LA GIOCONDA ESTÁ DOPADA




La Gioconda está dopada

Por Guido Carelli Lynch

La Gioconda está dopada. “Hacemos trampa, porque es la única obra del Louvre que goza de una iluminación que contrarresta los efectos de oscuridad de los barnices”, declaró el conservador del museo parisino, Vincent Delieuvin, al diario El País. Fue un poco más lejos, y sentenció que la obra más famosa del mundo “parece una muerta, gris y sin color”. La obra de Leonardo tiene fisuras y hay peligro de que se levante la pintura, según Deliuvin que aboga por una restauración idéntica a la de Santa Ana, la Virgen y el niño , que él coordinó.
Ese lifting artístico valió la renuncia del jefe del departamento de Pinturas del Louvre Jean-Pierre Cuzin y de la antigua directora del Instituto Francés de Restauración de Obras de Arte Segolene Bergeon Langle. Cuzin, quien había dicho en 1998 que “cambiar el aspecto de la Mona Lisa es atentar contra la historia del arte”.
El Jefe de conservación del museo Vincent Pomarède le dijo a Clarín , en enero, que no hay ningún trabajo pedido. Quizá porque conoce su opinión Deliuvin propone que la restauración la ordene el Presidente de la República. Pura política. Acá, en China o en Francia.
Desde enero, el Louvre, le quitó edad a la Gioconda y la expuso junto a su gemela del Prado. En años anteriores se dedujeron cosas diversas, que el modelo era el amante de Leonardo o que la Gioconda estaba en período de lactancia.
Nunca nos dijeron lo más importante, lo evidente: la Gioconda está dopada, pero –como la pelota– no se mancha.

Fuente texto: clarin.com

IMÁGENES DE "EDIPO REY", EN EL TEATRO COLÓN


Puesta en escena del "Edipo Rey", en el teatro Colón, actualmente en cartel...



 FOTOS DE "EDIPO REY" ( de Colombaroli)

















Edipo (Oedipe)

Ópera en cuatro actos (1936)
Música de George Enescu
Libreto de Edmond Fleg, basado en Edipo Rey y Edipo en Colono de Sófocles Coproducción del Teatro Colón de Buenos Aires con el Teatro Real La Monnaie de Bruselas, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y la Ópera Nacional de París
Estreno argentino
Director musical: Ira Levin
Concepto: Alex Ollé (La Fura dels Baus)
Dirección de escena: Alex Ollé y Valentina Carrasco
Principales intérpretes: Andrew Schröder / Natasha Petrinsky / Robert Bork

Martes 29 de mayo (GA), viernes 1 (ANT), domingo 3 (AV) y martes 5 de junio (ANN)


ENCUENTRAN UN TEXTO INÉDITO DE GÓNGORA


 
El manuscrito, que data de 1597, es una declaración que el poeta realizó ante el Santo Oficio, en la que acusa a un inquisidor de tener una amante.


Velázquez: 'Retrato de Luis de Góngora' (1622)

La Biblioteca Nacional de España presentó esta mañana un texto inédito del Luis de Góngora, uno de los máximos referentes del Siglo de Oro. El manuscrito, que está fechado en 1597 y fue descubierto por la hispanista Amelia de Paz, es una declaración que el poeta barroco presentó ante el Santo Oficio, en la que acusa al inquisidor Alonso Jiménez de Reynoso de mantener una “muy pública y escandalosa” relación con doña María de Lara.
“El contenido de este texto es insólito. Estamos acostumbrados a leer a un Góngora severo y serio. En este documento se nos aparece un Góngora simpático y guasón, más cercano al estilo que marca en sus poemas. Además esta testificación ante el tribunal nos muestra muchos detalles de la vida cotidiana de Góngora que no eran conocidos”, comentó de Paz en una entrevista que le realizó el periódico ibérico El País.
En el manuscrito, que es el primer texto relevante que se encuentra del autor de Soledades desde el Siglo XIX, Góngora describe con un lenguaje más llano y menos rebuscado que en sus obras y poesías los encuentros entre Reynoso, que era un antiguo amigo suyo, y su amante. De Paz está investigando la vida del religioso cordobés con motivo de dilucidar que fue de él y que pudo inspirar la traición del poeta, que, según la académica, aparenta ser una venganza.
 Dramaturgo y poeta, Góngora fue uno de los máximos exponentes del Siglo de Oro - como se denomina al período de apogeo de la cultura española entre los siglos VXI y XVII- junto a Francisco de Quevedo, Pedro Calderón de la Barca, Félix Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Sor Juana Inés de la Cruz y Tirso de Molina, entre otros.  


Primera página del manuscrito de Góngora / Acción Cultural Española




Fuente: infobae.com


LA IMAGEN DENTRO DE LA IMAGEN



"La fascinación que ejerce la fotografía tiene su anclaje en la necesidad de la ilusión del ser humano", dice la autora sobre la muestra "(Pantallas)" recientemente inaugurada en la galería la Ira de Dios.

La fascinación que ejerce la fotografía tiene su anclaje, en gran parte, en la necesidad de la ilusión del ser humano.
El filósofo español Enrique Lynch asegura que “la vida en la ficción, ilusionados, es la única posible, la única que nos proporciona alivio frente a la certeza de la muerte y esa especie de revelación que es la mayor de todas las ilusiones: la ilusión del sentido donde conviven en inverosímil confusión las mayores patrañas y las verdades mas necesarias”. De una premisa similar parten Gabriela Schevach y Ariel Authier, en su muestra (Pantallas) recientemente inaugurada en la galería la Ira de Dios.
Utilizando el punto de vista invertido (contrario al de la perspectiva instaurado en el Renacimiento), el objeto nos devuelve la mirada, situando el punto de fuga dentro del cuadro y no en el infinito. En el medio de esta interacción, se cruza en un plano invisible, ese plano-pantalla al que se refieren los artistas, una superficie imaginaria donde suceden las operaciones simbólicas de proyección e identificación entre observador e imagen. Para ello se valen de reflejos y de imágenes especulares poco perceptibles a la primera mirada ingenua. Dentro de los ojos de un perro de cerámica o dentro del mismo dispositivo de la cámara fotográfica se encierran escenas de crímenes inverosímiles y estereotipados, fantasías de lo intangible, relaciones con lo ilusorio. La imagen dentro de la imagen, el ojo del panóptico, son algunos de los recursos que Schevach & Authier utilizan para afirmar que la imagen es sólo superficie. Y a diferencia con lo surreal, el engaño se hace visible, dándole ese toque de humor necesario a lo que puede pecar de analítico. Recuerdo el monólogo de Segismundo, de la obra de teatro de Calderón de la Barca, “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
(Pantallas) confirma que Calderón sabía mirar y que la fotografía sigue siendo increíblemente maravillosa.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LA DICTADURA DEL WORD



¿De qué manera las nuevas tecnologías pueden modificar la estética de un texto?
Redes sociales, “vooks” y el futuro de la materialidad literaria.


Por Federico Kukso

Se cuenta que en algún momento de 1882 Friedrich Nietzsche sucumbió ante la moda tecnológica de por entonces y se decidió a comprarse un nuevo invento que cambiaría su vida: una máquina de escribir. La vista le fallaba al filósofo alemán. Mantener los ojos pegados a una hoja se había vuelto una tortura y temía que en algún momento se vería obligado a decirle adiós a la escritura. Hasta que un día el artefacto –una bola metálica de cincuenta y dos teclas, modelo Malling-Hansen– llegó a su casa de Génova. Y lo salvó. Una vez que dominó su secretos, Nietzsche podía escribir con los ojos cerrados. Las palabras volvían a fluir de su cerebro al papel. Pero algo sutil ocurrió en el medio. Como le señaló su amigo Henrich Köselitz en una carta, la prosa nietzscheana se había vuelto telegráfica, aforística, los argumentos extensos habían sido reemplazados por juegos de palabras. “Tenés razón –le respondió Nietzsche–. Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos”.
Aunque nadie sabe con exactitud qué cambios químicos y eléctricos sufrieron las neuronas de Nietzsche cuando sus dedos martillaron por primera vez esas teclas, la anécdota tecnoliteraria sirve para exponer aquello muchas veces dado por sentado en el campo literario, aquello mantenido tras una cortina, en la oscuridad: cómo las llamadas tecnologías intelectuales de una época –de las tablillas cuneiformes a las computadoras y al Kindle– guían, moldean sin que nos demos cuenta nuestros pensamientos y las diversas formas que tenemos de expresarlos.
Si bien nunca fue declarada, en la historia de la literatura la guerra fue ganada por los puristas y perdida por los materialistas. Ferias, charlas, congresos, revistas literarias, uno tras otros celebran al autor-puro, aquella fuente de la que emanan historias que nos envuelven y encandilan. Sin intermediarios. Aunque en realidad la historia es otra: entre el cerebro creativo del escritor y el producto táctil de su pensamiento que tomamos entre las manos y nos hipnotiza en la cama o en el colectivo, hay no solo traductores, editores y correctores a los que se invisibiliza como si nunca hubieran estado ahí. También están las herramientas de su producción. En los últimos 25 años, las computadoras, sistemas operativos como Windows, y el teclado QWERTY (aquel que utilizamos usualmente) impusieron un estilo, encendieron la chispa de una revolución narrativa. Mientras que la máquina de escribir obligaba al escritor a seguir una sucesión espacial –primero una línea, luego otra– y a adaptar su cuerpo al esfuerzo mecánico (el esfuerzo de los meñiques al presionar la Q o la A), las computadoras abrieron las puertas a una escritura sincopada, de a intervalos, permitieron reconstruir y alterar un texto (sin tener que romper la hoja), corregir, copiar y pegar. La literatura se volvió un remix. Leemos literatura sampler. ¿Qué hubieran escrito Proust o Joyce en una PC, en un iPad, en un archivo .doc?
“Las tecnologías no son meras ayudas exteriores, sino también transformaciones interiores de la conciencia sobre todo cuando afectan a las palabras”, señaló en su momento el historiador y lingüista Walter Ong. O sea: además de abrir posibilidades y extender nuestros sentidos, las tecnologías imponen limitaciones y detonan al pensamiento.
Como subraya el estadounidense Matthew G. Kirschenbaum en Track Changes: A Literary History of Word Processing, nadie valora lo suficiente lo que el procesador de texto Word (y versiones similares) y la tecla “Delete” (o Supr) hicieron y hacen por la literatura universal. O cómo incitaron que fueran escritas cierto tipo de novelas y no otras. Así como el reloj mecánico cambió la forma en que concebimos el tiempo, así como los mapas alteraron nuestra noción de espacio, o así como el telescopio trastocó nuestra concepción del universo, herramientas como el lápiz, la máquina de escribir, la computadora alteraron sin que lo advirtiéramos nuestras formas de narrar.
Todos sabemos que a las tablillas de arcilla le sucedieron las de cera, los papiros y los códices, que a su vez precedieron a los libros que actualmente atraviesan una acelerada metamorfosis hacia el libro digital. Sin embargo, se obvian los pequeños grandes cambios producidos por las innovaciones tecnológicas como si un autor como Paul Auster pudiera haber escrito La invención de la soledad con una cuña y una tabla de arcilla en vez de hacerlo en su máquina Olympia que tanto halaga en La historia de mi máquina de escribir.
En casi 20 siglos, la estructura, estilo y finalidad de las obras literarias evolucionaron al ritmo de cambios tecnológicos no tan ínfimos. Durante la época de los griegos, por ejemplo, la escritura estaba dirigida tanto a la vista como al oído. Los textos estaban escritos en rollos alargados y continuos y resultaban incómodos de leer y más incómodos aún de escribir. La mayoría de los ciudadanos  alfabetizados preferían que sus esclavos les leyeran. Además, los signos de puntuación más básicos fueron inventados recién cerca del 200 a.C. por Aristófanes de Bizancio, aunque persistió durante siglos el estilo de escribir en mayúsculas sin espacios, sin puntos. Durante la Edad Media, los escritores dictaban sus obras a sus escribas. Y recién cuando la introducción de los espacios entre palabras hizo la escritura más fácil, los autores comenzaron a escribir ellos mismos en privado, con lo que esto trajo aparejado: obras más personales, contestatarias, argumentos más desafiantes. La novela, al menos estructuralmente, evolucionó en los códices, no en los pergaminos.
Es cierto: pese a que abundan en la actualidad estudios neurocientíficos que aluden a la neuroplasticidad del cerebro y cómo nuestro hardware mental es capaz de adaptarse fácilmente a la experiencia y a la tecnología que nos rodea –como lo relata Nicholas Carr en Superficiales: ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes?–, no existen investigaciones tan extensas que certifiquen cómo las nuevas tecnologías instauraron una forma distinta de contar en cada tramo de la historia.
Aunque cualquier filólogo amateur lo reconoce: más allá de las diferencias histórico-culturales y hasta las divergencias personales que separan a un autor de otro, una obra del siglo XIV es distinta a otra del siglo XIX, así como el Nietzsche que escribió La visión dionisíaca del mundo en 1870 no es el mismo Nietzsche de Más allá del bien y del mal (1886). Y ahora lo sabemos: entre Charles Dickens y Martin Amis, hay una diferencia.
La actual migración de los libros de su esencia material –papel, átomos, el libro como objeto– a su estancia digital –en tablets, bits, el libro como aplicación– resulta una oportunidad única para que los detectives de las transformaciones provocadas por las metamorfosis tecnológicas puedan analizar in vivo cómo la escritura muta. Una vez más.
Caprichosamente, desde la irrupción de los e-books y desde la coronación del Kindle en 2007, el foco del “futuro de la literatura” estuvo siempre sobre la lectura (como en las traiciones del soporte). Sin embargo, poco se ha hablado o pensado sobre su reverso: la escritura. ¿Cambiará el Kindle la forma en que los autores escriben sus novelas? O, más aún, ¿cómo influye nuestro nuevo ecosistema informacional –Twitter, Facebook, celulares– en el proceso de producción de una novela?
Las respuestas concisas y confiables escasean. Los experimentos, en cambio, abundan tanto como la futurología. Por ejemplo, luego de los ensayos plomizos de la llamada narrativa hipertextual –que vino a romper con la linealidad de la literatura clásica y abrazó al link como su mesías durante los noventa–, en Japón se impusieron en los últimos años las keitai-shosetsu, o “novelas de pulgar” dirigidas exclusivamente para ser leídas en celulares. Como la comida chatarra, la ficción celular atrapó a los adolescentes –cuyos ojos leen a la velocidad del videojuego, el manga y el animé– tanto por su tono melodramático y crudeza sexual como por su inmediatez. Quizás lo interesante no sean los millones de yenes que mueven, sino los sacudones culturales que inducen: las novelas keitai están provocando que más lectores jóvenes prefieran la escritura horizontal a la tradicional escritura vertical japonesa.
En el caso del Kindle (y sus clones), se cree que la nueva literatura surgirá una vez que los libros dejen de ser obras transplantadas, que, por afán editorial y gusto del lector que viaja liviano, saltan como paracaidistas a las pantallas sin sufrir alteraciones en el proceso. Una vez que los autores comiencen a escribir pensando exclusivamente en estos nuevos soportes (con sus respectivas gramáticas de lectura), quizás nazcan nuevos engendros literarios.
La irrupción de la nueva materialidad literaria (o inmaterialidad, en el caso de los e-books), sin embargo, no será la única responsable de la metamorfosis que, se supone, se avecina. Tampoco se trata de un enroque entre tinta y píxeles sino de una profunda transformación: Internet y las computadoras son más que herramientas que hacen lo que les ordenamos. Son máquinas que ejercen sutiles influencias en nuestro pensamiento. Los blogs aceitaron nuestras habilidades argumentativas. Facebook estimuló nuestra vocación exhibicionista y su reverso, el voyeurismo. Twitter nos adoctrinó en la brevedad e incitó nuestra catarsis verbal (todo lo que se pueda decir será dicho). Si el presidente argentino del 2065 en estos momentos tiene cuenta en Facebook y en Twitter, ¿cómo y sobre qué escribirá la estrella de la literatura de la segunda mitad del siglo XXI?
Hasta que llegue ese día y lo confirmemos, lo cierto es esto: Internet –querramos o no– está alterando la presentación, la narrativa y la estructuras de cierto tipos de libros. Y ya hay editoriales que auguran que el modo en que los libros se escriben y se presentan cambiará drásticamente. Editoriales como Simon & Schuster ya están experimentando con vooks: novelas electrónicas con videos incrustrados entre sus páginas.
El escritor y conocido teórico Steven Johnson imagina que las novelas se llenarán de acción y los llamados puntos de quiebre se situarán mucho más al principio. Ya que el Kindle y otras tabletas recuerdan donde uno dejó de leer –hecho del que está al tanto Amazon–, editores y publicistas le insistirán a los escritores que de ahora en adelante no dejen pasar muchas páginas para soltar la primera revelación de una historia.
Además, esto será aún más acelerado por una nueva modalidad de compra y venta: las editoriales se están dando cuenta de que quienes leen e-books (y los pagan, claro), además de valorar la trama sobre el estilo, deciden su compra luego de leer una muestra gratis de cierta obra. Por ende, si en las primeras páginas hay más giros, habrá más ventas.
Pese a que desde la segunda década del siglo XX, teóricos y escritores vienen afirmando que la novela ha muerto, nadie que se considere serio cree que las grandes obras de la literatura se volverán fósiles de un día para el otro. A lo sumo, perderán su centralidad en la cultura. Los párrafos, tal vez, vengan acompañados por etiquetas descriptivas para salir listados bien arriba en los buscadores y así atraer la atención de lectores voraces que también tendrán la opción de comprar capítulos individuales por 99 centavos de dólar como ocurre actualmente con las canciones en la tienda iTunes de Apple. Como ya ocurrió con el CD, muchos libros se fragmentarán para convertirse en otra cosa, un nuevo remix literario.
Hay incluso quienes piensan que la nueva literatura digital no será un acto individual, algo así como lo que viene haciendo desde el año 2000 el colectivo Wu Ming, un grupo de escritores italianos que trabajan de forma colectiva.
Todo esto, en definitiva, vuelve a hacer pensar –otra vez– sobre la figura del autor. Quizás, para que la novela sobreviva, ciertos escritores deberán volverse ludditas (George Steiner escribe con una pluma Waterman). O hacer como Jonathan Franzen que despotrica contra los e-books y Twitter.
“Me encanta que ahora una canción cueste exactamente lo mismo que un paquete de chicle y dure el mismo tiempo hasta que pierde su sabor”, dice el personaje de Richard Katz en la novela Libertad de Franzen. Tal vez los e-books, aquellos animales raros, seres fantasmales, transiten próximamente por el mismo camino.


Fuente: Revista Ñ Clarín

UN VAN GOGH GIGANTESCO, DESDE EL AIRE





LA FOTO DEL DÍA: Imagen aérea en la que se aprecia un retrato de Vincent van Gogh, hecho con madera y plantas en Nuenen, Holanda. El retrato, de 68 por 81 metros, se encuentra junto al molino de viento de Roosdonck, que Van Gogh pintó en su momento.
FOTO EFE.

Fuente: TN

SOBRE UN ESCULTOR PARA VER Y LEER



PLÁSTICA › OMAR ESTELA: ANTOLOGÍA RETROSPECTIVA Y PUBLICACIÓN DE UN LIBRO

El artista presenta una impactante exposición antológica, con piezas de distintas etapas de su vida, y también un libro, donde reúne su obra y sus textos, agudos y provocadores. Algunas definiciones sobre el oficio.

Cráneo en mármol, 2001/11, de O. Estela, 165 x 90 x 110 cm.
Por Omar Estela *

Siempre busco, en el hecho de definir la escultura, una forma de acercamiento conceptual. Es una de esas imágenes inasibles. La percibo como a una lengua primitiva, con una vitalidad difícil de descifrar. Puedo estimarla como un oficio, el desarrollo de un ritual pagano, por ello más sagrado, verdad que hace del escultor un oficiante, una rara avis en un galpón, un ser bastante infrecuente en cuanto a su desarrollo, alguien que trabaja, piensa y tiene ensueños de obrero en espacios de obrero, con suciedad, con riesgos laborales de obrero, con jornadas parecidas, que va a la ferretería industrial y no se provee en la librería artística y, como los obreros, termina cansado físicamente, con el ánimo de los que sienten que trabajando pierden la sustancia de desdicha que los compone.
El escultor afirma la dignidad del trabajo, se realiza en el hacer y lo hace distante del concepto monetario. Aquí hay otro parecido con lo obrero: el obrero y el escultor trabajan por fatalidad, porque tienen que hacerlo, no tienen opción ni posibilidad de especulación. También saben que la duración del gesto trabajador es la más plena de las duraciones, intuyen la propia profundidad de la materia y en su hacer se totalizan. Se saben parte constitutiva de la realización del ente social. El escultor desarrolla elementos aparentemente opuestos, trabaja con las manos pero también con energías imaginarias. Además, el oficio le exige estado físico, condición proletaria que, por lo general, los artistas no cultivan.
El escultor se da al trabajo como el marinero al mar. Esta es una imagen absolutamente favorita para mí.
En lo contemporáneo ocurre una situación bastante particular, y es la posibilidad de trabajar en forma individual y a gran escala con todas las facilidades de la asistencia tecnológica. Y además no en función de encargos. También nos permite ausentarnos de cofradías o sectas y seguir existiendo. No es necesario pertenecer a una religión, a un grupo político, étnico o de género: hoy se puede ejercer esta soberanía que, sin ser ingenuos, es mayor si se tiene el coraje o se apela a la locura para utilizarla. Cada uno puede construir el modelo de escultor que quiera llevar adelante, si se es más o menos hábil o técnico, si se tienen mayores o menores capacidades para defender la obra y, por ende, las ideas propias acerca de qué es la escultura, qué es obra, qué es ser escultor, qué se espera como retorno.
Vivimos inmersos en esta actividad con una carga de ideas y sentimientos propios de otra época. En el mejor de los casos y en el peor también, son una construcción que favorece a algunos. Los artistas luchamos contra gente mentalmente ornamentada como filósofos. No hay olimpíadas semánticas donde se destaquen los países periféricos.
Si se aspira a ser artista, hay que ejercitar las agallas. Es en lo artístico donde se desocultan entes y donde más se evidencia esta necesidad, porque hay que enfrentarse a dinámicas profundamente obcecadas si se quiere producir una obra con la que el artista esté conforme –y la palabra “conformar” tiene que ver con “formar”, y “formar” con la palabra “forma”–. Se trata de darle forma a tu obra y que esa obra sea más tuya que un producto de lo que has visto, de lo que se sabe que funciona. Aquí aparece otra definición posible de la escultura, junto con la noción de no levantar falso testimonio. Pienso en no levantar falsas esculturas. La obra como testimonio tiene todas las exigencias inherentes del manifestar, es una más de las razones por las que la escultura contiene aspectos sagrados, en oblicua alusión a lo religioso.
Definir las cosas implica saber qué son o por lo menos aproximarse a ese conocimiento, definir es una de las formas de nombrar. No sé si es verdadero que el hombre piensa con palabras, pero sí es seguro que recorre los caminos más trillados usando las mismas sendas o trillas, los mismos conceptos. Así es poco probable que llegue a nuevos escenarios, ubicado en este lugar parece casi imposible la creación, forzar el cambio, descubrir lo que está entre los cuadros de la misma película. En el mejor de los casos podremos rediseñar o reinventar, pero a lo artístico se le exige más. Estamos hartos, harto cansados del diseño, de la obra que se construye a partir de obra existente, de públicos predestinados, de necesidades que satisfacer. La propuesta actual ordena encolumnarse y mostrar trofeos; los que zafan son sublimes o caen en el ridículo, pero darse cuenta de que la obra no es diseño ni es invento es el comienzo del oficio de escultor.
La escultura es una construcción que te hace intuir que lo sagrado sigue existiendo. Lo sagrado es lo que vincula con la preñez, con la función primordial de las cosas. Un ejemplo alusivo: el ser humano tiene una capacidad creativa en su sexualidad y ésta es lo que más lo aleja de la soledad. El deseo sexual nos hace necesitar y sentir al otro, pero queremos una sexualidad sin riesgo, cuando es el riesgo lo que hay que proponerse para vincularse con el otro. El otro es siempre un riesgo que pone a prueba nuestras agallas. Lo sexual es de las primeras obras en las cuales se puede hacer la propia o transitar la de todos. ¿Qué se puede saber del sexo si siempre se lo realiza con la intermediación del miedo? Lo fundante está en lograr preguntar las cosas de manera original, en saber formular las preguntas. Un problema bien definido deja de ser un problema.
Paradójicamente, en lo contemporáneo hay una disparidad entre lo sutil en algunos niveles y lo grosero en otros, conviviendo además sin aparente dificultad. Pareciera que razonar está más dirigido a justificar que a descubrir. Existe una falta de propensión social por la veracidad, una falta de ánimo institucionalizado. Tal vez sea ésta una más de las razones de la declinación de nuestra sociedad. Y lo que da zozobra es que el discurso opuesto es en muchos casos épicamente conservador, y por miedo a no parecer conservador se termina en situaciones de liviandad. Entiendo que por lo menos hay que animarse a correr el riesgo, sobre todo si la actividad que uno desarrolla es constitutiva de la entidad social, como lo es la actividad artística.
Ejercitar una sexualidad es como pensar la vida, el artista se aproxima a ella por caminos aparentemente secundarios, tal vez porque es inabordable de frente, como una gran ola. Otra definición posible de escultura dice que realizarla hace sentir la presencia de lo grávido. La escultura supone un hecho erótico, es una revelación que provoca un extrañamiento, una percepción de desarraigo.

La muestra antológica de esculturas de Omar Estela se puede ver en el Palais de Glace, Posadas 1725, hasta el 3 de junio.

* Escultor. Texto incluido en el libro Esculturas-Omar Estela, distribuido en estos días por Asunto Impreso.



Fuente: pagina12.com.ar