Una docena de artistas revelan los malabares de una agenda que incluye vender obras, dar clases, obtener subsidios y ganar becas.

      Foto: Gentileza del artista
Por María Paula Zacharías / Para La Nación
 
Hacer
 algo "por amor al arte" es sinónimo de gratuidad. Pero vivir del arte 
es otra cosa. La vida de muchos artistas argentinos es un constante 
equilibrio entre placer, deber, necesidad y deseo. Es la hazaña de 
vender obras en un mercado chico, dar clases, pedir un subsidio, ser 
artesano, ganar un concurso... o manejar un taxi de día y pintar al óleo
 de noche.
"Si hubiera tenido que vivir del arte habría pedido limosna en algún momento", se ríe hoy Edgardo Giménez, rey aquí del pop art, que supo combinar su dedicación al color con trabajos rentados como publicista y diseñador.
Richard
 Sturgeon hizo malabares desde los 18 años, cuando se descubrió artista:
 mañanas de banco, tardes de taller y noches atendiendo un bar. "Largué 
la vida corporativa a los 30 años y tenía un hijo. Primero compré un 
taxi y con eso me defendí unos dos años. Después trabajé en una galería,
 hasta los 45, cuando empecé a vender mejor. Pero nunca dejé de dar 
clases. No es una vida holgada", reconoce el ganador del Premio Nacional
 de Pintura 2014.
Este galardón es un desahogo después de una 
carrera, muchas veces, de obstáculos. Equivale a cinco jubilaciones 
mínimas y suma algo menos de $ 20.000.
"Nuestra vida es mucho 
mejor que la que tuvieron nuestros maestros. Antes, estudiar arte era la
 condena a una vida miserable", dice María Inés Tapia Vera, que acaba de
 ganar el premio en la categoría Grabado. "Fui pobre. En los 70 hasta 
era mal visto vivir de la obra. Cuando nos casamos con Eduardo Iglesias 
Brickles, no teníamos nada. Trabajé de mil cosas hasta que me recibí y 
me dediqué a la docencia, y Eduardo, a diseñar en diarios. Cuando 
vendíamos algo, ese año nos íbamos de vacaciones", cuenta Tapia Vera.
"Cuando
 gané el premio municipal, pude dejar las escuelas y tener algo de ocio 
creativo: es muy difícil llegar de la calle, tirar la cartera y ponerse a
 crear. El Municipal son alrededor de $ 9000 por mes. Pagás el alquiler y
 comés. Pero el Nacional me resuelve el problema de la jubilación", 
analiza.
Carola Zech es otra maratonista que llegó a esa meta. "En
 los 80 fui artesana mientras duró mi formación y, de ese modo, viajé 
mucho. Después, por unos diez años fui profesora de plástica y dedicaba 
al taller las tardes y noches. Puedo recordar el cansancio feliz de esa 
época tan constructiva. Un trabajo para sostener otro", recuerda.
"He
 vivido de la enseñanza en mi taller y de algunos premios. Gracias a la 
pensión del Gran Premio voy a tener la tranquilidad de seguir 
produciendo", cuenta Diana Dowek, ganadora 2015 en Pintura.
Los 
jóvenes encuentran diferentes recetas. "Este año nació mi segunda hija y
 las ventas no me acompañaron. Mi economía es mensual: pago alquiler y 
no tengo trabajo fijo", dice Hernán Soriano.
Se mueve en bicicleta
 y su obra está hecha con materiales muy baratos u objetos encontrados. 
"Hago trabajos de montaje, obras o encargos para artistas, escenografías
 o cualquier trabajo donde haya que construir cosas. Soy dibujante, 
escultor, tengo nociones de mecánica y pintura. Todo lo que gano está 
destinado a mi familia. En el amor soy una persona rica", dice.
Historias de esfuerzo y pasión
De la videoperformance de una mudanza a la venta de obra por kilo
  | 
|     Foto: Gentileza del artista | 
 
"Vivir
 del arte no es fácil. Los artistas muchas veces tenemos que buscar 
alternativas laborales", coincide Catalina León. "Vivo un poco de la 
venta de mis obras y otro poco de mi trabajo en Vergel, asociación civil
 que entrelaza arte y salud. Aunque en este momento logro mantenerme, es
 siempre un terreno incierto", desliza.
Isabel Peña atravesó años 
de terapia lacaniana para asumir su esencia de artista y la 
imposibilidad de vivir de otra cosa. "Me ayudó a hacerme cargo de mi 
deseo y a salir al ruedo. Al principio no objetivás tu obra y sentís que
 te dicen a vos que no cuando rebotás en una galería o un premio. Pero 
salir y rebotar es menos malo que quedarte encerrado sintiéndote un 
genio incomprendido. Es dura la calle, pero te enseña un montón 
-recomienda-. Trabajar es un placer y una necesidad. En un momento me 
sentí cansada de luchar, y pensé en tener otro trabajo... pero me di 
cuenta de que sólo iba a perder años de vida a cambio de un sueldo."
No
 todas son pálidas. "Vivir del arte para mí es inevitable. Una pulsión 
vital", dice Paula Cecchi. Estudió medicina, pero nunca ejerció. 
"Siempre el arte me dio trabajo. Tuve la suerte de tener de maestro a 
Guillermo Roux y de ver a un artista y su vida de cerca", dice. Vive de 
la venta de obra y de dar clases, muchas clases, en el taller que abrió 
con su marido, Pablo Noce, también pintor, cuando la casa empezó a 
quedarles chica para sus cerca de 50 alumnos.
"La clave es 
perseverar, no dejar de trabajar y ser consecuente", comenta. Recibió un
 subsidio para hacer un libro de su obra, que cubría parte del gasto de 
impresión, y para el resto recurrió al financiamiento colectivo. Juntó 
lo que necesitaba en cuestión de días. "Fue un boom. Internet está 
abriendo caminos interesantes", cuenta.
Paula Pellejero integra 
otro matrimonio de artistas con buena suerte en la Web. Gracias a las 
ventas del taller de dibujos de entre $ 50 y $ 1000, difundidas por 
Facebook, solventan sus viajes laborales. "Cuando entra dinero desde el 
arte es invertido en nuevos proyectos. Y si no, me las rebusco 
presentando el proyecto a instituciones", cuenta.
  | 
|     Foto: Gentileza del artista | 
 
El arte 
contemporáneo, ese que no está destinado al cubo blanco, requiere un 
ejercicio constante de papeleo: presentarse a becas, concursos, 
subsidios y convocatorias. En eso, Gaspar Libedinsky, uno de los 
ganadores del concurso BA Sitio Específico, es un experto. "Me nutro 
para ello de mi labor académica. De mi estudio salen obras que el 
mercado después rotula como arte, arquitectura o diseño. Pero el trabajo
 más rentable es el de curador, que también ejerzo, sin los riesgos del 
artista, que debe invertir en la obra sin la seguridad de que será 
vendida". Su proyecto Carrousel, una calesita a pedal, pronto empezará a
 girar en Parque Patricios.
Ana Gallardo, más que luchadora, es 
una gladiadora. "Fui asistente en galerías, camarera, cociné, inventarié
 colecciones, vendí celulares, jubilaciones privadas... He trabajado 
toda la vida y, hasta hace muy pocos años, en relación de dependencia", 
relata. De esos tiempos es reflejo su video La casa rodante, donde 
recorre la ciudad con su casa a cuestas. "Ahora tengo un plan un poco 
más cómodo, con honorarios por cada obra in situ, subsidios y clínicas",
 enumera.
Gallardo acaba de representar al país en la Bienal de 
Venecia y lleva adelante La Verdi, un proyecto de talleres gratuitos 
para artistas financiado con la ley de mecenazgo: "Encontrar empresas 
que te apoyen es lo más difícil".
El mercado es una necesidad y un
 riesgo. La joven Julieta Barderi tuvo en su primera muestra en una 
galería un fuerte éxito comercial. "Pero después empecé a trabajar una 
imagen más densa, incómoda. Si bien perdí lugar en la galería, ya que 
consideraron esta obra menos amable y que no se iba a vender, este 
trabajo fue después premiado", contó en una mesa redonda sobre cómo 
vivir del arte en la escuela Regina Pacis.
Enrique Burone Risso 
respondió desde la voz de la experiencia: "El artista, si trabaja con 
seriedad, tarde o temprano será reconocido. Es importante no aceptar 
condicionamientos y escapar a las modas, con una producción artística 
sincera". Por cuatro años trabajó a sueldo para una galería, hasta que 
empezaron a pedirle determinada obra. "La obra no se realiza para gustar
 o vender", advierte. Con su galería actual tiene un acuerdo diferente: 
"Voy a porcentaje de la venta y la obra siempre es del artista".
"A
 mí me gusta llegar a fin de mes tranquilo", dice sin problemas José 
Luis Anzizar. Llegó a ocupar el puesto de director de Operaciones y 
Tecnología para América Latina del Citi, donde trabajó por 20 años. 
Renunció en 2002, para dedicarse al arte, pero también fundó una 
consultora de liderazgo, donde aplica sus facilitaciones gráficas.
"Vivo en un 50 por ciento del arte y el otro 50 por ciento del liderazgo... y no veo la diferencia entre estas cosas", confiesa.
 
    Foto: Gentileza del artista 
Existe
 un prejuicio: se le dice salonero al que concursa con frecuencia. Pero 
no es por eso que la pintora Deborah Pruden rehúye presentarse. "Las 
veces que mandé, ni me seleccionaron para integrar la muestra, y tenés 
que pagar el marco, el flete, cumplir requisitos... Desistí", reconoce.
"Los
 artistas seguimos pintando y exponiendo, aunque no nos paguen. Espero 
que esta idea romántica se vaya revirtiendo", añade Pruden.
"Si el
 artista se mantiene sólo en su taller buscando la obra, se vuelve 
frágil y dependiente. Un artista es un empresario de sus estéticas", 
alienta Mónica van Asperen, una artista con trayectoria. Y va más allá: 
"El dinero viene por la obra, si quien la hace la suelta a su destino".
Cada uno, sumando esfuerzo y pasión, encuentra su manera.
La
 casa rodante de Ana Gallardo. En esta videoperformance de 2007, la 
artista documentó el año en el que ella y su familia vivieron de mudanza
 en mudanza una vez por mes. Con los muebles más queridos a cuestas (en 
la foto su hija pedalea), recorrió ocho kilómetros en una tarde para 
recordar los traslados del living de su hermano al de su hermana, y de 
la vivienda de un amigo a la terraza de otro...
Paula
 Cecchi. Su obra se vende en la galería Laura Haber. Da clases en el 
taller de Guillermo Roux, en la Universidad Nacional de las Artes y en 
el Taller La Oficina, que abrió con su marido Pablo Noce cuando su casa 
empezó a quedar chica para los casi 50 alumnos y su pequeño hijo, pintor
 en potencia.Catalina
 León. Llegó a vender su obra por kilo en una verdulería, cuando creaba 
sobre escombros. Este año las cosas pintan mejor: trabaja en arte y 
salud en el hospital Garrahan y tiene taller sin cargo en Prisma, una 
entidad subvencionada mediante ley de mecenazgo
José
 Luis Anzizar. No tiene problemas con su galería, Elsi del Río (la 
dirige su marido, Fernando Entin). Trabajó 20 años en el banco Citi y 
ahora da cursos sobre liderazgo. "Cualquier técnica es lo de menos. Hoy 
lo que ayuda a crecer es la capacidad de comunicar y de relacionarse con
 otros", alienta.
Fuente: lanacion.com