El alumbrado público porteño se hizo obligatorio en 1744. Y en más de 200 años pasó por gestiones públicas y privadas.
Plaza de Mayo. En 1856, el histórico lugar y los edificios que lo rodean fue iluminado con gas de carbón, una tecnología que se utilizó por última vez en 1931.
La primera
disposición fue para tiendas y pulperías: tenían que poner faroles en
las entradas, y la orden era que estuvieran encendidos hasta las 22 en
verano y hasta las 21 en invierno. Fue en 1744 y con esa luz se buscaba
“evitar ofensas contra Dios”. Tres décadas más tarde, ya se pensó en
algo más importante porque se colocaron faroles con velas de cebo desde
la Plaza Mayor hasta la zona de las Catalinas, en Retiro. El costo: dos
reales por puerta. Lo concreto es que aquellas decisiones de las
autoridades marcaron el comienzo del alumbrado público cuando la Ciudad
todavía no había dejado su categoría de aldea.
Aquella “ordenanza”
se conoció en 1777 y la dictó el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo,
quien desde algunos años antes, cuando todavía era gobernador, venía
bregando por mejorar la iluminación de las calles “para evitar muertes,
robos y otros excesos”. Vértiz quería elevar la categoría de la Ciudad,
de acuerdo a lo que había visto en Europa. Por supuesto que el servicio
tenía su costo ya que, según los historiadores, se le había otorgado la
concesión a un señor llamado Juan Antonio Ferrer, quien se encargaba del
cobro. El reglamento para mantener los faroles en condiciones era muy
estricto porque, por ley, el virrey había establecido que quien dañara
algún farol debía pagar una fuerte multa. Y si el que provocaba el daño
era un esclavo, recibiría 50 azotes.
Hacia 1800, la administración
del alumbrado público había quedado en manos del Cabildo. Por entonces,
Buenos Aires tenía cerca de 1.000 faroles. En 1824 hubo un hecho
curioso que tuvo como protagonista al ingeniero inglés Santiago Bevans,
abuelo materno del luego presidente Carlos Pellegrini. Bevans había sido
contratado por Bernardino Rivadavia para trabajar aquí. Y en los
festejos del 25 de Mayo de ese año, montó un sistema de iluminación de
la Pirámide de Mayo y otros lugares céntricos, generando luz con gas de
carbón. Pero eso fue apenas un experimento porque la iluminación a gas
de carbón recién se empezó a instalar en 1850.
Antes de esa fecha,
lo que más se usaba eran los faroles alimentados con aceite de semilla
de nabo, aceite de potro y hasta kerosén. Cuando el uso de la
iluminación a gas de carbón se convirtió en algo más frecuente, la
industria de ese negocio empezó su desarrollo. Así, en 1853, surgió la
Compañía Primitiva de Gas que usaba el carbón de hulla que, como rezago,
traían los barcos desde Gran Bretaña. Cuarenta años después, la
Compañía General de Electricidad inaugura el alumbrado eléctrico usando
lámparas de arco. Con eso empezaba el lento reemplazo de los faroles,
sistema que duró hasta 1920. Igual algunos perduraron, porque el último
farol, que estaba en Escalada y Avenida del Trabajo (actual Eva Perón),
se apagó en marzo de 1931.
Aunque ya había zonas que usaban
lámparas eléctricas, fue en ese mismo año cuando toda la ciudad quedó
iluminada con ese sistema. En la década de 1930 se consideraba que la
avenida mejor iluminada era la 9 de Julio. De todas maneras, según
algunas estadísticas, Buenos Aires ya contaba en sus calles con unos
50.000 focos eléctricos. En 1958 se crea la empresa Servicios Eléctricos
del Gran Buenos Aires (Segba) que empezó siendo mixta (el Estado tenía
el 80 por ciento) hasta 1961, cuando tuvo el total de la propiedad. En
las calles ya comenzaban a verse las columnas con lámparas de mercurio,
lo que marcaba la llegada de sistemas más modernos.
También se
buscaba que cada cuadra tuviera al menos tres luminarias, muchas con
células fotoeléctricas que permitían el encendido automático tras la
puesta del sol. Con eso desaparecía el recorrido que hacían los
empleados que en cada área se encargaban de encender y apagar los
faroles todos los días. Eso fue quedando en el pasado. Hoy Buenos Aires
tiene cerca de 130.000 luminarias públicas. Y muchas ya están siendo
reemplazadas por equipos con tecnología LED (en inglés, las iniciales de
light emiting diode; es decir: diodo emisor de luz). Los técnicos dicen
que esas lámparas consumen un 50 por ciento menos de energía y que, con
controles centralizados, se puede manejar su intensidad de acuerdo con
las necesidades de cada horario. Pero eso es otra historia.
Fuente: clarin.com
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