Los relatos de personas cercanas al escritor, que aquí se recrean, permiten inmortalizar las vivencias junto al compinche, el vecino, el cómplice que hoy cumpliría 100 años
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Foto: LA NACIÓN / Aldo Sessa |
Por Gisela Antonuccio / LA NACIÓN
Algunos seres humanos consiguen resucitar indefinidamente a medida que se alejan de su propia muerte. Si la literatura es un acto de afirmación, el género del diario ofrece la promesa de enfatizar la inmortalidad.
Adolfo Bioy Casares, que hoy habría cumplido cien años, sucumbió también a la tentación de un cielo sin olvidos. Tras su muerte, el 8 de marzo de 1999, su obra memorística se reveló tan vasta como su ficción y reconfirmó su vigencia.
Desde 1932, el autor de La invención de Morel lo registró todo. Unas 20.000 páginas que comenzó a seleccionar antes de morir. Una parte de ese descomunal volumen fue condensada en Descanso de caminantes (Sudamericana, 2001); abarca de 1975 a 1989 y sus 500 páginas son un testimonio de sí mismo, su familia, amigos y escritores. Pero fue Borges (Destino/Planeta, 2006), de 1663 páginas, sobre los años 1947-1989, el libro que sentenció su más rotunda resurrección. Al publicarse en forma póstuma, se evitó las polémicas que desató la obra, por la que María Kodama declaró: "Bioy es el Salieri de Borges"; lo ubicó al nivel de un asesino, aceptando la leyenda apócrifa sobre la muerte de Mozart.
En las antípodas de la corrección -con vestigios de misoginia, burlas al habla en Barrio Norte, desdén por otros escritores-, el libro excede su molde, pues su sustancia no es la vida del diarista. La convención de género estalla por la innovación: la naturaleza del sujeto que cuenta (un escritor) y el objeto que se narra (otro escritor).
Ingenioso y cruel, liviano y sagaz, Bioy se reproduce a sí mismo en todas las formas de su ser sin rastros de inocencia. Sobre Kodama, adjudica a Borges: "Estoy siempre deseando estar con ella y, cuando estamos juntos, deseo que pase el tiempo de una vez y se vaya". La obra de Sabato: "Modestos productos de su mente activa y mediocre".
Al igual que un archivo, el valor de un diario reside en que no estará atado sólo al pasado que refiere, sino al futuro; es en ese tiempo cuando se sabrá la valía de lo registrado.
Bioy tenía, acaso, la condición excluyente para seguir un diario: una desconsolada aflicción por la idea de su desaparición (la tristeza de la muerte es que no se verá la luz al día siguiente). Quizá por ello desatendió un consejo: "[Borges] me asegura que es indispensable destruir todos los papeles porque el día menos pensado uno desaparece y los amigos le publican esas grietas y esos estigmas".
Desafiando también una convención, la de la forma de la entrevista, se reproducen en esta página testimonios de personas que tuvieron que ver con el hombre más que con el escritor, convertidos en materia de un diario. El ejercicio reveló que al más inmortal de los hombres le cabe la condición del más mundano: nadie es tan idéntico a sí mismo como al retarse con su pasado.
Aldo Sessa
Fotógrafo. Amigo de Adolfo Bioy Casares tras la muerte de Silvina Ocampo, con quien había publicado el libro Árboles de Buenos Aires.
Marzo de 1977
Con Silvina planeamos un libro. Soy amigo de ella. Me gustaría ser amigo de Adolfito, pero ellos no tienen amigos compartidos. Adolfito por eso guarda distancia. Sabe que soy ante todo amigo de su esposa.
1979
Llamo a casa de Silvina. Me atiende Adolfito. Sé que es él, aunque se hace pasar por un mayordomo con acento polaco. Es huraño para hablar por teléfono. Lo fatigan las guardias periodísticas. Le digo: Te falló el polaco, sé que sos vos. Aprovecho para hablar con él. Silvina me pidió que lo tantee, para ver si le gusta la cámara Polaroid. Le quiere regalar una.
Le pregunté si le gustaba la fotografía. Siempre me gustó, me dijo. ¿Y te gusta la Polaroid? Me encanta, me contestó. Empezamos a hablar sobre fotografía. Le conté que consigo engañar a la cámara. Retengo la distancia para obtener otra luz en un objeto secundario. Bioy se mostró de lo más interesado.
Diciembre de 1993
Llamé a Adolfito para darle mi pésame por la muerte de Silvina. Me gustaría hacerte un retrato, le dije. Me dijo que acepta.
Enero de 1994
Bioy vino a mi estudio en pasaje El Lazo. Vestía saco tweed gris y negro, como espigado. Llevaba sweater gris, y corbata y pantalón de franela grises. Lo tenía en las luces. Estaba blando, cálido, amistoso. Y entonces le dije: Siempre pensé en cómo me hubiera gustado ser amigo tuyo. Ahora lo somos, me contestó. Comencé a disparar mi cámara.
Carlos Gutiérrez
Mozo de La Biela, que frecuentó Bioy entre 1967 y 1994.
Mayo de 1967
Tengo 16 años. Estoy recién llegado de León, España. Me intriga ese caballero que me toca atender en la mesa 20. La mesa le pertenece. Siempre está bien vestido y sonriente. Está siempre bien acompañado.
Septiembre de 1975
Una señora quiso sentarse a la mesa del señor Bioy. Le expliqué que estaba ocupada. No hay nadie, me dijo. Le dije que estaba reservada. Pasó el rato y nadie la ocupó. No podía hacerle entender que la mesa está reservada, venga o no venga el señor, que nadie más la ocupa. Le damos trato preferencial, aunque él se conduzca como alguien común.
Agosto de 1994
Bioy entró a las 13, en punto. Lo noté desmejorado. Tiene dificultades para caminar. Se acercó sonriente, como siempre. Quiso saludar a todos. Hoy se metió en la cocina, hacía rato que no entraba a saludar, dijo. Lo ayudamos a sentarse. Le llevé el agua, como siempre. No toma otra cosa en el almuerzo. Qué metódico que es en el trato. ¿Se enojará alguna vez? Pidió carne, le gusta mucho. A veces pide pastas. Hoy se quedó tres horas. Lo interrumpieron un montón de veces mientras comía. Saludó a todos con la mejor sonrisa.
Silvia Renée Arias
Coautora de Los Bioy (Tusquets), junto a Jovita Iglesias, ama de llaves de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.
Enero de 2014
Estoy de visita en mi país. Como cada vez fui a ver a Jovita. Está en un geriátrico sobre la calle Sánchez de Bustamante. Está frente al Cemic, donde quince años atrás murió Bioy Casares, para quien trabajó por más de cuarenta años.
Fui con Tito, el único pariente lejano que tiene y la visita. Apenas podía hablar. Sólo alcanzó a llorar al verme. Su mente vaga muy lejos de nosotros. No es la Jovita que conocí. Queda su dulzura, su mirada bañada en lágrimas. Es increíble el parecido con Bioy en sus últimos años.
13 de septiembre de 2014
Pienso en mi última visita a Jovita. Recuerdo que al verla pensé en los poderes adivinatorios de Silvina, que a Bioy impresionaban. Cierta vez, yendo en barco a Europa, Bioy lo bautizó "la nave de los condenados". Se había corrido la voz de los poderes adivinatorios de Silvina. La gente hacía cola en cubierta para que ella le adivinara el futuro. Una vez Silvina le leyó las manos a Jovita. Le dijo: "Vas a tener una vida larga, pero torturada". Y no se equivocó. Jovita cumple hoy 89 años.
Juan Lázara
Editor de Antes del 900 y Años de mocedad, relatos del Dr. Adolfo Bioy Casares, publicados póstumamente a pedido de su hijo. Su familia fue y es vecina desde mediados del siglo XIX del campo de los Bioy Casares, Rincón Viejo, en Pardo, Las Flores.
Mayo de 1997
Llueve y el frío es invernal. Estoy en la casa donde Adolfito vivió con Silvina Ocampo, Posadas 1650. Mientras espero que me reciba, me detengo en un grabado de Piranesi, de una ruina clásica. Los antiguos monumentos romanos aun en su vejez guardaban la dignidad de su esplendor pasado.
Apareció Jovita y me acompañó hasta la habitación de Bioy. Estaba leyendo. Su salud decayó un poco. Quizás es por haber contemplado antes el grabado de Piranesi, pero encuentro que Bioy se parece un poco a un viejo cónsul romano y otro poco a un Séneca desahuciado.
Le entregué el libro editado de su padre, el Dr. Adolfo Bioy. Se puso a llorar como un adolescente desconsolado. Se cerró el círculo: el Dr. Bioy había promovido la primera obra de su hijo financiando su publicación cuando tenía quince años. Ahora su hijo, Adolfo Bioy Casares, setenta años después, difunde la obra de su padre con su fama ganada.
Fuente: lanacion.com