El artista, que vive entre Uruguay y el Tigre, expone 66 cuadros creados este mismo año para esta muestra.
Pintarse la vida. Páez Vilaró y una de sus obras. El artista cuenta su vida en esta exposición. /GENTILEZA MAT |
Por Alejandra Rodríguez Ballester
La energía con que creó una ciudad fantástica sobre el lomo de
una ballena –Casapueblo, en Uruguay– sigue intacta a sus casi 90 años
(los cumple en noviembre). Al que no lo crea le bastará con darse una
vuelta por el Museo de Arte del Tigre (MAT) donde los cuadros del
artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, pintados este mismo año, llenan de
color, intensidad y delirio las salas del bello edificio junto al río.
Con
huellas de una búsqueda artística que se inició con el interés por la
cultura del candombe uruguayo y siguió indagando en la expresividad
africana y en el arte precolombino, la muestra El color de mis 90 años es un festejo de esa vitalidad impresionante.
“La
exposición la hice pensando en el vecindario de Tigre, como un
agradecimiento al apoyo que recibí en mi radicación en el lugar –cuenta
el artista, que pasa temporadas en una orilla y otra del Río de la
Plata–. Desde el año 41 estoy enganchado con la Argentina. Llegué aquí
muy joven y empecé a trabajar en una fábrica de fósforos en Avellaneda.
Arranqué con un destino incierto pero sabía que en Buenos Aires iba a
tener apoyo. Luego trabajé como aprendiz de tipógrafo en La Fabril, en
Barracas: allí conocí a Dante Quinterno, a Lino Palacios, a Divito, y
les acerqué mis primeros trabajos.” Aunque Páez Vilaró asegura que
“llegar a los 90 es aceptar el final del penúltimo capítulo”, ésta no es
una muestra retrospectiva, como podría suponerse, sino que el artista
exhibe sus cuadros más recientes: sorprende comprobar la abundancia de
su producción fechada en 2013. “Le cuento un secreto –dice–. Le dí mi
palabra al intendente Sergio Massa de que iba a hacer 33 cuadros para
esta muestra. Trabajé todo el verano en Casapueblo, sin salir, sin ir a
la playa. Y después pensé: ¿qué va a pasar si los 33 cuadros no pasan la
Aduana? Entonces se me ocurrió pintar otros 33 cuadros en Buenos Aires.
Al final, los que estaban en Uruguay pasaron la aduana sin problemas,
por eso expongo 66 cuadros. Pero estos, los cuadros de la precaución,
son los que tienen más frescura.” Estas obras recientes se inspiran en
imágenes acumuladas a lo largo de su vida, en recuerdos de sus viajes
que fueron muchos y aventureros: una situación de peligro en África, una
protesta revolucionaria en Japón, una noche de amor en Polinesia, una
escena en la selva de Nueva Guinea.
La fuerza del deseo. Las obras inconfundibles de Páez Vilaró, en las salas del Museo del Tigre/ GENTILEZA MAT |
“Para preparar esta exposición me convertí en una especie de cosmonauta, me enfrenté al espacio con ganas de recordar colores, iba enganchando imágenes de mi vida como en una locomotora. Si yo recordaba mis momentos africanos, mi tela se poblaba de animales, de tribus, de motivos selváticos; si evocaba mi vida en la Polinesia, surgía la palmera, la canoa o el caburé”, relata Páez. Y porque aluden a escenas y recuerdos, los títulos con frecuencia narrativos invitan a imaginar historias: Hoy me encontré con Taskine Velbe, Fiertambre Zum cayó enfermo con gripe, A las doce se produjo el concilio del cardumen, Y el primer sábado de abril se transformaba en pájaro.
Acrílicos
exuberantes, eróticos, llenos de color, tienen como característica el
fondo blanco que da unidad a esta producción. “Es una forma de darle al
blanco su verdadera importancia”, reflexiona el creador de Casapueblo,
para quien el blanco es “el duende motivador”.
Además de su
producción reciente, hay obras anteriores y en una pequeña sala se
exhiben algunos de sus primeros trabajos. Allí se puede ver un
autorretrato en su taller y resulta particularmente entrañable Primer óleo:
una abigarrada escena de candombe, llena de personajes, que recuerda la
pintura de Pedro Figari, uno de los maestros que lo inspiraron en sus
comienzos.
“Los afrodescendientes de mi país son los que me
dictaron la ruta al África. A ellos les debo muchos de los logros que he
obtenido”, afirma, para después recordar la sorpresa y los peligros que
atravesó al desembarcar en el continente africano en 1962, en épocas de
revolución, o el memorable encuentro con Albert Schweitzer.
Visitar
su muestra a orillas del río permite intuir algo de esa vida
aventurera, y de una libertad que no encuentra límites con el paso de
los años.
Fuente: Revista Ñ Clarín
Fuente: Revista Ñ Clarín