Un proceso de limpieza realizado en agosto devela que los residuos corporales que introducen los 7,3 millones de turistas anuales ponen en peligro los frescos
MIGUEL MORA - Roma
Visitantes de la Capilla Sixtina contemplan los frescos de Botticelli, Ghirlandaio y Rosselli (de izquierda a derecha), bajo la cúpula y el frontispicio de Miguel Ángel.- REUTERS
La señora colombiana gordita y su hija, el grupo de jubilados alemanes y los casi 400 turistas que les acompañaron anoche a la inauguración de las visitas nocturnas a los Museos Vaticanos (todos los viernes de septiembre y octubre, de 19.00 a 23.00, en pases de media hora) seguramente ignoran que en el momento de rascarse la coronilla y mirar hacia arriba con la boca abierta están poniendo en peligro los frescos más famosos del mundo.
El Vaticano ingresa más de cien millones de euros por las entradas
Los sistemas de ventilación instalados en 1993 están obsoletos
Pero se trata de una certeza. Lo acaba de advertir el director de los Museos Vaticanos: la Capilla Sixtina no respira como respiraba, y los delicados frescos de Miguel Ángel, Botticelli, Pinturicchio, Perugino o Signorelli están en peligro por culpa de las visitas cada vez más masivas, que dejan en el aire una miríada de invisibles residuos low cost: polvo, aliento y sudor, cabellos y caspa, hilos de lana, fibras sintéticas, fragmentos de piel...
Es el (sucio) precio a pagar por la globalización, los vuelos baratos y la reciente ampliación del horario de entrada a las suntuosas galerías papales hasta las seis de la tarde; la involuntaria propina que dejan los 7,3 millones de turistas que cada año contemplan extasiados (e intoxicando sin saberlo) la sagrada Capilla Sixtina.
La alarma ha sido lanzada por Antonio Paolucci, que dirige los Museos Vaticanos desde 2007, a través de un artículo publicado en L'Osservatore Romano. Las 20.000 visitas diarias, escribe Paolucci, ejercen "demasiada presión humana", y los sistemas de ventilación instalados en 1993 tras las polémicas restauraciones con disolventes que devolvieron a la capilla el desconocido y colorista fulgor de los siglos XV y XVI, ya no dan abasto, se han quedado obsoletos.
En su artículo, Paolucci se felicitaba por el éxito de la nueva limpieza, una operación que se acomete cada dos o tres años, aunque según los conservadores se debería hacer más a menudo. El penúltimo lavado de cara se hizo hace cuatro años. El último ha durado 20 noches de julio y agosto. Subidos en los andamios y en la grúa articulada que se montaba y desmontaba a diario para no molestar a los turistas, 30 restauradores han podido ver y valorar de cerca la salud de los frescos que presiden los cónclaves.
Según Paolucci, se han retirado "cantidades ingentes de materia y polvo". Al quitar el polvo con sus pinceles de pelo de cabra, han surgido diversas señales de deterioro. Las partes más afectadas, ha explicado el restaurador jefe, Maurizio de Luca, son las medias lunas de Miguel Ángel, las paredes del Juicio Universal y los frescos del siglo XV.
El techo con la bóveda de Buonarotti, situado a 20 metros de altura, sufre menos las impiedades humanas pero está más expuesto al clima: según ha trascendido, se han detectado y resuelto algunas pequeñas filtraciones de agua.
Ajenos a las novedades, cientos de turistas hacían cola ayer a las siete de la tarde ante la puerta de hierro del museo para la primera visita nocturna. El gentío multinacional entró en la imponente recepción en apenas un minuto. "Esto no es nada", decía ufano el coordinador de las colas, un italiano encantador, "cada mañana metemos ahí dentro a 20.000 personas".
Corriendo un poco, y tras recorrer galerías, sarcófagos, plazas, jardines, pasillos y escaleras, se llega a la Sixtina en 15 minutos. Suerte o milagro, a las 19.15 solo había media docena de personas dentro. Y aunque a esa hora la luz era muy tenue, el espectáculo era realmente excelso. O "asombroso", como decía una joven estadounidense.
De momento, los daños no se aprecian, pero las causas están claras, según el diagnóstico del director: una excesiva presencia humana, un inadecuado control climático y una insuficiente eliminación de los contaminantes. Problemas fáciles de resolver, si no fuera porque, según fuentes vaticanas citadas ayer por el diario La Stampa, el mantenimiento de la Capilla Sixtina requeriría "mayor atención por parte de los responsables financieros de la Santa Sede". El argumento de la falta de fondos suena raro. Si se multiplican los 15 euros que cuesta la entrada a los Museos (y dejando aparte los cuatro euros extra que vale reservar por Internet) por los 7,3 millones de turistas que, según Paolucci, entran cada año, resulta que el Vaticano ingresa 109 millones de euros anuales por ese concepto.
¿Estará incurriendo la Santa Sede en los pecados de la cultura relativista al primar el espectáculo, la taquilla y las colas sobre la conservación, la sensibilidad y la buena administración? La duda parece razonable porque el anuncio de los daños coincide con la reapertura de las visitas nocturnas. Aunque según ha dicho el restaurador jefe De Luca a La Repubblica, "las aperturas extraordinarias tienen la ventaja de escalonar las entradas y de rebajar la presión sobre la Sixtina, que es el objetivo privilegiado, y a menudo por desgracia único, de los turistas".
Ahí llegan ya los jubilados alemanes. Como todos, se quedan embelesados. No saben que cada vez que dan un paso, las sibilas y los profetas se lamentan en lo alto.
Veinte años de restauración
- En octubre de 1980 se inicia la restauración de la Capilla Sixtina. Los frescos de las lunetas son los primeros en recuperar su primitivo esplendor.
- La siguiente fase se centró en los frescos de la bóveda. Comenzó en 1984 y finalizó en 1989.
- Los trabajos prosiguieron con la restauración del Juicio Final. El 8 de abril de 1994, Juan Pablo II mostró al mundo el resultado final.
- La última parte consistió en la restauración de los frescos de las paredes, concluida en diciembre de 1999.
Fuente: elpais.com