El nuevo libro de Eduardo Longoni, “Destiempos”, reúne series de fotos que revelan con belleza universos casi secretos de distintos puntos del país.
EL TORO Y LA CRUZ. Serie en Casabindo. |
Por Marina Oybin
No hay cámara intrusiva: nada evidencia de que ahí, entre algunos rituales potentes, compartidos, y otros privados, estuvo un fotógrafo. Es que las fotografías de Eduardo Longoni, todas en blanco y negro, tienen el singular encanto de acercarse al misterio. Eso es lo que uno encuentra en su libro de ensayo fotográfico Destiempos , publicado por Ediciones Larivière. Las cinco series fotográficas que integran el libro –diablitos del carnaval en la Quebrada de Humahuaca, el “toreo de la vincha” en Casabindo, lo que quedó de Villa Epecuén monjes de la Cartuja San José, menonitas de la colonia Guatraché– están acompañadas por textos de sus colegas Sara Facio, Ataúlfo Pérez Aznar, Abel Alexander, Marcos Zimmermann y Juan Travnik.
No hay cámara intrusiva: nada evidencia de que ahí, entre algunos rituales potentes, compartidos, y otros privados, estuvo un fotógrafo. Es que las fotografías de Eduardo Longoni, todas en blanco y negro, tienen el singular encanto de acercarse al misterio. Eso es lo que uno encuentra en su libro de ensayo fotográfico Destiempos , publicado por Ediciones Larivière. Las cinco series fotográficas que integran el libro –diablitos del carnaval en la Quebrada de Humahuaca, el “toreo de la vincha” en Casabindo, lo que quedó de Villa Epecuén monjes de la Cartuja San José, menonitas de la colonia Guatraché– están acompañadas por textos de sus colegas Sara Facio, Ataúlfo Pérez Aznar, Abel Alexander, Marcos Zimmermann y Juan Travnik.
En Deán Funes, Córdoba, Longoni se metió en el enigmático universo de los monjes cartujos, una estricta orden católica fundada por San Bruno en 1084. En 2010, convivió con los monjes durante diez días. Fue la primera vez que la cartuja de Deán Funes, el monasterio más rígido del país, abrió sus puertas a un laico durante tanto tiempo. La orden impone clausura y voto de silencio. Longoni siguió las reglas de los monjes al pie de la letra: se avino a la implacable rutina y participó en las ceremonias. En ese silencio, como si fuera un cartujo de la orden, vivió en una celda de clausura. Las fotografías de Longoni acercan a un universo religioso hecho de susurros y silencio. En el monasterio, entre la luz escenográfica, asoman las capuchas de los monjes: no se ven expresiones ni rostros. Sólo la luz envolvente como tiniebla. Las posturas sigilosas.
“Logré que mi presencia empezara a pasar desapercibida a fuerza de estar varios días mezclado entre ellos. Poco a poco, mi cámara fue impresionándolos menos, hasta volverse casi familiar”, recuerda Longoni.
Fue muy distinto su trabajo en el carnaval de la Quebrada de Humahuaca. Se agota la olla de chicha. Exultantes, los diablitos no paran de bailar. Son nueve días a puro carnaval para exorcizar penas y desconsuelo: y, sí, parece que las huellas de la tristeza se empiezan a borrar. Lujosos, los diablitos se recortan en el paisaje de cactus de la quebrada. Y sigue la fiesta.
Los diablitos son espíritus carnavaleros que impostan la voz: nadie debe reconocerlos. Longoni hizo pie en Uquía, un pueblito en la Quebrada de Humahuaca con una pequeña capilla con extraordinaria colección de pinturas de ángeles arcabuceros. Allí, el fotógrafo participó de varias “invitaciones” de la comparsa Los Alegres de Uquía. Hubo agasajo a pura chicha, fiesta en las calles, música, danza y alegría compartida. Ese tiempo carnavalero, festivo, exuberante, sagrado, se hace carne en las impecables tomas de Longoni.
EL SECRETO DE LOS MONJES. Serie en la Cartuja de Deán Funes, Córdoba.
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En Casabindo, un poblado de la Puna, se celebran otras fiestas, las de la Asunción de la Virgen. Conmueven las imágenes de la serie El toro y la cruz . Al rato de comenzada la procesión, las bombas de estruendo anuncian que arranca el “toreo de la vincha”, única y singular manifestación taurina que se realiza en Argentina. Aquí no se mata al toro: los improvisados toreros deben arrancar la vincha que lleva el animal para ofrendarla a la Virgen.
Después de las inundaciones, en Villa Epecuén (sudoeste de la Provincia de Buenos Aires) se terminó la vida: los habitantes debieron abandonar sus hogares y pertenencias. Sólo quedaron ruinas en la superficie de lo que alguna vez fue un centro turístico. Epecuén quedó sumergida en su salitrosa laguna. Cuando las aguas se retiraron, Longoni logró capturar un paisaje espectral en la serie El lugar de los Cristos lastimados . Estremece esa especie de Pompeya de nuestras pampas. El agua también ocupó la zona ribereña de la vecina ciudad de Carhué y entró en el cementerio. “Un día que amaneció con un manto de neblina visité el lugar: me impresionó que los cristos de las lápidas estuvieran arrancados y en muchos casos mutilados, les faltaban las piernas o los brazos, y muchas veces solo quedaba su sombra en las cruces de las tumbas”, recuerda Longoni. “Me conmovió mucho deambular por las calles de Epecuén al atardecer. Yo quería hacer algunas tomas nocturnas y como estaba solo, puse música a buen volumen en mi auto, lo dejé abierto y empecé a deambular con mi cámara por las ruinas. Con Las cuatro estaciones de Vivaldi de fondo, la noche fue cayendo. Recuerdo ese momento como un instante mágico de este trabajo”.
En 2011, Longoni también fotografió la vida que parece anclada en el pasado de los menonitas de la colonia de Guatraché, en el sur de La Pampa. Antes de llegar, se contactó con gente del lugar que lo ayudaron a entrar en la comunidad: “Es lo que denomino ingeniería fotográfica, todo lo que un fotógrafo hace previo a estar en el campo tomando fotos –señala–. Logré contactarme con una familia un poco más abierta, el hombre de la casa hablaba castellano y tenía contacto con el mundo exterior a través del comercio. Fue mi ‘salvoconducto’ para entrar en la comunidad. De todos modos, no fue fácil y a pesar de quedarme varios días con ellos, tuve ciertas restricciones”. Sin embargo, logró retratar el alma de esa colonia donde impera el silencio, el orden, las costumbres rígidas. Un trabajo imperdible.
Las tomas de Destiempos logran transformarnos en testigos privilegiados de realidades distantes, desconocidas, diferentes.
Fuente: Revista Ñ Clarín