LA HISTORIA DE UN PUEBLO, LOS CIEN AÑOS DE UN HOTEL

El cazador oculto



La historia de un pueblo puede reconstruirse a partir de la memoria de sus fundadores y pioneros. Roxana Salpeter y un equipo de investigadores de la agencia Eternautas, dirigida por los historiadores Lucas Rentero y Ricardo Watson, reunieron en el flamante Libro de huéspedes (Planeta) las anécdotas más curiosas sobre la fundación de Ostende, pequeño pueblo de la costa bonaerense ubicado entre Pinamar y Valeria del Mar.
Editado para celebrar los cien años del Viejo Hotel Ostende, el más antiguo del balneario, el libro ofrece deliciosos textos firmados por Cristian Alarcón, Juan Forn, Mariano Llinás y Guillermo Saccomanno, fotos de archivos familiares, testimonios en primera persona y un interesante recorrido cronológico. Hay un apartado dedicado a la nutrida biblioteca, que está a disposición de los huéspedes, y un dossier con recetas de platos preparados en la cocina del mítico hotel, entre ellos, la gloriosa marquise de chocolate amargo y maracuyá.
Como señalan los autores en uno de los capítulos, el Viejo Hotel es reducto de escritores y lectores. En ese espacio se inspiraron Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares para escribir la novela Los que aman, odian. Allí se alojó durante dos veranos Antoine de Saint-Exupéry. La habitación 51, reservada para el autor de El principito , conserva los muebles originales y es una de las atracciones históricas. Otra es el mirador, con una veleta con forma de bruja, que distingue al hotel de las modernas construcciones vecinas.
En las últimas décadas, bajo la dirección de la familia Salpeter, el VHO se convirtió en refugio de artistas (Miguel Rep pintó un mural en una pared cercana a la piscina), músicos (el uruguayo Dani Umpi es el disc jockey residente de los festejos de fin de año), fotógrafos y cineastas como Llinás y Laura Citarella, que lo eligió para filmar su ópera prima, Ostende. En Libro de huéspedes también se rinde homenaje a los ideólogos de este proyecto turístico y cultural pensado para "los amantes de lo insólito", como decía un antiguo aviso publicitario publicado en La Nacion.
Todos los veranos, el Viejo Hotel organiza actividades culturales: lecturas, cursos literarios, proyecciones en el playa o en el microcine. El viernes 10 de enero, a las 18.30, se presentará el libro con una charla abierta a todo público.

Fuente: ADN Cultura La Nación

LA TOMA DEL PALACIO FERREYRA

Vista de los Nocturnos de Ricardo Cinalli
Vista de los Nocturnos de Ricardo Cinalli
Por Daniel Gigena / La Nación

La apertura de dos muestras en el actual Museo de Bellas Artes Evita-Palacio Ferreyra -una de ellas un audaz site-specific a cargo de un artista argentino que reside en el extranjero; la otra, un bis de la vasta colección de fotografía de José Luis Lorenzo- promete un verano con afluencia de asistentes a uno de los centros culturales del país. Inaugurado en 1916, el Palacio Ferreyra es una de las maravillas arquitectónicas de la provincia. Su actual director, el arquitecto Tomás Bondone, reivindica "el esplendor decimonónico francés" adaptado a la Argentina y expresado en términos técnicos y decorativos. El inmueble fue expropiado hace seis años por el gobierno de la provincia de Córdoba, que debió pagar una suma millonaria a la familia. Juan Schiaretti rebautizó el edificio, que sin embargo mantiene en el uso los dos nombres.
Aún sensibilizada por los saqueos que tuvieron lugar durante la huelga policial de diciembre, la sociedad cordobesa se toma un respiro para celebrar antiguos rituales con nuevas vestiduras. Nocturnos , el site-specific con el que Ricardo Cinalli (Santa Fe, 1948) intervino el palaciego hall del Evita, sorprende por la magnificencia de la escala elegida y por el gesto intrépido del enfoque. En un encuentro hace más de un año Bondone le propuso a Cinalli realizar una muestra en el museo. Al visitar el Evita, el artista -que vive en Londres y expone regularmente en el norte de Italia- comenzó a idear una muestra que transformara y realzara el espacio expositivo. Cuenta Patricia Rizzo, la curadora de la serie, que uno de los objetivos primeros fue "esconder" los gobelinos dieciochescos, de la firma Capranesi, con telas del mismo tamaño. Las cuatro pinturas de Cinalli, en ese pétreo gris plateado que ya es parte de su copyright , también presentan escenas mitológicas, pero de una mitología en la que conviven temporalidades, estilos artísticos (del rococó al kitsch autoconsciente) y técnicas y materiales diversos.
Los cuatro compases de Nocturnos crean una ópera erótica de amor entre dos centauros, amor que, como tantos, va complicándose. En un crescendo dramático, la pasión y el sexo explícito -en formas y escenas-, la sombra de un triángulo amoroso, la admiración por la belleza (una de las pinturas reproduce en dos dimensiones el Fauno de Barberini, adorado por los centauros como si fuera el becerro de oro), lluvias de diamantes en noches de luna llena y agujeros negros que abren paso a un universo lunar, poshumano -aquí la obra se emparienta con la de Eduardo Stupía y la de Matías Ercole-, puntúan, en escorzos de factura diestra, un relato falsamente mítico, acaso autobiográfico. Para colgar las obras, Cinalli & Cía. debieron contratar a un alpinista. En las alturas transcurre la fábula de amor líquido adaptada lujosamente al marco del palacio cordobés. Completan la muestra ocho admirables dibujos de detalles de las obras mayores: una jarra de agua, tres pescados, un cráter seco, la cabeza de un durmiente (retrato del fotógrafo Juan Cabrera, amigo de Cinalli), velados con un tul adornado con aplicaciones de strass: los diamantes que regala la visión deslumbrada de Cinalli.

Fotos de colección

Desde 2010, el Museo Evita instrumentó un programa de exhibiciones temporales dedicado al coleccionismo. En diferentes formatos o relatos de las artes visuales, las nueve muestras anteriores abordaron temáticas -el paisaje, por ejemplo-, técnicas y perspectivas, como la de la impronta del siglo XIX en la pintura provincial. Factor dinámico de la cultura cordobesa, el coleccionista José Luis Lorenzo (que comenzó la actividad de manera intuitiva hace más de veinte años, cuando recibió de regalo una obra de Fernando Allievi, hoy su asesor en plástica) a partir de 2005 comenzó a comprar fotografías de artistas argentinos. Gradualmente, su participación en clínicas de coleccionismo y sus visitas a ferias internacionales lo involucraron en una tarea apasionante y, a la vez, creativa. "Mantengo con mi colección una relación sentimental", dice Lorenzo durante la primera visita guiada por las más de sesenta fotos. A la manera de homenaje a su ciudad, la serie abre con una foto anónima de la catedral de Córdoba.
Esta décima muestra del programa de coleccionistas lo encuentra en plena madurez. De Adriana Bustos a Hugo Aveta, de Ananké Asseff a Germán Ruiz -todos ellos cordobeses-, de Nan Goldin a Hiroshi Sugimoto, seguramente el non plus ultra de la fotografía actual; de una pieza única de August Sander a las obras sobre botánica de Karl Blossfeldt, la colección de este arquitecto y desarrollador inmobiliario tiende líneas temáticas y formales bien definidas. Los efectos devastadores de las políticas autoritarias, las visiones urbanas, donde la arquitectura juega un rol protagónico; los retratos de artistas, de seres anónimos y de animales; la experimentación más osada (con Joan Fontcuberta a la cabeza) empalman, no sin contrastes, con stills life, parodias de clichés fotográficos hechos por Nicola Costantino, que "remixa" a Richard Avedon y a Edward Steichen, y piezas de lo que Gabriel Valansi -asesor del coleccionista en fotografía desde 2008- denomina "nuevos clásicos": Marcos López, RES, Gian Paolo Minelli. Colección José Luis Lorenzo II demuestra la amplitud de una familia de imágenes en crecimiento constante y la superación de los límites estéticos a través del medio técnico que los impone.
Aunque en 2014 Lorenzo doblará la apuesta en su labor como mecenas y "desarrollador artístico" al abrir en el centro de su ciudad un centro de exposición permanente de sus colecciones -espacio que funcionará también como sede de conferencias y residencia de artistas-, la muestra en el Evita es una oportunidad imperdible para locales y visitantes interesados en el arte de la luz. Hay tiempo hasta el comienzo del fin del verano.

Ficha: Nocturnos, hasta el 2 de marzo. Colección José Luis Lorenzo, hasta el 30 de marzo

Fuente: ADN Cultura La Nación

EL RELATO UNIVERSAL


   Diana B. Wechsler analiza la muestra Modernidades plurales
   que el Centro Pompidou de París presenta en estos días hasta el 26 de enero

Gabinete de Andre Breton (detalle)  Foto: LA NACION
Gabinete de Andre Breton (detalle). Foto: LA NACIÓN

Abboud, Acayaba, Agam, Arpan, Albers, Alix. Archipenko, Arden Quin, Asis. Blanchard, Boto... da Carvalho, Cendrars, Chagall, Chang Sudong,.. Codesido, Cruz-Diez, Cuneo. Las solapas del catálogo Modernidades plurales 1905-1970 eligen el sistema de orden alfabético para presentar, de manera homogénea, la enorme lista de artistas que integra la exposición actual en el Centro Georges Pompidou de París, con la curaduría de Catherine Grenier, que dedica una sala entera a la obra de Gyula Kosice.
La serie abarca procedencias, épocas y propuestas expresivas diversas. Este espíritu de integración aparece también en uno de los leitmotivs del montaje de la exposición, que incluye las revistas de arte y cultura que se publicaron en distintas latitudes a lo largo del período considerado, así como libros clave de los procesos de las modernidades y las vanguardias.
Vastísima, Modernidades plurales supuso años de investigación y búsqueda en los fondos de la colección del Pompidou y de otros museos nacionales de Francia, viajes y consultas que Grenier realizó a investigadores externos. Hace poco más de dos años, la curadora pasó por Buenos Aires y tomó contacto con obras, colecciones y líneas de trabajo convergentes con la que se estaba planteando. Estos recorridos mostraron también algunos de los huecos de la colección francesa que era oportuno cubrir; así, el Pompidou incorporó (por adquisición y donaciones) numerosas obras de artistas de las "otras" modernidades.
Esto permite encontrar hoy en el Pompidou una zona donde los grabados de Víctor Rebuffo, Abraham Vigo y Demetrio Urruchúa forman parte de la trama del arte social y político de los años treinta. Otra, dedicada a los primitivismos, incluye regionalistas como los vascos Zubiaurre, en diálogo con Dufy, Chagall y tempranos cuadros de Gontcharova y Delaunay. La muestra parte de la convivencia de piezas de Brancusi, Penalba, Lipschitz, Cárdenas y un objeto antropomorfo de Camerún, situando con ellas una dimensión del primitivismo; concluye al cabo de una compleja deriva en una perspectiva del arte conceptual.
Si fuera posible sobrevolar este recorrido, podríamos advertir que más allá de la lectura cronológica que propone el paso de una sala a la otra hay un centro posible en la Torre de Tatlin -la maqueta del Monumento a la tercera internacional (1919)- que condensa en el capítulo sobre la construcción de la revolución uno de los aspectos recurrentes del relato. Otro nodo aparece en la reconstrucción, en una de las salas, del muro del atelier de André Breton (1922-66) que reúne elementos del surrealismo y su dimensión internacional y además reenvía a la colección Kahnweiler-Leiris. Aquí aparece otro aspecto clave, el surrealismo etnográfico. Desde allí se recupera la posibilidad de repensar las esculturas del comienzo de la exposición (entre Brancusi y la pieza anónima de Camerún).
La trama internacionalista es otro de los temas que recorren la exposición: el antifascismo; lo que la exposición define como "abstracciones internacionales" -donde conviven Atlan, Néjao, Manessier, Szyslo, Abboud, Zao Wou-ki, Iommi, Kosice, Arden Quin, Melé, Noland y Suagï, entre otros-; los ópticos y cinéticos -entre ellos, Agam, Demarco, Cruz-Diez, Boto, Mack, Asís y Le Parc-, y la internacional del concepto que transita de Duchamp a Koller, Kabakov, André, Meireles, Paksa, Bruly Boubaré, Dimitrijevic, etcétera.
La suma de nombres no es una obstinación vana, sino que permite reponer algo del espíritu de este proyecto que, sin embargo, no evita sectorizar esta vocación plural al distribuir en salas diferentes, aunque sucesivas, las modernidades africanas y asiáticas. Quizá es allí donde el propósito de descolonización de la mirada encuentra su límite. Sin duda, es un gran proyecto curatorial que abrirá debates y, sobre todo, se convertirá en una invitación a seguir pensando, a no clausurar los relatos sino a expandirlos y revisarlos una y otra vez.

FICHA:
Modernidades plurales 1905-1970
en el Centro Georges Pompidou de París, hasta el 26 de enero de 2015.

Fuente: ADN Cultura La Nación

SILVINA OCAMPO, ARTISTA VISUAL

El dibujo y la pintura, con los que entró en contacto de niña, dejaron en su obra literaria huellas profundas que pueden rastrearse en algunos de sus temas y en las palabras que eligió para crear universos ficticios.

 Foto: LA NACION Foto: LA NACION

 Foto: LA NACION Foto: LA NACION

Por Luciana Olmedo-Wehitt / Para LA NACIÓN

Silvina Ocampo solía autodenominarse "el etcétera de la familia", en alusión al último lugar que ocupaba en una dinastía cuya reina se llamó Victoria. Fue, además, erróneamente catalogada como la sombra detrás de Bioy. Y aunque todo ello le permitió coquetear desde los márgenes con aquel centro importador de modernidad que fue la revista Sur , durante varios años los ecos de su obra fueron enmudecidos como pasos sobre una espesa alfombra. Sólo una minoría la leyó y valoró en su tiempo. Sus relatos aguardaron el encuentro con lectores póstumos que, imantados por sus múltiples miradas, los sacaran a pasear. El abordaje de sus dibujos y pinturas, en cambio, aún hoy está en suspenso.
El primer contacto de Silvina con las artes plásticas se produjo en 1908 en Europa, donde la familia permaneció dos años. Como relata en el poema "El caballo blanco" ( Poesía inédita y dispersa ), Silvina recogía los restos que sus hermanas desechaban durante las clases de dibujo en el Hotel Majestic. Escondida debajo de una mesa parisina, primero los calcaba y luego los expandía, haciendo uso de una imaginación sin límites. Con el pulso de sus cinco años, un día dibujó un caballo cuyas "protuberancias" escandalizaron a sus hermanas. Rápidamente ellas se encargaron de borrar "la infidelidad" del dibujo infantil. La crueldad, hincada en la mirada del otro, no la detendría. Por el contrario, Silvina la haría resonar en sus relatos por medio de un coro irreverente de ventrílocuos, conformado por las voces de la niñez. Así, la desnudez humana -el ser oculto tras el disfraz social hilvanado con puntadas de vestimentas y vestiduras- se coló entre sus renglones y, al mismo tiempo, el desnudo idealizado como manifestación artística se transformó en uno de los temas más recurrentes de sus dibujos, óleos y pasteles.
A comienzos de la década del 30, Emilio Pettoruti le ofreció a Silvina organizar una exposición de grandes óleos de desnudos femeninos. Ella declinó la invitación para no disgustar a su madre. Participó, en cambio, del "Salón de Pintores Modernos" organizado por la Asociación Amigos del Arte en Buenos Aires donde, en 1931, exhibió dibujos y acuarelas junto a Xul Solar, Horacio Butler, Norah Borges y otros integrantes del Grupo de París.
Aunque en 1950 Silvina dejó de exponer, nunca cesó de dar continuidad a una vocación pictórica que se remonta a su infancia y que profundizó, durante su adolescencia, tomando clases con Cata Martola de Bianchi, en Buenos Aires, y con Giorgio De Chirico y Fernand Léger, en París. Sólo se conocen estudios de sus desnudos en carbonilla y lápiz que, como sus croquis de la plaza y los retratos a amigos notables (Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik, Wilcock y Pepe Bianco, entre otros), ilustraron artículos periodísticos, libros y revistas. Aquellos catados por el ojo audaz de Pettoruti y otros que pertenecen a colecciones privadas siguen envueltos en un manto de misterio tan grande como el que rodea a la propia Silvina.
Podríamos aventurarnos a decir que los desnudos por el momento accesibles al público recaen en lo que el crítico de arte John Berger denominó nude. En su célebre ensayo Modos de ver , el autor establece una división dentro de este género artístico: nude/naked. El primer concepto hace referencia a la exhibición de la propia desnudez. No verse y sí, en cambio, ser visto y juzgado por un otro voyeur, que observa el cuerpo ajeno como objeto e influye en la definición de la propia subjetividad desde afuera. A esta noción Berger opone la de naked: estar desnudo, sin disfraces, siendo uno mismo.
En los cuentos de Silvina, las vestimentas que aparentan exhibir los rasgos de personalidad de los personajes esconden la llave que permite dirigir la mirada hacia el interior de los cuerpos que envuelven. Los vestidos son disfraces que, como sus textos, ocultan al impostor: es en sus puntos y puntadas finales donde solemos encontrar la punta del ovillo.
Algunos de sus relatos ilustran esto. En "El Remanso" ( Viaje olvidado ) Libia y Cándida, las hijas del nuevo casero, se convierten en las mejores amigas de las niñas de la casa. Cuando crecen y la brecha social se acrecienta, quedan en el olvido y sólo reciben migajas de afecto en forma de vestidos usados y sonrisas heladas. Esto las impulsa a entrar a escondidas en la casa grande para mirarse en los altos espejos. Al verse siendo las otras y sentir "el abrazo de las mangas vacías de los vestidos", huyen de sus propias imágenes. La piel ilusoriamente cubierta por las vestimentas se descama y muta, en la letra, como el cuerpo desnudo de un modelo vivo sobre el lienzo.
Lo contrario ocurre en "Las vestiduras peligrosas" ( Los días de la noche ). Allí Régula, la modista y narradora, nos informa que Artemia, la niña ociosa para quien confecciona vestidos, ha sido abandonada por su novio. Hay algo, sin embargo, que además de paliar el ostracismo de Artemia también se presenta como su mayor virtud: dibujar vestidos extravagantes cuyas hechuras mantienen en vela a la modista. De manera inexplicable, sus originales son copiados en Budapest, Tokio y Oklahoma, por chicas que, según informa el diario, cuando los visten son violadas y asesinadas por patotas. Artemia, decepcionada, cree que eso debería sucederle a ella. A pesar de que Régula lee en esa afirmación un exceso de bondad, detectamos en Artemia la necesidad de ser reconocida como una persona bella y, en recompensa, ser poseída por otro. Con tal fin, se ofrece como mercadería. "¿Para qué tenemos un hermoso cuerpo? ¿No es para mostrarlo, acaso?", pregunta. A su singularidad artística no le corresponde una originalidad de pensamiento. La moda era entonces tan tirana como aún hoy la desnudez. Cuando la necesidad de ser vista la lleva a acatar el consejo de Régula y vestirse con "una vestimenta sobria, que nadie podía copiarle, porque todas las jóvenes la llevaban", es violada y acuchillada "por tramposa".
De acuerdo con Berger, exhibirse sin ropa es otra forma de vestido, es estar condenado a nunca estar desnudo por completo. Es tener la superficie de la piel transformada en un disfraz que uno no puede quitarse. El hecho de que Libia y Cándida en "El Remanso" hayan operado ellas mismas como sujeto que mira / objeto mirado permite una instancia de aprendizaje en la que es posible la redención. Lo contrario sucede en "Las vestiduras peligrosas", donde la narración de Ocampo castiga la mímesis de Artemia.
El dibujo y la pintura dejaron, en la obra literaria de Silvina Ocampo, huellas profundas que pueden rastrearse en algunos de sus temas, en la fragmentación de los cuerpos -propia del cubismo y la pintura metafísica- y en la mirada de sus mundos pintados con palabras, en general reducidos a la riqueza de una casa grande. Revisitando la tumba de su infancia, Silvina logró horadar la lápida, desempolvar recuerdos y, como en un juego, hacerlos posar en la antesala de su memoria. Desde allí, en pequeñas dosis, los fue desnudando. Y mientras aguardamos el encuentro con la totalidad de su obra plástica, andando y desandando por entre las hojas espejadas de sus relatos, vamos descubriendo a Silvina, más allá de Bioy y más allá de Ocampo.


Fuente: ADN Cultura La Nación

EL ÍCONO PARISINO POR EXCELENCIA

La torre Eiffel vista desde uno de los cuatro pilares situados en los vértices de un rectágulo. EFE/Archivo

La torre Eiffel vista desde uno de los cuatro pilares situados en los vértices de un rectágulo. EFE/Archivo
Imagen del Ingeniero francés, director de la empresa constructora de la torre Eiffel. EFE/Archivo

Imagen del Ingeniero francés, director de la empresa constructora de la torre Eiffel. EFE/Archivo
En la imagen, montaje de los pilares y llegada al primer piso. EFE/Archivo

En la imagen, montaje de los pilares y llegada al primer piso. EFE/Archivo

COMPRARON UNA MOMIA DE 2.500 AÑOS DE ANTIGÜEDAD


Compraron un sarcófago sin saber que la momia estaba dentro

Unos anticuarios de Barcelona se han llevado a casa, sin saberlo, una auténtica joya. Compraron un sarcófago egipcio a un coleccionista de arte suizo y, para su sorpresa, no estaba vacío. Dentro había una momia de unos 2.500 años de antigüedad. Su antiguo dueño lo había conservado durante medio siglo sin abrirlo.

Fuente: yahoo.es

EL MÁS JOVEN DE LOS MUSEOS ESPAÑOLES


Metápodo de cabra perforado del Gravetiense (i) y un asta grabada del Magdaleniense, ambas halladas en la cueva de La Garma y que se muestran en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUP

Metápodo de cabra perforado del Gravetiense (i) y un asta grabada del Magdaleniense, ambas halladas en la cueva de La Garma y que se muestran en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC), que es el último museo de estas características que se ha inaugurado en España.

El arqueólogo y director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC), Roberto Ontañón, junto a varias estelas prerromanas que se muestran en las instalaciones de este museo que es el ú
El arqueólogo y director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria (MUPAC), Roberto Ontañón, junto a varias estelas prerromanas que se muestran en las instalaciones de este museo que es el último que se ha inaugurado en España. 

Fuente: EFE