Joseph
Beuys (1921-1986) y Andy Warhol (1928-1987) vivieron en la misma época
vidas muy diferentes. Ambos pueden ser vistos como los cimientos
fundacionales sobre los que se desarrolló todo el edificio del arte
contemporáneo. Tanto Warhol como Beuys tomaron de Marcel Duchamp el
espíritu punk del movimiento dadaísta; la potencia dramática, que los
llevó a convertir sus vidas en obra de arte, y la creencia romántica que
sostiene que todo hombre es un artista, es decir, un productor del
sentido del mundo. Pero mientras que Warhol celebra en forma irónica y
juguetona el modo de vida norteamericano (es decir, del capitalismo
liberal llevado a su límite), Beuys -como se puede comprobar en la
retrospectiva que se exhibe en Fundación Proa- es siempre crítico con
esa misma sociedad de consumo que surgió tras la Segunda Guerra Mundial.
Beuys
es, a la vez, crítico y críptico. Absolutamente elocuente y nunca
suficientemente explícito. Es poético y político. Su obra es una poética
de la intervención política radical y una radicalización política de la
poesía. Un canto a la transformación del mundo gracias a la
intervención humana y una apuesta radical para que esa intervención sea
lo más respetuosa posible con lo no humano. Beuys es el gran poeta de la
contradicción extrema.
Nació en la Alemania devastada por la
Primera Guerra Mundial. Fue un niño que dibujaba en la escuela de una
pequeña ciudad de provincia mientras la hiperinflación arrasaba con la
democracia de la República de Weimar y vivió la apoteosis de Hitler. En
1936, antes de cumplir los 15 años, se afilió a las Juventudes
Hitlerianas. En 1941 ingresó como voluntario en las fuerzas armadas y
fue destinado al frente ruso. El avión con el que bombardeaba la
península de Crimea fue derribado y rescatado por un grupo de nómades
tártaros, que lo salvaron. Al final de la guerra lo internaron en un
campo de prisioneros manejado por los ingleses; tras su liberación
recibió la Cruz de Oro al mérito por haber sido herido cinco veces en el
frente de combate. Años más tarde presentó un proyecto para el
monumento conmemorativo del campo de concentración de Auschwitz, pero no
ganó el concurso.
Abandonó sus estudios de ciencias y se dedicó
de lleno a su carrera artística. A poco de recibir su acreditación como
profesor de arte sufrió una profunda depresión que lo alejó unos años de
la vida social. Gran dibujante desde niño, su carrera artística sin
embargo se lanzó plenamente recién en 1955, cuando ya contaba con 34
años. De esa primera época se rescatan sus dibujos para ilustrar el
Ulises, de James Joyce.
El relato curatorial de Silke Thomas y
Rafael Raddi guía la retrospectiva de Proa. Comienza en el momento en
que Beuys abandona el arte moderno tradicional y se constituye en uno de
los fundadores del arte contemporáneo. Lo que caracteriza esa ruptura
radical (que sucede en ambas márgenes del Atlántico hacia fines de los
años 50 y comienzo de los 60) es el abandono de la idea de arte que se
arrastraba desde el Renacimiento: como la más bella y perfecta de las
artesanías.
El arte moderno, heredero del Renacimiento, valoraba
el trabajo manual, el proceso artesanal de producción, la calidad
técnica del trabajo y privilegiaba algunos materiales que consideraba
soportes esenciales del arte: el óleo para la pintura y el mármol y los
metales para la escultura. El arte contemporáneo arrasó con todo esto.
Para Beuys lo esencial de una obra es su energía, su concepto, la
experiencia que posibilita. Por eso no le interesan los soportes y
tampoco importa, por lo tanto, la capacidad artesanal para trabajar los
materiales.
Beuys apostó muy tempranamente a hacer de su vida el
principal objeto de su trabajo. Casi todos sus videos, instalaciones e
intervenciones lo tienen como protagonista, autor, escenógrafo,
montajista y hasta crítico de la misma producción que realiza. Encontró
un origen mítico en el accidente de avión que vivió en Crimea. Allí,
cuenta, los nómades que lo salvaron lo envolvieron en grasa animal y
fieltro, y durante un largo tiempo sólo se alimentó de agua y miel. La
grasa, el fieltro y la miel son los materiales que usó en muchas de sus
obras.
A Beuys le importaba el valor conceptual de los materiales.
La capacidad energética que pueden transmitir. Su universo simbólico,
por lo demás, es relativamente acotado: sus intervenciones se centran en
una militancia por liberar la existencia de las ataduras
institucionales que transforman nuestra sociedad en un correccional,
limitando la espontaneidad, la exploración de nuevas posibilidades y
castigando la aparición de lo "inadecuado" o "no previsto".
Por
eso, la mayoría de las intervenciones de Beuys son políticas y
pedagógicas. Siempre se pensó como un maestro. Luchó contra las
regulaciones absurdas de la universidad alemana de su época. Fundó
instituciones antiinstitucionales que ayudaron a transformar la
educación superior. Radicalizando esa experiencia fundó el Partido de
los Estudiantes en 1967, un año antes del Mayo Francés.
Como esa
experiencia política le pareció demasiado acotada, creó el Partido para
la Democracia Directa por Referéndum. Fue ecologista cuando casi nadie
sabía qué significaba eso, y a comienzo de los años 70 fundó el Partido
Verde alemán, que introdujo en la política occidental el debate por
cuestiones que hoy son aceptadas -como los derechos de las minorías, el
rescate de la naturaleza, el cuidado del planeta, etc.-, pero que eran
impensables hace cuatro décadas. Su obra de 1982, que realizó junto con
Nicolás García Uriburu, apuesta a intervenir fuertemente en la
transformación de la ciudad: juntos plantaron 7000 árboles en la
Documenta de Kassel.
En la retrospectiva de Proa se pueden ver
varios videos de las intervenciones y acciones más famosas de Beuys. Dos
de ellos son esenciales: Cómo explicar obras de arte a una liebre
muerta y Coyote: amo a los Estados Unidos y los Estados Unidos me aman.
En
Cómo explicar obras de arte a una liebre muerta, Beuys cimenta su idea
del arte: es inexplicable y no debe ser explicado. Una liebre muerta
puede entenderlo mejor que muchas personas porque "el arte no se
entiende". El arte es del orden de lo que se experimenta. El arte no es
un saber racional sino una energía poética: es imaginación y
construcción del futuro.
Coyote fue una acción política radical,
que lo hizo conocido en Estados Unidos, hacia el fin de la Guerra de
Vietnam. Beuys no quería ir a los Estados Unidos porque repudiaba el
papel que ese país jugaba en la política internacional, al invadir
países y masacrar poblaciones. Aceptó ir a la galería René Block de
Nueva York con algunas condiciones que hicieron que su visita fuera una
puesta en escena espectacular. ¡No iba a pisar suelo estadounidense!
Llegó en avión y al bajar en el aeropuerto fue llevado en andas a una
ambulancia que lo trasladó a la galería. Allí se encerró tres días en
una jaula con el piso de fieltro en la que había un coyote, que para
Beuys era el animal totémico local. Del otro lado de la jaula estaba el
público. Al principio, el coyote le mostraba los dientes. Pero al tercer
día, el artista alemán se había ganado la confianza del animal, le daba
de comer en su mano y lo abrazó. Luego de eso, salió de la galería en
ambulancia, fue cargado hasta el avión y regresó a Alemania.
El
mundo del arte de Nueva York quedó profundamente conmovido con esa
intervención. Warhol hizo una serie de retratos de Beuys y en 1979, el
museo Guggenheim presentó la mayor retrospectiva de su obra que se haya
realizado jamás. Desde entonces y hasta su muerte, Beuys fue uno de los
artistas más famosos del mundo.
Esa fama tuvo su lado negativo.
Fue más cuestionado que nunca: se lo llamó farsante, mentiroso,
fabulador. Se dijo que su arte era pura propaganda personal.
A
casi tres décadas de su muerte, la obra de Beuys constituye uno de los
legados más radicales y poéticos del arte contemporáneo. Es difícil
acceder a ella sin información previa. Pero el desafío de animarse a
enfrentarla es premiado con la energía de una producción poética que
puede enamorar a los que vayan a Proa con la mente abierta.
Fuente: adn Cultura La Nación