EN VENECIA, AI WEIWEI RECREA SU DETENCIÓN

Una exposición de dioramas del el artista chino en Venecia lo muestra en escenas de su vida cotidiana en la cárcel en 2011, todo bajo la vigilancia de dos jóvenes guardias chinos.
El encarcelamiento le inspiró a Ai Weiwei dioramas y un video musical.

Por EDWARD WONG

The New York Times

Durante un año y medio el artista Ai Weiwei y un escultor amigo supervisaron un equipo de unas 20 a 30 personas que trabajaron en secreto en la ciudad en uno de sus proyectos más políticos y personales. Su tarea consistió en reconstruir escenas de la detención ilegal de Ai en 2011, cuando fue mantenido durante 81 días en una prisión secreta custodiada por una unidad paramilitar.
Lo que cobró forma esta primavera en un espacio industrial de la capital china fueron seis dioramas en fibra de vidrio que describen, a escala media, su existencia cotidiana generalmente banal como cautivo del vasto aparato de seguridad del gobierno. Los dioramas fueron sacados de China discretamente ­–Ai se negó a decir exactamente cómo– y llevados a Venecia, donde están expuestos en una iglesia junto al Espacio Proyecto Zuecca, paralelamente a la Bienal de Venecia 2013, pero sin participar oficialmente.
Cada diorama está encerrado en una caja de hierro de 2,25 toneladas. Son esculturas de Ai durmiendo, comiendo, duchándose, siendo sometido a interrogatorios y sentado en el inodoro, todo bajo la vigilancia de dos guardias jóvenes vestidos con uniformes verdes. Ai dijo que los detalles fueron meticulosamente recreados de memoria, hasta sus chinelas azules y la guata blanca pegada a las paredes de la habitación.
Junto a un video musical con contenido obsceno subido online, los seis dioramas ­titulados "S.A.C.R.E.D." –son las primeras obras de Ai que abordan su detención, que fue el período más difícil de su vida, dijo.
Una mañana reciente en su estudio y casa en el norte de Beijing, explicó que su objetivo era simple: "Hacer que la gente entienda las condiciones". Un asistente utilizó un iPad para mostrar a los visitantes fotos de los dioramas mientras un gato afeitado daba vueltas silenciosamente, con expresión desolada.
Ai, de 56 años, tiene en Venecia una obra más conceptual que utiliza 800 banquitos de madera y es un intento, dijo, de construir una "estructura animada monstruosa" que es "completamente disfuncional".
"China sigue estando en una guerra constante, que destruye la naturaleza de los individuos, las imaginaciones, la curiosidad, las motivaciones y los sueños de las personas", dijo Aid. "Las mejores mentes de este Estado fueron echadas a perder por este elevado control ideológico, que es falso. Aun los que tratan de usarlo como herramienta para mantener el poder o la estabilidad saben que es una situación totalmente falsa".
El veneno de Ai contra el Partido Comunista lo ha convertido en una figura que divide aguas en el mundo del arte chino. Muchos artistas se sienten molestos por la atención que recibe Ai de Occidente, así como también por sus ocasionales denuncias de otros chinos, entre éstos viejos amigos, que no están dispuestos a asumir la misma postura inflexible contra el partido.
Desde su liberación hace dos años, Ai está obsesionado con los detalles de su detención y los sufrimientos experimentados por varios de sus amigos perseguidos en esa misma época. "Estoy segura de que será una obra potente", dijo Karen Smith, historiadora del arte y curadora independiente que vio fotos del proyecto.
"Si bien todas las apariencias externas hacen pensar que Weiwei ha resistido bien y ha mantenido su concentración en este período transcurrido desde su detención, esta obra sugiere una necesidad de confrontar el `daimon’ que sin duda una experiencia como ésta representa para él".
Los funcionarios todavía retienen su pasaporte y la policía a veces lo sigue a lugares impensables (un centro de esquí, por ejemplo), pero Ai tiene más libertad que durante el año que siguió a su liberación. La menor vigilancia es obvia en el hecho mismo de haber podido trabajar en secreto tanto en los dioramas como en el video musical, que fue filmado por Christopher Doyle, el famoso director de fotografía, en un modelo tamaño natural de la celda de Ai.
Ai ya prácticamente terminó de servirse de su detención para su creación artística, pero todavía falta un proyecto, dijo. "Estoy escribiendo un libro", dijo. "Ya está un 80% terminado. Tengo una responsabilidad terrible: debo registrar cada estúpido detalle y es algo muy pesado y aburrido, y para mí es espantoso. Cada vez que me sentaba, era una lucha ­`¿Por qué tengo que escribir esto?’ Pero tengo que hacerlo. Es una obligación".

Fuente: Revista Ñ Clarín

PÁEZ VILARÓ ESPERA SUS 90 AÑOS
CON UNA EXPLOSIÓN DE COLOR

El artista, que vive entre Uruguay y el Tigre, expone 66 cuadros creados este mismo año para esta muestra.
La fuerza del deseo. Las obras inconfundibles de Páez Vilaró, en las salas del Museo del Tigre/ GENTILEZA MAT
Pintarse la vida. Páez Vilaró y una de sus obras. El artista cuenta su vida en esta exposición. /GENTILEZA MAT

Por Alejandra Rodríguez Ballester

La energía con que creó una ciudad fantástica sobre el lomo de una ballena –Casapueblo, en Uruguay– sigue intacta a sus casi 90 años (los cumple en noviembre). Al que no lo crea le bastará con darse una vuelta por el Museo de Arte del Tigre (MAT) donde los cuadros del artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, pintados este mismo año, llenan de color, intensidad y delirio las salas del bello edificio junto al río.
Con huellas de una búsqueda artística que se inició con el interés por la cultura del candombe uruguayo y siguió indagando en la expresividad africana y en el arte precolombino, la muestra El color de mis 90 años es un festejo de esa vitalidad impresionante.
“La exposición la hice pensando en el vecindario de Tigre, como un agradecimiento al apoyo que recibí en mi radicación en el lugar –cuenta el artista, que pasa temporadas en una orilla y otra del Río de la Plata–. Desde el año 41 estoy enganchado con la Argentina. Llegué aquí muy joven y empecé a trabajar en una fábrica de fósforos en Avellaneda. Arranqué con un destino incierto pero sabía que en Buenos Aires iba a tener apoyo. Luego trabajé como aprendiz de tipógrafo en La Fabril, en Barracas: allí conocí a Dante Quinterno, a Lino Palacios, a Divito, y les acerqué mis primeros trabajos.” Aunque Páez Vilaró asegura que “llegar a los 90 es aceptar el final del penúltimo capítulo”, ésta no es una muestra retrospectiva, como podría suponerse, sino que el artista exhibe sus cuadros más recientes: sorprende comprobar la abundancia de su producción fechada en 2013. “Le cuento un secreto –dice–. Le dí mi palabra al intendente Sergio Massa de que iba a hacer 33 cuadros para esta muestra. Trabajé todo el verano en Casapueblo, sin salir, sin ir a la playa. Y después pensé: ¿qué va a pasar si los 33 cuadros no pasan la Aduana? Entonces se me ocurrió pintar otros 33 cuadros en Buenos Aires. Al final, los que estaban en Uruguay pasaron la aduana sin problemas, por eso expongo 66 cuadros. Pero estos, los cuadros de la precaución, son los que tienen más frescura.” Estas obras recientes se inspiran en imágenes acumuladas a lo largo de su vida, en recuerdos de sus viajes que fueron muchos y aventureros: una situación de peligro en África, una protesta revolucionaria en Japón, una noche de amor en Polinesia, una escena en la selva de Nueva Guinea.
Pintarse la vida. Páez Vilaró y una de sus obras. El artista cuenta su vida en esta exposición. /GENTILEZA MAT
La fuerza del deseo. Las obras inconfundibles de Páez Vilaró, en las salas del Museo del Tigre/ GENTILEZA MAT

“Para preparar esta exposición me convertí en una especie de cosmonauta, me enfrenté al espacio con ganas de recordar colores, iba enganchando imágenes de mi vida como en una locomotora. Si yo recordaba mis momentos africanos, mi tela se poblaba de animales, de tribus, de motivos selváticos; si evocaba mi vida en la Polinesia, surgía la palmera, la canoa o el caburé”, relata Páez. Y porque aluden a escenas y recuerdos, los títulos con frecuencia narrativos invitan a imaginar historias: Hoy me encontré con Taskine Velbe, Fiertambre Zum cayó enfermo con gripe, A las doce se produjo el concilio del cardumen, Y el primer sábado de abril se transformaba en pájaro.
Acrílicos exuberantes, eróticos, llenos de color, tienen como característica el fondo blanco que da unidad a esta producción. “Es una forma de darle al blanco su verdadera importancia”, reflexiona el creador de Casapueblo, para quien el blanco es “el duende motivador”.
Además de su producción reciente, hay obras anteriores y en una pequeña sala se exhiben algunos de sus primeros trabajos. Allí se puede ver un autorretrato en su taller y resulta particularmente entrañable Primer óleo: una abigarrada escena de candombe, llena de personajes, que recuerda la pintura de Pedro Figari, uno de los maestros que lo inspiraron en sus comienzos.
“Los afrodescendientes de mi país son los que me dictaron la ruta al África. A ellos les debo muchos de los logros que he obtenido”, afirma, para después recordar la sorpresa y los peligros que atravesó al desembarcar en el continente africano en 1962, en épocas de revolución, o el memorable encuentro con Albert Schweitzer.
Visitar su muestra a orillas del río permite intuir algo de esa vida aventurera, y de una libertad que no encuentra límites con el paso de los años.


Fuente: Revista Ñ Clarín

DAN A CONOCER LOS DIBUJOS
QUE MIGUEL ÁNGEL HIZO ESCONDIDO

Se ocultaba de Alejandro Médici, en medio de una lucha política.
Dibujó en las paredes de una sala subterránea. Se los podrá ver en Internet.
Trazos. El artista ensayó una cabeza de caballo, figuras humanas y tal vez hasta un autorretrato./ ANSA
Añadir leyendaTrazos. El artista ensayó una cabeza de caballo, figuras humanas y tal vez hasta un autorretrato./ ANSA
Por Julieta Roffo

Es 1529. Al mando del Rey Carlos I de España, las tropas ibéricas atacan Florencia, núcleo de la Toscana italiana. Tienen de su lado al Papa Clemente VII y al poderosísimo clan Médici, del que el Sumo Pontífice forma parte: los españoles están allí para derribar la República formada en 1527 y para, entonces, restaurar a los Médici en el poder Mientras la ciudad es asediada, entre junio y agosto de 1530, en una sala subterránea –y secreta– de siete metros por dos debajo de la capilla Médici que integra la Basílica de San Lorenzo, un hombre dibuja las paredes. A falta de lienzos para pintar, mármoles para tallar, Miguel Angel Buonarroti se vuelve un graffitero clandestino.
El lunes, la directora del Museo de la Capilla Médici, Mónica Bietti, mostró a la prensa los dibujos hechos con carbonilla por el genio del Renacimiento, que habían sido descubiertos en 1975, cuando se encontró esa sala secreta subterránea, y que hasta ahora sólo habían sido vistos por los estudiosos.
Aunque por razones de seguridad la sala permanecerá cerrada, la tecnología acercará las obras al público: el sitio “Michelangelo a Firenze” que próximamente pondrá en línea el Polo Museale Fiorentino (www.polomuseale.firenze.it) recorrerá los trabajos del artista en la ciudad, incluyendo los del Museo del Bargello, la Galería de la Academia, y el complejo de la Basílica de San Lorenzo.
En las paredes de la sala oculta, casi un bloc de notas tridimensional, el gran artista ensayó una cabeza de caballo, figuras humanas en las que, como en el David, se destacan los músculos, y algunos bustos similares a los de los frescos de la Capilla Sixtina. Y hay, además, una figura inusual que los estudiosos de la obra de Miguel Angel señalan como un autorretrato en el que Buonarroti posa reflexivo, tal vez preocupado por su situación de cautiverio.
Por esos días el artista se escondía de Alejandro Médici, quien recuperaría el poder una vez derrotada la República y que no desconocía la simpatía de Miguel Angel por esa iniciativa ciudadana. Tan preocupado estaba Buonarroti que intentó blanquear las paredes-atriles para no dejar rastros de esos tres meses de encierro.
Es que los Médici habían sido sus grandes mecenas, e incluso fue el perdón del Papa Clemente VII quien salvó a Miguel Angel de la “vendetta” que los seguidores de la familia le habían prometido al artista. Pero esos años republicanos los dividieron ideológicamente, aunque no impidieron que el genio siguiera trabajando.

Fuente: Revista Ñ Clarín

PICTOPLASMA,
UN EJÉRCITO DE PERSONAJES DE LA CULTURA VISUAL CONTEMPORÁNEA

Criaturas nacidas de la publicidad se resignifican como fetiches antimercado, de la mano de artistas del diseño y las bellas artes. El argentino Julián Chu Manzelli es uno de los argentinos que participan de la muestra "Pictoplasma- White Noise", en La casa encendida de Madrid.
Las criaturas de Chu en La casa encendida de Madrid.
Las criaturas de Chu en La casa encendida de Madrid.

Por Marcela Mazzei

Están creados por el lápiz y la imaginación de artistas del universo de la animación a la comunicación visual publicitaria pero, a diferencia de los dibujos animados, no tienen una historia detrás. Como el muñeco Michelín (creado en 1894) y Ronald McDonald son, más que narrativos, icónicos, según Lars Denicke y Peter Thaler, los fundadores del proyecto Pictoplasma y curadores de Pictoplasma-White Noise, una muestra colectiva de la obra de 18 artistas internacionales, en La casa encendida de Madrid.
“Se trata de un nuevo movimiento global de artistas que trabajan con una relectura de personajes, utilizándolos como un lenguaje en sí mismo para plantear conceptos y nuevas miradas dentro del arte contemporáneo”, explicó Julián Manzelli, alias Chu, uno de los artistas que participan de la muestra. El también miembro del Grupo Doma y de la emergente escena del street art en Buenos Aires, explicó que los dos berlineses comenzaron haciendo enciclopedias que reunían a estos personajes de la cultura visual, como la banda virtual Gorillaz, pero también incorporando el trabajo de artistas consagrados como Takeshi Murakami, Jeff Koons, Paul Mcarthy y Florentijn Hofman. Aprendido el camino, la nueva generación apuesta a la creación de objetos de las bellas artes, independientemente de su procedencia, a través de las ideas y la identidad que logren imprimirle. 

GALERIA DE PERSONAJES. Una instalación en la entrada a la muestra "Pictoplasma - White Noise".
GALERIA DE PERSONAJES. Una instalación en la entrada a la muestra "Pictoplasma - White Noise".

Para los curadores, los artistas seleccionados se valen de estrategias muy contemporáneas para utilizar los mecanismos de las mascotas comerciales para hacer una crítica al mercado que les da vida, a través de un culto fetichista individual en el que los personajes abstractos están en el centro. Como curadores invitados, los responsables del sitio especializado Wooster Collective, le dan la impronta callejera a la exhibición. De hecho, son compiladores del único libro sobre Street Art de la editorial Taschen, que lleva prólogo del inasible Banksy, y pioneros en teorizar sobre la cara contemporánea del arte callejero. El espíritu colaborativo también está presente la sala, que además funciona como sede de talleres de solidaridad y ecología.
“Estamos acostumbrados a que los personajes nos vendan un producto, como el tigre de Kellog’s o bien sean parte de una historia del cómic que viene con todo su merchandising, pero estos personajes no venden nada y eliminan los contextos tradicionales a los que pudieran pertenecer”, agregó Manzelli, desde Madrid. Dentro de la muestra, además de un ejército de personajes, se proyecta el corto de animación Logorama, ganador del Oscar 2010, y también está la figura en vinilo coleccionable –de edición limitada– del Jesús Astronauta, más fotos de la intervención urbana en Berlín del Stupid Elephant Tank, entre referentes como Tim Biskup, Raymond Lemstra, Boris Hoppek, Mark Gmehling, JeremyVille y el otro argentino, Juan Molinet.

ESCONDIDOS. Mientras su obra se hace abstracta, los personajes de Chu son "descubiertos" por los observadores.
ESCONDIDOS. Mientras su obra se hace abstracta, los personajes de Chu son "descubiertos" por los observadores.

Manzelli llevó varias piezas de su colección de obras que nacen bocetadas en papel, que luego pasan a la computadora donde se convierten en un archivo que otra máquina cala con prolijidad en placas de madera siguiendo el software. Después vendrán varias capas de pintura de auto y lija, para lograr un acabado industrial en una paleta que incluye, en esta serie, los amarillos, anaranjados y azules. De su experiencia como director de animación nacieron esos bichos cabezones de muchos ojos consecutivos, por el movimiento de los cuadros en el proceso, pero también hay inspiración en el mundo del cómic y la cultura japonesa. Algunos de sus personajes están escondidos detrás de varias placas de colores distintos, y están los objetos, moldeados en formas geométricas –cónicas y esféricas– que recrean una arena de circo de época indefinida.
Las criaturas en esta muestra están clasificados en dos secciones: Remix y Fetiche. En la primera hay obras de artistas que trabajan con citas, variaciones e interpretaciones de logos, mientras que en Fetiche los artistas reinterpretan y redibujan sus propias creaciones: no anuncian nada ni se deben a ninguna marca. En ésta se inscribe la obra de Manzelli, que tiene formación en Diseño y su investigación, en los últimos meses, apuntaba al cosmos.

ESLABON PERDIDO. Un personaje genérico, que perdió conexión con el contexto, se exhibe en la terraza.
ESLABON PERDIDO. Un personaje genérico, que perdió conexión con el contexto, se exhibe en la terraza.

Así, mientras en su obra individual había adoptado las formas vitales de la biología y la ciencia, además del método, desde el electromagnetismo al detalle de las células, un poco a raíz de su paso por la carrera de Biología, el universo de los personajes seguió siempre presente. En la inauguración de Sistemas internos, su última muestra en Buenos Aires, varios asistentes comentaron “qué buena la obra la del chino” a una especie de ranura que parecen dos ojos. “Eso jamás lo vi en la obra, había pensado algo súper abstracto, medio espacial, pero como vengo del mundo de los personajes, de la ilustración a la animación, en estas obras aparecen escondidos aunque terminaron siendo protagonistas”, reconoció el artista.
También hay algo en sus patrones faciales, abstractos y enigmáticos, que provocan empatía: parecen mirarnos directamente a los ojos, parecen interpelarnos sobre nuestro lugar en el arte, en el mercado, en el mundo. Entre la familiaridad y la confusión, nos provocan sensaciones, pero además comunican. Forman parte de la cultural visual del último siglo y hablan del presente en un lenguaje gráfico que supera las diferencias culturales y las fronteras idiomáticas.
MONOCULO. El célebre "Darcel Disappoints", de Craig Redman.
MONÓCULO. El célebre "Darcel Disappoints", de Craig Redman.


Fuente: Revista Ñ Clarín

CUERPOS AMAESTRADOS

Marcelo Grosman vuelve a analizar el control social del cuerpo humano, trabajando con imágenes tomadas de manuales de instrucción física o medicina.
Cuerpos amaestrados
Cuerpos amaestrados
No es fácil pararse ante esa mirada. Atraviesa a quien se atreva y acaso por eso el espectador se desplaza. Hacia un lado y otro y juega a que juega pero en realidad no juega: escapa. Sí, escapa de esa mirada que lo persigue a él como a esos cuerpos que habitan el interior de la imagen: cuerpos que desfilan desnudos sometidos a ella. La mirada escrutadora de la Ciencia no es nueva: tiene una larguísima historia. Se parece demasiado al Ojo de Dios del cristianismo que el impulso secularizador del siglo XIX transformó. Pero sus efectos permanecen bajo otras formas.
Todo eso se cruza en la nueva serie de trabajos que Marcelo Grosman muestra en la galería Foster Catena y se presenta como un nuevo capítulo a la larga reflexión sobre el cuerpo que ocupa gran parte de su producción y se ha hecho conocer en series como Biopolítica o Guilty . Pero a diferencia de Guilty , donde trabajó con imágenes de archivos pero eran imágenes estáticas, en este caso son filmaciones cuyo origen no son registros documentales sino manuales de instrucción.
Esta nueva serie, que lleva por título Movimiento perpetuo se alimenta de esas fuentes, que tienen una referencia común: el cuerpo humano. Cuerpos sometidos a revisaciones médicas, analizados bajo parámetros de salud o enfermedad, experimentación o prácticas de entrenamiento para el deporte o la formación militar de seguridad. Imágenes todas en las que sobrevuela la vieja secuencia causa efecto higiene-salud-moral. Y aunque nada se revele de manera del todo nítida, el espectador intuye que hay allí un vínculo que tiene que ver con el rendimiento del cuerpo o su domesticación. Un imaginario que pareciera remontarse al siglo XIX o mucho antes y, como observaría Foucault, se configuró en sintonía con las necesidades de la era industrial. Figuras que se aproximan más al autómata, llamado a continuar la línea de producción industrial, que al hombre del presente.
Cuerpos amaestrados



“Analicé miles de filmaciones de entrenamientos en las cuales es posible advertir que la forma de los cuerpos fue variando por completo, explica el artista. Pero lo interesante es que uno puede seguir cómo se fue construyendo una suerte de estándar de lo que se entiende por forma humana, Me interesó investigar cómo se produjo y cuándo se empezó a modelar todo eso. Porque un cuerpo pone de manifiesto el conjunto de síntomas de una educación y nunca lo hace de repente sino a través de una configuración que se estructura a través de los años”. Es el registro del cuerpo a través de la imagen que lo codifica, lo vuelve signo y lo controla.
De allí que el conjunto de imágenes de “Movimiento perpetuo”, deliberadamente inasibles y articuladas por el artista a través de un sistema de lenticulares, pareciera responder a un imaginario de otra época. Reforzado por el formato apaisado de cajas de luz, a primera vista lucen como esos panoramas visuales de finales del s. XIX y principios del s. XX.
Es que a Grosman no le interesa reflejar la actualidad. Es el proceso de construcción de la representación corporal, que tuvo a la fotografía y el cine como piezas clave, el foco de su atención. Y esto involucra inevitablemente la dimensión del tiempo. Así, su trabajo es también una reflexión sobre los poderosos aparatos de captura óptica que el artista somete a un escrutinio tan intenso como los cuerpos que desfilan ante el ojo científico en sus imágenes.
¿Cómo y cuándo el sistema de captura óptico empezó a modelar y controlar la representación social del cuerpo?, se interroga el artista al analizar y recomponer la ingente cantidad de fragmentos de filmaciones que ha producido ese género menor que son los instructivos de salud y entrenamiento corporal. Su intención es investigar también la carga histórica que connota al medio que él usa para su propia expresión. Es decir una vuelta de su práctica sobre la práctica misma, que es lo que ha caracterizado el giro conceptual de la fotografía contemporánea.

Cuerpos amaestrados
Cuerpos amaestrados
Pero su interés por la reflexión no lo lleva a perder de vista la dimensión poética que le otorga un carácter sensible a su imagen. Bien distinto del lenguaje justo y preciso del instructivo fílmico. Lo suyo es también una operación de desplazamiento metafórico que apunta a la experiencia del espectador obligado a desplazarse para completar el sentido.
¿Cómo lo logra? Con una técnica compleja y precisa. Dado que sus fuentes son películas de instrucción o entrenamientos policiales o sanitarios, el instrumento elegido para adaptarlas es el lenticular que puede dar la idea del movimiento. Cada imagen está constituida por catorce fotogramas, que a su vez están constituidos por una serie de posiciones como en esos juegos en que un ojo se abre y se cierra. El resultado de ese desplazamiento metafórico y espacial transforma cada imagen en sentido poético.
Gracias a esa operación estética, la filmación de un paciente en estado catatónico se transforma en fantasmagoría o en encandilamiento como en esas “iluminaciones profanas” de las que hablaba Walter Benjamin. Las imágenes de Movimiento perpetuo participan del formato de cine en la pantalla y por momentos evocan la estética del cine expresionista desde el color y la iluminación.
En algún sentido cada pieza tiene la dinámica perceptual de la escultura, no sólo por su volumen sino porque le impone un desplazamiento al espectador y su sentido se manifiesta plenamente en una instancia que implica tanto al tiempo como al espacio. Detrás de todo esto está la tecnología propia de la época que, como parte del proceso de producción y reproducción le confiere a cada imagen su propia impronta y singularidad.



Fuente: Revista Ñ Clarín

FERNANDO BOTERO, EL APRENDIZ ETERNO

Se exhiben 50 dibujos del colombiano, el artista vivo más popular y cotizado de Latinoamérica.
“¿Qué me queda pendiente? Aprender a pintar”, le dice a Ñ, con 81 años.
El aprendiz eterno

Por Marina Oybin

Voluptuosas, rollizas, las mujeres de Fernando Botero van a contramano de la estética reinante. Se las ve plácidas, rozagantes, reconcentradas, como si en esa monumental corporeidad disfrutaran de un preciado secreto. Botero exalta el volumen, la sensualidad de las damas y de todas las formas y figuras que se posan cerca.
En el Museo Nacional de Bellas Artes Botero, dibujos en tela y en papel , con curaduría de Teresa Anchorena, reúne medio centenar de piezas de la colección personal del colombiano. Son obras realizadas entre 1973 y 2011 en las que Botero usó acuarelas, lápices y tintas sobre papel, carbonillas y sanguinas sobre tela.
La muestra está organizada en cuatro capítulos: Vida latinoamericana , Toros y Violencia , Acuarelas y grandes formatos , Música y circo . Son obras que el artista conserva, de su colección personal, no las vende. Con maestría, a contrapelo del arte contemporáneo, Botero pone al dibujo en el centro de la escena.
Botero arrancó muy joven. Proveniente de una familia humilde, amante de los toros, empezó con acuarelas de las corridas. Vivió hasta los 18 años en Medellín, y luego viajó a Europa. En España se ganó la vida copiando cuadros en el museo del Prado. Vivió en Florencia dos años y en México, donde estudió el trabajo de los muralistas y el arte precolombino. Indagó, modificó las proporciones y desató el inconfundible sello Botero. Figuras rollizas, robustas. Las de Botero son mujeres de proporciones grotescas. Su pintura es local; su lenguaje, universal.
En sus obras se descubren “(…) las personas, aisladas, con la mirada perdida, lo terso de las formas en estado de máxima plenitud y belleza, justo, un instante antes de la caída, del inicio del proceso de descomposición (…)”, escribe Anchorena en el texto del catálogo.
Nutrido del arte precolombino hasta de la pintura del Renacimiento, Botero creó un estilo propio: “Siempre busqué en mi obra la identidad latinoamericana –dijo–. Fui acusado de hacer copias del arte popular como si fuera una falta grave que un artista latinoamericano se inspire en el arte de su propio continente. Lo hacía deliberadamente: es la única manera de crear un arte independiente y auténtico, un arte que corresponda al temperamento de Latinoamérica”.
Artista heterodoxo, pintó desde el Vía Crucis hasta la violencia en Colombia y la tortura en Abu Ghraib. Botero es reconocido, popularísimo. Y también es uno de los pintores vivos latinoamericanos más copiado: intenta frenar la cantidad descomunal de obras suyas falsificadas que circulan en el mundo.
Donó gran cantidad de obras al Museo de Antioquía (Medellín). Donó también al Museo del Banco de la República de Bogotá una magnífica colección de más de doscientas pinturas que incluye obras de Renoir, Monet, Picasso, Dalí, entre muchas otras firmas.
Poético mundo Botero de personajes entrañables, que sufren y disfrutan intensamente, sin glamour, con cuerpos comunes, como cualquiera.
Por momentos el universo Botero es gozoso, como el de esas mujeres ajenas a cualquier prejuicio. Ese universo incluye también corridas de toros, picadores, músicos, cantantes, trapecistas y payasos melancólicos. Hay un Ecce homo y está Pedrito, su hijo muerto en un accidente automovilístico en 1974, a los cuatro años, al que el artista nunca dejó de pintar.
Botero es un viajero empedernido y un hombre muy generoso. Acaba de viajar a China para presentar una exposición individual en la feria de arte Basilea Hong Kong, con la galería Gmurzynska de Zurich. Ahora, embarcado, antes de llegar a Pietrasanta, Botero conversó en exclusiva con Ñ .
¿Pinta mientras navega?
Hace unos años, cuando adquirí el barco “Paloma” le pedí al constructor que me reservara un pequeño espacio como estudio. Pero la luz no es suficiente y el movimiento, aun en el puerto, tampoco ayuda.
¿Por qué decidió conservar las obras que se exhiben actualmente en Buenos Aires?
Estos dibujos por una razón o por otra se fueron quedando en mi estudio y decidí conservarlos. Todo artista debería guardar parte de sus obras para hacer este tipo de exposiciones que resultan muy complicadas si hay que pedir a los coleccionistas que presten los óleos o los dibujos.
¿Qué artistas le interesan hoy?
No muchos porque el arte ha tomado una dirección que está en contra de mis convicciones artísticas.
¿Cuáles son estas convicciones? ¿Usted qué arte valora?
Yo creo, como Poussin en el siglo XVII, que “la pintura es una forma de expresión, en formas y colores, sobre una superficie plana, para dar placer”. Amo los pinceles, los tubos de color, la paleta y el olor de la trementina. Realizo mis obras con mis propias manos y no tengo asistentes que me las hagan. Después de Marcel Duchamp, a quien le interesaba más el ajedrez que la pintura, se inventó la pereza en el arte: los llamados “ready made”. Además, creo que los videos y las instalaciones tienen más que ver con la televisión, el cine y el teatro que con las artes plásticas.
¿Cómo ve el arte contemporáneo?
Mal. No es uno de los mejores momentos en la historia del arte. Es caótico y superficial porque no nace de una convicción profunda de estilo. El artista debe creer en algo firmemente y no ir a la deriva de un lado para otro buscando sin encontrar. Primero está la convicción, y de ahí nace el estilo.
Hoy, ¿cómo ve el mercado del arte?
El mercado del arte siempre ha existido porque los artistas tienen que vivir de su trabajo. Hoy algunos precios son absurdos: existen artistas contemporáneos que son más cotizados que un Tiziano, un Rubens o un Goya.
Me pareció muy interesante la donación que hizo de obras para el museo de Antioquía y de 23 esculturas de bronce que integraron la Plaza de Esculturas de Medellín. ¿Cómo fue?
Le propuse al alcalde que nos diera el edificio, que es muy amplio e interesante para hacer un museo. Luego le propuse que tumbara la manzana al frente de la alcaldía para hacer un parque de esculturas. El museo de Antioquía de Medellín y la plaza de las esculturas se volvieron un sitio obligado de encuentro. Quizás es la plaza más concurrida en una ciudad de más de tres millones de habitantes. Medellín me honró poniéndole mi nombre.
Actualmente, ¿dónde vive y en qué países tiene talleres/estudios?
Vivo entre la Toscana, donde estoy ahora, Grecia, Mónaco, Nueva York y Colombia. Y trabajo en todas partes.
¿Le siguen atrayendo las corridas de toros?
Muchísimo.
A los 81 años, ¿qué le queda pendiente?
Aprender a pintar. Es algo que nunca se termina de aprender.

Fuente: Revista Ñ Clarín

EL BAR QUE VIVE EN UN TANGO

Esquina. Gaona y Boyacá, en Flores. Allú funcionó el Café La Humedad. Ahora es un mini mercado. / MARIO QUINTEROS
Por Eduardo Parise

La chapa, modesta y con un enlozado blanco pero ya tirando a gris, estaba clavada una de las paredes de afuera. Con unas letras desteñidas, que alguna vez habían sido azules, todavía se podía leer “Bar El Progreso”. En 1968, sobre los vidrios de una tonalidad ligeramente azulada, la presentación escrita era menos pretenciosa: sólo decía “Café Bar”, sin otro aditamento. Sin embargo, para propios y extraños, aquel lugar no tenía nada que le hiciera honor a ese nombre que aún se adivinaba sobre la chapa en la pared. Para la gente, ese bar era simplemente el “Café La Humedad”, el mismo que Cacho Castaña describió aquel año con “una baladita” que, con el tiempo, se iba a convertir en un “tangazo” de esta Buenos Aires bien tanguera.
El Café La Humedad estaba en una de las cuatro esquinas de la avenida Gaona y Boyacá, en el límite de Flores Norte. “Era en la ochava que está en diagonal al bar Lumiton, que todavía existe”, confirmó el propio Cacho Castaña para ponerle un punto final a las versiones que lo ubican en otro cruce de Gaona. Claro que no lucía la misma elegancia de ese local de la otra esquina, donde hasta había un sector para familias y damas que una mampara separaba del salón. En La Humedad no se veían mujeres. No porque su ingreso estuviera prohibido sino porque no se animaban a entrar.
Como bien describe la canción, los vidrios de los ventanales tenían un tono azul, recuerdo de tiempos mejores. Pero las cortinas, que habían sido blancas, ya estaban amarillentas por el sol y oscuras por la falta de jabón. “El baño no tenía puerta y cada vez que llovía casi caía más agua adentro que afuera”, recuerda Cacho. Y completa: “Es más, cuando en la calle paraba de llover en el local todavía seguían cayendo las gotas”. De ahí que el paño verde de las mesas de los billares estuviera siempre húmedo, para hacerle honor al “alias” con el que lo conocían en el barrio.
De acuerdo con los códigos que marcaba la tradición porteña, los dueños del local eran “gallegos”, expresión genérica y “rantifusa” de la Ciudad para designar a todo inmigrante español, aunque fuera extremeño o catalán. El mozo se llamaba Antonio y era uno de los que debía salir corriendo cuando los muchachos de aquella “barra eterna” cometían una de sus clásicas bromas: hacían deslizar las tres bolas del billar por la vieja vía del tranvía que pasaba por Gaona. Con el ligero declive aquellas bolas empezaban a perderse en el horizonte, ante la desesperación del “gallego”.
El final para el Café La Humedad llegó a principios de los años 70. Después hubo una pizzería (algunos recuerdan que se llamaba “La Tuerca”) y una vinería, enfrente de una farmacia. Lo que nadie recuerda es qué se hizo de aquel gato que solía destrozar los cordones de los zapatos de quienes se animaban a sentarse junto a una mesa y pedir un café.
En Buenos Aires los bares siempre fueron motivo de inspiración para los parroquianos que los frecuentaban. Se puede recordar aquellos que en un tango cuentan leyendas como la del Café La Paloma, en Palermo, o el Bar de Rosendo, en Corrientes y Maipú, que desapareció cuando se ensanchó la avenida. Aunque si se habla de temas musicales famosos compuestos en un café hay otro que destaca: “La Balsa”. Compuesta en 1966 por José Alberto Iglesias (“Tanguito”) y Litto Nebbia, la canción se originó en el Bar La Perla, en Jujuy y Rivadavia. Hoy, ese bar se autoidentifica como “cuna del rock nacional”. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com