Por Romina Smith
Está completo, es abovedado, tiene capacidad para unos 90 mil litros y estaba oculto bajo un piso de baldosas.
Según aseguran los expertos, servía para juntar agua de lluvia y
abastecer a una familia de principios de 1800. Es más, creían que era un
sótano pero la revelación causó sorpresa: debajo de la casa donde hasta 2010 funcionó la Editorial Estrada,
y que fue adquirida por el Gobierno de la Ciudad para cederla a la
Dirección de Patrimonio y el Instituto Histórico de Buenos Aires, el
equipo de arqueólogos de ese organismo encontró el pozo de aljibe más grande de la Ciudad. Está en Bolívar al 400, en San Telmo, ya hicieron trabajos en el lugar y rescataron varios objetos antiguos: botellas enteras y restos de mampostería.
Ahora buscan armarlo e integrarlo a un recorrido para que a partir de
diciembre se pueda bajar y contar el patrimonio de esa época a través
del uso del agua.
“Este hallazgo tiene que ver con el plan de
excavación que ya hicimos en lo que se conoce como ‘la Casa del Virrey
Liniers’, una de las viviendas aún en pie más antiguas de la Ciudad y
que fue recuperada como centro cultural en 2011. Esa propiedad está
pegada al fondo de este terreno. Y esta vivienda sería el lado de
adelante, es la casa que habitaron los Estrada, y acá es dónde apareció esta sorpresa”, detalla Liliana Barela, directora del área dependiente del Ministerio de Cultura.
¿Por
qué un hallazgo así, justo en un lugar público? Lo explica Barela:
“Esta casa, toda, es una gran incógnita: la estadía de Liniers sacralizó
la parte de atrás como Monumento Histórico Nacional. Y estamos
tratando, y no es fácil, de indagar este espacio hacia atrás en el tiempo.
No es fácil porque es grande, hay que saber leer los planos, hay unas
obras sobre otras. Así que decidimos ir a lo concreto y empezamos a
desarmar todo. Primero encontramos los techos de 1820, más antiguos de
lo que suponíamos, y el descubrimiento del aljibe se dio dónde pensábamos que había un sótano. La idea es ir a ver. Levantar y mirar, y así hicimos”.
Los
arqueólogos Daniel Schavelzon, asesor de Barela, y Ricardo Orsini,
director del registro arqueológico, fueron los que encabezaron esta
misión en primera persona, pero también con todo el equipo de la
Dirección. “Primero vimos un plano de 1900 que nos sirvió de guía: ahí
se veía un sótano, pero sin escaleras, y eso nos llamó la atención. En
los planos más actuales ese sótano ya no se veía, por eso recurrimos a
otros de 1860 y 1870, y ahí descubrimos cómo era la casa en esa época.
Tenía un patio donde hoy es la recepción, y en ese patio estaba el
aljibe”, relata Orsini. Y sigue: “Ahí empezamos a seguir los pozos de
agua, cómo era la distribución de caños, y decidimos cavar: apenas
levantamos las baldosas nos encontramos con esta bóveda, la cisterna más grande y antigua de este tipo que sigue intacta en la Ciudad”.
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Escalera. Al pozo se baja por un pequeño agujero |
Schavelzon
pidió autorización y avanzó: “Hicimos un pequeño agujero en el piso
para no dañar esta propiedad y encontramos esta bóveda que es muy grande
para la época: en esos años, los aljibes eran un pozo de un metro que
bajaba hasta la napa, y de ahí se sacaba el agua, pero esto es una
construcción rectangular y abovedada que juntaba la de lluvia de las terrazas
y creemos que es la más grande de aquella Buenos Aires. Todavía se
pueden ver los agujeritos cuadrados por dónde se llena el pozo, porque
en esa época se usaba ese sistema para los aljibes”.
Para el
arqueólogo, el año en que empiezan a verse este tipo de cisternas está
en discusión: “Para algunos son del siglo XVIII, para mí, del XVII. Era
una vieja tradición de España. Esta calculamos que es de entre 1830 y
1850”. La expedición dejó un pequeño agujero por donde apenas cabe una
persona. Y desde ahí se baja en una escalera de sogas y escalones de
madera, que parece antigua, pero no lo es, y es la única manera de descender.
Abajo, el olor a humedad delata el paso del agua durante décadas. Y los
escombros, el abandono. Pero con una pequeña lamparita los
especialistas ya rescataron distintos objetos que delatan que durante
los últimos años de la editorial Estrada el enorme pozo se usaba para arrojar residuos.
En una repisa se ven esos tesoros: botellas de tinta intactas y aún con
algo de líquido de color adentro, restos de mampostería, frasquitos de
vidrio, cerámicas de época.
“En esta casa vivía una familia aristocrática, no cualquiera tenía un aljibe como este.
El agua se usaba para lavar la ropa, los platos, los patios, pero no se
podía tomar: el agua que tomaban se la compraban al aguatero, que la
traía del río. Por eso creemos que es una buena manera de contar esa
época”, dice Schavelzon. “Hay una maravillosa anécdota de principios del
siglo XIX de Mariquita Sánchez de Thompson. Desde Brasil, donde viaja
exiliada durante la época de Rosas, manda una carta contando que estaba
en un hotel y que lo más extraordinario que había visto era que en el
baño había dos canillas: una de agua caliente y otra fría. Para acá eso
era imposible. Y eso que ella era de una familia adinerada”.
Todo
lo recuperado será colocado antes de fin de año en vitrinas que se
armarán dentro del pozo, para lo que se construirá una escalera más
firme. La idea, dicen, es que las visitas guiadas que se hacen en la
casa de Liniers y en la de Estrada puedan contar la historia de otra
manera: recrear esa época a través del agua. Incluso, la anécdota de
Mariquita: nada más que una divertida manera de mostrar cómo se vivía en
la ciudad a mediados de 1800.
Fuente: clarin.com