“NUESTRO SEÑOR DE CADA DÍA” (1964), LUIS FELIPE NOÉ.
Cuenta Luis Felipe Noé que cuando a principios de los ’60 viajó a París para ver lo que estaba pasando en la capital mundial del arte, todos los artistas hablaban de lo que pasaba en Nueva York. Imán: Nueva York, se llama la muestra que se está exhibiendo en Proa, justamente porque expone el momento en que los artistas argentinos empezaron a viajar a la Gran Manzana.
La muestra abarca desde un viaje pionero, de Marcelo Bonevardi en 1958, hasta la muestra Information que se hizo en el Museo de Arte Moderno de NY en 1970, con la presencia de varios argentinos entre pares norteamericanos o europeos. En términos generales, son los años en los que la plástica pasa de una abstracción expresiva a otra más geométrica y luego salta a los soportes tecnológicos y a la desmaterialización conceptual.
Rodrigo Alonso, curador de la puesta, hace hincapié en la cuestión política para explicar este cambio de destino en el viaje de los artistas: luego de la revolución cubana, en el ’59, el gobierno norteamericano modificó su política hacia América latina. En el campo cultural, esto se tradujo en programas de acercamiento: se promovió la visita a nuestro país de reconocidos curadores y críticos que alentaron y apoyaron a los argentinos en su deseo de viajar. Se contaba, además, con el financiamiento de entidades como la Fundación Guggenheim. Y en el ámbito local, el Instituto Di Tella, las Bienales Ika, y la actividad de Museo de Arte Moderno, vía premios y contactos, impulsaron ese diálogo.
“Los ‘60 y los intercambios con Nueva York fueron fundamentales para comprender que el mundo del arte no lo hacen los artistas. Es un mundo que se construye institucionalmente”, señala Alonso.
En las cuatro salas de la muestra puede verse obra de Eduardo Costa, Leandro Katz, David Lamelas, Marta Minujín, Luis Felipe Noé, César Paternosto, Rogelio Polesello, Alejandro Puente, Juan Stoppani y Luis Wells, entre otros.
Se hicieron varias reconstrucciones, como la obra Especta, para seis televisores, del Grupo Frontera, una de las primeras experiencias en el uso del video. O Sombras, de Liliana Porter, donde unas siluetas muy tenues pintadas en un muro dialogan con las sombras de los asistentes. Alonso resalta que durante esos años el arte norteamericano estaba en alza, y era claramente nacionalista. “Los argentinos iban a ver lo que estaba sucediendo, más que a producir. No se integraban. La ciudad, además, les resultaba un poco violenta. Y en el mejor de los casos exponían en galerías para latinos, no en las galerías más importantes”. Y recuerda algo que le dijo Nicolás García Uriburu: “Yo quería conocer a Andy Warhol, pero a Andy Warhol no le interesaba conocer a ningún argentino”.
En todo caso, si el arte argentino no conquistó Nueva York, la estadía de los artistas en esa ciudad produjo cambios significativos en sus obras. Y el registro de esos cambios es uno de los objetivos principales de esta muestra. Luis Felipe Noé empieza a explorar las posibilidades de los espejos deformantes; Jorge de la Vega, antes volcado a los collages y a las telas pegadas, comienza a desarrollar sus imágenes fluidas con reminiscencias de cómic y Sarah Grilo incorpora rasgos del graffiti.
“Algunos entraron en colecciones importantes, tuvieron su lugar. Hoy, comparativamente, el arte argentino no tiene presencia internacional, porque ya no existen esas instituciones que promovían el diálogo. Ahora no hay ninguna vinculación con nada”, cierra Alonso.
Fuente: Clarín