Evaristo Carriego describió como pocos en sus versos al barrio, los cafés y los guapos.
Por Eduardo Parise
Es curioso y llama la atención. El hombre nunca escribió un tango pero en su obra siempre aludió a elementos muy tangueros como el barrio, las novias solas, los hombres con secretos llenos de tristezas… Por eso se lo menciona como “el primer espectador de nuestros barrios pobres”, según definición de Jorge Luis Borges. Y hay otra curiosidad: a pesar de haber pintado en sus escritos la vida y las cosas de la Ciudad, ni siquiera había nacido en Buenos Aires. Su nombre completo era Evaristo Francisco Estanislao Carriego. Sin embargo, en sólo 29 años de vida, se convirtió en Evaristo Carriego, de profesión poeta.
Es curioso y llama la atención. El hombre nunca escribió un tango pero en su obra siempre aludió a elementos muy tangueros como el barrio, las novias solas, los hombres con secretos llenos de tristezas… Por eso se lo menciona como “el primer espectador de nuestros barrios pobres”, según definición de Jorge Luis Borges. Y hay otra curiosidad: a pesar de haber pintado en sus escritos la vida y las cosas de la Ciudad, ni siquiera había nacido en Buenos Aires. Su nombre completo era Evaristo Francisco Estanislao Carriego. Sin embargo, en sólo 29 años de vida, se convirtió en Evaristo Carriego, de profesión poeta.
Había
nacido en Paraná, Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883. Cuatro años
después, la familia se mudó a La Plata. Y cuando el chico ya había
cumplido los 6, hubo otro cambio, esta vez para siempre: se instalaron
en Honduras 84 (hoy 3784, entre Bulnes y Mario Bravo). En aquel barrio,
Evaristo iba a encontrar el atalaya, ese mirador especial, que lo
conectaría con la vida en los suburbios de una ciudad que se llenaba de
inmigrantes y mezclaba idiomas en una Babel rioplatense. Si La Boca y
Barracas eran el Sur del arrabal, Palermo y el vecino arroyo Maldonado,
lo eran en el Norte. Sólo alcanzaba con mirar.
Después de la
primaria y algunos años de secundaria, lo orientaron para que hiciera
una carrera militar. Pero, por suerte, su miopía le jugó en contra y el
adolescente cambió el destino de la espada por el de las palabras.
Además, en 1906, se hizo masón ingresando a la Logia Esperanza.
Ya
la vida bohemia se había convertido en su razón de ser y empezó a
frecuentar redacciones anarquistas como la de “La Protesta”. Después
publicaría en “Ideas” y “Caras y Caretas”. También estaban los cafés
inspiradores como “Los Inmortales”, donde imponía sus versos. Para
entonces ya estaba fascinado con el nicaragüense Rubén Darío y con el
argentino Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte). Y amaba la historia, en
general, y la vida de Napoleón Bonaparte, en especial.
En 1908,
Carriego publicó su primer libro de poemas. Se titulaba “Misas herejes”.
Las “misas” eran mensajes y eran “herejes” porque estaban fuera de lo
que se consideraba rectitud. En aquellos cinco “sectores” que formaban
el libro (“Viejos sermones”; “Envíos”; “Ofertorios galantes”; “El alma
del suburbio” y “Ritos en la sombra”) estaba lo que después se conocería
como “la mística tanguera”. Algo que se acentuó con los poemas póstumos
publicados en 1913 (Carriego murió en octubre de 1912) bajo el título
“La canción del barrio”, donde estaban los guapos, el café, el barrio y
hechos cotidianos como, por ejemplo, un casamiento o un velorio.
“El
libro sin abrir y el vaso lleno/ Con esto para mí nada hay ausente/
Podemos conversar tranquilamente:/ La excelencia del vino me hace bueno” , escribió alguna vez ese poeta que siempre vestía de negro o azul oscuro. También escribió: “Está
lloviendo paz. ¡Qué temas viejos / reviven en las noches de verano!.../
Se queja una guitarra allá a lo lejos/ y mi vecina hace reír al piano” .
Para
algunos murió por una peritonitis; para otros, por algo más acorde con
un poeta como él: tuberculosis. Lo cierto es que Evaristo Carriego caló
hondo en la historia bohemia y la literatura popular de Buenos Aires. Su
influencia se iba a reflejar después en otros poetas y escritores.
Entre
ellos un muchacho que tampoco era de la Ciudad (había nacido en
Añatuya, Santiago del Estero) y sin embargo también se mantiene como uno
de sus referentes literarios y culturales más preciados. En los
registros aparece bajo el nombre Homero Nicolás Manzione, aunque en la
memoria se lo recuerda solamente como Homero Manzi. Pero esa es otra
historia.
Fuente: clarin.com