La bienal, que cierra el 20 de octubre, es moderna y
energética, abierta a un público entusiasta, pero parece sumamente
cautelosa en cuanto a los inconvenientes políticos y burocráticos que
puedan atraer la ira de las autoridades en la Rusia de Vladimir V.
Putin.
Por STEVEN LEE MYERS
The New York Times
Hubo algunas complicaciones cuando el artista conceptual
estadounidense John Baldessari trajo sus últimas obras a Rusia como
parte de la Quinta Bienal de Arte Contemporáneo. Primero, el título de
su proyecto, Double Take, no era fácil de traducir al ruso, de modo que se cambió por 1+1=1.
Más problemático todavía fue el hecho de que dos coleccionistas se negaran a prestar obras de Baldessari para la muestra. Adujeron temores por el entorno político en Rusia, como el asilo otorgado al denunciante de archivos de seguridad Edward J. Snowden, la adopción de una ley contra la "propaganda" gay y la acusación contra Pussy Riot, el colectivo de arte punk. "No he tenido ningún tipo de problema personal", dijo Baldessari, de 82 años, en una entrevista en Garage, una galería cerca de Gorky Park. "Pero sé que el clima está".
La bienal, que abrió en septiembre y continuará hasta el 20 de octubre, sintetiza ese clima. Es moderna y energética, abierta a un público entusiasta, pero parece sumamente cautelosa en cuanto a los inconvenientes políticos y burocráticos que puedan atraer la ira de las autoridades en la Rusia de Vladimir V. Putin.
Desde su inicio en 2005, la bienal ha marcado cuidadosamente un camino entre la ambición de los organizadores de transformar a esta ciudad en un centro internacional de arte contemporáneo y el conservadurismo de un país donde la línea entre lo aceptable y lo inaceptable puede ser muy delgada.
Apenas un mes antes de la inauguración de la bienal, funcionarios de San Petersburgo confiscaron cuatro pinturas de una galería en vísperas de la reunión anual del Grupo de los 20. Una representaba a Putin con un camisón rosa de mujer, peinando a quien fuera su protegido, el primer ministro Dmitri A. Medvedev, que aparecía con corpiño y panties. El artista, Konstantin Altunin, huyó rápidamente a Francia. Por el contrario, ninguno de los artistas elegidos para exponer en la bienal aprovechó la oportunidad para abordar directamente los problemas cotidianos.
En comentarios inusualmente francos, Ivan I. Demidov, viceministro de cultura, describió el auspicio dado por el ministerio a la bienal como un honor y a la vez una carga. "Me da la sensación de que cuando el gobierno, una estructura por definición conservadora, apoya la actividad, especialmente relacionada con temas tan sensibles a nivel de la sociedad como la cultura y el arte, sobre todo el arte moderno, hay cierto grado de riesgo", dijo. "Quizá para ambas partes".
La curadora del evento de este año, Catherine de Zegher, que actualmente vive en Bélgica, no es ajena a la política. Durante nueve años fue directora del Centro de Dibujo de Nueva York al que renunció cuando los funcionarios hicieron naufragar los planes de trasladarlo al lugar donde se hallaba el World Trade Center. El contenido de algunas exposiciones del Centro de Dibujo había desatado tanta furia que los críticos llegaron a afirmar que el centro era antipatriótico y no tenía cabida en la Zona Cero.
Más problemático todavía fue el hecho de que dos coleccionistas se negaran a prestar obras de Baldessari para la muestra. Adujeron temores por el entorno político en Rusia, como el asilo otorgado al denunciante de archivos de seguridad Edward J. Snowden, la adopción de una ley contra la "propaganda" gay y la acusación contra Pussy Riot, el colectivo de arte punk. "No he tenido ningún tipo de problema personal", dijo Baldessari, de 82 años, en una entrevista en Garage, una galería cerca de Gorky Park. "Pero sé que el clima está".
La bienal, que abrió en septiembre y continuará hasta el 20 de octubre, sintetiza ese clima. Es moderna y energética, abierta a un público entusiasta, pero parece sumamente cautelosa en cuanto a los inconvenientes políticos y burocráticos que puedan atraer la ira de las autoridades en la Rusia de Vladimir V. Putin.
Desde su inicio en 2005, la bienal ha marcado cuidadosamente un camino entre la ambición de los organizadores de transformar a esta ciudad en un centro internacional de arte contemporáneo y el conservadurismo de un país donde la línea entre lo aceptable y lo inaceptable puede ser muy delgada.
Apenas un mes antes de la inauguración de la bienal, funcionarios de San Petersburgo confiscaron cuatro pinturas de una galería en vísperas de la reunión anual del Grupo de los 20. Una representaba a Putin con un camisón rosa de mujer, peinando a quien fuera su protegido, el primer ministro Dmitri A. Medvedev, que aparecía con corpiño y panties. El artista, Konstantin Altunin, huyó rápidamente a Francia. Por el contrario, ninguno de los artistas elegidos para exponer en la bienal aprovechó la oportunidad para abordar directamente los problemas cotidianos.
En comentarios inusualmente francos, Ivan I. Demidov, viceministro de cultura, describió el auspicio dado por el ministerio a la bienal como un honor y a la vez una carga. "Me da la sensación de que cuando el gobierno, una estructura por definición conservadora, apoya la actividad, especialmente relacionada con temas tan sensibles a nivel de la sociedad como la cultura y el arte, sobre todo el arte moderno, hay cierto grado de riesgo", dijo. "Quizá para ambas partes".
La curadora del evento de este año, Catherine de Zegher, que actualmente vive en Bélgica, no es ajena a la política. Durante nueve años fue directora del Centro de Dibujo de Nueva York al que renunció cuando los funcionarios hicieron naufragar los planes de trasladarlo al lugar donde se hallaba el World Trade Center. El contenido de algunas exposiciones del Centro de Dibujo había desatado tanta furia que los críticos llegaron a afirmar que el centro era antipatriótico y no tenía cabida en la Zona Cero.
El artista chino Song Dong armó una instalación con todo el contenido de la casa de su madre. |
En los primeros 5 días de la bienal, más de 18.000 personas circularon por la sede principal de la muestra en Manezh, una histórica academia de equitación a pocas cuadras del Kremlin que fue transformada en museo en la década de 1950. Docenas de exposiciones simultáneas también se desarrollan en galerías de todo Moscú, como la de Baldessari en Garage, que presenta 44 de sus pinturas.
Para la exposición principal en Manezh, De Zegher reunió obras de 72 artistas del mundo entero. El hall central del edificio de Manezh se transformó en un laberinto de galerías con vistas de las torres del Kremlin a través de los ventanales que miran al sur. El tema de la bienal es "Bolshe Sveta", o "Más luz", que De Zehger describió como una reconsideración del tiempo y el espacio en un mundo donde ambas cosas parecen cada vez más invadidos por la tecnología y la explotación.
Demidov, que prohibió la proyección de una película serbia titulada Clip el año pasado debido a sus descripciones del consumo de drogas y el sexo, dio su apoyo al tema, diciendo que "enternece especialmente nuestras almas burocráticas".
Ahora que las prohibiciones rusas sobre la libre expresión han atraído críticas internacionales, como convocatorias a protestas o exhortaciones a un boicot de los Juegos Olímpicos en Sochi en febrero próximo, De Zegher dijo que ella evitaba los temas abiertamente polémicos. "No hubo nada que me impidieran hacer pero algunas cosas exigieron una negociación", dijo. "Creo que hay más autocensura que censura." El canal de la televisión estatal Kultura ha elogiado la bienal por sus "valores positivos, su ánimo positivo y su fantasía ilimitada". Otros, sin embargo, se quejaron de que el evento sacrificó la potencia artística en aras de la conveniencia.
Dmitri Pilikin, crítico de arte de San Petersburgo, cuestionó la selección realizada por los organizadores. "El arte contemporáneo está centrado principalmente en la negación", dijo. "Hacer un proyecto que saca semejante conclusión positiva es un riesgo, porque lleva a preguntarse: ¿Hasta qué punto es auténtico? ¿No es acaso un intento de recrear para nosotros algún tipo de kitsch glamoroso estalinista?" De Zegher objetó el comentario si bien reconoció que prefiere la sutileza a la agresión manifiesta. "No me gusta la provocación, en realidad, porque frena todo", dijo.
Algunas obras de temática política son tan discretas
que es muy posible que sean pasadas por alto. El artista irlandés Tom
Molloy, por ejemplo, montó pequeños recortes fotográficos de protestas
del mundo entero sobre un largo estante en lo que parece ser una enorme
marcha de protesta en miniatura. "Si se mira atentamente, se ve que hay
mucho cuestionamiento y crítica", dijo De Zegher. "Es el público el que
debe mirar".
Fuente: Revista Ñ Clarín
Fuente: Revista Ñ Clarín