Por Marina Oybin
Las exuberantes pinturas del artista Carlos Arnaiz irradian luz
en la galería Jorge Mara-La Ruche. Sedosos, con transparencias,
borroneados, sus colores hipnotizan la pupila. Las formas orgánicas
mutan inexplicablemente. En algunos lienzos, los pétalos vueltos vulvas
vueltos alas de bellas libélulas vueltos extraños pájaros parecen
flotar; en otros, las formas vegetales parecen salir de la tela hasta
acercarse al espectador.
Es un mundo orgánico fabuloso surgido a
veces de las impensadas colecciones de caracoles, hongos, piedras, hojas
y amebas que el artista atesora. “Siempre busco, investigo. Un artista
–dice Arnaiz– tiene que estar atento a la naturaleza, a todo lo que
ocurre a su alrededor”. Hay en esas formas de colores deslumbrantes
siempre un velo de misterio. Una tensión latente entre lo visible y lo
oculto. Entre las veladuras de colores y el color intenso que irrumpe.
“Para que el disfrute se evidencie, tiene que haber sufrimiento”, dice
Arnaiz, refiriéndose a las luces y sombras que invaden su obra y,
también, el proceso de producción.
“Podría decirse que en la
evidente sensualidad con la que Carlos Arnaiz se sumerge en la pintura
palpita la obsesión por el esbozo sensible de una geometría laxa, de
resonancias botánicas, como si la naturaleza y sus ornamentos,
catalogados en caudaloso archivo gráfico según una muy elaborada
síntesis, fueran concebidos a partir de ciertas formas elementales, pero
altamente productivas”, escribió el artista Eduardo Stupía sobre la
obra de Arnaiz, en 2008.
En la galería Jorge Mara - La Ruche se
expone una serie de pinturas, dos de ellas de grandes dimensiones. Son
todas pinturas que se exhiben por primera vez, la mayoría realizadas
este año.
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Sin título. 2012, técnica mixta sobre papel, 34 x 48 cm. |
Hay también una serie de pequeños trabajos sobre papel que
pertenecen a libros donde el artista hace sus bocetos. Son verdaderas
joyitas donde Arnaiz plantea sobre la cuadrícula el boceto que luego
llevará al lienzo. En esos libros que son una especie de alma máter de
los lienzos, juega con colores, texturas, transparencias, tensiones
entre formas y color. Los fondos son de un gris potente, mezcla de plata
y plomo. Es posible detenerse un buen rato para ver “Puro gozo”,
“Escena de la que surgimos”, “Paisaje re-creado” y “El orden de la
noche”, entre muchos otros trabajos. Cuenta Arnaiz que le gusta la
intimidad que se genera al hacer estos libros en su casa en penumbras:
“Es mi manera de ir desarrollando el pensamiento. Con grafito, comienzo a
elaborar la idea, me acompañan todos los caracoles, las hojas, amebas,
estrellas de mar y medusas”, dice.
Hay también una serie de
pinturas en blanco y negro sobre papel, hechas con óleos, lápiz al óleo y
grafito, una técnica que el artista no había usado antes. “Para mí éste
fue un acontecimiento especial porque nunca había pintado en grises”,
dice Arnaiz. Hay grises verdosos, azulados, algunos cálidos; otros
fríos. En estas pinturas la línea juega y tensa la composición con
planos blanquecinos; a veces la línea logra imponerse. “La luz es
pareja. Eso se debe al uso del blanco con limitaciones: el blanco sería
la luz máxima y yo me reservo siempre esa posibilidad”, cuenta el
artista.
“¿Ha visto usted alguna vez, lector, el color de las
tinieblas a la luz de una llama? Están hechas de una materia diferente a
las de las tinieblas de la noche en un camino y, si me atrevo a hacer
una comparación, parecen estar formadas de corpúsculos como de una
ceniza tenue, cuyas parcelas resplandecieran con todos los colores del
arco iris. Me pareció que iban a meterse en mis ojos y, a pesar mío,
parpadeé”, escribe Junichiro Tanizaki en El elogio de la sombra .
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Sin título. 2012, técnica mixta sobre papel, 34 x 48 cm. |
Rara
avis, Arnaiz siempre vivió de la venta de sus obras. Empezó en 1968 con
una exposición de cuadros cóncavos y convexos en la galería Lirolay.
Buscando nutrirse del espíritu creativo de época, frecuentó a los
artistas del Di Tella. Expuso en la galería Bonino. Pasó por el realismo
puntilloso. Desde 1978 hasta 1996 vivó en Madrid y Hamburgo, donde no
dejó de exponer. Pintó sobre libros manuscritos del siglo XVI con sellos
reales, un material que el artista compró en España. Y comenzó a
desatar ese mundo orgánico fabuloso, tan suyo, con diferentes
materiales. Siempre está atento. No deja que el azar de una veladura se
pierda en la vorágine.
Hay alegría en sus obras. A Arnaiz le
gusta trabajar con precisión milimétrica el color. Logra violetas,
verdes, rojos y azules inolvidables, grises que están hechos con toques
de color. Uno experimenta una vertiginosa sensación de euforia: allí
está la potencia de la fabulosa naturaleza que desata el artista. Todo
está en estado de permanente cambio y nacimiento. Hay vida, seres
apasionados, tonos soñados. Un universo que late generoso.
En las
obras de Arnaiz hay mucho goce, pasión por la pintura. Vaya con tiempo:
cuesta despegarse de ese mundo sugerente, una bella y singular botánica
hecha de texturas aterciopeladas, sutiles veladuras, formas orgánicas
moduladas con suavidad y colores hipnóticos.
Arnaiz básico
Buenos Aires, 1948. Artista plástico.
Estudió en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano. Entre
1978 y 1996 vivó en Madrid y Hamburgo. Expuso en España, Bélgica,
Italia, Dinamarca, Suecia, Alemania. Obtuvo el Premio de Pintura Zamora
(España, 1980), el Premio de Dibujo Joan Miró (Barcelona, 1974), entre
muchos otros premios. Hay obra suya en la colección del Museo Nacional
de Bellas Artes.
FICHA
Carlos Arnaiz
Flora
LUGAR: GALERIA JORGE MARA-LA RUCHE, PARANA 1133
FECHA: HASTA EL 3 DE AGOSTO
HORARIO: LUN A VIER, 11 A 13.30 Y
15 A 19.30; SABADOS, 11 A 13.30
ENTRADA: GRATIS
Fuente: Revista Ñ Clarín