ABANDONO DEL PATRIMONIO EDILICIO



Espacio público desprotegido / Deterioro de lugares históricos
El Palais de Glace y la sede de la Secretaría de Cultura de la Nación, en Recoleta, son un claro ejemplo


Grafitis por doquier en el Palais de Glace, sobre la Avenida del Libertador. / Foto Pilar Bustelo

Pablo Tomino
LA NACIÓN

Varios edificios de valor histórico de la ciudad, emblemáticos por su importancia arquitectónica, cultural y social, y que están al cuidado del gobierno nacional, muestran hoy un deterioro que es motivo de numerosas quejas. En la lista se apuntan desde el mismísimo Cabildo, desdibujado en su fachada con viejos grafitis, hasta el tradicional Palais de Glace, entre otros sitios desmejorados, como El Palacio de las Aguas, en Córdoba y Riobamba, y hasta la Secretaría de Cultura de la Nación, en la avenida Alvear 1690.
Por caso, el Palais de Glace, un histórico centro de exposiciones enclavado en el corazón de la Recoleta, tiene hoy un visible abandono. Y quedó en evidencia, más aún, en una zona en la que en los últimos dos años mejoró sensiblemente con la remodelación de la plaza Francia, donde se construyeron veredas y se sembró césped.
Paredes descascaradas, pintadas con grafitis y visibles parches de revoques de cemento, en tres caras de la estructura son los signos del abandono que muestra el Palais de Glace, que sólo conserva una aceptable imagen en su fachada, sobre la calle Posadas.

Las huellas de las diferentes manifestaciones sobre el frente del Cabildo.

Este tradicional sitio fue inaugurado en 1910 para albergar una pista de hielo de 21 metros de diámetro, como parte de un club que reunía a las familias adineradas de la ciudad. Tiempo después fue convertido en un salón de baile por donde pasaron muchas de las grandes orquestas de tango de la década del 20.
En 1931 la Municipalidad de Buenos Aires le cedió el predio al Ministerio de Educación y Justicia de la Nación, que lo convirtió en sede de la Dirección Nacional de Bellas Artes. En 2004 un decreto del Poder Ejecutivo Nacional declaró a este edificio monumento histórico nacional, pero su cuidado es por lo menos cuestionable. Inclusive, cuando LA NACION recorrió en la periferia, tenía tres vidrios rotos.
Alberto Petrina, director nacional de Patrimonios y Museos, explicó: "Las mejoras que se adeudan en el Palais de Glace integran un proyecto integral de revalorización del edificio que la actual gestión inició en 2010 y que, por su complejidad y costos, se ha dividido en etapas. Hoy se está trabajando sobre la restauración del acceso sobre Del Libertador que se terminará el 10 de marzo. Y luego se continuarán con las obras previstas".
En la zona de la Recoleta, emblemáticos edificios bajo tutela del gobierno nacional están en la mira de los vecinos. El mismo edificio de la Secretaría de Cultura de la Nación, sobre la avenida Alvear, se advierte deslucido y desmejorado en su exterior.
En ese sentido, Petrina reconoció la situación, y dijo: "El interior del edificio se mantiene razonablemente; como los fondos destinados a la restauración y cuidado de los edificios de valor patrimonial no son ilimitados, hemos preferido reasignar partidas a otros monumentos históricos nacionales que cumplen funciones museológicas, como la casa natal del presidente Sarmiento, en San Juan".

Una familia muy instalada sobre un costado del Museo Nacional de Bellas Artes.

El Museo de Bellas Artes, en la Recoleta, que sí fue remozado, es motivo de quejas vecinales porque unas nueve personas sin viviendas utilizan una de las paredes de este histórico sitio como morada de día y de noche. Quien debe asistir a las personas en situación de calle es el Ministerio de Desarrollo Social porteño.

La historia, desdibujada

El Cabildo es otro punto histórico que sufre las secuelas de las manifestaciones en la Plaza de Mayo. Grafitis y pintadas perduran allí en el tiempo, y lo curioso es que este lugar, visitado cada día por miles de turistas locales y extranjeros, no tiene una custodia para evitar que sea desmejorado. "El año pasado, tras recibir nuevos grafitis contrarios al jefe de gobierno de la ciudad [Mauricio Macri], los muros fueros deteriorados por parte de personal inexperto de la administración porteña. Al intentar borrarlos apresuradamente, al utilizar espátulas e hidrolavadoras hasta dejaron expuestos los ladrillos. Hoy estamos aplicando nuevas acciones de recuperación y la factura será dirigida a los responsables de la mala praxis", dijo Petrina.
Esta situación se repite en la Plaza de Mayo, escenario de manifestaciones que desde hace tres años tiene un campamento de soldados que lucharon en la guerra de Malvinas y no fueron reconocidos como ex combatientes. "Que esto ocurra acá, en el lugar más visitado de la ciudad, es una locura. En este campamento viven personas, con perros y hasta tienen una heladera; sacan energía de la calle para hacer funcionar los artefactos eléctricos", dijo Emanuel González, empleado en un organismo público y que también señaló la gran cantidad de grafitis pintados en el Cabildo. "Acá nadie cuida nada, así somos los argentinos", agregó.
En tanto, el pintoresco edificio de El Palacio de las Aguas, en la manzana delimitada por Córdoba, Riobamba, Viamonte y Ayacucho, se cercaron unas escalinatas que, según vecinos, afean el lugar.
Esto ocurrió hace más de un mes, cuando en las escalinatas que dan sobre la avenida Córdoba murió un adolescente de 15 años y fue enrejado por prevención. En AySA indicaron a LA NACIÓN que todo el edificio está en perfecto estado de cuidado y que ese enrejado es provisorio, pues se está construyendo un cerramiento acorde al estilo arquitectónico del edificio para cercarlo de manera definitiva, y así evitar que los adolescentes lo utilicen como lugar de pasatiempo.

El edificio de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, en Avenida Alvear y Rodríguez Peña.


DEMOLIENDO BUENOS AIRES



La grúa de una obra en construcción cayó sobre edificios linderos en Báez al 600, Las Cañitas, el 12 de este mes.

Pablo Sirvén
LA NACION

La grúa de una obra en construcción cayó sobre edificios linderos en Báez al 600, Las Cañitas, el 12 de este mes. Foto Archivo
Los extremos sociales, ricos y pobres, parecen haberse complotado para llevarle la contra a un conocido eslogan porteño ("construyendo Buenos Aires") al plasmar en la práctica una versión maximizada del clásico "Demoliendo hoteles", de Charly García, que sería "demoliendo Buenos Aires".
Avanzar por muchas calles porteñas equivale a mirar una dentadura infantil donde los dientes de leche se caen y en su lugar asoma una sonrisa pícara llena de agujeros. Percibir esas ausencias en medio de las hileras de construcciones, en cambio, se asemeja más a una mueca triste donde los espacios vacantes lloran melancolía por los edificios y casas de distintas épocas y procedencias estilísticas que ya no están.
En su eliminación, se llevan consigo para siempre fragmentos valiosos de la identidad de un barrio y sustraen referencias estéticas que conformaron buena parte de un paisaje visual, arquitectónico y cultural que impregnó nuestras vidas. La sensación es dual porque a la tristeza que provoca ver cómo desaparecen para siempre huellas de las generaciones que nos precedieron, se superpone la alegría de comprobar que la ciudad está viva y que la construcción, que tantas fuentes de trabajo demanda, atraviesa una nueva era de esplendor.
Pero todo crecimiento que no es racionalmente conducido, como un niño que es librado a sus propios instintos y caprichos, sin los cuidados de un mayor, se expone a más riesgos que felicidades.
Refiere Horacio Salas en su libro El Centenario (Planeta, Buenos Aires, 2009) que hace un siglo el historiador Enrique Ves y González vio con gran clarividencia lo que nos sucedería a los porteños de hoy en materia edilicia. "En el año 2010 -aseguraba- todo será completamente nuevo. Un habitante de la época actual apelaría en vano a sus recuerdos porque nada habría quedado en pie." Hasta aquí bastante acertado, pero se equivoca en las razones. "Esa demolición implacable -pretende adivinar- no tendrá el menor asomo de vandalismo. Habrán sido sencillamente exigencias imperiosas de las severas fórmulas de edificación."
Las noticias de los últimos tiempos relacionadas de una u otra manera con esa furia por demoler, que no encuentra límites, llegan hasta el exceso trágico: las habilitaciones irregulares, las inspecciones precarias y la vista gorda para que cada quien haga lo que le plazca con el acervo edilicio de la ciudad que ya produce víctimas y daños concretos, graves e irreversibles. Los muertos en el gimnasio de Villa Urquiza y en el boliche de la avenida Scalabrini Ortiz; la pluma que perdió sustento en Las Cañitas y cayó sobre edificios en los que provocó muy serios destrozos, pero milagrosamente ninguna víctima, y los tres balcones que se desprendieron de un edificio de Lanús Oeste son demasiadas evidencias de que algo no funciona bien. Es que la ansiedad codiciosa por lograr de cada metro cuadrado la máxima rentabilidad, en el menor tiempo posible, corre a mayor velocidad que la defensa del bien común.

Parte de los destrozos hechos por la grúa al caer.

No hay más que caminar un poco para ver cómo Buenos Aires se desprende aceleradamente de sus tradicionales ropajes para ponerse otros más convencionales y baratos, menos distinguidos, cuando no más feos. Viejas casonas, petit hoteles y casas chorizo son volteados aquí y allá, mientras otras tienen sus ventanas y puertas tapiadas con cemento y ladrillos para que ningún "okupa" anide dentro de ellas. Baldíos, empalizadas de lata con inscripciones que nos anuncian nuevos emprendimientos, camiones que van y vienen de tremendos pozos que hacen temblar o fisuran las edificaciones aledañas dan cuenta de un colosal movimiento de tierra que no es producto de ningún fenómeno natural, sino de la picota pertinaz del hombre que busca arrancar de cada solar la mayor ganancia.
Aunque hay varios organismos nacionales y de la ciudad creados para custodiar el patrimonio urbano, falta voluntad política para hacerlos funcionar a rajatabla, y pesan más los intereses económicos en juego. La Dirección de Interpretación Urbanística, que depende del Ministerio de Desarrollo Urbano porteño, aprueba qué tipo de intervenciones pueden hacerse sobre el patrimonio, privado o público, que esté protegido. Es su responsabilidad crear las APH (áreas de protección históricas) y catalogar edificios, monumentos o plazas. Hay, incluso, una norma temporaria que impide tirar abajo edificaciones anteriores a 1941.
"Deberían realizar un relevamiento del patrimonio de toda la ciudad, pero no hay intención de hacerlo -apunta Santiago Pusso, vicepresidente de la ONG Basta de Demoler, conocida por sus activas acciones para preservar edificaciones significativas-. El Ministerio de Cultura ha sido prácticamente relegado de las decisiones por la actual gestión, que es complaciente con la destrucción. A nivel nacional, es la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos quien regula sobre el patrimonio protegido, pero se ha mostrado inactiva en casos de demoliciones de patrimonio desprotegido, y complaciente y falta de autoridad en casos de patrimonio protegido, por ejemplo el Palacio de Correos." En efecto, quienes hayan pasado cerca del edificio (rebautizado por el kirchnerismo como Centro Cultural del Bicentenario) verá con horror cómo ha sido arrasada buena parte de sus maravillosos interiores hasta convertirlo en una suerte de cáscara vacía donde sólo quedan en pie las paredes externas y poco más.
El paisaje urbano se resiente. La proliferación de comercios y cartelería en plantas bajas trastocan el ecosistema residencial y a cambio brindan un aspecto de mercado persa en el que todo se entremezcla. El desorden avanza por las veredas y las calles: los acampes estacionados en paseos públicos con grupos en protesta ya no llaman la atención; macizos mojones intentan preservar de atentados como el de la AMIA; a los árboles les arman alrededor aparatosos corralitos de cemento o de rejas y hasta las bicisendas defienden sus estrechos territorios de los autos con gruesos cordones amarillos.
No por casualidad, la World Monuments Fund incluyó al casco céntrico porteño entre los "sitios en riesgo 2010", un listado de cien sitios culturales mundiales en peligro.
Las depredaciones arquitectónicas se dan en los extremos sociales, mientras la clase media se lamenta en voz baja o mira para otro lado: donde fluye el dinero en cantidad, los proyectos faraónicos de châteaux (con discutibles detalles de ornamentación y columnas y portales artificiales de escenografía hollywoodense), edificios con amenities (comodidades de lujo extras) y hoteles boutiques (chiquitos, pero con onda) ambicionan las mejores ubicaciones, no importa lo que haya que desarmar para lograrlo.
Donde el dinero, en cambio, falta para cubrir las necesidades más vitales, el instinto capitalista se abre paso salvajemente para usurpar terrenos y hacer realidad el sueño de ser propietario, acicateado por la morosidad de las autoridades en regular el uso del espacio público. Algunos no lo hacen para conseguir su primer techo, sino que son pobres que pretenden rentas miserables de otros más pobres. La Presidenta llegó a ponderar un verdadero absurdo: el crecimiento hacia arriba de la villa 31, en edificios de varios pisos muy precariamente construidos, que un día podrían venirse abajo como castillos de naipes.
Así, en una punta y la otra del arco social, la depredación se da a la vista de todos, espasmódica y anárquica, sin pautas armónicas con sus respectivos entornos, naturalizando que los derechos más elementales en materia de preservación de la ciudad sean arrasados con impunidad.
La ausencia de un criterio regulado por el Estado suplantó el eclecticismo tradicional de Buenos Aires (la rica fusión articulada de estilos arquitectónicos de distintas procedencias, que plasmaba en ladrillos nuestros orígenes tan diversos de variadas inmigraciones) por una suerte de cocoliche cada vez más venido a menos. Se ensancha la brecha edilicia entre pobres y ricos también geográficamente: los barrios de categoría se agrupan en el norte de la ciudad; el Sur se empobrece por la miseria ostensible o asordinada.

Más destrozos provocados por la caída de la grúa.

En el siglo XIX, a "la gran aldea" no la caracterizaba la belleza. Décadas de enfrentamientos, guerras entre el interior y Buenos Aires y una ley de capitalización que tardó sangre, sudor y lágrimas en salir determinaron que la "Reina del Plata" se desperezara muy despaciosamente antes de decidirse a crecer con brío y con pretensiones de reflejarse en el espejo europeo.
Una serie de felices coincidencias -la gestión en la municipalidad de Torcuato de Alvear, inspirado en el modelo francés y con la ayuda inestimable del creativo paisajista Carlos Thays; las políticas de Estado continuadas en el período 1880-1930 y el continuo ir y venir a París, por placer o para encarar estudios o negocios por parte de la más alta aristocracia porteña- tuvieron efectos monumentales sobre la arquitectura de la principal ciudad-puerto del país, que hacia el Centenario ya se enorgullecía de sus colosales palacios públicos y privados (los edificios del Congreso y Tribunales, el Teatro Colón, el Correo Central, las residencias suntuosas de las familias patricias). Así, al original estilo colonial español se fueron sumando los aires del neoclasicismo europeo con entremezcladas brisas francesas, italianas e inglesas. Esa exuberancia arquitectónica que fue adquiriendo la ciudad sumó después el Art Nouveau, el Art Déco y el racionalismo, entre otras corrientes arquitectónicas.
Cuando se pasan las páginas de los dos enormes volúmenes de Bustillo/Un proyecto de arquitectura nacional (Fundación YPF, Buenos Aires, 2010), que concentran la frondosa y esencial obra arquitectónica que legó al país el arquitecto Alejandro Bustillo (1889-1982), se aprecian postales entrañables y fácilmente identificables por cualquier argentino como el complejo Casino y Hotel Provincial, de Mar del Plata; el Centro Cívico y el hotel Llao Llao, de Bariloche; la sede central del Banco Nación, frente a la Plaza de Mayo; el Museo de Bellas Artes y tantas más. Se nota en Bustillo una idea fuerza que trasciende a cada uno de esos edificios. "La obra -solía decir- habla al que sabe verla, ella se defenderá por sí misma."
Marta Levisman clasificó el abundante archivo de diez mil dibujos y mil fotos de este arquitecto-artista-filósofo que vivió lúcido hasta los 93 años y que, como algunos de sus pares, concebía su profesión como la manera más ostensible de configurar la idea de un país en sus construcciones, cáscaras maravillosas que, mientras nos contienen, nos proyectan como sociedad hacia el mundo y hacia nosotros mismos.
Buenos Aires es un cuerpo lastimado que expresa, con sus crecientes tajos y heridas, el abandono desaprensivo y el saqueo de sus joyas arquitectónicas a la que la sometemos. Urge recuperar el sentido de sus grandes constructores y urbanistas antes de que los demolidos seamos nosotros mismos.


Fuente texto: lanacion.com

PERO CÓMO... ¿NO ERA EN UN OVERO ROSAO?

Decía Estanislao del Campo en el principio de su poema En un overo rosao:

En un overo rosao,
Flete nuevo y parejito,
Cáia al bajo, al trotecito,
Y lindamente sentao,
Un paisano del Bragao,
De apelativo Laguna,
Mozo jinetazo,¡ahijuna!,
Como creo que no hay otro
Capaz de llevar un potro
A sofrenarlo en la luna.
¡Ah criollo!, si parecía
Pegao en el animal,
Que aunque era medio bagual
A la rienda obedecía,
De suerte que se creería
Ser no sólo arrocinao,
Sino también del recao
De alguna moza pueblera:
¡Ah Cristo¡ ¡quién lo tuviera!
¡Lindo el overo rosao!

Esta foto de la joven fotógrafa argentina Loli Gallardo, inevitablemente me remite a los versos de Estanislao del Campo. Loli ha captado a un paisano recorriendo montado un típico pueblo de la provincia de Buenos Aires durante los festejos por un Día de la Tradición. Hasta ahí, todo marcha dentro de los carriles habituales, esperados. Pero... ¿vio bien Usted al montado de este paisano? Sí, sí, efectivamente... ¡¡¡es un vacuno!!! Varias cosas me hacen gracia de esta foto: la cara de circunstancias y la seriedad del jinete, la confianza absoluta que transmite en la mansedumbre de su montado y el gesto, la actitud y hasta la mirada de caballo que muestra el novillo. Es más, a este novillo, de la raza de origen británico Hereford, le veo la actitud de un típico caballo criollo, de los que descendienden de aquellos primeros caballos traídos a América por los conquistadores españoles.
La cara del jinete parece preguntar "qué tiene ésto de raro". Convengamos que es absolutamente inusual ver a un paisano montado en un novillo manso "de andar" y ensillado tal como se lo hace con un caballo.
Recuerdo, hace muchísimos años, haber visto en el rotograbado que publicaba el diario La Prensa de Buenos Aires, haber visto fotos de un hombre que en Inglaterra saltaba vallas montando un toro ensillado tal como cualquier caballo adiestrado para equitación y salto: con montura inglesa, filete, etc. Era como el caso que documenta esta foto, muy pintoresco. Se veían fotos tomadas justo en el preciso momento de saltar determinadas vallas. Y creo también que los editores de La Prensa deben haber visto el caso de aquel jinete montado sobre su toro manso saltando vallas como si fuera un caballo como muy, muy raro y que justamente por éso, decidieron incluirlo en el rotograbado dominical del diario.
Del jinete aquí documentado se me ocurre pensar que además de una gran paciencia para domar y amansar al vacuno que monta y para "hacerlo" para andar, que debe tener un gran sentido del humor.
Y me pregunto qué hubiera escrito Estanislao del Campo de haberse cruzado con este paisano de ley paseándose tan orondamente montado en su "vacunadura". Me disculpo por el neologismo, pero creo que no corresponde decir "cabalgadura".
..............................................................................................P. L. B.

PARA VER LAS FOTOS DE LOLI GALLARDO, VISITAR:



APENAS 5.000 AÑOS DE ANTIGÜEDAD




Esta foto sin fecha suministrada por el Hochbaudepartment de Zurich muestra una puerta de 5.000 años que los arquéologos consideran una de las más antiguas halladas en Europa.

AP Foto/Hochbaudepartment Zurich, Handout

MOEBIUS, EN LA FUNDACIÓN CARTIER DE PARIS



El artista francés Jean Giraud, más conocido por 'Moebius', posa en la Fundación Cartier de París, donde se puede ver la exposición sobre su obra hasta el próximo mes.

Reproducciones a gran tamaño de varios dibujos del artista francés Jean Giraud, más conocido por 'Moebius', en la Fundación Cartier de París, donde se puede su obra expuesta hasta el próximo mes de marzo.

Una mujer contempla una obra del artista francés Jean Giraud, más conocido por 'Moebius', en la Fundación Cartier de París, donde se puede ver su exposición hasta marzo de 2011.

Foto: Boris Horvat/AFP

LA FUERTE IMPRONTA ÁRABE




Unos turistas caminan por la Alhambra de Granada, un palacio y fortaleza en la que se instaló en el siglo XIII la dinastía árabe nazarí, dos siglos antes de la expulsión de los árabes, que habían llegado a la península Ibérica en el siglo VIII.

Foto: José Luis Roca/AF

EL MARROQUÍ FATMI EN LAS TULLERÍAS



La escultura 'Me gusta América', del artista marroquí Munir Fatmi (hecha con vallas para saltar a caballo), fotografiada en los jardines de las Tullerías, con el museo del Louvre de fondo, como parte del programa al aire libre de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (FIAC), que se hizo en París.

Foto: François Guillot/AFP