¿Por qué Juana Azurduy?
Por Rolando Hanglin / Para LA NACIÓN
Los
argentinos no sabemos quién fue Álvarez Thomas, o el Sr. Billinghurst,
o Juana Manso, o Tomás Guido. Son calles, simplemente. O estaciones del
ferrocarril.
No podemos ignorar, claro, que Cristóbal Colón
descubrió América. O se topó con ella, por error. Nunca supo que se
trataba de un nuevo continente: más bien un grupo de islas vecinas de
Cipango y Catay, o sea China y Japón. Enviado por los reyes de España,
al mando de tres carabelas llamadas la Pinta, la Niña y la Santa María,
desembarcó el 12 de octubre de 1492 en la isla de Santo Domingo, hoy
repartida entre Haití y la República Dominicana. Los españoles siempre
creyeron encontrarse en las Indias, que se suponían ubicadas al Oriente
de España, y no al Occidente, cruzando el Atlántico.
En fin, ya
sabemos que el gran navegante (tal vez judío portugués, tal vez genovés)
se llamaba en realidad Cristóforo Colombo. Perdura como un emblema de
Italia y su impronta histórica. Italia es nuestra segunda madre patria,
por la abrumadora cantidad de inmigrantes italianos que poblaron nuestra
tierra y dieron forma a nuestra cultura. Fueron italianos Manuel
Belgrano, Juan José Castelli, el coronel Nicolás Levalle (prohombre de
la Campaña del Desierto, nacido en Liguria) Carlos Pellegrini, Arturo
Humberto Illia, Arturo Frondizi, Ernesto Sabato, Juan Manuel Fangio,
Nicolino Locche, Alfredo Di Stéfano y una variedad impresionante de
personajes nacionales. Más que nacionales: folklóricos. Por ejemplo, el
celebrado narrador de temas criollos don Luis Landriscina, y sería
redundante mencionar a Soledad Pastorutti, Darío Grandinetti o Guillermo
Francella. Es obvio que la mitad de los argentinos portan apellido
italiano.
Todo el enorme aporte de Italia a la República Argentina
está sintetizado en la persona de Cristóbal Colón. Que figura también
en la raíz de todos los países del continente, desde los Estados Unidos
(donde hay un Estado que se llama Columbia) hasta la propia nación
colombiana con capital en Bogotá. Pero de todas las naciones americanas,
incluso por encima de USA, Brasil y Uruguay, la nuestra se lleva la
palma de la "italianidad", por cantidad y calidad de inmigrantes.
¿A
qué viene, entonces, la imagen del Gran Almirante derribado, remendado y
tal vez confinado a un punto secundario de esta capital, cuando antes
vigilaba la Casa Rosada?
Parece ser que existe la idea de sustituir ese
monumento por otro, consagrado a Juana Azurduy. ¿Quién era ella?
Juana
Azurduy de Padilla fue una patriota nacida en Chuquisaca (hoy Bolivia)
el 8 de marzo de 1781. En aquel entonces, Chuquisaca (antes conocida
como La Plata, ahora Sucre) era una importante sede administrativa y
arzobispal del Virreinato. Albergaba a la Audiencia de Charcas. Tenía,
pues, sus propios tribunales, su Universidad y allí cerca, en Potosí,
las valiosas minas. Conviene aclarar que en el Virreinato había sólo dos
universidades: Chuquisaca y Córdoba. Las ideas liberales germinaron
primeramente en Chuquisaca, donde estudiaron célebres doctores
revolucionarios como Bernardo de Monteagudo, Mariano Moreno, Juan José
Paso, Tomás de Anchorena, José Ignacio Gorriti, José Darregueira, Pedro
José de Agrelo y otros. "El descontento popular descendió de las clases
altas y fue a las multitudes por boca de los agitadores, que eran unos
cuantos doctores y jóvenes estudiantes de buena familia y comerciantes
de crédito", dice el Diccionario Histórico Argentino de Piccirilli,
Romay y Gianello. Entre 1808 y 1809 se desarrolló una fuerte movida
"carlotista", es decir, partidaria de la princesa Carlota Joaquina de
Borbón y Braganza, casada con el Emperador del Brasil, que había
manifestado en agosto de 1808 sus derechos a la corona española mientras
el Rey Fernando VII y su padre, don Carlos IV, estuvieran cautivos de
Napoleón. Las autoridades reprimieron estas inquietudes. Que precedieron
en un año a nuestro 25 de mayo. Buenos Aires no tenía entonces, ni por
las tapas, la distinción y riqueza de Chuquisaca: sólo era una ciudad
puerto sin un puerto verdadero, inferior a Montevideo y destinada a
funcionar como eje del movimiento revolucionario, tal vez precisamente
porque pertenecía a la periferia del imperio español.
La señora
Petrona Azurduy, de origen vasco, quiso que su hija Juana fuese monja, y
la internó en un convento. Pero la chica resultó inadecuada para la
vida conventual. La propia madre la retiró al poco tiempo. Juana se casó
en 1805 con Manuel Asencio Padilla, nacido en Chayanta, actual Bolivia,
militar de carrera. Tuvieron seis hijos. Tanto uno como otro
pertenecían a la élite altoperuana, según se deduce de las carreras que
sus padres habían elegido para ellos. Padilla se enroló en la causa de
la Revolución de Mayo (era nacido en 1773, de manera que en Mayo había
cumplido los 27 años) participando de los combates de Tucumán y Salta.
Derrotado con el Ejército de Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma, Padilla
pasó a encabezar una guerra de guerrillas, con un batallón de indígenas,
y después de una larga sucesión de victorias y derrotas fue aprisionado
el 16 de septiembre de 1816, en el encuentro de la Laguna, departamento
de Villar.
Ese día, Juana Azurduy es herida y su marido Padilla,
al verla en peligro de muerte, vuelve a rescatarla. Ella queda libre
pero él resulta capturado. El coronel español Javier Aguilera, esa misma
tarde, lo ejecuta de un pistoletazo y le corta la cabeza para exhibirla
en una pica. Como escarmiento.
Curiosamente, se la confunde con una heroína indígena, cuando en realidad fue una señora de gran clase.
La
mujer de Padilla, doña Juana Azurduy, fue compañera de guerra de su
esposo, caso excepcional en aquellos tiempos. Las familias de distinción
no educaban a sus hijas más que en tocar el piano, coser, bordar, las
primeras letras y el catecismo. Curiosamente, se la confunde con una
heroína indígena, cuando en realidad fue una señora de gran clase, como
Mariquita Sánchez de Thompson, de ideas avanzadas para su tiempo y, en
el caso de Juana, un insólito coraje combativo. Resultó herida varias
veces, encabezó tropas, perdió hijos y marido, y se desempeñó como
brillante lugarteniente de Manuel Asencio Padilla. Fue recomendada por
Manuel Belgrano y Martín Güemes. Se le otorgó el grado de teniente
coronel, con uso de uniforme, por cuenta del director supremo de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816. Decreto
firmado por don Juan Martín de Pueyrredón. Juana vivió muchos años en
Salta y luego regresó a Chuquisaca, en 1825. Allí murió el 25 de mayo de
1862, asistida por su hija Luisa.
No existe ninguna oposición entre Juana Padilla y Cristóbal Colón.
En
realidad...Si Cristóbal Colón no hubiera llegado a América, no habrían
existido ni Juana Azurduy ni Mariano Moreno, Saavedra, Belgrano, San
Martín, Rosas, Urquiza, Roca, Mitre o Yrigoyen. Ni tampoco los
estancieros del grupo de Anchorena o Alzaga Unzué, ni los escritores
angloargentinos como Guillermo Enrique Hudson, Rodolfo J. Walsh o
Eduardo Wilde. Ni Borges, ni Sabato, ni Falú.
Más aún: si no
hubieran llegado los españoles a tierra americana, los araucanos no
habría cruzado los Andes para cazar ganado cimarrón en las pampas. Pues
aquellos inmensos rebaños que engordaban sin dueño en la llanura...se
los había olvidado don Pedro de Mendoza. En, fin, son especulaciones
contrafácticas.
Todos descendemos del almirante Colón. Un respeto.
|