En el Museo Mitre habrá además conciertos y charlas
Silvina Premat
Verdaderas joyas culturales, como libros del siglo
XVIII, acompañadas por conciertos musicales, proyección de videos y
disertaciones referidas a los aportes sociales de los jesuitas, componen
la muestra Patrimonio Jesuita del Museo Mitre.
Se
trata de una treintena de libros escritos por jesuitas o que tienen a
sacerdotes de esa orden como protagonistas y que componen la Biblioteca
Americana del Museo Mitre, ubicado en San Martín 336, en pleno centro
porteño.
La programación comienza hoy, con un concierto de la
música que se tocaba y escuchaba en las misiones en el siglo XVI. Será a
las 18.30 en la Iglesia de San Ignacio (Bolívar 225) y estará a cargo
de los coros Capilla Musical y San Ignacio de San Ignacio.
La
apertura del exhibición en el Mitre se hará el jueves, día en el que se
ofrecerán disertaciones sobre la talla en madera del siglo XVII Cristo
de los Huarpes o Cristo del Seminario, y sobre la presencia de los
jesuitas en la provincia de Mendoza.
En las vitrinas se exhibirán
"libros comprados por Bartolomé Mitre luego de la expulsión de esa orden
de América latina", describió a LA NACIÓN Juan Eduardo Fleming,
presidente de la Asociación de Amigos de ese museo. Es decir, la mayoría
de ellos son anteriores a 1767, una época en la que, según recuerda
Fleming, las bibliotecas de las misiones jesuíticas contenían unos 2500
títulos y la biblioteca más ilustre del país, la de Tucumán, tenía
apenas medio centenar de libros.
Tesoros encontrados
Con
la curaduría del museólogo Hugo Martín, que incluyó grabados y
ampliación de acuarelas, la muestra exhibirá algunos tesoros culturales.
Entre ellos, se destaca el Lunario, escrito por el primer
astrónomo del continente americano, el sacerdote jesuita Buenaventura
Suárez, en el que previó los movimientos de la Luna desde el 1600 hasta
el 1900. Un avance científico notable y fruto del trabajo de sacerdotes y
guaraníes. Se sabe que en las misiones se pulían lentes para los
telescopios, por ejemplo.
También se exhibirá una edición de 1942 de Hacia allá y para acá,
el libro de Florian Pauque sobre su experiencia en la misión San
Javier, de Santa Fe, que contiene más de un centenar de acuarelas.
Entre
otras, también habrá obras de Bartolomé de las Casas, el mayor
cronista de las vicisitudes de guaraníes y jesuitas; de Guillermo
Furlong, y de José Sánchez Labrador.
El programa de la muestra,
que permanecerá abierta hasta fines de diciembre, se completa con una
agenda de encuentros vespertinos en el mismo Museo Mitre. Cada uno de
ellos será conducido por un especialista e incluye la presentación de un
libro sobre el papa jesuita La visión estratégica del papa
Francisco, el miércoles 25, con la participación de su autor, Jorge
Castro; Fleming, y el secretario de la Unión Mundial de Exalumnos
Jesuitas, Carlos Gianicolo.
En tanto, el miércoles 18, el
documentalista Sergio Raczko proyectará el video sobre la jurisdicción
jesuítica creada en 1509, llamada Paraquaria, y que abarcaba Uruguay, la
Argentina, el sudoeste de Brasil, el sudeste de Bolivia, Paraguay y
Chile.
El proyecto de la muestra surgió el año pasado cuando, con
ocasión de los 200 años de la restauración de los jesuitas, consultó la
Biblioteca Americana del Museo Mitre y se topó con "maravillas", como
llama a los libros incunables y documentos exhibidos.
"Mi interés
fue proyectar la importancia de los valores sociales, sin perjuicio de
los religiosos, que los jesuitas transmitieron a través de la
educación", dijo Fleming.
Luego de largos meses de espera y quejas de todo tipo y color por parte de los turistas ilusionados en conocer la famosa fontana, los 26 restauradores dieron fin a la obra.
La obra costó un total de 2.2 millones de euros y la financió la famosa firma de modas Fendi. La obra básicamente conformó la restauración de las esculturas, se instaló un nuevo sistema para que el agua fluya y no dañe los mármoles y se limpió en su totalidad.
Hay
obsesiones que de tan viejas y acendradas un buen día terminan
gobernándonos. Es por eso que sentí como un destino -y no un azar- que
una cuestión familiar me empujara finalmente hasta Ginebra. Esa ciudad
sin énfasis, despreocupada hasta de su propia identidad, pero misteriosa
por ser -como decía Borges- "la más propensa para la felicidad", me
permitía sepultar un antiguo desvelo: llevarle flores a su tumba en el
Cementerio de los Reyes y, en silencio, enfrentada a su sombra,
descifrar por qué eligió morir en la ciudad de Calvino. María
Esther Vázquez me había confiado antes del viaje que, al despedirse de
Bioy Casares por teléfono, Borges le había asegurado que "cualquier
lugar es bueno para morir". "Sólo pedía las dos fechas abstractas en su
lápida y el olvido", recordó. Pero hasta esa última voluntad resultó
paradójica como su obra: había dado instrucciones de ser cremado.Releí en el avión su libro Borges. Esplendor y derrota. Quería trajinar la ciudad con espíritu literario y evocación borgeana. Perderme como una flâneuse
por los pasadizos medievales de la Ciudad Vieja hasta llegar al 17 de
Rue Malagnou, donde entre los 15 y los 18 años se guareció con su
familia al desatarse la Primera Guerra. Esa biografía me ayudó a
planificar el derrotero: debía unir en bicicleta los siete puentes del
Ródano para recrear su trajín urbano un siglo atrás. Llegar hasta el
Collège Calvin, donde sus amigos, los polacos Jichlinski y Abramowicz,
en vez de burlarse de su tartamudez, como antes le sucedía en Palermo,
celebraban su erudición, aprendían a jugar al truco y lo entrenaban en
el francés. Hasta me impuse improvisar un picnic a la vera de ese "mar
calmo" que es el lago Leman y otear el Mont Blanc, la montaña más alta
de Europa, imán de sus escapadas familiares y fuente de inspiración para
los dibujos de su hermana Norah.
Fue durante su educación
ginebrina cuando Borges asomó a los autores que citaría incansablemente
después. Ante todo Schopenhauer, con un libro en particular que lo
deslumbró: El mundo como voluntad y representación. Luego, vendrían Chesterton , De Quincey, Conrad y Carlyle, y más tarde, con la sola ayuda de un diccionario, el Fausto y la literatura germánica. Suiza
fue también el escenario de su traumático debut sexual y la geografía
que le inspiró su único cuento romántico, "Ulrica". La máscara de Javier
Otárola como narrador sobrevino a partir de su arrobamiento por una
muchacha rubia y frágil que, al día siguiente de conocerlo, lo plantó.
Si su mundo fue, como él dijo, "un incesante manantial de sorpresas, de
perplejidades, de desdichas" y también de felicidad, los temas de su
literatura fueron "sueños dirigidos" surgidos de vivencias deformadas en
su infancia y temprana juventud. Por eso Ginebra fue, al menos, uno de
sus espejos.
Recorrí cada uno de esos escenarios con ilusión, pero
en ninguno hallé una referencia a nuestro escritor mayor. Su antiguo
hogar ya no existe, la explanada del lago Leman es un desfile del
cosmopolitismo ginebrino, y en las librerías no se consigue el grueso de
su obra. Quedan en pie, sí, su colegio, una calle lejana que evoca su
nombre, y un cartel anodino en una esquina de la Ciudad Vieja que
recuerda, como al pasar, que en el 28 de la Grand Rue vivió en sus
últimos meses de vida. La
gran excepción es el camposanto de Plainpalais. Allí, en el sepulcro
735, pegado a la tumba de Grisélidis Réal, "escritora, pintora,
prostituta (1929-2005)", una lápida en piedra gris de punilla, con su
nombre esculpido, la imagen de siete guerreros con sus espadas rotas y
un epitafio en inglés antiguo cuya traducción es "Y que no temieran"
señalan su morada. Un frondoso tejo -el árbol que por su longevidad es
símbolo de eternidad- derrama allí su sombra y sus frutos rojos y
maduros. Lo bautizaron If, como el poema de Kipling.
Al
acercarme compruebo que un joven porteño está recostado junto al
sepulcro. Escucha milongas y junta los frutos caídos del tejo. "Quizá
las semillas de éste árbol absorbieron algo de él -me dice-. Quiero
plantarlas en Buenos Aires."
El cementerio es un jardín cuidado
con senderos de grava, bancos y silencio. Acaricio su nombre en la
piedra y percibo el vaivén de otras miles de manos que pulieron la
lápida. Otra paradoja borgeana: en medio de su palpable soledad, Borges
rara vez está solo. Me inclino y me confieso. Imagino que alguien
responde: "Está solo y no hay nadie en el espejo".
Desempolvadas.
Mientras se encarece traer muestras del exterior, las colecciones
permanentes se mueven más que nunca y van al encuentro de nuevos
públicos
Foto:Juan Colombato
María Paula Zacharías
La Noche de los Museos
volvió a provocar ayer una peregrinación masiva en Buenos Aires. Pero
el movimiento no es sólo del público: crecimiento, conectividad,
dinamismo y flexibilidad también son signos de estos tiempos para las
colecciones de arte en todo el país. Ya no son patrimonios estancados en
trastiendas y muestras permanentes, que suelen ser apenas un botón en
comparación con lo que queda guardado en depósitos. Por eso se mueven,
se prestan, itineran, se restauran y se catalogan para ponerse en
relación con el público, que es su razón de ser. ¿Cómo se gestiona hoy
una colección de arte? De eso hablan los responsables de los principales
museos locales, así como de los más nuevos, privados y públicos.
Las
mayores colecciones de arte argentino se encuentran en plena
recatalogación y digitalización, de la mano de la investigación y la
tecnología. Y gracias a la profesionalización, los estándares de
conservación suben su vara. El recambio de muestras con variedad de
guiones curatoriales es la manera de mostrar el patrimonio en su propia
casa, como se puede ver ahora en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba), el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba), la Fototeca Latinoamericana (FOLA), el Museo Castagnino de Rosario y la Colección Fortabat,
entre otras instituciones destacadas. Y en varios casos, se están
ampliando los espacios de exhibiciones permanentes, como las 18 salas de
arte argentino e internacional inauguradas en agosto en el MNBA y los
proyectos de ampliación del Mamba y del Malba.
Tener
una colección es oneroso. "En los últimos dos años el Moderno ha
invertido en su patrimonio unos 5,88 millones de pesos, que incluyen
gastos por otros 2,28 millones en conservación, investigación,
catalogación, registro fotográfico y equipamiento de las reservas; y
otros 3,6 millones en seis exposiciones del patrimonio, entre traslado,
conservación, diseño museográfico y publicaciones", dice su directora,
Victoria Noorthoorn. La dinámica involucra tanto a curadores como al
equipo de acervo propiamente dicho, liderado por el especialista en
conservación Pino Monkes. "En estos años se ha recatalogado según
estándares actuales y en un futuro cercano estará online. Estamos diseñando un complejo software
que permitirá la democratización de nuestra base de datos", detalla. En
2016, el Mamba festejará sus 60 años con la apertura de salas sobre la
esquina de San Juan y Defensa, que sumarán unos 1500 m2, donde se
incluirán exhibiciones ampliadas del patrimonio.
Quizá por todo lo que implica, hay espacios, como la Fundación Proa,
que optan por no coleccionar e invierten su presupuesto en traer
muestras del exterior y pensar actividades. Nacida como centro cultural,
sólo guarda algunas piezas de proyectos que financia, que se prestan o
se donan, como la reconstrucción de Verificación esquemática, de
Antonio Trotta, cedida al Mamba. El de Proa es un caso de excepción:
"Las muestras internacionales cada vez resultan más costosas, tanto en
transporte como en seguros. Por otro lado, en la Argentina los costos
dependieron del incremento por inflación en pesos pero no en dólares. Se
necesitan más dólares y, además, autorizaciones oficiales para poder
pagar en el extranjero", explica Adriana Rosenberg, directora de Proa.
Il
sifone (1915), de Emilio Pettoruti, es una de las obras destacadas de
las salas que reabrió el MNBA (izq.). Esta obra de Raúl Lozza está
incluida en la muestra La paradoja en el centro, con obras del acervo
del Mamba (der.).
Décadas a la sombra
Frente
a este panorama, muchos espacios aprovechan para sacar a relucir su
propio patrimonio, que a veces es anterior a la existencia de los
edificios que lo contienen. La Colección de Arte Amalia Lacroze de
Fortabat, por ejemplo, fue formada al gusto de su dueña y cuenta con
edificio de lujo desde 2008. Ante la cancelación de una muestra foránea,
presenta ahora en los pisos destinados a muestras temporarias una
exhibición de 150 de sus 300 obras, que dormían en el depósito.
Más obras fueron desempolvadas en el Centro Cultural Kirchner (CCK), que inauguró dos muestras con obras prestadas. Escultura, música y danza reúne esculturas de Pablo Curatella Manes (1891-1962) y Hermi Baglietto de Alio (1908-1954) pertenecientes al MNBA. Gil de Castro: Pintor de Libertadores se integra con 28 retratos de héroes de la independencia prestados por el Museo Histórico Nacional (MHN) y restaurados por el taller Tarea
de la Universidad Nacional de San Martín. Las esculturas de Baglietto
de Alio llevaban décadas a la sombra. "Luego de la retrospectiva de su
obra en el MNBA, en 1962, ha permanecido prácticamente invisible al
público, a pesar de que los museos argentinos conservan sus obras",
dicen los curadores, Roberto Amigo y Laura Malosetti Costa
El
director electo del MNBA, Andrés Duprat, piensa seguir en esa línea:
"Esta nueva gestión -cuenta-hará hincapié en el rol nacional del MNBA a
través del diseño de programas, asistencias, exposiciones, intercambios y
demás acciones que fortalezcan su presencia en todo el territorio
argentino. Se realizarán en el corto plazo programas que tiendan a
paliar la limitación edilicia a través de muestras temporarias,
exposiciones itinerantes, publicaciones, seminarios, cursos y ediciones
en soporte electrónico. La idea es que sirva de plataforma para
intercambios, asistencias técnicas y profesionales, colaboraciones con
los museos, conferencias, encuentros y mesas redondas".
De las
13.000 obras que el MNBA atesora, sólo un 10 por ciento se exhibe en sus
salas. En cambio, sobra lugar en los 100.000 m2 del antiguo Palacio de
Correos. "Mi idea es ampliar los espacios de exhibición de la colección
para darle mayor visibilidad. Y el CCK posee espléndidos espacios", dice
Duprat. También piensa en sumar adquisiciones y audiencias como las que
atrajeron los discontinuados Bellos Jueves. "Contemplamos programas
específicos para la incorporación de diversos públicos -sostiene-, entre
ellos el público joven y el arte contemporáneo en diálogo con la
colección y la arquitectura del museo."
Cantidad no es calidad. Hace dos semanas, en una mesa redonda en Corrientes, Jorge Tirner, director del Museo Provincial de Bellas Artes René Brusau
de Resistencia, Chaco, se quejaba de que la colección creció sin
filtros, aceptando donaciones incluso de los alumnos de los talleres de
libre expresión que alberga. Durante la última Bienal de Chaco,
organizada en septiembre por Milo Lockett sin premios ni jurado, los 20
artistas participantes donaron sus obras. "Éste es un museo joven, que
creció sin una lógica en su patrimonio. Hay mucha obra guardada ocupando
espacio innecesario, en un depósito que no está acondicionado", dijo.
Las
578 obras del Malba pueden parecer pocas, pero al contrario de la
colección chaqueña, tienen otro peso específico. "La colección es hoy
invaluable, con numerosas obras que desde hace muchos años están fuera
del mercado. Por ejemplo, Abaporú, de Tarsila do Amaral, es
símbolo cultural-artístico de Brasil y no hay otra obra de igual
importancia", explica Victoria Giraudo, coordinadora ejecutiva de
curaduría. En 2012 se creó el Comité de Adquisiciones, que junto con la
jefatura de Marcelo Pacheco (hasta 2013, porque ahora trabaja en
investigación en la colección del Mamba), incorporó el mural
americanista de Berni y obras de Oscar Muñoz, Ana Mendieta, Ernesto
Neto, Teresa Burga y Mathias Goeritz.
Para seguir ampliando el
acervo, este año el Malba formó un Comité Científico integrado por
Andrea Giunta, Julieta González, Adriano Pedroza, Inés Katzenstein y
Octavio Zaya. "Cada obra que se suma a la colección supone costos y
cuidados, y por eso el comité debe pensar seriamente en la calidad a la
hora de incorporar nuevas piezas. Además del costo operativo, está el
tema del espacio físico, y en este sentido está pensada la ampliación
futura del museo", aclara Giraudo.
Por ahora, se realiza la
catalogación de todas las obras existentes. "Tenemos limpiezas semanales
de la colección -agrega-. En la base de datos queda consignado el
estado y los demás datos de la adquisición, del seguro y traslados por
préstamos." El intercambio de piezas es constante, como con el Museo de Bellas Artes de Houston
y su exitosa muestra sobre Antonio Berni. "Siempre estamos en contacto
con otras instituciones solicitando obras en préstamo (para Polesello joven
pedimos al Mamba, al MNBA, al Museo del Banco de la República de
Colombia y al Museo de Arte de Bogotá) y también prestando obras, como
las de Grete Stern y Horacio Coppola al MoMA de Nueva York."
Además, en su programa federal, Malba mostró su patrimonio en la exposición Relatos latinoamericanos
por espacios de Neuquén, San Juan, Mendoza, Salta, Córdoba y Rosario. A
tono con las nuevas tendencias museológicas, este año comenzó un
proyecto de investigación con el Centro Argentino de Investigadores de
Arte, que será subido a la Web, y la sala de colección permanente tiene
su dinámica: "La nueva dirección está planeando curadurías que duren dos
años aproximadamente", adelanta Giraudo.
Fotografía
de Oscar Pintor, una de las 250 que integran la colección de la
Fototeca Latinoamericana creada por Gastón Deleau (izq.). La gran
tentación (1962), de Antonio Berni, ilustró la tapa del catálogo de la
muestra sobre el artista argentino que se exhibió en Buenos Aires y en
el Museo de Bella.
Vientos de cambio
En la Casa Nacional del Bicentenario, Imaginarios presentes. Imaginarios futuros
se suma a estos vientos de cambio en materia de préstamos, y reúne 90
obras de colecciones de cinco importantes instituciones nacionales: el Palais de Glace, el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson de San Juan, el Fondo Nacional de las Artes, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, y el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
"Han tenido una absoluta disposición para sumar sus obras al diálogo
que propusieron las curadoras invitadas", dice Liliana Piñeiro,
directora del espacio y a cargo del área de exposiciones de artes
visuales en el CCK. "El perfil definido para las dos instituciones no es
el de un museo con colección propia -agrega-, y no tienen previsto en
sus misiones, por el momento, conformar una colección."
En las
provincias hay colecciones importantes, como las 4200 obras acumuladas a
lo largo de 97 años del Castagnino de Rosario; su crecimiento fue
motivo, en marzo, de la muestra Capital. El Museo Provincial de
Bellas Artes Franklin Rawson de San Juan, que estrenó edificio en 2011,
alberga una colección histórica de 1300 piezas que por años pasaron
penurias agolpadas en depósitos. Parte se ve ahora en la Casa del
Bicentenario y pronto recibirá una muestra paralela con obras de las
mismas cinco colecciones de Imaginarios. "Gestionar una colección
es una enorme responsabilidad, porque supone conservar, restaurar,
investigar y difundir -cuenta la directora, Virginia Agote-. Estamos
trabajando con Tarea para restauraciones y Roberto Amigo viaja una
semana al mes para hacer la catalogación, con fichas técnicas que van a
reemplazar el viejo inventario. A fin de año publicaremos un catálogo
razonado y todo estará online. Además de trabajar con los mejores expertos, se está capacitando a personal del museo".
Hay
colecciones privadas que nacen de la pasión de un coleccionista, que
además cuenta con los recursos para levantarles casa propia. Así lo hizo
en 2012 Aldo Rubino con sus tesoros de la abstracción geométrica
resguardados en el Macba, un edificio ad hoc al lado del Moderno.
El espacio no reserva una sala para mostrar sus 260 piezas, sino que
les destina tres meses en su calendario -generalmente los de verano- y
las presenta con un guión particular. Es el caso de Obsesión geométrica. American School 1965-2015,
la muestra actual, donde presenta treinta piezas de artistas
estadounidenses. En 2015 el espacio estuvo dedicado a muestras
internacionales, y para eso llevó adelante una intensa campaña de
fondos. "Es muy costoso y un gran esfuerzo de gestión y logística, y
trabajamos siempre en relación con instituciones. Hay que abrir el juego
para ganar fuerza porque el campo cultural es muy competitivo -detalla
Teresa Riccardi, su directora-. El programa curatorial es anual y abarca
reescrituras y convivencias. El próximo año va a ser mayormente para
artistas argentinas."
Los auspiciantes también fueron la clave
para el nacimiento de FOLA, espacio impulsado por Gastón Deleau, que
tras años en la gestión cultural logró forjar su propia colección de 250
fotografías. Gracias a un convenio con IRSA y al apoyo de privados, dio
nacimiento a esta Fototeca Latinoamericana, un impresionante hangar
cultural de 1200 m2, inaugurado hace menos de un mes. "Estoy pensando en
los fotógrafos. Todo esto fue hecho de su mano -dice Deleau-. De cada
obra tengo una historia. Es pasión pura. Que estén disponibles al
público le hace bien a la sociedad."
El Castagnino de Rosario inauguró el viernes París en el horizonte,
muestra de la colección donada por Enrique Astengo (1913-1930), y el
Mamba dedica una sala a la donación de Ignacio Pirovano. Los artistas
acrecentaron por décadas con su generosidad el patrimonio de este museo;
es el caso de Alberto Heredia, León Ferrari y la más reciente, la
reconstrucción de La Menesunda de Marta Minujín. Ricardo Garabito, en cambio, prefirió donar su legado al Malba.
Las donaciones dejan huella, entiende María Isabel Baldasarre, autora de Los dueños del arte. Coleccionismo y consumo cultural en Buenos Aires
(Edhasa, 2006): "Las colecciones privadas han sido fundamentales para
la constitución de los patrimonios de los primeros museos de arte de la
Argentina. Las donaciones han modelado las presencias y ausencias. Es
decir, las preferencias por una determinada tendencia, escuela nacional o
período histórico han marcado a fuego la historia institucional y el
relato que el museo se propone contar". La historia del arte se escribe
cada día, y ninguna decisión en la gestión del patrimonio es inocente.
Retocadas y copiadas con calidad, las imágenes del misionero Martín Gusinde se exhiben en Ushuaia
Elek, Angela Loij e Imshuta durante el rito selknam Kewánix.Foto:Martin Gusinde / Anthropos Institut
María Paula Zacharías USHUAIA.-
El pasado de los pueblos originarios fueguinos ha sido retratado por
más de 40 fotógrafos desde mediados de 1800. Uno de los más prolíficos
fue el misionero alemán Martín Gusinde, un antropólogo que pasó cuatro
temporadas conviviendo con tribus yámanas, selknam y kawésqar para hacer
un registro oral, escrito y visual de sus tradiciones entre 1918 y
1924. Sus 1200 fotos se conservan en Alemania, en el Instituto
Anthropos, pero aquí, en la ciudad más austral del planeta, son íconos
en las tiendas para turistas y se estudian en publicaciones académicas.
Casi
100 años después de que las imágenes fueron tomadas con cámaras
rudimentarias, abrió el viernes pasado una exposición que permite
disfrutarlas como arte en copias de calidad: El Espíritu de los Hombres
de Tierra del Fuego, junto con un coloquio para analizarlas desde la
arqueología, la antropología y la estética.
Xavier Barral es un
editor francés que alguna vez fue navegante y llegó a estas tierras. En
el Museo Gusinde, en Puerto Williams, quedó fascinado con su trabajo,
porque además de documental y humanista es estético. Treinta años más
tarde, reunió los fondos y un equipo de expertos para restaurar,
digitalizar y retocar cada negativo de placa de vidrio. Escanearon unas
600, de las que, con la curadora Christine Barthe, seleccionó 250 para
editar un libro de lujo y 147 para una muestra itinerante, que llegará a
Buenos Aires, al Centro Cultural Kirchner, y seguirá a Arlés, Francia, y
Kyoto, Japón.
Las
fotos vuelven a su tierra como nunca fueron vistas: con nitidez y
alteradas digitalmente para parecer sacadas con tecnología de hoy
(Barral guardó los escaneos originales también). Organizada por la
Municipalidad de Ushuaia, junto con la embajada de Francia, y con el
apoyo de la de Alemania, en la Casa de la Cultura, durante un mes,
estará abierta al público, con encuentros con miembros de los pueblos
originarios y visitas de escuelas. El libro de Barral está en librerías y
vale $ 1200. En el vernissage entregaron ejemplares a Víctor
Gabriel Vargas Filgueira, de la comunidad yagan, y a Rubén Maldonado,
selknam de Tolhuin. "Es emocionante", dijo Maldonado, con su álbum
familiar de recortes y fotos amarillentas.
En el coloquio
participaron los expertos argentinos y chilenos María Estela Mansur,
Marisol Palma, Dánae Fiore y Margarita Alvarado Pérez. Hoy disertarán
Ernesto Piana y Luis Orqueda. "Reflexionamos sobre el valor patrimonial
de las fotografías y los textos antiguos, y su peso identitario. Son
fundamentales para fomentar arraigo", dijo Mansur, coordinadora del
encuentro.
Ulen, el bufón masculino.Foto:Martin Gusinde / Anthropos Institut
Las
fotos de Gusinde muestran a las comunidades en sus vidas cotidianas, en
sus ritos y tradiciones. Es notable su serie de retratos, en los que se
conjugan intimidad y dignidad. Los selknam, envueltos en pieles de
guanacos frente a sus chozas o desnudos y con el cuerpo pintado en la
nieve, durante la ceremonia del Hain. Pero a un cazador se le escapa
debajo del atuendo típico la cintura del pantalón occidental que lleva
debajo.Cuando llegó Gusinde, esas sociedades estaban
fragilizadas. Alvarado Pérez explicó que las imágenes pretenden ser
registro de un estado primigenio no contaminado, pero son posadas.
"Implican una negociación entre el fotógrafo y el fotografiado, ambos
con intereses, objetivos, conocimientos, valores y actitudes", señaló
Fiore. "Incluyen categorías visuales ideologizantes, a través de la
vestidura o el despojo. Arropan al fotografiado con elementos culturales
para connotarlos en un montaje de identidades visuales y étnicas. El
resultado es sublime o disminuyente: los caoneros condenados al
silencio, y los selknam exhibiendo su cultura con ideales de belleza y
nobleza", explicó Alvarado.Los investigadores llevan décadas
trabajando sobre copias de copias de contactos. "En un futuro estarán
las imágenes en Internet", prometió Piana ante un auditorio interesado.
"Para los pueblos originarios, son imágenes de sus familias. Me acerqué a
la comunidad yagan y señalaban «ésta es mi mamá, éste es mi bisabuelo»,
y se me caían las lágrimas. «Lo conozco a tu bisabuelo, hace casi 20
años que trabajo sobre estas fotos», le dije, y nos miramos con gran
respeto", comentó Fiore. Mansur puso el Centro de Patrimonio Documental
Antropológico Anne Chapman de la Universidad Nacional de Tierra del
Fuego, que dirige, a disposición para recibir el legado. Acá sabrán
valorarlo.
El director francés habla de su filme “Tres recuerdos de mi juventud”, con el que abrió el festival.
Postal marplatense. En su paso por
la ciudad balnearia, Desplechin (aquí junto al presidente del Festival,
José Martínez Suárez) reveló aspectos de su cine. (Foto: Fabián
Gastiarena)
Con los
lobos marinos a su espalda y un viento gélido que despeina a cualquiera,
el francés Arnaud Desplechin entra a la sala de conferencias valija en
mano. Una demora en el vuelo acorta todavía más su primera visita
relámpago a la Argentina, donde tiene a cargo la proyección del filme
que abre el Festival, Tres recuerdos de mi juventud.
Suerte de precuela de una de sus películas iniciáticas (en Argentina se vieron Un cuento de Navidad, Reyes y reina),
apela a su álter ego Paul Dedalus, interpretado por Mathieu Amalric, su
actor fetiche, y por un Quentin Dolmaire que hace de Paul en un extenso
flashback de juventud. Cruza esas miradas, la del joven y el adulto
Paul, con personajes solitarios y un sexo trágico. Ambientada en los
‘80, con el trasfondo de la URSS y de la caída del muro luego, la
película se nutre del contexto y de las vivencias de los protagonistas.
Jóvenes ellos, por decisión de un director que se dijo: “Si lo que
escribo no puede tocar a los jóvenes, para qué hago cine”. Igualmente,
avisa que su próxima película será con actores maduros.
Podríamos
decir que la película es una búsqueda de identidad, ¿qué
características universales ve en este joven europeo de los ‘80?
En
la escena del pasaporte, donde aparece la situación del doble, surge
una pregunta universal: ‘¿quién soy yo, cómo me encuentro a mí mismo,
dónde me encuentro?’.
Es una búsqueda que él no puede guiar, no tiene un plan, como ocurre en su cine...
Es
cierto, prefiero que estas intrigas, esa posibilidad de espiarlas, las
descubra el personaje. No me siento cómodo pensando ni haciendo un cine
filosófico adrede. No filmo por temas, considero que la aventura del
personaje sea la que proyecte y sugiera esas preguntas.
Y la estructura del filme, con tres historias, una dentro de la otra...
Sí,
me fascinó el concepto de la muñeca rusa, y me divertí pensando
historias que se van metiendo dentro de otras. En un momento Esther (la
joven que enamora a Paul) ocupa la totalidad del filme, y lo hace de
manera poco amable. Paul también va generando historias dentro de otras,
contando su vida, le dirá en un momento de su vida sexual que ella es
su patria; es interesante ver cómo se llegó a este punto.
En
sus películas casi siempre hay muertes o suicidios de arranque que
condicionan a los personajes; ¿es un recurso para dotarlos rápidamente
de una complejidad dramática?
Sí; como
actor, me ha servido para sentirme más yo mismo. Justamente cuando se
llega a estas tensiones violentas, pasarlas para entenderlas mejor. Este
hecho define a los personajes. En el caso de Mathieu, Paul Dedalus, ha
sobrevivido al suicidio de su madre, que justamente como dice Joyce, no
es importante esa situación.
En apariencia, sus
personajes son tímidos, introvertidos, pero frente a determinadas
situaciones explotan de manera sorprendente.
Adoro el coraje de los tímidos. Es tremendamente heroico.
Ha
dicho usted que recuerda mejor libros y películas que algunas de sus
experiencias personales, ¿ha llegado a confundirlas alguna vez?
No justamente, pero puedo decir que tengo y he cultivado el coraje de los tímidos.
La
estructura meticulosa, los disparadores narrativos, dan cierta libertad
al filme para tener una vida propia al margen de usted...
No
soy el profesor de mis películas, soy su alumno. Me sorprende la
espiral de emociones que va creciendo en este filme, y con la emoción
que Mathieu le dio a su personaje logró dimensión no prevista, y que
para mí la convierte en una película sobre el exilio.
¿Se sentía lejos del espectador joven?
Los
jóvenes aportan vigor, energía a este film, que si bien es melancólico
tiene alegría y fuerza, y eso me ha dejado estupefacto. Cuando los
personajes llegan a la adultez recién se dan cuenta; mientras eran
jóvenes eran principes y reinas, ahora son pobres. Es la paradoja de
estos dos momentos, como la canción de Bowie: Podemos ser héroes, solo por un día..
Es el mayor descubrimiento en una excavación griega en las últimas décadas.
EUREKA. Un equipo encontró la tumba de un guerrero griego repleta de tesoros.
Un grupo de arqueólogos de la Universidad de Cincinnati descubrió la tumba de un importante guerrero de la Antigua Grecia mientras excavaba en una estructura de piedra ubicada en el Peloponeso.
"Tenemos tres sellos ubicados a la izquierda del brazo, algo que es inusual porque habitualmente se encuentran a la derecha", explica Sharon Stocker, una de las arqueólogas involucradas en el proyecto.
Según los investigadores, los hallazgos en la tumba pueden contener algunas claves de los orígenes de la civilización griega que hunde sus raíces 3.500 años atrás.
Además de los restos óseos de un hombre de entre 30 y 35 años, los excavadores encontraron tazas de plata, un collar de oro de 75 centímetros de largo y un sable con una empuñadura de marfil que confirmarían que se trataba de un guerrero importante. La tumba está ubicada en uno de los lugares mencionados por Homero en su obra Odisea. Quizás lo más sorprendente, del descubrimiento de fueron los 50 sellos de piedra con motivos de diosas, leones, toros tallados; seis peines de marfil y un espejo de bronce.