LA PRIMERA CLASE EN EL BARCO A CHERBURGO

La primera clase en el barco a Cherburgo
Por Laura Ramos

Los viajes a Europa de la familia Ocampo pueden ponerse en el mismo álbum de filatelista en el que se atesoran los relatos de viajes de Lucio López, de Miguel Cané o de Sarmiento, pero las páginas de los Ocampo deberían, al menos, estar orladas de hilos de oro. En 1896 la familia Ocampo se embarcó en el puerto de Buenos Aires a bordo de un barco alemán con destino a Cherburgo, apunta María Esther Vázquez en su biografía Victoria Ocampo . Integraban la comitiva los padres, Manuel Ocampo y Ramona Aguirre, conocida en la familia como la Morena, las niñas Victoria, Angélica y Pancha, una tía abuela y varios “sirvientes” cuyos nombres no se identifican. Probablemente fueron varias niñeras, porque la hija mayor, Victoria, sólo tenía seis años, y unos meses después, en Francia, nació Rosa, la cuarta niña. En la bodega del barco los Ocampo llevaban varios cajones de pollos vivos (que nunca verían Cherburgo), alimentos suficientes para la travesía de un mes y dos vacas para el abastecimiento diario de las niñas.
Vivieron un año en Europa: en Londres, Ginebra y Roma, pero la mayor parte del tiempo en París, donde las menores aprendieron a hablar francés. Y a escribirlo: “El alfabeto en que aprendí a leer era francés, igual que la mano que me ayudó a trazar las primeras letras y la pizarra en que aprendí a escribir los primeros números”, escribió Victoria en sus Memorias . A la vuelta, la tía abuela y madrina de Victoria, “Vitola”, quiso darle a sus nietas una educación lo más esmerada posible y contrató a una maestra francesa considerada “un pozo de sabiduría”: Mademoiselle Alexandrine Bonnemason, con el propósito de que les enseñara literatura, historia, religión y matemática en francés. Parece ser que Mademoiselle tuvo que librar un verdadero combate para conseguir captar la atención de Victoria, la más malcriada de sus discípulas,: “Este combate singular, escribió Victoria, tuvo lugar entre mis ocho y mis diez años. Cuando tuve veinte, Mademoiselle continuaba ejerciendo la dictadura en casa y ponía cara a la pared a mi hermana más chica, Silvina. Yo acababa de escapar a su mandato. Aparte de lo que nos enseñó… no me pareció merecer su reputación de un pozo de ciencia cuando estuve en edad de juzgarla”.
Del mismo rigor, aunque con más agudos grados de despotismo, eran los métodos educativos de la profesora de piano, una circunspecta dinamarquesa llamada Berta Krauss. Las alumnas la esperaban al pie de la escalera, donde Miss Krauss hacía una parada para encerrarse unos minutos en el cuarto de baño mientras Victoria, respetuosamente y temblando de miedo, le sostenía su esclavina de piel (“parecía de carnero sucio”). Antes la había ayudado a bajar del coche “con una amabilidad que ya estaba pidiendo clemencia”.
De la obstinación y temeridad de Victoria a los nueve o diez años dan cuenta los dos huesos rotos de su brazo infantil. Cierta vez, para patinar con mayor velocidad en los patios de Villa Ocampo, untó con jabón la suela de sus zapatos, lo que le ocasionó una caída estrepitosa. Sin decir una palabra puso el brazo bajo una canilla para intentar paliar el dolor, sin conseguirlo. Esa tarde fue a pasear por Palermo con sus hermanas, y continuó callando su secreto. A la vuelta del paseo se cruzaron con el coche de caballos en el que venía la Morena, que notó el rostro contraído por el dolor de su hija mayor. Inmediatamente fue llamado el doctor Castro, pariente y eminente cirujano, que diagnosticó dos huesos rotos. Al acomodarle y ponerle una tablilla al brazo, quedó admirado por la valentía de la muchacha. Ella declaró, años más tarde, que no se trataba de valor: había temido que si se delataba, el cirujano le cortaría el brazo. Pero la fama de su arrojo ya se había instalado en la familia. Con tal temperamento se topó Mademoiselle Bonnemason.
Las clases diarias de francés se impartían en Villa Ocampo, propiedad de Vitola, quien dejó la mansión en herencia a Manuel Ocampo y a la Morena con la condición de que, al morir, ellos se la cedieran a Victoria. Los libros de francés se distribuían en la mesa, cubierta por un hule, del cuarto de estudio que aún se mantiene en San Isidro. En ese cuarto se cumplían las severas penitencias y también se sucedían los ataques turbulentos de la profesora cuando Victoria se escapaba al sótano. Pero, en ocasiones, todo rencor quedaba borrado cuando ocurría el milagro y Mademoiselle se sacaba las gafas para restregarse los ojos y recitar unos versos de Racine y de Corneille que las fascinaba: “Del horror de una profunda noche...”.


Fuente: clarin.com

GAUCHOS EN EL VATICANO: UNA MUESTRA BIEN ARGENTINA

Quedó inaugurada el jueves y seguirá hasta mediados de junio.

Cultura nacional. La muestra en tiempos del papa Francisco. /V SOKOLOWICZ

Por Julio Algañaraz

La casualidad a veces dispara para el lado de la justicia. La muestra sobre el gaucho argentino comenzó a ser preparada hace dos años en tiempos de Benedicto XVI, pero fue inaugurada el jueves y seguirá hasta mediados de junio y parece un homenaje al flamante papa Francisco. Son 200 obras que incluyen 70 objetos en plata, ropas de gauchos, boleadoras y otros elementos. Algunas obras de orfebrería son magníficas y vienen de colecciones privadas argentinas y de museos de nuestro país.
María Pimentel, de Artifex Argentina, organizadora de la muestra, dijo que no sabía si Jorge Bergoglio visitará el Brazo de Carlomagno, a la izquierda de la basílica de San Pedro, para ver la exposición. “Para nosotros sería una bendición”.
El gaucho sintetiza lo que los argentinos consideran sus virtudes mejores como nación. La exposición se titula “El gaucho, tradición, arte y fe”. Y una de las tres partes de la muestra está dedicada al cura Brochero y su historia. El siervo de Dios José Gabriel del Rosario Brochero, a quien también llamaban el “cura gaucho”, será beatificado dentro de unos meses.
El curador de la muestra, Roberto Vega Andersen, experto en platería criolla, explicó que “el gaucho en verdad no era un religioso practicante”. Pero el “Martín Fierro” recuerda en sus versos que su fe era profunda cuando pedía: “Vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda, que la lengua se me añuda y se me ñubla la vista; pido a mi Dios que me asista en una ocasión tan ruda”.
Los curas gauchos en el siglo XIX, como Brochero, eran los párrocos que recorrían el desierto pampero, bautizaban a los niños y casaban a las parejas para regular las convivencias como “Dios manda”.
Con el proceso de evangelización que vino de España se desarrolló el arte de la orfebrería. La exposición de estos objetos de arte vinculados a la cultura gauchesca representan el gran tesoro de la muestra. Los gauchos utilizaban utensilios, decoraban su ropa y por supuesto sus caballos con trabajos en plata.
Impresionará mucho a los visitantes que pasen por la Santa Sede en los días próximos, la historia de cómo se multiplicaron en las pampas los caballos y vacas que los españoles dispersaron en la conquista. En las estancias jesuitas se criaban animales para las misiones que la Compañía de Jesús administraba en Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay. Entonces los gauchos eran indígenas evangelizados, criollos mestizos de sangre española e india, esclavos negros. Es allí donde nace la aventura del gaucho, su rebeldía, su código de normas y su fe.

Fuente: clarin.com

LA CÁRCEL COMO MOTOR CREATIVO

Sociedad
Mundos Intimos

Miguel de Cervantes, Oscar Wilde y el Marqués de Sade, entre muchos, fueron confinados a un calabozo. Pero eso no disipó su inspiración.

Por JULIETA ROFFO

“¿Qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados por otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”. El hijo lleno de pensamientos varios es “Don Quijote”. El padre de la criatura, Miguel de Cervantes, el manco más famoso de Lepanto –y de toda España- y el autor que sentó las bases de la literatura castellana a principios del siglo XVII. El fragmento integra el primer párrafo del prólogo de la obra monumental de Cervantes, cuya primera parte se publicó en 1605 después de batallar con las negativas editoriales.
Lo curioso es que de ese párrafo se desprende la afirmación de que el escritor español engendró su gran novela caballeresca en la cárcel. Y aunque no se sabe si quiso decir que allí escribió su primera parte o si allí ideó su obra, la pensó, la diagramó en su cabeza, sí cabe decir que el encierro fue parte del escenario en el que nació el Quijote. No fue la única vez que el arte y la cárcel se cruzaron, claro. Muchas veces, a través de sus creaciones, el arte fue una piedra en el zapato para el orden establecido –nada más revolucionario que una manifestación artística- por lo que escritores, pintores y otros artistas tuvieron que vérselas con la prisión. Algunos de ellos siguieron trabajando entre muro, mientras que la cárcel también fue escenario para diferentes obras.
El Marqués de Sade, cuyo nombre inspiró la palabra “sadismo”, escribió “Justine o los infortunios de la virtud” durante una de sus largas estancias en la prisión, esta vez, en La Bastilla. Sade fue enviado frecuentemente a la cárcel justamente por desafiar las “buenas costumbres” de la sociedad aristocrática que lo rodeaba, e incluso pasó varias veces por diferentes manicomios. En su obra, una de las más importantes entre las que escribió, el autor narra la vida de una adolescente que quiere preservar su virtud y, en vez de obtener ayuda, en distintos estamentos de la sociedad es incitada al vicio y agraviada: Sade ensaya una especie de denuncia sobre lo difícil de conservar cierta pureza –lo femenino y la corta edad del personaje le ayudan a construir ese imaginario- en un entorno tan contaminado.
Oscar Wilde, el escritor irlandés autor de “El retrato de Dorian Gray”, también escribió desde la cárcel. “De profundis”, que data de 1897, es una carta larguísima que Wilde escribió para su amante Alfred Douglas desde la prisión de Reading, en el Reino Unido. Estaba allí por “comportamiento indecente” y “sodomía” –dos delitos que la caída de algunos prejuicios ha venido a derribar con el correr del siglo XX y lo que va del XXI-, y en su epístola expone a Douglas sus sentimientos y dudas respecto del vínculo. En aquellos años, Wilde gozó de reconocimiento por su obra literaria, pero por otro lado fue injustamente condenado a trabajos forzados luego de un juicio por “indecencia grave” en el que se cuestionaba su atracción y amor por otro hombre. Esta última condena fue la que lo impulsó a viajar a Francia para nunca volver a su tierra natal.
El célebre ícono del muralismo mexicano, David Alfaro Siqueiros, trabajó no sólo con muros, sino entre muros: en 1960, cuando el artista presidía el Comité de Presos Políticos y la Defensa de Libertades Democráticas de su país fue acusado de “disolución social” y condenado: pasó cuatro años en prisión, y allí realizó numerosos bocetos, especialmente los del proyecto de decoración del Hotel Casino de la Selva, en Cuernavaca.
En la Argentina, el escritor Manuel Puig se ocupó de escribir sobre la cárcel en esa gran novela que es “El beso de la mujer araña”, publicada en 1976 y rápidamente prohibida por la dictadura militar. En ese texto, reeditado hace unos meses e incluido por el diario El Mundo en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX, Puig narra la historia de dos presos que comparten la celda: uno, joven militante político, acusado por esos años de “subversión” al orden establecido –esa etiqueta que sirvió para catalogar a quienes el régimen quería liquidar-, el otro, condenado por corrupción de menores. Entre ellos, a través de conversaciones sobre todo vinculadas al cine, se establecerá un vínculo pasional.
El encierro resultó inspirador para varios autores, que no quisieron entregarse al ostracismo sino que vieron disparada su creatividad cuando les tocó vivir en un calabozo.

Fuente: clarin.com

CASA FOA 2013 EN EL EDIFICIO TORQUINST


La muestra anual de arquitectura, interiorismo y paisajismo celebra sus 30 ediciones en una obra de Alejandro Bustillo, uno de los más importantes arquitectos de la historia argentina.
EDIFICIO TORNQUIST. La puerta de entrada refleja el esplendor original de la obra.
Ya empezó el tiempo de descuento para Casa FOA. Ayer, sus directoras, las hermanas Mercedes e Inés Campos Malbrán, anunciaron el lanzamiento de una nueva edición de la muestra de arquitectura, decoración y paisajismo que anualmente se realiza en diferentes edificios de la Ciudad de Buenos Aires.
El evento se llevará a cabo desde el 20 de septiembre hasta fines de octubre en el edificio que perteneció al Banco Tornquist construido en el año 1926 por el célebre arquitecto Alejandro Bustillo y que se encuentra ubicado en Bartolomé Mitre 559/31, CABA.
EDIFICIO TORNQUIST. El edificio de Alejandro Bustillo será la sede de Casa FOA 2013.

Actualmente desocupado, el edificio cuenta con protección histórica, lo que fue destacado por los organizadores ya que gran parte del desafío de los interioristas para este año será lograr ambientaciones innovadoras respetando la arquitectura y el carácter histórico de la obra.
El edificio fue declarado monumento histórico por la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos y fue elegido entre los edificios que han sido catalogados por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por su valor arquitectónico. La muestra se sumará a un proyecto que tiene el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para dar un nuevo énfasis al área del microcentro de la Ciudad. 

EDIFICIO TORNQUIST. Boiserie original en los pasillos que conducen a amplios ambientes.

Del edificio se utilizarán aproximadamente 4000 m2, emplazados en la planta baja y el primer piso. Las paredes de hall central poseen relieves de notable belleza que fueron restaurados.
Los espacios comunes y cada uno de los ambientes donde se realizará la muestra son amplios y poseen una gran calidad espacial. Se preservarán con esmerado cuidado las carpinterías, herrajes y boiseries integrando las mismas a las intervenciones de los estudios participantes. 

EDIFICIO TORNQUIST. Detalle de los cielorrasos del hall

Por otra parte, la muestra celebra sus “30 casas”, es decir sus 30 ediciones. Y presentó como novedad la incorporación en el recorrido de instalaciones artísticas realizadas por ambientadores o artistas, y otra de vidrieras de tendencias, destinadas a diseñadores de objetos. Además la beca de interiorismo y arquitectura tendrá como tema el home office de un diseñador, y por primera vez se llevará adelanta una convocatoria para una beca de paisajismo para jóvenes profesionales.

Fuente: arq.clarin.com


MUCHO VERDE PARA EL MÁS NUEVO DE LOS PALERMO

El plan para urbanizar playas ferroviarias en la zona de Pacífico propone destinar el 75% a un parque lineal paralelo a Juan B. Justo.

Proyección. El área abarca la avenida Juan B. Justo y las calles Godoy Cruz, Paraguay y Niceto Vega.

Por Berto González Montaner *

Cómo llamarán al más nuevo de los Palermo, ese que surgirá del reciente concurso promovido por la ANSeS y la Presidencia de la Nación y organizado por la Sociedad Central de Arquitectos con el fin de reurbanizar las ex playas de maniobras de la estación Pacífico del ferrocarril San Martín, entre la avenida Juan B. Justo y las calles Godoy Cruz, Paraguay y Niceto Vega, justo al lado del flamante Polo Científico Tecnológico?
Estos pocos terrenos vacantes que aún quedan son oportunidades únicas y excepcionales para crear los equipamientos y espacios verdes que le faltan a la Ciudad. Pero además y sobre todo oportunidades para reinventarla. Se sabe, la ciudad es una de las creaciones más sofisticadas del hombre. No se ha hecho por generación espontánea, sino que es un palimpsesto donde se van dibujando capa sobre capa –con aciertos y errores– el resultado del cruce de ideologías, concepciones urbanísticas e intereses que siempre implica una ciudad.
Hasta no hace tanto, Palermo terminaba en Juan B. Justo. Una virtual frontera que venía reforzada por el viaducto de ladrillos, con sus vinerías, el terraplén y las vías del tren. Intramuros creció en la década del 80 Palermo Viejo con la Placita Serrano (hoy Cortázar) y el desaparecido Bar El Taller como nave insigne que usó el reciclaje de casas como marca identitaria. Luego desembarcaron otros bares y las tiendas de diseño... Se puso de moda y una de sus subzonas, la más glamorosa, fue rebautizada como Palermo Soho. Palermo Hollywood apareció del otro lado de la Juan B. Justo. Con la instalación de canales y productoras de televisión se sumaron nuevos bares y restaurantes, de esos donde la rúcula y el parmesano convirtieron a la ensalada mixta en una especie en extinción.
A principios de 2000, el anuncio de los planes hidráulicos en la Juan B. Justo puso la zona en la mira de los desarrolladores inmobiliarios. Y en poco tiempo se erigieron las torres Hollywood 1 y 2, las Torres Mirabilia y hasta la Clínica Swiss Medical. Sobre lo que eran las bodegas Giol se construyó el citado Polo Científico Tecnológico y en las manzanas donde se hizo Casa FOA en 2007 se anunció Palermo Centro, un complejo cultural y comercial. Con la construcción de los canales aliviadores la avenida dejó de inundarse ante cualquier chaparrón. Y el Metrobús terminó de definir el nuevo escenario.
La metamorfosis de Juan B. Justo en los años recientes permite pensar esta avenida de otra manera. Ya no como un límite o una frontera entre los Palermos Soho y Hollywood sino como un eje verde que organice y potencie dos barrios de gran vitalidad. Y que comunique el oeste de la Ciudad con sus grandes parques metropolitanos.
Los terrenos de la ex playas de maniobras del San Martín son una pieza fundamental que ayudaría a construir y caracterizar este nuevo eje de la Ciudad. La Asociación Vecinal Lago Pacífico históricamente propuso convertir este lugar en un lago que funcione como reservorio que evite las inundaciones y todavía hoy rechazan la idea de vender parte de los terrenos para lo que suponen serán viviendas de carácter especulativo.
Los ganadores del reciente Concurso de Ideas para el Desarrollo “urbanístico e inmobiliario” de esta área, plantean destinar solo un 25% de estas tierras a la construcción de viviendas ( ver suplemento ARQ 14/05 ). Estas serían de diversas alturas y tendrían un basamento comercial. Hacia Juan B. Justo, el equipo liderado por los arquitectos Mario Boscoboinik y Jorge Iribarne, propone hacer torres de no más de 17 pisos (las que ya se construyeron del otro lado, en Palermo Hollywood tienen más de 40) y para el lado de la calle Godoy Cruz plantean un tejido de menor escala, de unos 4 niveles, acorde con las características del paisaje existente. Y planean dejar un 75% de la superficie libre para crear un gran parque lineal con esculturas. Lo que no queda claro es para quién es ese parque. Si para la gente del barrio, en cuyo caso sería desmesurado, o si es un parque de escala metropolitana que formaría parte del citado eje Juan B. Justo-Parque lineal Bullrich-bosques de Palermo, todo alimentado por el Metrobús. Seguramente la clave está en qué es lo que va a pasar con las vías del ferrocarril. Si quedarán en el nivel donde están, dejando el parque del lado de Palermo Soho. O levantándolas –como una de las posibilidades que plantea las bases del concurso–, abriendo el citado parque a la avenida Juan B. Justo, integrándolo al sistema de espacios verdes metropolitanos.


* Editor General ARQ



Fuente: arq.clarin.com


EL CUARTO DE COSTURA DE LOS BUNGE


   El cuarto de costura de los Bunge

Por Laura Ramos

Josefa, la costurera de la familia Bunge Arteaga mientras vivía en la casa de la calle Tacuarí y más tarde en una más grande en la calle Reconquista, mejor dicho la poeta, había compuesto unos versos que relataban su viaje en barco desde España a la Argentina a fines del siglo XIX: “Todo lo que les como/ de cuanto aquí me dan/ es un vasito de vino/ con un poquito de pan”. Josefa se sabía de memoria la historia de Carlomagno en verso, probablemente un antiguo romance inspirado en La canción de Rolando , apunta Delfina Bunge en sus memorias Viaje alrededor de mi infancia , un libro, o una joya, inhallable excepto en esa verbena anárquica y anarquizante llamada mercadolibre. Josefa le recitó a la niña patricia, en el cuarto de costura, la batalla de Carlomagno con “doce pares de Francia” contra más de ochenta mil musulmanes, le habló de heridas curadas con el “bálsamo del Señor”, de cabezas cortadas vueltas a adherir a los cuerpos, de fábulas y prodigios de la Edad Media que encendieron su imaginación.
Una tarde de ocio en que Delfina buscaba una estancia con luz para seguir con una lectura sobre la divinidad de Cristo se refugió en el cuarto donde Josefa estaba cosiendo. “¡Cómo me gustaría escuchar lo que usted lee!” le dijo Josefa. Al leerle en voz alta, la joven se asombró de sus conocimientos sobre Mahoma y las Sagradas Escrituras. ¿Qué clase de vida habría tenido Josefa, esta Josefa sin apellido de los recuerdos de Delfina Bunge, con suerte o fortuna? ¿Hubiera sido escritora, como su patroncita? ¿Mejor escritora que su patroncita?
En una entrada de su diario de noviembre de 1904 Delfina anotó: “Elena, la mucama. Quiso ser Hermana de Caridad, y negándole los padres el consentimiento, se casó… No sé qué es lo que no le ha pasado a esta pobre mujer: pérdida de dinero, de marido, de situación (la gran situación inesperada que, como a una Cenicienta, le trajo el casamiento). De diez o doce hijos que tuvo, sólo le quedaron dos. Uno es Nicolás, bastante sordo, y el otro chicuelo quedó en España, en excelentes manos. Hace dos años que no tiene noticias. Y aquí está ella, lejos de su país y familia, flaca como un esqueleto, y sirviendo… Eso sí, siempre muy alegre, bailando pericones. Es un carácter muy especial; sus dos vocaciones fueron: para religiosa enfermera, o artista teatral…” ¿Y qué hubiera sido de esa monja/actriz española en Buenos Aires si no hubiera perdido “diez o doce” hijos, una patria y una situación holgada? En su diario íntimo, Delfinita escribió menos los pensamientos secretos de una adolescente que los primeros trazos de una historia nacional.
Según detalla Lucía Gálvez en la biografía de su abuela Delfina Bunge, Diarios íntimos de una época brillante , los Bunge Arteaga no eran ricos. Octavio Bunge, el padre, fue juez y luego ministro de la Suprema Corte, pero no se dedicó, como sus hermanos, al negocio redituable de la época: el campo. Sus dos hijas, Delfina y Julia, se cosían su propia ropa, con la ayuda de una costurera, sobre modelos que ellas mismas inventaban. Hasta 1902, en que se mudaron a un departamento en Callao y Vicente López, en barrio norte, habían vivido en el barrio sur y cerca de Plaza de Mayo, rodeados de conventillos poblados por inmigrantes pobres y criollos empobrecidos. En la calle Tacuarí no menos que en la calle Reconquista se cruzaban con sastres, albañiles, zapateros, jornaleros, peones y las mismas planchadoras, lavanderas y costureras que trabajaban en su casa. Los sonidos de las fraguas del herrero y de los carros que cruzaban las calles eran tan familiares para los niños Bunge como los olores a trapos viejos que destilaban las casonas ocupadas por los vecinos pobres. Recién en 1899 el Concejo Deliberante conminó a los propietarios de los conventillos a instalar un cuarto de baño con ducha cada diez cuartos. Y ni siquiera esa ordenanza se cumplía.
“Me gusta ver a los chicos pobres que se juntan a escuchar cuando toco el piano. Deliciosas criaturas que son el adorno de esta calle tan tranquila. Cuando nos ven salir se agrupan en nuestra puerta y nos sonríen. Esa sonrisa es para mí un regalo. Decimos con Julia que han de mirar a las grandes señoras como nosotras imaginábamos, cuando chicas, las hadas de los cuentos. Una vez que salíamos en coche abierto para el corso de las flores, me sentí como humillada de nuestro relativo lujo, al pasar junto a un grupo de aquellos chicos. En ese momento hubiera preferido ser uno de ellos en lugar de la niña del coche”, escribió Delfina en su diario íntimo, con un sentimiento oscilante entre la condescendencia de una dama de beneficencia y una sobrelucidez libertaria.

Fuente: clarin.com


Por Laura Ramos

Josefa, la costurera de la familia Bunge Arteaga mientras vivía en la casa de la calle Tacuarí y más tarde en una más grande en la calle Reconquista, mejor dicho la poeta, había compuesto unos versos que relataban su viaje en barco desde España a la Argentina a fines del siglo XIX: “Todo lo que les como/ de cuanto aquí me dan/ es un vasito de vino/ con un poquito de pan”. Josefa se sabía de memoria la historia de Carlomagno en verso, probablemente un antiguo romance inspirado en La canción de Rolando , apunta Delfina Bunge en sus memorias Viaje alrededor de mi infancia , un libro, o una joya, inhallable excepto en esa verbena anárquica y anarquizante llamada mercadolibre. Josefa le recitó a la niña patricia, en el cuarto de costura, la batalla de Carlomagno con “doce pares de Francia” contra más de ochenta mil musulmanes, le habló de heridas curadas con el “bálsamo del Señor”, de cabezas cortadas vueltas a adherir a los cuerpos, de fábulas y prodigios de la Edad Media que encendieron su imaginación.
Una tarde de ocio en que Delfina buscaba una estancia con luz para seguir con una lectura sobre la divinidad de Cristo se refugió en el cuarto donde Josefa estaba cosiendo. “¡Cómo me gustaría escuchar lo que usted lee!” le dijo Josefa. Al leerle en voz alta, la joven se asombró de sus conocimientos sobre Mahoma y las Sagradas Escrituras. ¿Qué clase de vida habría tenido Josefa, esta Josefa sin apellido de los recuerdos de Delfina Bunge, con suerte o fortuna? ¿Hubiera sido escritora, como su patroncita? ¿Mejor escritora que su patroncita?
En una entrada de su diario de noviembre de 1904 Delfina anotó: “Elena, la mucama. Quiso ser Hermana de Caridad, y negándole los padres el consentimiento, se casó… No sé qué es lo que no le ha pasado a esta pobre mujer: pérdida de dinero, de marido, de situación (la gran situación inesperada que, como a una Cenicienta, le trajo el casamiento). De diez o doce hijos que tuvo, sólo le quedaron dos. Uno es Nicolás, bastante sordo, y el otro chicuelo quedó en España, en excelentes manos. Hace dos años que no tiene noticias. Y aquí está ella, lejos de su país y familia, flaca como un esqueleto, y sirviendo… Eso sí, siempre muy alegre, bailando pericones. Es un carácter muy especial; sus dos vocaciones fueron: para religiosa enfermera, o artista teatral…” ¿Y qué hubiera sido de esa monja/actriz española en Buenos Aires si no hubiera perdido “diez o doce” hijos, una patria y una situación holgada? En su diario íntimo, Delfinita escribió menos los pensamientos secretos de una adolescente que los primeros trazos de una historia nacional.
Según detalla Lucía Gálvez en la biografía de su abuela Delfina Bunge, Diarios íntimos de una época brillante , los Bunge Arteaga no eran ricos. Octavio Bunge, el padre, fue juez y luego ministro de la Suprema Corte, pero no se dedicó, como sus hermanos, al negocio redituable de la época: el campo. Sus dos hijas, Delfina y Julia, se cosían su propia ropa, con la ayuda de una costurera, sobre modelos que ellas mismas inventaban. Hasta 1902, en que se mudaron a un departamento en Callao y Vicente López, en barrio norte, habían vivido en el barrio sur y cerca de Plaza de Mayo, rodeados de conventillos poblados por inmigrantes pobres y criollos empobrecidos. En la calle Tacuarí no menos que en la calle Reconquista se cruzaban con sastres, albañiles, zapateros, jornaleros, peones y las mismas planchadoras, lavanderas y costureras que trabajaban en su casa. Los sonidos de las fraguas del herrero y de los carros que cruzaban las calles eran tan familiares para los niños Bunge como los olores a trapos viejos que destilaban las casonas ocupadas por los vecinos pobres. Recién en 1899 el Concejo Deliberante conminó a los propietarios de los conventillos a instalar un cuarto de baño con ducha cada diez cuartos. Y ni siquiera esa ordenanza se cumplía.
“Me gusta ver a los chicos pobres que se juntan a escuchar cuando toco el piano. Deliciosas criaturas que son el adorno de esta calle tan tranquila. Cuando nos ven salir se agrupan en nuestra puerta y nos sonríen. Esa sonrisa es para mí un regalo. Decimos con Julia que han de mirar a las grandes señoras como nosotras imaginábamos, cuando chicas, las hadas de los cuentos. Una vez que salíamos en coche abierto para el corso de las flores, me sentí como humillada de nuestro relativo lujo, al pasar junto a un grupo de aquellos chicos. En ese momento hubiera preferido ser uno de ellos en lugar de la niña del coche”, escribió Delfina en su diario íntimo, con un sentimiento oscilante entre la condescendencia de una dama de beneficencia y una sobrelucidez libertaria.

Fuente: clarin.com

"EL RESTAURADOR DE ARTE",
UN HOMENAJE A DONOSTIA Y AL CASI OLVIDADO SERT


El escritor Julián Sánchez posa junto a uno de los grandes lienzos de Sert que cuelgan de la iglesia del rehabilitado Museo San Telmo de San Sebastián. EFE

El escritor Julián Sánchez posa junto a uno de los grandes lienzos de Sert que cuelgan de la iglesia del rehabilitado Museo San Telmo de San Sebastián. EFE


San Sebastián - El escritor Julián Sánchez ha publicado, cinco años después de "El anticuario", la continuación de esta novela, "El restaurador de arte", en la que homenajea a partes iguales a San Sebastián, donde vive desde hace dos décadas, y al casi olvidado pintor José María Sert, por el que siente "debilidad".
Sánchez (Barcelona, 1966) acometió esta segunda entrega por encargo de Roca Editorial, debido a que su predecesora, traducida a trece idiomas, ha tenido "una carrera internacional potente", con una venta que se acercará a los 100.000 ejemplares cuando se edite próximamente en Rusia, cinco veces por encima de las cifras que ha logrado en España.
Fue el pasado verano cuando encontró un argumento "adecuado" para la novela, y en dos frenéticos meses, según explica en una entrevista a Efe, confeccionó una nueva historia del escritor Enrique Alonso y su exmujer Bety Dale, con asesinato de por medio, como la anterior, y lugares y personajes reales sobre los que se permite la licencia de la invención.
La realidad y la ficción se cruzan en este caso en la vida del catalán José María Sert, autor de una prolífica obra y de los grandes lienzos que cuelgan de la iglesia del rehabilitado Museo San Telmo de San Sebastián, escenario clave de esta aventura de declarado amor a la belleza de su ciudad de adopción y que también se desarrolla en Nueva York, Barcelona y París.
"Sert, que llegó a ser el pintor mejor pagado de su época, pertenece a ese tipo de personajes de principios de siglo que eran artistas mayúsculos con personalidades arrolladoras", asegura
" Era hijo de una familia muy adinerada -continúa-, se trasladó a París muy joven y allí hizo un círculo de amistades que se basaban en parte en su capacidad artística y en parte en su capacidad económica. Era expansivo en su obra y en sus relaciones, una personalidad equivalente a la de Picasso".
Sánchez, creador también del inspector David Ossa, protagonista de sus novelas "El rostro de la maldad" y "La voz de los muertos", dice que la intriga es su "género natural", lo que atribuye a sus lecturas de infancia y juventud y su pasión por los tebeos y los cómic.
"Hoy no puedes escribir novelas con navíos piratas y descubrir mundos perdidos, la única alternativa es pasar a la ciencia ficción o la fantasía. Por eso, la forma actual de contar aventuras es la novela de intriga o la policíaca", comenta este escritor, que fue árbitro de la Liga ACB de Baloncesto durante cinco años.
El autor reparte el tiempo entre su trabajo en un laboratorio donostiarra, su labor como responsable técnico de la Federación Vasca de Baloncesto y la escritura, actividades que le ocupan la semana entera y que le hacen pagar, según confiesa, el "terrible peaje" de no poder contar con las horas que desearía para leer.
Gran admirador de Gonzalo Torrente Ballester -relee casi anualmente "Los gozos y las sombras"-, está "volcado" ahora en los clásicos, en obras como las de Víctor Hugo que por sus digresiones cree que los editores actuales considerarían inviables.
Asegura que ha aprendido tanto escribiendo como leyendo. "El escritor mejora por etapas, como si subiera una escalera, y es capaz de afrontar escalones nuevos si ha madurado los anteriores", afirma.
Ahora cree que es un autor "razonablemente competente", que se siente "maduro" para "afrontar ese nivel medio de escritura de razonable complejidad" que habilita para "mezclar géneros".
Por ello, admite la distancia que separa la "inocencia" de "El anticuario", gestada en 1995 aunque publicada en 2009, y "El restaurador de arte", que es "mucho más completa", en la que sus protagonistas han perdido ese carácter "lineal" de la anterior y sus emociones son "más naturales".
Sánchez afirma que el deporte también ha sido una gran ayuda para su faceta literaria, pues le ha enseñado a "analizar errores, a profundizar en el nivel de resistencia".
"Un árbitro está muy expuesto y hay que tener capacidad para aguantar la presión, que está totalmente unida a la capacidad de análisis. Soy capaz de pensar dónde me he equivocado en mis novelas, cuál es la parte positiva y la negativa, y aprender de ello sin que me suponga un peaje emocional", subraya.
Dice que es inevitable que su mente dé "vueltas" y tenga ya ideas para que esa pareja que forman Enrique Alonso y su exmujer Bety vivan otras peripecias en una tercera novela, aunque por otra parte está "encantado" con su serie del inspector Ossa, cuyas nuevas andanzas verán la luz en 2014.

Fuente: EFE