EL ENIGMA ARGERICH

Encuentro en Berlín con una de las grandes figuras de la música de nuestro tiempo


BERLÍN.- A Martha -Martita, como cariñosamente la llaman sus amigos o, por contraste, la tigresa del piano, como alguna vez la bautizaron, por esa libertad felina y ondulante de la que es dueña-, no le agrada la formalidad de una entrevista ni la tienta la vanidad de hablar sobre sí misma. Prefiere, en cambio, la naturalidad y la sorpresa, el margen de la incertidumbre que le deja la espontaneidad, tal como en la interpretación de la música, en sus momentos más libres e inspirados.
Enigmática y cautivante, apasionada y a la vez etérea, tan escurridiza como un copo de espuma al viento, accede, a pesar de esa reticencia que siempre la ha caracterizado, a una inusual entrevista con la Revista, una suerte de plano secuencia real, en el cual deja entreabierta una ventana al mundo que la rodea, al interior de lo que vive y siente la pianista -la más fascinante de nuestro tiempo-, envuelta en la exaltación de sus actuaciones y el fervor que le devuelve la gente. Un reportaje hecho a su modo y medida, como un continuum con la forma de una espiral que va del contorno al corazón de las cosas, del afuera al adentro y del bullicio a la quietud.
Las localidades se han agotado varios meses antes. Por los alrededores de la Filarmónica de Berlín deambulan impacientes los esperanzados en conseguir un ticket para poder escuchar a Martha Argerich en el primer concierto de la temporada. En el foyer crece el murmullo de la muchedumbre y la expectativa a medida que el público avanza como elegante torbellino en un laberinto de escaleras. Mientras tanto, en las entrañas del emblemático teatro amarillo (el coloso alemán que Karajan hizo erigir en los 60 como un estandarte de Occidente de cara al muro que dividía la ciudad), todo se alista para dar inicio a una velada inolvidable.
Martha ha llegado hace un par de días a la ciudad para protagonizar dos esperados conciertos que son, además, el reencuentro con su viejo amigo Daniel Barenboim, a 17 años de la última presentación a dúo, eligiendo nuevamente la Filarmónica de Berlín como escenario para ese nuevo hito en la historia de una amistad que los une desde la infancia. Ha ensayado con el maestro en su propia casa y ha repasado el concierto de Beethoven, el número 1, junto a la orquesta -la Staatskapelle- en un ensayo general de la mañana anterior.
"Nadie sabía si yo iba a venir o no, porque no me sentí muy bien. Estuve bastante mal este año. Pensaba dejar de tocar el piano. completamente. No sé cómo pasó esto, quién dijo de poner una fecha y esas cosas. Nadie. Simplemente se decidió. Las cosas pasan de una manera en la que uno nunca sabe bien cómo ni por qué. Pensaba dejar de tocar definitivamente. Pero me recuperé, volví y aquí estoy." Todos listos y ella, deseosa y concentrada para dar lo mejor de sí.
Como director anfitrión, Barenboim la conduce de la mano desde el camarín hasta el centro de la escena. En cuanto su perfil asoma, reconociéndose el inconfundible contorno de su vaporosa melena y una silueta sigilosa, radiante, vestida completamente de negro, el público estalla en un clamor sin par. Saluda sobria, retribuye la reverencia de su amigo y en un gesto de humildad agradece la bienvenida con la expresión de su rostro. Luego de la ovación, el silencio. Y a continuación de esa espera, finalmente la música. El concierto transcurre cristalino, perfecto, y en el envión brillante del final de Beethoven, otra vez el aplauso, el estallido del público resonando con sus bravos, ahora más feliz y eufórico que antes.
"Argerich es única. Es completamente diferente", se oye repetir en la platea, cambiando la inflexión o el matiz de las palabras, pero subrayando siempre esa condición mágica por la cual sus admiradores le declaran una pasión mística. No sólo por la originalidad de su talento prodigioso, sino también por su naturaleza, rebelde e indescifrable, Martha Argerich es una leyenda, aunque reniegue de ese título que le suena presuntuoso y ajeno.

Detrás de escena

De regreso a su camarín, otro espectáculo diferente: una pequeña multitud se concentra a la espera de un saludo, de un autógrafo en el programa, la tapa de un disco o una partitura. Ella, entretanto, se reserva un instante de soledad para disfrutar de un cigarrillo. La gente aguarda, intercambia impresiones y se pregunta si podrá hablarle o tomarse una foto de recuerdo. Cuando finalmente aparece, fluctuante como una ola que sube y baja, entra y sale de su camarín, una y otra vez asediada en los pasillos, inicia una conversación en francés o alemán por aquí, retoma un contacto en castellano por allá... Y en el medio de ese remolino que la sigue como un enjambre, la perplejidad de los que admiran con respetuosa distancia.
"Ya no quiero tocar conciertos porque me cansan los viajes. Me cansa pensar en las valijas, los vestidos, la ropa que tengo que planchar", comenta sobre esa vorágine que poco tiene que ver con la música, mientras firma autógrafos y sonríe para una foto instantánea. Está contenta, exultante, el concierto ha sido un éxito y ella ha estado espléndida en el escenario."Pero la gente me hace las mismas preguntas y eso me aburre. Me aburre hablar de mí. No lo encuentro interesante."
Vuelve a su sitio y cierra la puerta por un rato, se refresca con una bebida y ordena papeles sobre el piano de estudio, cubierto de flores y partituras de Schumann, Schubert y Ginastera. Luego, descansa en un sofá y retoma el tema.
"Es que no me gusta hablar de mi vida. Prefiero enterarme de otras cosas y aprender de los demás. Aparte, no soy narcisista ni estoy tan encantada conmigo", admite."Depende de cómo estoy y cómo me siento, en general recibo a mucha gente después de los conciertos, sólo que me hacen preguntas y eso no me gusta."
Hace una pausa y piensa -tal vez- en algo que sí le agrada: "Disfruté de este concierto. Fue muy placentero. Los días anteriores estuve en casa de Daniel y lo pasamos fantástico tocando juntos, comiendo, charlando. Me encantó tocar. No sé precisarlo, pero me sentí feliz. Quedé impresionada con la orquesta. Cuando estaban terminando el primer tutti, me dije: ¡¿qué voy a hacer yo frente a esta orquesta fantástica?! Ya los había escuchado antes. Sin embargo, esta noche me deslumbraron. Es verdad que lo que uno transmite emocionalmente en el escenario depende del repertorio. Nunca se puede prever. Eso es lo fascinante. A veces, lo que sienten las personas desde afuera no coincide con el momento del que está tocando. Pero no quiero hablar de esta obra porque tengo que volver a tocarla."
Golpean la puerta, alguien se asoma y avisa que comienza la segunda parte. El público ha regresado a la sala y ya se recobró el silencio. Martha se dispone a volver, ahora como público, entrando de incógnito a una última línea de platea. Se ensimisma en la butaca, se cobija en su larga cabellera y con sutiles movimientos de la mano, va dibujando la impresión que le producen unas grandiosas obras sacras de Verdi que suenan imponentes como una catedral. Algunos la reconocen, pero la música impide cualquier gesto. Al final, suspira y se dice en voz baja, como para sus adentros: "Daniel es un misterio de la vida, desde chico siempre lo ha sido". Y antes de que nadie atine a acercarse, se escabulle en las bambalinas atestadas de gente y corre a felicitar a su amigo por la conmovedora actuación.
"Cada vez lo admiro más, no sólo como músico, sino también como persona. ¡Me encanta el camino que tomó! Es rarísimo... Nunca conocí a nadie con semejante capacidad." Y otra vez al refugio de su camarín, donde recibirá un nuevo aluvión de saludos y demostraciones de afecto, hasta bien avanzada la noche, hasta que no quede nadie o al menos hasta que decida que es hora de ir a cenar y celebrar con amigos un día que fue grandioso.
Al día siguiente tocará por primera vez en la Konzerthaus de Berlín. El mismo ritual en la entrada y en el público que aplaudirá a rabiar. Muchas horas antes ya está probando la sala. Llega temprano para estudiar la acústica -"todas las salas son distintas, siempre hay diferencias en el sonido y en lo demás", explica-. Repasa el mismo concierto de Beethoven que sabe con los ojos cerrados, ensaya cada pasaje, lo deletrea lento para cuidar que ninguna nota se le escape y después, de repente, se dispara a una velocidad de la que sólo ella es capaz. Los técnicos, mientras tanto, comienzan a armar el escenario con atriles y partituras de orquesta, encienden monitores, prueban luces y ordenan cada detalle para que todo salga como lo previsto. Ella logra abstraerse a todo ese movimiento y seguir allí, solitaria dentro de la música, como en una burbuja imaginaria que la protege angelicalmente.
Satisfecha con las horas que lleva ensayando, recoge sus partituras y le propone a esta cronista salir a tomar aire fresco, ver algo de la tarde desde el Gendarmenmarkt, la plaza más bella y elegante de Berlín. Al cabo de un recorrido, abriendo y cerrando puertas, comparte una charla de ocasión en la que comenta -como si nada- que en 2014 volverá a tocar en Buenos Aires después de casi diez años (ver aparte); que Daniel tuvo la idea de repetir el dúo en el Colón y que ella aceptó, no por una necesidad propia, sino porque se lo pidió su amigo. "Me gusta ir a Buenos Aires, pero no para tocar. Estuve en noviembre y no toqué. Sí me encanta, en cambio, ir al interior." Una vez en la calle, la humedad que ha dejado la lluvia de la mañana le hace reconsiderar el plan y entonces, otra vez en el edificio, vuelve a recorrer los pasillos en busca de una habitación en la que pueda fumar. Encuentra una sala agradable en el semisubsuelo. Las ventanas están bien altas. Desde allí abajo, la vista da al empedrado de la plaza, se ve el paso de los transeúntes y algún que otro retazo de cielo a través de los árboles. Nada llega aquí del barullo exterior, sólo una luz delicada queriendo despuntar en el espesor de una tarde gris. Por un momento, todo se vuelve calma sin ese frenesí que habitualmente la acompaña. Camina, enciende un cigarrillo y recorre el cuarto en silencio hasta que por fin se posa serena frente a la luz de la ventana.
"Dejar de tocar no es dejar la música. ¡La música, nunca! Pero los conciertos, los viajes, las personas.", enumera con tedio. "Cuando uno se dedica a esto, no hay nada más. Como si no existiera nada más en la vida. Yo ya no tengo mucho tiempo por delante... Soy vieja y me gustaría tener la posibilidad, todavía, de respirar otras cosas. Lo que deseo no es algo de otro mundo, ¿no?", interroga complaciente. "Sería duro, pienso, porque no soy buena para los proyectos. Soy una persona cambiante, aunque mis amigos dicen que no, que represento siempre la misma historia y que hace treinta años digo las mismas cosas, aclarando cada vez que ésta es la que va en serio. No me doy cuenta de eso", se justifica con sonrisa condescendiente. "¡Ese es el problema de los conciertos! Para saber qué otras cosas deseo de la vida, necesito tiempo para averiguarlo, para pensar y desear. En definitiva -resume, encogiéndose de hombros con el gesto de un niño-, sólo deseo lo mismo que ansían todas las personas cuando se ponen grandes: un poco más de libertad."

De nostalgias y recuerdos

"Ayer nos acordábamos con Daniel de tantas historias de cuando éramos chicos, anécdotas, cosas personales. Mi mamá lo adoraba. Siempre me decía ¿por qué no sos como él, Martha? ¡Vos tendrías que dirigir! Nos acordamos mucho de nuestras mamás.", y se suspende, en un silencio contenido, con la mirada puesta en el infinito a través de la ventana.
"Me fui de la Argentina en el 55. Volví a los 20 cuando murió mi abuelo. Más tarde, después del premio de Varsovia. Otra vez volví con (su ex marido, Charles) Dutoit; ya estaba embarazada. Después ya no volví. Me fui y no volví durante 14 años, aunque todavía estaba mi padre. Mi mamá estaba en Europa acompañándome. Siempre estuvo conmigo. Se murió en París y la extraño tanto a mi mamá. Como todas las madres, era quien más me criticaba, pero quien más me sostenía. Fue la persona que más me sostuvo a lo largo de la vida." Un nuevo silencio y se retira de la ventana para encender otro cigarrillo.
"Pero vine a Berlín a tocar. Lo que pasa es que me encuentro con tantas nostalgias.Tengo nostalgia de un gran amigo que murió, una persona especial a la que extraño. Sin él la ciudad no es lo mismo para mí. Lo conocí cuando vine por primera vez. Tenía 17 años. ¡Y ahora tengo 72!", suspira. "Menos mal que no salimos., está lloviendo", observa asomándose al vidrio, contemplando la tarde más fría y oscura.
"También siento eso con Ginebra, porque viví allí desde los 14 años -cuenta, manteniendo la vista quieta en el plomizo cielo-. ¡Y con Buenos Aires, claro! Donde tenía amigos, gente que iba conociendo en el exterior y reencontraba al volver: Cucucha Castro era una de ellas, Fincki -el Dr. Finckelstein-, a quien tanto quería, y también mi hermano, que murió hace 10 años cuando iba a cumplir 57. La vida va cambiando y a mi edad uno empieza a encontrarse con las ausencias, y me pasa lo que a todo el mundo: como uno no logra superar esas tristezas, simplemente las vive", reflexiona en voz muy baja.
"Viví poco en Buenos Aires, pero en una época extraordinaria. Había gente muy interesante que creaba un clima especial en la Argentina. No sé qué pasó después. Algo cambió. La música era de un nivel fantástico, iban las grandes figuras del mundo: Rubinstein, Backhaus, Gieseking, Arrau. ¡Los vi tocar a todos ellos!", añora, mientras recorre el cuarto ayudándose a despejar la melancolía que por un instante le embargó la voz. "Ahora no sé cómo es. Creo que no tiene nada que ver... Una de las primeras veces que fue Rubinstein, dio un concierto extraordinario. Estaba con su manager, el viejo Quesada. ¡Allí mismo organizaron 25 conciertos para la temporada siguiente! Todo debe haber tenido más sabor, hablo en general, no sólo de la Argentina. Las cosas no eran tan burocráticas e impersonales, todo se decidía de acuerdo con lo que pasaba en el encuentro con el público. Había más emoción y encanto. Hoy, los organizadores quieren estar seguros con una anticipación tan absurda que la vida parece no tener importancia".
"Con el maestro Scaramuzza teníamos la conciencia de esa época. Yo me siento su hija musical. Allí estudiábamos y jugábamos con Bruno (Gelber), el Muni, como le decía su mamá. ¡Éramos tan chiquitos y compinches! -se ríe-. Bueno, sigo siendo infantil en mi manera de ser, aunque los niños pueden ser muy serios. Bruno fue mi verdadero compañero. Íbamos juntos al Colón porque su papá tocaba la viola en la orquesta. Con él compartimos la infancia. Lo quiero y como pianista me fascina.
"¡Son unos cretinos!, nos gritaba el maestro a los alumnos. Me acuerdo de una señora que venía en tranvía. Tardaba horas en llegar. Los miércoles, el que llegaba primero empezaba a tocar. Esta señora que hacía un viaje interminable, una vez allí, cedía su turno a otro. Cuando tocaba ése, se lo cedía al próximo y así con todos hasta que terminaba la clase. Se volvía a su casa sin haber tocado una nota. ¡Tal era el terror que le tenían! Él se dirigía a nosotros como si fuéramos adultos ¡y éramos unos niños! Una vez se enojó fuertemente conmigo. No recuerdo por qué. Mis padres fueron a hablarle.
-Maestro, es una nena de 6 años.
-¡Será una nena de 6 años, pero su alma es de 40!
"Scaramuzza era de Géminis, como yo", agrega con picardía, como si el signo del zodíaco de los gemelos, que representan las dos caras de una misma moneda, le hubiese dado una ventaja más allá del talento prodigioso que a todos deslumbraba. "Tengo muchísimos recuerdos. Me acuerdo de una vez que fuimos a visitarlo después de haber tocado un concierto de Mozart en Radio El Mundo. Bajó las escaleras de su casa y ¡fue tal la impresión que me causó! Nos miró serio, y con esa voz seca y adusta, respirando entrecortado con su aparatito para el asma, dijo:
-Hoy tuve un día espantoso. Después encendí la radio y la escuché a usted. Eso me hizo casi feliz."
En la calle, el mismo remolino de ayer y de siempre frente a las puertas del teatro. Y antes de despedirse, en la penumbra de lo que queda de la tarde, comparte una última reflexión sobre la música; antes de volver al brillo de la escena donde se convertirá en esa tigresa del piano por la que sus admiradores deliran, y dar un nuevo giro a esa espiral que la acerca y la aleja, que la lleva de la superficie al corazón de las cosas.
"La música es un misterio. Es tan misteriosa como el amor. Es un mundo aparte, tan intangible como espontáneo, creo, porque les habla directo a nuestras emociones. No sé describir qué sentimos cuando tocamos o escuchamos. Una vez vi un film de los kamikaze en la Segunda Guerra Mundial. Me impresionó saber que muchos de esos chicos de 17 o 18 años pedían escuchar música -una Sinfonía de Tchaikovski o de Beethoven- antes de cumplir con su misión. Es tremendo pensar que una persona que sabe que va a morir, pida la música como su último deseo. La música nos transporta, nos saca de nosotros mismos, nos pone en un paréntesis que ya no es nuestra vida. Creo que tiene el don de hacernos salir del tiempo, del tiempo y de nuestra propia vida. Y eso es un misterio formidable."

en buenos aires

Martha Argerich volverá a tocar en Buenos Aires el año próximo. Y nada menos que el Teatro Colón será el escenario donde la pianista estará acompañada por la Orquesta West-Eastern Diván, dirigida por su amigo Daniel Barenboim. El repertorio estará compuesto por el Concierto para piano y orquesta N° 1 en Do mayor, Op 15, de Beethoven, y piezas de Ravel. La función será el domingo 3 de agosto, a las 17, y anticipan que significará el punto de partida para una serie de presentaciones, entre las que se destacan un dúo de pianos Argerich-Barenboim programado para el martes 5 de agosto..

Fuente: Revista La Nación

ABRIÓ LA IMPACTANTE MUESTRA DE RON MUECK


A los botes. Una de las grandes esculturas de Mueck con Quaroni, la curadodora. / EMILIANA MIGUELEZ.
Mucho más reales que la realidad. O mucho menos. Así son las impactantes obras del australiano Ron Mueck que desde el viernes 15 a las 12,00 se pueden ver en la Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929, La Boca.
Es la primera vez que sus obras se muestran en América del Sur.
Mueck (Melbourne, 1958), pasó fugazmente por el país, para instalar las esculturas, pero partió antes de la inauguración: prefiere esquivar al mundillo del arte.
Con él estuvo Grazia Quaroni, la curadora italiana de la muestra.
En La Boca se verán nueve esculturas, de las cuales ocho son figuras humanas. Parte del atractivo de estas obras es el juego que Mueck hace con la escala, a veces reduciendo, a veces agigantando las figuras respecto de sus referentes en el mundo.
La exposición sigue abierta hasta el 23 de febrero, de martes a domingo, de 11 a 19. La entrada sale 15 pesos.
Fuente: clarin.com

UNA FUNDACIÓN SUIZA AFIRMA
QUE LA "MONA LISA DE ISLEWORTH" ES DE DA VINCI

Expertos, como el profesor emérito de Oxford Martin Kempt, ponen en duda la autenticidad de la tela

Los propietarios de la pieza, que al igual que la del museo parisino muestra el retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco de Giocondo, aunque unos años más joven, entregaron la tela a la fundación el pasado septiembre para que investigaran su autenticidad. Y en este marco se ha llevado a cabo una prueba de geometría por parte del especialista italiano Alfonso Rubino, y una prueba de carbono 14 por parte del Instituto Federal de Tecnología en Zúrich.
David Feldman, vicepresidente de la fundación y marchante de arte, explicó que, después de la presentación pública del cuadro, Rubino se puso en contacto con él. "Ha realizado amplios estudios sobre la geometría del Hombre de Vitruvio de Leonardo y se ofreció a analizar nuestra pintura para ver si se correspondía", explica. La conclusión de Rubino fue que el retrato de Isleworth, -bautizado así por el nombre del barrio de londinense donde el experto británico en arte Hugh Blaker la conservó durante 80 o 90 años- se ajusta a la geometría de Leonardo y por lo tanto salió de su pincel.
Él examen de carbono 14 llevado a cabo por el instituto de Zúrich desveló que la tela fue confeccionado casi con seguridad entre 1410 y 1455, refutando así las afirmaciones de que la Mona Lisa de Isleworth es una copia de finales del siglo XVI.

       

EL MAESTRO DE CINE

Entrevista
José Martínez Suárez recorre su infancia junto a las hermanas Legrand, su influencia en el Nuevo Cine Argentino y su labor al frente del Festival de Mar del Plata, que comienza hoy



Por Hugo Beccacece


Es como si uno hablara con Funes, el memorioso, o con Wikipedia. José Martínez Suárez ("Josecito", como todos lo llaman) es un testigo excepcional de la cultura argentina y uno de los cineastas más importantes de la generación de 1960, que cambió la estética y la forma de producir en la Argentina, pero, a la vez, el espíritu de sus films (El crack, Dar la cara, Los chantas, Los muchachos de antes no usaban arsénico, Noches sin lunes ni soles) se entronca con la mejor tradición de la época dorada de la cinematografía local. Su influencia se extiende hasta la actualidad por medio de sus películas y de quienes fueron discípulos de su taller (los directores Juan José Campanella, Lucrecia Martel, Gustavo Taretto, el ensayista David Oubiña). En 2008, cuando lo nombraron presidente del Festival Internacional de Mar del Plata, dejó de dar clases para dedicarse por completo a la nueva tarea. "Dirigirlo es el mejor trabajo de mi vida porque es el más difícil. El festival debe ser una fiesta para todos. Este año, recibimos 2500 películas y seleccionamos más de 400. En la muestra oficial, hay 16, dos son argentinas, La laguna y Fantasmas de la ruta." El prestigio que recuperó el festival, cuya 28° edición se inaugura esta noche, es el producto de su conocimiento, energía e imaginación.
Martínez Suárez siempre fue curioso. Todo le interesa, pero hay dos cosas que prefiere: leer y ver cine. Su autor predilecto es Jorge Luis Borges, pero no deja de mencionar a Graham Greene, Somerset Maugham, Raymond Chandler, y a una serie de autores húngaros que no son Sándor Márai. La literatura centroeuropea es una de sus debilidades. Hace unas semanas, se publicó Estoy hecho de cine , un libro de conversaciones de Martínez Suárez con Mario Gallina, que detalla las peripecias de una vida marcada por la vocación.
-La historia de su niñez y de la de sus hermanas, Mirtha y Silvia Legrand, tiene cierto parecido con Bellísima , la película de Luchino Visconti en la que una madre [Anna Magnani] lucha para convertir en estrella a su pequeña hija.
-Hay algo de eso. Mi madre hizo que estudiáramos de todo. En Rosario, yo estaba pupilo en el Colegio del Sagrado Corazón; mis hermanas, medio pupilas en el María Auxiliadora. Además, en forma privada nos enseñaban piano, inglés, francés, zapateo americano. Mis hermanas, ya en Buenos Aires, iban a tomar clases de baile con Lida Martinoli, la primera bailarina del Colón.
-Usted, pupilo de un colegio religioso, ¿cómo se convirtió en un agnóstico?
-Porque fui a un colegio religioso. [Se ríe] Nací pared por medio del cine de la Sociedad Italiana de Villa Cañás. Mi ámbito de juegos y de fantasías era el cine. Cuando "Chiquita" y "Goldie" empezaron a hacer películas, yo me convertí en el hermano más sumiso del planeta, el que siempre estaba vestido para acompañarlas, porque el acompañamiento significaba entrar en los estudios de Argentina Sono Films, San Miguel, Lumiton, Río de la Plata. En Lumiton, ayudaba un poco en todo. Un día, me llamaron de la administración. Me dieron un sobre con sesenta pesos. Me habían tomado. Con el tiempo, fui asistente de Vatteone, Lugones, Christensen, Tinayre, Borcosque, Cahen Salaverry, Demare, Torre Nilsson, qué sé yo...
-Su primera película, El crack , es de 1960. ¿Cómo llegó a la dirección?
-En 1959, los productores se dieron cuenta de que estaban pagando mucho a hombres que se limitaban a decir "Cámara" y "Corten". Apareció un grupo más joven: Manuel Antín, Osías Wilenski, Rodolfo Kuhn, Ricardo Alventosa, Enrique Dawi, Fernando Birri, David José Kohon. En esa camada, "la generación del 60", había un grupo que seguía a la nouvelle vague francesa, y otro, del que yo era parte muy activa, que estaba más cerca del neorrealismo italiano. A mí me interesaban Rossellini, De Sica, el Fellini del comienzo, Pietro Germi, Luigi Zampa, no tanto Antonioni, no tanto Visconti.
Las películas de Martínez Suárez son corales, salvo Noches sin lunas ni soles , un policial negro en el que el protagonista es claramente Alberto de Mendoza, y todos esos films, menos Los muchachos de antes no usaban arsénico , retratan o denuncian una situación social. El crack muestra la mafia que se mueve alrededor de los jóvenes deportistas. Dar la cara , con libro de David Viñas, refleja la agitación de los jóvenes de la década de 1960, que, terminado el servicio militar, deben ocupar un lugar en el mundo. Es un notable fresco social en el que se enfrentan los estudiantes de derecha (Héctor Pellegrini) y los de la izquierda nacionalista (Luis Medina Castro), los ricos aspirantes a productores de cine de vanguardia (Pablo Moret) y los trabajadores humildes y populares (Leonardo Favio). Los muchachos de antes no usaban arsénico , en cambio, es un raro y valioso ejemplo de humor negro en el cine argentino.
 
Foto: Diego Izquierdo
-Usted siempre dijo que una clave importante de su obra es la amistad. Pero también hay otra constante: todas esas historias terminan en fracaso. -Tengo una respuesta. Un día, en mi pueblo, cuando terminó una película con el beso del muchacho a la muchacha, cuando todo el mundo sonreía, le pregunté a mi mamá: "Y a él, al día siguiente, ¿no le pueden doler las muelas?" Tenía ocho años. Otra anécdota: mucho después de hacer Dar la cara , cada tanto, nos encontrábamos con David Viñas a tomar un café. Un día, fantaseamos con hacer la continuación de aquella película: Pablo Moret, el que había querido ser productor de cine de vanguardia, producía películas pornográficas; Medina Castro, el izquierdista, trabajaba para compañías multinacionales; Leonardo Favio heredaba el quiosco de su padre, recogía el dinero y después se iba a jugarlo a las carreras de caballos.
-La música tiene un papel muy importante en sus producciones. Tuvo a Astor Piazzolla en El crack y al "Gato" Barbieri en Dar la cara .
-A Piazzolla le hablé en las escalinatas de Alex para pedirle una composición: Tzigane Tango . En Dar la cara, lo llamé al "Gato" Barbieri. En las otras películas, trabajé con Tito Ribero. Soy un apasionado de Nino Rota. Como aprendí música, trabajé muy cerca de Tito. Me gusta tener un solo tema en mis films, con distintos desarrollos: el dramático, el humorístico, el tenebroso. Nos costó bastante dar con el tema de Los muchachos de antes no usaban arsénico . Es un ritornello . En la película, hay muchos guiños. En un momento, el personaje de Mario Soffici dice: "¿Cómo se llamaba ese muchacho que trabajaba en la película de Soffici?" Es el cine dentro del cine. Siempre hay algo así en mis films. Para que el espectador se pregunte cuál es la realidad y cuál la ficción.
-Usted es un gran admirador de Borges. ¿Nunca pensó en adaptar uno de sus cuentos o en hacer un relato biográfico?
-Espere un momento [se levanta del sillón, va a la biblioteca y toma un DVD]. Esto no lo filmé yo, lo filmaron mis alumnos. Es un corto de ocho minutos. Lo podemos ver, si no lo retraso.
En el televisor de Martínez Suárez se oye la hermosa voz de María Concepción César que dice fragmentos de Atlas , de Borges y María Kodama. Los nombres de ciudades y países remotos se suceden; en la pantalla, sólo se ven sombras, manchas de colores, sobre todo amarillas y rojas. Continúa Martínez Suárez: " Quise que el espectador se sintiera incómodo por esas manchas, por tanta incógnita. Hasta que al final, el espectador debe pedir disculpas por esa incomodidad. Lo que está viendo son las manchas que podía ver Borges. Ahora me interesa una obra de Mario Diament, Cita a ciegas , inspirada en Borges. Me gustaría filmarla. Hasta hice una adaptación. Es un proyecto. ¿Cómo se puede vivir sin proyectos?".
Fuente: Revista Ñ Clarín.

SIN COARTADA PARA BORRAR LA ESTATUA DE COLÓN

OPINIÓN

Sin coartada para borrar la estatua de Colón



Por Ricardo Roa










Esta historia es fácil de contar pero difícil de comprender. O tal vez no tanto. Estaba Hugo Chávez en el despacho de Cristina Kirchner y al mirar la estatua en la plaza que está detrás de la Rosada le dijo: “¿Qué hace ahí ese genocida?”. El genocida era Cristóbal Colón.
Eso pasó en el 2011. Dos años antes, Chávez había retirado de un parque en Caracas la última estatua de Colón que había en la ciudad. “Colón fue el jefe de una invasión que produjo no una matanza sino un genocidio... ahí hay que poner un indio”. Eso fue lo que dijo.
A menudo Cristina piensa también por consignas y copió los pasos de Chávez o está tratando de copiarlos. Mandó sacar a Colón y reemplazar su estatua por otra de Juana Azurduy. Pero tuvo y tiene un problema: esa plaza no es el patio trasero de la Rosada ni el monumento es de su propiedad. Son de los vecinos de Buenos Aires.
Por cuenta y orden de ella, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, firmó un convenio para mudar a Mar del Plata al ahora indeseable Colón. En el kirchnerismo hay obsecuencia para regalar y Parrilli pica siempre en punta. Pero acá metió la pata: la Ciudad y la colectividad italiana que donó el monumento frenaron el traslado ilegal en la Justicia.
¿Qué hizo el Gobierno? Lo desmontó igual, con el pretexto de que debían repararlo y que eso no lo impedía el amparo judicial. Otra metida de pata: ahora se sabe que a comienzos del 2007 había sido ya restaurado y sin necesidad de desmantelarlo. Y que entonces se hicieron reparaciones similares a las que dicen el monumento precisa hoy.
La estatua, tallada en Italia en mármol de Carrara por el escultor Arnaldo Zocchi, yace desde hace cinco meses acostada sobre su espalda.
La Historia, así con mayúscula, es compleja y no se articula nunca con el simplismo de los populismos. Colón aproximó a dos mundos y fue la avanzada de una conquista primero sangrienta y envuelta en el infierno de la codicia y enriquecedora después.
Con sus viajes el almirante concretó la verificación astronómica de Galileo y de Copérnico y probó que la Tierra era efectivamente redonda. El mismo volvió a España encadenado y fue a la cárcel, acusado por los personeros de la Corona de gobernar mal el Nuevo Mundo.
Si profundizáramos la iniciativa chavista de Cristina de borrar a Colón, habría que cambiarle el nombre a un país, Colombia, y a innumerables pueblos y localidades en toda América. A la ciudad de Colón en Entre Ríos, por ejemplo y al club Colón. También, al Teatro Colón y a la avenida Paseo Colón y así todo hasta barrerlo de los mapas.
Hay en todo esto una ideología rudimentaria y un capricho de no dar el brazo a torcer y persistir en el error. Pero, pasados los siglos, no es improbable que la historia olvide a Cristina Kirchner. Y a Chávez. Difícilmente, a Colón.

Fuente texto: clarin.com

CREAN EL DISTRITO DEL DISEÑO Y YA SUMAN CUATRO EN LA CIUDAD

Lo aprobó la Legislatura. Las empresas del rubro que se radiquen allí pagarán menos impuestos. Buscan recrear las experiencias de los distritos existentes: Tecnológico, Audiovisual y de las Artes.
Atracción. El distrito girará alrededor del Centro Metropolitano de Diseño.













Por Pablo Novillo

Barracas, uno de los pocos barrios de la zona sur de la Ciudad que pudo aprovechar el auge inmobiliario de los años anteriores al cepo cambiario, podrá vivir ahora un segundo impulso, esta vez ligado a la actividad comercial. La Legislatura porteña aprobó ayer la creación del Distrito del Diseño, en un sector de unas 230 manzanas en el barrio. Las empresas que se dediquen a la indumentaria, la gráfica, diferentes ramas industriales y otras actividades que hagan hincapié en el diseño como aporte de valor agregado podrán instalarse en esa zona y estar exentas de impuestos y tasas locales o pagar mucho menos durante 15 años, beneficio que también correrá para las empresas del rubro que ya funcionen en la zona. Se trata del cuarto Distrito específico de la Ciudad, y se suma al Tecnológico, el Audiovisual y el de las Artes.
Durante el debate de ayer hubo varios cuestionamientos y correcciones, especialmente con la cuestión de las exenciones impositivas. Es que si bien el proyecto había sido presentado por el Ejecutivo porteño hace años, el PRO recién pudo tratarlo ahora, en el marco del paquete de leyes que impulsó antes del recambio de la Legislatura. El apuro fue tal que muchos diputados se quejaron de que no habían podido discutirlo en las comisiones. Igual, la ley fue aprobada con un amplio consenso, y en el macrismo aseguran que también cuenta con el apoyo de organizaciones vecinales de Barracas. En el área afectada al nuevo distrito no están las plantas impresoras de los diarios Clarín y La Nación, entre otros.
El Distrito funcionará entre las calles Australia, Pinedo, Ramón Carrillo, Brandsen, Hornos, la ribera del Riachuelo y Vélez Sarsfield.
Su nucleo será el Centro Metropolitano de Diseño, en Algarrobo 1041, edificio donde funcionara el antiguo mercado del pescado y que fue recuperado por la Ciudad para crear un espacio donde se dan clases sobre diferentes oficios relacionados al diseño y donde se capacitan 2.000 personas por año.
La elección de Barracas no fue casual. Por un lado, la Ciudad intenta potenciar más el sur de la Ciudad (tres de los cuatro distritos quedan al sur de la avenida Rivadavia). Por el otro, el barrio cuenta con viejos galpones y otros edificios que bien pueden ser aprovechados por las empresas. La zona tiene otras ventajas, como buenos accesos y la conexión con la autopista 9 de Julio Sur.
Las firmas que se instalen en el Distrito no pagarán Ingresos Brutos, ABL, Sellos y otros impuestos. Además, podrán acceder a créditos especiales del Banco Ciudad, subsidios y programas de capacitación por parte del Gobierno.
El objetivo es que el Distrito del Diseño termine generando 30.000 puestos de trabajo y permita poner en valor 200.000 metros cuadrados de instalaciones hoy en desuso o desaprovechadas. “Los Distritos son una fórmula de crecimiento probada. Las ciudades más importantes del mundo desarrollan sus industrias estratégicas y mejoran los barrios relegados, a través de políticas como éstas”, aseguró el ministro de Desarrollo Económico, Francisco Cabrera.
La instalación de las empresas supone varios beneficios indirectos para el barrio, algunos de los cuales ya se pueden verificar en los zonas donde ya funcionan otros distritos. La llegada de más gente a la zona, los empleados de las firmas, incentiva la aparición y desarrollo de restoranes, quioscos, estacionamientos y otros rubros que tendrán más clientela. En tanto, el valor del m2 puede tender a la suba. Además, si se repite la experiencia del Distrito Tecnológico de Parque Patricios, el propio Gobierno porteño colaboró con otras mejoras, como la reparación de calles y luminarias, la recuperación de espacios verdes y la llegada de la Policía Metropolitana.

Fuente: clarin.com

REVELAN QUE YA FUE RESTAURADO EN 2007
Y SIN DESMANTELARLO

Por orden del Gobierno nacional le hicieron arreglos similares a los que dicen que necesita ahora. Los especialistas aseguran que no puede haberse deteriorado tan rápido. Y que el fin es mudarlo.
2007. Así se hicieron los trabajos de restauración ese año, sin desmantelar la escultura, como lo prueba la foto.

Por Silvia Gómez

Sin descanso, el Gobierno nacional avanza con el desmantelamiento del Monumento a Cristóbal Colón.
La grúa trabaja a destajo quitando partes del conjunto escultórico para colocarlas en el piso, junto a la figura del navegante genovés que desde el 29 de junio yace acostada sobre la plaza. Lo más curioso es que el propio Gobierno nacional pagó por la restauración del monumento entre fines de 2006 y principios de 2007 y en aquella oportunidad no consideró necesario desmantelarlo. Las obras estuvieron a cargo de la empresa Teximco, que subcontrató a especialistas en diferentes áreas para reacondicionar todo el entorno de la Casa Rosada.
Así, el trabajo de restauración de las magníficas farolas doradas de la plaza y el monumento fue realizado por el arquitecto Luis Chaia, titular de la empresa “Chaiaco Restauración de Fachadas y Monumentos”.
“Bajo ninguna circunstancia se analizó la posibilidad de desmantelarlo, básicamente porque para restaurarlo no era necesario. En relación a lo que significa un monumento de este porte, es imposible que en cinco años se haya deteriorado de tal manera que ahora deba desmantelarse para su restauración”, opinó Chaia.
En realidad, lo que quiere el Ejecutivo es trasladar el monumento a Mar del Plata y colocar en su lugar, en la plaza que está detrás de la Casa Rosada, el de Juana Azurduy (1780-1862), heroína de la emancipación Latinoamericana. El periodista Carlos Pagni recordó en La Nación que en el último encuentro en Buenos Aires de Hugo Chávez con Cristina Kirchner (en 2011), al observar la estatua a través de la enorme ventana del despacho presidencial, Chávez preguntó: “¿Qué hace ahí ese genocida?” A través de una cautelar, la Justicia prohibió sacar a Colón de allí hasta el 12 de diciembre. Mientras tanto habilitó al Gobierno nacional a que siga los trabajos de restauración. Los técnicos que asesoran a la ONG Basta de Demoler y las entidades italianas que intervienen en el conflicto sostienen que “es innecesario desmantelarlo”. Piensan que detrás “de la simulación de la restauración, lo que buscan es desmontar el monumento”.

2013. La foto, de ayer, muestra la estatua de Colón. Está hace 149 días en posición acostada./GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI

Entre 2006 y 2007 a Colón se le repararon las fisuras del mármol, que fueron selladas y se les colocó un protector contra los rayos ultravioletas; se limpió la suciedad y el ennegrecimiento, provocados por la contaminación ambiental; también los excrementos de animales y la grasitud del hollín. “No se habían detectado pérdidas del material –cuenta Chaia– aunque sí biodeterioro que provocan los organismos vivos, como hongos y musgos, que retienen la humedad y producen ácidos que modifican el color de la roca”.
El análisis del estado del monumento fue realizado por un experto en patologías, el arquitecto Eduardo Gordín, docente en el Centro de Especialización Profesional de la Facultad de Arquitectura de la UBA. Según informó Teximco a Clarín, el contrato de restauración de la plaza y su entorno se firmó con el Gobierno porteño, pero las obras fueron financiadas por Nación. Desde 1996 –cuando se concretó la autonomía porteña– todos los monumentos y plazas que se encuentren dentro de la Ciudad son propiedad del Gobierno porteño: por eso fue necesario su aval para realizar los trabajos.
La cautelar que impide trasladar el monumento seguirá en vigencia hasta que la Justicia determine quién tiene potestad sobre la escultura. En junio, luego de que tomara estado público el desmantelamiento del grupo escultórico, el Ejecutivo nacional reconoció que planeaba trasladarlo en camión hasta Mar del Plata para emplazarlo en la plaza homónima.
Como muchas otras obras y monumentos construidos entre fines del 1800 y principios del 1900, la figura de Colón llegó al país en bloques. El Palacio de Aguas Corrientes (en Córdoba y Riobamba) es uno de los ejemplos: los ladrillos esmaltados de la fachada y las piezas cerámicas fueron fabricadas en Bélgica e Inglaterra y arribaron a Buenos Aires numeradas, para facilitar el montaje. “Que sean una especie de mecano no significa que se puedan desarmar y volver a armar. Corren un riesgo innecesario”, explicó Chaia.
En junio, un equipo liderado por el escultor y taxidermista Domingo Tellechea –trabajó sobre la restauración del cuerpo de Evita– bajó del pedestal la imagen de un Cristóbal Colón (fue construido por Arnaldo Zocchi e inaugurado en 1921) que llevaba 92 años mirando hacia las costas del Río de la Plata: quedó recostado junto al pedestal. En las últimas semanas, los trabajos de desmantelamiento continuaron. Desde la Secretaría General de Presidencia insistieron con que son trabajos de restauración y que esperarán la decisión de la Justicia.

Fuente: clarin.com