La Dinamarca de Hamlet fue leída hasta como la Argentina de la dictadura.
Y su Falstaff, como el gran chanta.
Hamlet fue la primera obra que cobró vida en nuestros escenarios, en 1821. Y de ahí en adelante, las múltiples representaciones del clásico no se detuvieron. Desde la tradicional y falaz asociación entre el famoso monólogo de “Ser o no ser” y el príncipe de Dinamarca sosteniendo una calavera hasta la relectura de la condición del actor que inauguró Ricardo Bartís en su puesta de 1991. Pero Hamlet también permitió barajar la política, la fuerza y la moralidad. Dinamarca supo ser la Argentina podrida de la dictadura y el propio Hamlet, el restaurador de la justicia. Lo contó miles de veces nuestro extraordinario Alfredo Alcón, enorme actor shakesperiano: cuando decía “Hay algo podrido en Dinamarca”, la platea murmuraba. “Sus obras son tan ricas, extraordinarias y abiertas que pueden tocar temas y ejes diferentes. Sus personajes son eternos, por eso es un clásico”, asegura Cristina Banegas, que con excelencia dio cuerpo a tantas obras del genio isabelino. Y está en lo cierto: en septiembre de 2011, llegó a haber cinco versiones de Hamlet al mismo tiempo, completamente distintas.
“Shakespeare es un autor que ha logrado que gente que jamás ha ido al teatro sepa que existe un señor que duda con una calavera en la mano, unos amantes que se quieren y se mueren y un negro que mata a la mujer de puros celos”, afirma Rubén Szuchmacher, director de teatro que puso en escena al gran Falstaff en Enrique IV, segunda parte, convocado en 2012 por el Festival Globe to Globe, parte del World Shakespeare Festival. Ese personaje inmenso que nace en la primera parte de Enrique IV y que luego reaparece en Las alegres comadres de Windsor también tiene sus lecturas en relación a nuestra tradición política. Falstaff es el gran chanta: se jacta de muertos que no mató, guerras en las que no peleó y hazañas que no le corresponden. No le interesa el poder, sino la vida. Su corona son las mujeres, la comida y el alcohol. “Falstaff tiene una poderosa habilidad para hacer temblar el poder desde lo que las sociedades rechazan. Si bien es corrupto y mentiroso, su simpatía es arrolladora. Por eso gusta ese personaje, porque es la expresión de esa parte destructora que tienen todas las comunidades”, explica Szuchmacher.
WILLIAM SHAKESPEARE. Fue bautizado el 26 de abril de 1564. |
El Bardo de Avon escribió treinta y ocho obras de teatro en veintinueve años, a través de las cuales dio vida a cientos de personajes. De todos ellos, según Bloom, estudioso de la obra shakesperiana, Hamlet y Falstaff son los que manifiestan las conciencias más abarcadoras de toda la literatura. Mientras Falstaff es el antihéroe por excelencia, el príncipe de Dinamarca es el primer héroe moderno. Universales, ya son nuestros, tan argentinos como La señora Macbeth de Griselda Gambaro, como el amor narrado en nuestro castellano rioplatense en la traducción de los sonetos de Shakespeare por el poeta Miguel Angel Montezanti o ese eterno Lear tan particular e inigualable que encarnó Alcón. El escritor y psicoanalista Luis Gusmán lo resume: “Hay una frase muy citada de Macbeth que Leónidas Lamborghini cita en su libro Mezcolanzas: ‘Para los dioses somos como las moscas para los niños traviesos, nos matan para divertirse’. En Antes de la Fiesta, una obra de teatro de Jorge Palant, el personaje es una especie de Falstaff del Río de la Plata. A esa obra la llamamos alguna vez ‘un Shakespeare pasado por agua’”.
Gran reflejo de la humanidad, nuestra imagen sobre Shakespeare es distorsionada y arbitraria. Como un espejo resquebrajado, nos vemos en los fragmentos, en los intersticios, en lo faltante. Desordenados, allí estamos, porque Shakespeare es a la vez ficción y alegoría; su teatro no es de ideas sino de pasiones. El destino es lo que sus personajes eligen y hacen; la angustia es su autoconocimiento; la contradicción es su naturaleza. A 450 años, no hay trama de poder o historia de amor que no nos remita a él. No habrá amantes en los que no se vea a Romeo y Julieta, ni hombre enceguecido por los celos que no nos recuerde a Otelo ni manchas de sangre que no salen y que no nos remitan a Lady Macbeth. En cada obra, reinventó el mundo. Sus personajes resisten el tiempo. Somos sus cómplices.
Por primera vez, hallan un libro que habría usado el gran autor
Es un diccionario con anotaciones vinculadas a la obra de Shakespeare y las letras W y S.
¿De puño y letra? Una página del diccionario, con anotaciones. |
Por Julieta Roffo
El 29 de abril de 2008, el anticuario neoyorquino George Koppelman compró en eBay la segunda edición de un diccionario isabelino impreso en 1580 por 4.300 dólares. Lo investigó junto a otro anticuario, Daniel Wechsler, y con él publica hoy una investigación que asegura que ese ejemplar fue usado como referencia por William Shakespeare. Hasta ahora no se conoce ningún libro que haya pertenecido al dramaturgo. Si esto se confirmara, sería un hallazgo histórico.
“Estamos seguros”, le dice Koppelman a Clarín desde Manhattan, y agrega: “No hay una anotación reveladora; lo importante es el total de anotaciones que muestra que la persona consultó el libro muy minuciosamente, conectando palabras que Shakespeare muchas veces usó juntas en sus obras”.
John’s Baret: An Alvearie o Quadruple Dictionary, impreso en letra gótica no es un diccionario como los modernos: muestra el uso de una palabra en inglés, con proverbios o citas clásicas, y sus equivalentes en francés, griego o latín. Es de la imprenta de Henry Denham, donde algunas biografías señalan que el Bardo habría trabajado como lector antes de su consagración.
En el ejemplar, disponible en www.shakespearesbeehive.com, alguien escribió en los márgenes e hizo “marcas mudas”: encerró palabras en círculos, subrayó. La expresión “Drought in sommer” (“sequía en verano” en el inglés del siglo XVI) fue la nota que llamó la atención de Koppelman “por su sonido poético” cuando vio una foto en eBay: después, los anticuarios descubrieron que Shakespeare había escrito “sommer’s drought” en su tragedia Titus Andronicus. Fue la única vez que usó la palabra “drought”. En Hamlet, el dramaturgo escribió: “Thaw, and resolve it selfe into a Dew” . En el ejemplar de 1580, la palabra “thawe”, definida como “resolve that which is frozen” (“derretir lo que está congelado”) aparece con una “marca muda”. En la página en blanco del final del libro hay palabras manuscritas en inglés, latín y francés, que aparecen en Enrique IV, Enrique V y Las alegres comadres de Windsor. Y al lado de la entrada de la palabra “scabberd”, alguien escribió “vagina”. “Hasta ese momento, ‘vagina’ no definía una parte de los genitales femeninos en inglés. Pero sí en latín, idioma en el que también significaba ‘sitio donde se enfunda la espada’. Ese es el significado de ' scabberd’ en inglés, cuyo sinónimo es ‘sheath’. ‘Sheath’ es usada con connotación sexual en Romeo y Julieta, haciendo un juego con la palabra latina ‘vagina’”, explica Koppelman y agrega que, por las comedias latinas que Shakespeare había leído durante su escolarización –cuando el diccionario John Baret’s era el más usado–, él podía conocer ese doble sentido.
Más allá de las conexiones que los anticuarios publican en su libro La colmena de Shakespeare: un diccionario isabelino anotado sale a la luz, hay dos letras que quien marca el libro” garabatea repetidamente. Son la W y la S, ¿le suenan de algunas iniciales?
¿Qué tienen en su contra los investigadores? Se conocen sólo seis firmas manuscritas por Shakespeare: ninguna de sus obras de puño y letra, ni una carta. Pero lo que se conoce, está en una caligrafía distinta a la itálica que hay en el ejemplar: los autores aseguran que en esa época se usaban ambas. Según Koppelman, aún no piensan en la cotización del ejemplar –potencialmente millonaria– pero aspiran a que quede en una biblioteca abierta a los estudiosos de la obra del dramaturgo.
No se conocen libros que haya tocado Shakespeare. ¿Por qué sería este? “Es como cuando comprás un boleto de lotería. Las posibilidades son mínimas, pero alguien gana. Podés ser vos”, dice Koppelman .
Fuente:Revista Ñ Clarín