en torno a cuatro ejes temáticos: el modernismo clásico, la vanguardia Zero, el minimalismo y forma, línea y espacio. Lo más interesante de la presentación es que, además de reunir las obras según estos núcleos, se establece un diálogo abierto entre ellos. No sólo por proximidad física, sino también por cierto eco formal, las obras de la vanguardia Zero entran en contacto con las que se organizan en torno a la descendencia de Max Bill, por ejemplo.
A pesar de que, a veces, la geometría puede ser críptica para un público no especializado, ya que es una apuesta militante en contra de los relatos externos a las artes visuales, esta muestra no resulta para nada inaccesible, aun para un público poco informado. Debe esa cualidad a la especial vibración formal de las obras seleccionadas, capaces de expresarse por sí mismas, más allá de todo discurso teórico. No es necesario saber que las obras de Mathieu Mercier sostienen un diálogo irónico con los cuadros suprematistas de Mondrian para disfrutarlas.
VISTA DE SALA. Colección Daimler . Foto JENS SIEHE, BERLÍN © VG BILD-KUNST BONN.
Quizá por eso, esta muestra nos permite interrogarnos si es posible que hoy exista un público completamente desconocedor de lo más básico del arte abstracto. La respuesta no puede ser más que negativa: casi cualquier lector habitual de un medio gráfico moderno, así como el caminante acostumbrado a convivir con la arquitectura racionalista, ya tiene sus ojos entrenados para descubrir en estas obras la matriz creativa del mundo modular que habitan.
MATHIAS GOERITZ. Las puertas a la nada, 1971 . Foto HANS-GEORG GAUL, BERLÍN © THE ARTISTS AND.
Aunque se postuló hace años que el arte geométrico no tenía un gran futuro, ya que una vez descubiertos ciertos principios no le quedaba más que repetirse, la muestra de la coelcción Daimler pone en escena que sus posibilidades (tanto formales como conceptuales) son prácticamente infinitas. Estas bellísimas obras funcionan a la manera de complejos mandalas: guían nuestro entendimiento más allá del conocimiento racional.
MAX BILL. Quince variaciones sobre un mismo tema, 1935-38.
FICHA.
Geometría del siglo XX en la Daimler Art Collection (hasta el 25 de octubre); Silvia Rivas (hasta el 22 de noviembre), y Alfredo Prior (hasta el 1º de noviembre), en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415, Buenos Aires)
Fuente: LA NACION
LA CURADURÍA Y EL ARTE POR ENCARGO
RENATE WIEHAGER. Curadora de la muestra. Foto Maxie Amena
No sólo de geometría vive la colección de arte de la Daimler. En el Malba se pueden ver varias obras que han sido comisionadas especialmente por el Departamento de Arte y que no pertenecen a ese universo estético. Poner en diálogo ambas secuencias es un logro de la curadora Renate Wiehager, que nació en 1959 en Bremen, Alemania. Wiehager se formó en varias disciplinas: historia del arte, literatura, teología y filosofía. Wiehager se doctoró en 1988 y desde entonces estuvo a cargo de importantes museos alemanes. Ha escrito y compilado 200 libros y catálogos sobre arte del siglo XX. Desde 2000, es la curadora de la colección de arte Daimler.
Andy Warhol fue el primer artista que comprendió que la antigua separación entre arte y mercado había dejado de funcionar: hoy no hay arte sin mercado (sencillamente porque no hay nada fuera del mercado). Su obra es una puesta en escena, de diversas y complejas maneras, de la intensa relación que existe entre el sentido y el dinero. La colección Daimler comprendió bien esta apuesta de Warhol y desde hace décadas viene comisionando a los más importantes artistas contemporáneos.
En los pasillos del segundo piso del Malba se pueden observar varias de estas obras realizadas por encargo de la Daimler: además de varios trabajos de Warhol, hay una obra de David Hockney y una serie realizada por Sylvie Fleury. La artista suiza condensa la visión profundamente misógina del mundo del automovilismo. Casi como una metáfora crasa, las mujeres han sido reducidas (en las revistas y almanaques) a las "gomas". Meras portadoras de pechos y nalgas, las mujeres que aparecen en el mundo del automóvil son una metonimia del deseo masculino reducido a su expresión más simplista.
COLORES Y TEXTURAS DESLUMBRANTES:
UNA NUEVA MUESTRA DE ALFREDO PRIOR
“Un verde pensar bajo una sombra verde” evidencia el brillo del pintor.
Por Marina Oybin
POR EL AMOR DE ZEUS. “DANAE” SE LLAMA ESTA OBRA, COMO LA FECUNDADA POR ZEUS CONVERTIDO EN LLUVIA DE ORO.
Un universo soñado, matérico. Es Un verde pensar bajo una sombra verde, la muestra de Alfredo Prior que inauguró el jueves en el Malba y que reúne sus últimas obras. De gran tamaño y con colores, brillos y texturas deslumbrantes, se revela su pintura más abstracta.
Entrañable, agudo, Prior es un artista ecléctico. Fue, junto con Kuitca, figura clave de los años ochenta. Sus perturbadores osos, sus muñecos de nieve, gnomos, conejos y figuras de Napoleón marcaron una imagen muy suya, que luego abandonó para reinventar su obra. Es escritor, poeta, autor de artículos de arte, integra, con el músico Alan Courtis y el escritor Sergio Bizzio, entre otros, el grupo de música experimental “Súper Siempre”, que arremete a pura improvisación. Y hasta se transformó en personaje de varias novelas de su amigo César Aira, a quien conoció en su paso por la Facultad de Filosofía y Letras.
Representó a la Argentina en la Bienal de San Pablo en 1985. Expuso en nuestras pampas y en el exterior. Y hay obras suyas en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Museo de Arte Moderno y en museos y espacios de arte de Italia, EE.UU., Brasil y Australia. Prior es inclasificable y prolífico. Un dato sirve para ilustrar su devoción por el trabajo: no tiene celular y pasa el día pintando en su taller, donde sólo contesta el portero eléctrico cuando suena la clave acordada.
Para titular la exposición, eligió un verso de Andrew Marvell. Y a la hora de definir su obra, le dice a Clarín que “es un campo de batalla entre distintos estilos, materiales y personajes”. En ese espacio poético, Prior es capaz de incluir desde elementos del impresionismo, pasando por el postimpresionismo, el manierismo hasta la abstracción norteamericana de los años 60 y 70. Y logra que su pintura ejerza una atracción magnética: la mezcla de materiales acuosos con otros grasos crea un universo orgánico, cósmico. Y las formas y colores, que va de los tierras hasta pinceladas magentas o plateadas, son tan fascinantes que el verde intenso con el que se pintaron varias de las paredes donde cuelgan las obras no las opaca.
Es una marca Prior: sus trabajos incluyen un desfile inagotable de guiños a la historia del arte, citas bíblicas y mitológicas, y homenajes a artistas conocidos y otros más ocultos. La serie de pinturas “Hugo y yo” alude a la pintura, para muchos desconocidas, de Víctor Hugo, que arrancó bien romántico y terminó en la abstracción. Prior imagina obras hechas a dúo con el poeta, de quien cuenta “que no dejó de pintar un solo día”.
Está su increíble políptico “Dánae”, que fecundada por Zeus convertido en lluvia de oro, en su obra deviene un estallido de color saturado, vibrante. Y sus singulares visiones de Orfeo, Mercurio y Estigia, la laguna que llevaba al mundo de los muertos.
Prior sabe bucear en el límite difuso entre la figuración y la abstracción: “hay pinturas que siendo abstractas pueden sugerir una ilusión figurativa o siendo figurativas son prácticamente una abstracción”, dice el artista. Siempre los títulos, que en sus obras son fundamentales, habilitan múltiples lecturas. A veces, cuenta, el título surge como un generador de imágenes, antes de hacer la obra, y en otras ocasiones, aparece cuando ya la terminó “como un marco lingüístico o textual”, dice. “Noé en el Hudson”, por ejemplo, remite a la conocida leyenda –desmentida por el protagonista de la historia– de las obras que Yuyo Noé habría arrojado al río Hudson y, al tiempo, provoca con la idea de un Noé bíblico posmoderno en una nueva tierra prometida. Cuesta abandonar la sala del Malba y alejarse del mundo exuberante y conmovedor de Prior.
Fuente: Clarín