Una trabajadora del Museo Británico observa dos figuras talladas en mármol correspondientes al siglo I d.C. EFE
Las poblaciones quedaron sepultadas en el año 79 tras una erupción volcánica
La
exhibición sobre las ciudades que intenta recrear la vida diaria de los
habitantes, reúne 450 piezas sacadas por primera vez de Italia
LONDRES - La
vida de las poblaciones de Pompeya y Herculano y la súbita muerte que
sufrieron cuando una devastadora erupción del volcán Vesubio sepultó en
el año 79 a las dos ciudades romanas centran una gran exposición del
Museo Británico que reúne 450 piezas sacadas por primera vez de Italia, La
muestra intenta recrear la vida diaria de los habitantes de estas
metrópolis de la bahía de Nápoles y la opulencia en la que vivían muchos
de ellos hasta que una nube oscura y caliente de residuos volcánicos
las enterró en apenas 24 horas. Titulada "Vida y muerte en
Pompeya y Herculano", entre las piezas que se exhiben hay algunas que
fueron descubiertas en recientes excavaciones. Es también la
primera vez que el Museo Británico dedica una muestra a estas dos
ciudades, cuyos descubrimientos han permitido conocer en más profundidad
los pormenores de la vida de las casi 15 mil personas que habitaban
Pompeya y las cinco mil de Herculano. Entrar en la exposición es
como ingresar en la casa de un pompeyano de clase alta, a través del
Atrium, el salón de entrada, para después ver las habitaciones, el
jardín, la cocina y la sala principal, todos adornados con frescos o
estatuas de mármol. El museo exhibe todo tipo de objetos, como
comida carbonizada, recipientes para lavar la comida, coladores,
morteros, hornos portátiles, la cuna de un bebé y hasta frescos con
escenas de la vida sexual de estas poblaciones de origen griego o
semnita. Las dos metrópolis tenían una vida social y cívica muy
activa y había templos, grandes baños romanos y teatros, mientras que el
principal sustento procedía del comercio y el cultivo de la tierra. Pero
la erupción del Vesubio un 24 de agosto o un 24 de octubre del año 79,
según distintos cálculos, calcinó y enterró por completo a estas
poblaciones después de que la lava provocara una nube de 32 kilómetros
de altura y una lluvia posterior de piedras y ceniza con temperaturas
superiores a los 400 grados centígrados. La oscuridad en la que
quedaron sumidas las dos ciudades y la velocidad de la erupción
impidieron cualquier huida, como queda reflejado en los restos
reconstruidos de algunos habitantes calcinados, a los que se les ve en
posiciones relajadas. El comisario de la exposición, Paul
Roberts, dijo hoy en el pase de prensa previo que se pueden ver objetos
reconocidos y utilizados hoy en día, así como "las cosas que ellos
consumían y tiraban". Tampoco faltan en la exposición la joyas
que llevaban las poblaciones, de oro en el caso de las mujeres de clase
alta y de bronce o cristal para los esclavos. Los objetos más
sorprendentes son los grandes frescos que decoraban las salas y hasta
los patios de las casas, en colores pastel y con escenas de la vida
diaria de la época romana. Estos frescos eran de enormes
proporciones en los patios, llamados hortus, pues eran lugares
utilizados para descansar, mientras que había mosaicos con figuras de
animales domésticos, como el perro, colocados en las entradas de las
viviendas. El cuarto de baño compartía espacio con la cocina y
por entonces estas poblaciones ni utilizaban jabón para lavarse las
manos ni tenían conocimiento de los riesgos sanitarios que esta
proximidad podía provocar entre la población, formada en su gran mayoría
por niños y gente de entre 20 y 40 años de edad. Según el museo,
muchos de estos objetos fueron encontrados en las primeras excavaciones
realizadas en el siglo XVIII y hasta la fecha se han hallado unos mil
150 cuerpos calcinados en Pompeya y unos 350 en Herculano.
Fue encontrado en la casa de un ex futbolista de la Juventus.
El cuadro, un Chagall, había sido robado en 2002 de un barco
atracado en el puerto de Savona, en el norte de Italia. Once años
después, fue encontrado en la casa del ex futbolista del Juventus
Roberto Bettega. El “Le nu au Bouquet”, pintado en 1920 por el
francés de origen bielorruso Marc Chagall, está valuado en 923 mil
dólares. Los carabineros lo hallaron en la casa de la ex gloria del
Juventus, quien aseguró que lo compró en 2003 en una galería de Bolonia
por casi 135 mil dólares (al cambio actual) y que desconocía que había
sido robado. Durante el operativo, enmarcado en la protección
del patrimonio cultural, fueron denunciadas tres personas, entre ellos
un tripulante del yate en el momento del robo y el responsable de la
galería en la que Bettega lo adquirió. El propietario del yate,
un estadounidense, había comprado el cuadro en Nueva York en 1998. La
obra fue destinada a decorar la embarcación, de la que fue robada cuatro
años después, cuando estaba atracada en el puerto de Savona. Los
ladrones cambiaron la original por una falsa, según denunció el hijo del
dueño del barco.
Dejó miles de obras, cambió la historia del arte, sus cuadros
valen millones, pintó el horror de la guerra y su nieta lo llamó
“monstruo”.
LE REVE, DE PICASSO. Lo adquirió hace días un magnate de Wall Street por 155 millones de dólares.
Por Bárbara Alvarez Plá
Un día como hoy, un 8 de abril de 1973, el mundo se despidió del artista
español Pablo Picasso, nacido en Málaga en 1881, que aquejado de una
embolia pulmonar llevaba tiempo recluido en su casa de Mougins, en el
Sur de Francia. Prolífico como ninguno, a su muerte dejó
1.900 cuadros, 3.200 cerámicas, 7.000 dibujos, 1.200 esculturas y 20.000
gráficos, que lo elevaron al podio de los artistas más prolíficos del
siglo XX, y hoy, cuarenta años después, sigue siendo una de las mayores
influencias del arte contemporáneo, con cuatro de sus obras entre las
diez obras más caras de la historia del arte.
Dicen que era
incansable, apasionado, irascible. Sus amigos afirmaban que también era
generoso y que en él había modestia, pero si hay un calificativo que
nadie le puede negar, es el de genio. El artista, que sería uno de los
fundadores del cubismo afirmaba que “un pintor nunca puede hacer lo que
se espera de él”.
Al momento de su muerte, la mayoría de las obras
de este consagrado enemigo del mercado del arte, que hoy lo venera,
estaban en su poder, y muchas de ellas fueron a parar al museo parisino
que lleva su nombre, en cobro de los impuestos sucesorios, ya que
Picasso, que aún no tenía pensado morir, no había hecho testamento: “Un
pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio, es un
hombre que vende lo que pinta”, había dicho el genio.
Las
mujeres influyeron enormemente en su vida, aunque se hablaba de
maltrato, su nieta Marina lo describió como un “monstruo” capaz de gran
“crueldad psicológica”. Tuvo cuatro hijos y se casó dos veces: primero
con una bailarina rusa y más tarde con Jaqueline Roque, que lo
acompañaba al momento de su muerte y que se pegó un tiro en la cabeza 13
años después. Y no sería la única suicida entre sus musas:
Marie–Thérèse Walker, con quien Picasso había tenido un romance a los 46
años, se ahorcó en 1977. Ella fue la dama inmortalizada en El sueño
(1932), pintura que saltó a primera plana de los diarios de todo el
mundo hace unos días al ser vendida por más de 155 millones de dólares.
Con
14 años ingresó en la Escuela de Artes de Barcelona, después iría a
Madrid y de ahí a París, donde comenzaron sus años de bohemia y su
“periodo azul” (1901-1904), que dio obras como El entierro de Casagemas.
Tras una breve estadía en Barcelona y de vuelta en París, comenzó el
“periodo rosa” (1905-1907), y sus pinceles se centraron en el retrato de
trabajadores del circo, marginales y gitanos, con obras como La familia de Arlequín.
Su consagración llegó en 1907 con Las señoritas de Avignon.
Bajo influencia del arte africano inauguró su ruptura con el realismo,
que, en 1908, devino en la formulación del cubismo, que por su rechazo
al naturalismo, es un punto de quiebre de la historia del arte.
En 1936, estalló la guerra civil española y en 1937 pintó El Guernica,
en alusión a los bombardeos de las tropas franquistas sobre el pueblo
español. Esa síntesis perfecta de cubismo, expresionismo y surrealismo,
es un ícono del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), lo
encontró en París, donde se declaró pacifista, uniéndose, al final de la
contienda, al Partido Comunista.
En una Europa asolada por la
guerra, Picasso transformó el arte e hizo de él un instrumento de
denuncia. Cuarenta años después, su mensaje sigue vigente.
¿Por qué amamos al pintor del dolor del siglo veinte?
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
Amamos tanto a Picasso, en parte, porque su obra y su
personalidad fueron excepcionales. Pasó lo mismo con Andy Warhol y
Salvador Dalí. Y nosotros, hijos de ese siglo que todo lo convierte en
mito y mercancía, tenemos nuestros propios dioses terrenales. Picasso es
uno.
¿Pero por qué su obra “nos llega” tanto? Primero, porque
está muy difundida, conocemos sus códigos generales. Segundo, porque
Picasso siempre tuvo una profunda conciencia del hombre y las
contradicciones del S.XX. Comunista y antifascista, pintó las Guerras
Mundiales, el anhelo de paz y también la alegría de los primeros años.
Artista
sumamente inteligente, no podría comprenderse la historia del arte
figurativo sin tenerlo en cuenta. Todas, todas sus obras tienen un eje
común: están basadas en la realidad, aun cuando no lo parezca. “El arte
abstracto no existe, siempre hay que partir de algo”, rabiaba Picasso.
Pero él no sólo veía al mundo, sino que lo pensaba. De ello surgió un
período suyo fundamental: el cubista.
Pensemos en este pasaje, que lo define: de su pintura Las señoritas de Avignon a El Guernica. De la descomposición de la “realidad”, a las figuras explotando; a la denuncia.
Picasso
fue ese artista que supo expresar el grito de dolor del siglo XX
inventando un nuevo lenguaje plástico, creando formas nuevas para
situaciones nuevas. Y todas tenían que ver con los hombres. Por eso lo
sentimos cercano.
Una visita al edificio inaugurado en
1799 en el que funciona la compañía de teatro público francés fundada en
1680 y cuyo primer director fue nada menos que Molière
PARÍS.-
Recorrer los pasillos de la Comédie Française es como entablar un viaje
hacia la historia del teatro occidental. De hecho, funciona en un
edificio inaugurado en 1799. Hay otros pequeños guiños que parecen estar
ahí para fomentar el imaginario que siempre ronda al mundo de lo
teatral. Por ejemplo, en la botonera de los ascensores que comunican las
siete plantas, cada piso lleva el nombre de un actor o actriz famoso
que trabajó aquí. O sea, nada de fríos números; pura evocación instalada
en lo cotidiano.
La compañía fue fundada en 1680. Hasta ese momento
había dos grupos enemigos que fueron reunidos, casi a la fuerza, para
que trabajaran juntos. A juzgar por los hechos, el decreto de Luis XIV
funcionó. "En Francia la actividad teatral está dominada por las
compañías. Los ejemplos son muchos: la de Ariane Mnouchkine, la de
Patrice Chéreau y así las cosas. O sea, un hombre o una mujer que
durante su vida artística preside la actividad de un grupo. En
contraposición, la Comédie es un sistema social, artístico y financiero
que está más allá de la persona que lo lidere. Es más como una sociedad
basada en un ideal social", apunta Olivier Giel, director de gira del
único teatro público francés que cuenta con un elenco estable. Giel es
el que abre y cierra las puertas de este bello edificio ubicado en la
rue de Richelieu y que es una fábrica de producción escénica que no se
toma respiro. De hecho, las 450 personas que trabajan aquí están
divididas en dos turnos para que la sala pueda estar en actividad todos
los días de la semana. En general, se presentan de 4 a 5 espectáculos
distintos por semana. En términos anuales, se llega a los 30 títulos,
que hacen unas 850 funciones en total, con precios que van de los 6 a
los 39 euros. Debe ser por ese constante movimiento que en la
esplendorosa sala principal hay varios técnicos desarmando una
escenografía porque, en horas, se realizará otra función. Un nervio
parecido se registra en el séptimo piso en donde están los talleres.
Claro que el movimiento que se da en esos espacios contrasta con la
quietud del salón en donde se reúne el comité de la Comédie. El inmenso espacio tiene una vista privilegiada hacia
Place Colette y el museo del Louvre. En las paredes hay cuadros, muchos.
En aquel, por ejemplo, aparece Sarah Bernard participando de una
reunión. Como tanto el salón como el mobiliario son casi los mismos,
pareciera ser que el tiempo está detenido. Todo el espacio está cubierto
de cuadros y esculturas. Hay pinturas de Delacroix, de Cézanne y así
las cosas. De hecho, en una simple mirada, casi no hay registros del
mundo tecnológico. El comité que se reúne aquí está formado por diez
personas. Lo preside Muriel Mayette, actual administradora; también está
el intérprete que lleva más años trabajando en la sala y, los otros
ocho, son elegidos por la misma compañía. El elenco estable está formado
por 62 actores, 23 de ellos son los llamado pensionistas (los más
jóvenes). Un intérprete, una vez que ingresó a la Comédie Française,
tiene un contrato por dos años que, luego, puede ser renovada
anualmente. La decisión corre por cuenta de la gente que se sienta
alrededor de esta gran mesa del salón. Fuera de esta sala de reunión, y junto al austero
despacho de Muriel Mayette, hay una inmensa placa de mármol de Carrara
en la cual, en letras doradas, figuran los nombres de los directores y
administradores de la Comédie. Comienza con Molière y culmina con
Mayette, esa enérgica actriz que estuvo hace poco en Buenos Aires para
cerrar la presentación que esta emblemática compañía hará en nuestro
país para el mes de septiembre. Al parecer, no hay forma de agregar más
nombres en la placa. De todos modos, Olivier Giel, quien hace 41 años
trabaja aquí, ya pensó en alternativas que parecen imposibles. Claro que
si la Comédie sobrevivió a guerras, revoluciones, ocupaciones y
momentos (no los actuales) en los que París era una fiesta; ¿cómo no va a
poder ampliar una simple placa de mármol?
Restauración y renovación
La sala tuvo un largo proceso de renovación tecnológica
y recuperación edilicia (de hecho, una de las fachadas todavía está
tapiada). Para evitar que esté cerrada, construyeron un maravillo
espacio hecho íntegramente en madera (5000 piezas en total). Respeta
igual cantidad de butacas que la sala principal (862) y su escenario
posee las mismas dimensiones para no tener que modificar las puestas.
Hasta allí, los actores ingresan por pasillos subterráneos ubicados por
debajo de la plaza seca que da al Palais-Royal. Como el trabajo en el edificio histórico ya culminó,
desde fin de febrero está cerrado. "Ahora estamos esperando que alguien
con plata compre el teatro que, como es desmontable, se pude llevar
adonde sea. Debe salir mucha plata...", se ríe quizás imaginando que un
multimillonario ruso o árabe ponga los millones de euros que, dicen,
saldría el teatro. Algunos argentinos deben conocer a la perfección los
rincones de este histórico edificio que tiene un presupuesto anual de 36
millones de euros (25 de ellos aportados por el Estado). Jorge Lavelli
realizó varias puestas aquí. También, en alguna de sus tres salas,
dirigieron Alfredo Arias y Roberto Plate. El único dramaturgo argentino
del cual llegó a representarse una obra fue Copi (todo un signo de
renovación). Más de una vez, ellos deben haber llegado al edificio
central de la Comédie en metro. La salida más directa de la estación
Palaice Royal fue intervenida por el artista visual Jean-Michel
Othoniel. El contraste entre ese trabajo y la fachada del teatro
establece un puente entre la tradición y lo contemporáneo. El mismo
puente, el mismo desafío, que parece asumir como propio esta compañía
fundada en 1680..
Se estrenará en Fox una serie basada en la vida del artista
Leonardo da Vinci - Autorretrato
Otro
estreno fuerte en materia de series que se suma a Lecter comparte su
eje en una figura famosa. Da Vinci's Demons, ciclo centrado en el genio
del Renacimiento, que se verá por Fox, a partir del martes 16.
David S. Goyer, creador de la ficción, fue uno de los
guionistas de la trilogía de Batman de Christopher Nolan y escribió la
nueva película de Superman, Hombre de Acero. Con esta experiencia,
decidió convertir a una figura enigmática como Da Vinci en una especie
de superhéroe de la Florencia del siglo XV, construyendo un relato que
combina datos históricos con toques fantásticos y sobrenaturales. En los
ocho episodios que componen esta primera temporada, Da Vinci librará
una lucha tanto interna como contra otros en su búsqueda del
conocimiento y la verdad. El Da Vinci que llega a la pantalla chica es joven, es
decir que está en la etapa de su vida de la cual menos registros
quedaron para la posteridad. "Aunque nosotros lo reconozcamos como a un
hombre mayor y sabio, ése fue el resultado de la experiencia acumulada
durante años y años de errores que lo llevaron a esa sabiduría", dijo
Tom Riley (Monroe, Lost in Austen), quien interpreta a Da Vinci, en una
entrevista con Den of Geek. Además de Riley, el elenco de la serie se completa con
Laura Haddock, Elliot Cowan, Lara Pulver (True Blood) y Blake Ritson
(RocknRolla).. Fuente: lanacion.com
Lejos de acumular obras por especulación
o prestigio, los coleccionistas del siglo XXI se hacen amigos de los
artistas, devienen mecenas e impulsan proyectos para la promoción y
circulación del arte contemporáneo argentino. A pocas semanas de la 22a
edición de arteBA, centro neurálgico de ventas, historias de una pasión
sin retorno
Navone
establece afinidades entre sus elecciones: cuelga las obras de manera
que dialoguen entre sí.. Foto: Gentileza Guillermo Navone
Guillermo Navone. "Ayudar a que las cosas pasen"
El apoyo a los artistas es
fundamental para este coleccionista que comenzó comprando un cuadro de
Molina Campos y en una década sumó más de 200 obras
A los 24 años, Guillermo Navone, "Willy", trabajaba en
Nueva York, dedicado a las finanzas, y extrañaba la Argentina. Esa
carencia lo llevó al arte: se encontró frente a un cuadro de Molina
Campos en lo de un amigo y quiso tener uno, como si ese gesto lo
acercara a su tierra.
El destino también lo acercó a Diego Gradowczyk, hijo
del coleccionista, que le aconsejó comprar obras de artistas
contemporáneos. "Esto es adictivo; no hay vuelta atrás", le advirtió.
Compró El buen paisano, de Molina Campos, y durante un
viaje a Buenos Aires en 2004 comenzó a explorar el mundo del arte
contemporáneo local. La primera compra, luego de consultar a su
consejero, fue una obra de Marina De Caro. "Creo que está bueno tener a
alguien que te asesore, que te frene y te ayude a pensar", opina.
Ahora tiene aproximadamente 200 obras, desde el Molina
Campos hasta Duville, Siquier, Ferrari, Adriana Bustos, unos luminosos
Sakai de la época pop, Londaibere, Marcos López, Schoijett, Carlos
Huffmann, Máximo Pedraza, Ballesteros, Eduardo Basualdo, Florencia
Rodríguez Giles, Luis Terán, Gómez Canle, Diego Vergara y Sandro
Pereira, por nombrar algunos.
Navone establece afinidades entre sus elecciones: un
Aizenberg geométrico dialoga con una témpera de su maestro Batlle
Planas, con un vidrio de Lucio Dorr y unos paisajes con guiños a la
historia del arte de Max Gómez Canle que se apoyan en la chimenea; un
paisano de Pablo Suárez mira a otro paisano de Molina Campos.
"Hay muchas maneras de coleccionar, y las respeto
-dice-. A mí me gusta involucrarme, ayudar a que las cosas pasen. Para
mí, las colecciones hechas desde el sentimiento, apoyando desde la
cercanía con los artistas, son mucho más valiosas."
Es raro que venda algo, porque las obras se convierten
en parte de su vida. "Prefiero que lleguen a casa con una anécdota; eso
les da un valor afectivo."
Desde lo institucional, Navone apoya el Programa de
Artistas de la Universidad Di Tella y el Programa de Adquisiciones de
Malba. "No me gusta definirme como coleccionista -aclara- sino como un
comprador de arte. Me da más libertad."
José Lorenzo: "No podría vivir sin el arte"
Una invitación de arteBA cambió la mirada del
arquitecto cordobés, que pasó, sin escalas, de la pintura tradicional al
arte contemporáneo, con el foco puesto en la fotografía
José Lorenzo es un arquitecto cordobés que comenzó su
relación con el arte a través de la pintura tradicional de fines del
siglo XIX y del XX; reunía paisajes y escenas campestres hasta que, en
2005, arteBA Fundación lo invitó a un programa para coleccionistas en
Buenos Aires. A la vuelta de esa experiencia intensa, que le permitió
recorrer colecciones y asistir a charlas, vio con otros ojos lo que
tenía colgado en su casa. Ese arte era de otro tiempo, que no era el
suyo.
Decidió comenzar a relacionarse con el arte
contemporáneo. Al principio con los artistas cordobeses presentes en la
feria arteBA, como Adriana Bustos, Ananké Assef y Hugo Aveta -todos
fotógrafos-, luego con artistas más jóvenes.
Cuñado de un gran dibujante, Fernando Allievi, decidió
pedirle consejo para que lo ayudara a decidir sus compras. En 2008
conoció a Gabriel Valansi, ganador del premio Roggio de ese año, cuando
asistió a la primera clínica de coleccionismo en Córdoba, y lo sumó a su
equipo de trabajo.
Hoy, Valansi lo asesora en el tema fotografía y Allievi
en pintura y dibujo. "Es un brain-storming continuo", explica Lorenzo
sobre su relación con sus asesores, devenidos amigos
familia. "Es un diálogo enriquecedor entre las partes, una tarea de investigación entre los tres", explica.
Define su gusto como "ecléctico" y no le preocupa que
los artistas sean contemporáneos; aún conserva sus primeros paisajes en
el comedor diario de su casa.
"No tengo una obsesión por tal obra o tal artista;
siempre compro obras con las que puedo convivir." Su casa se ha
convertido en el centro de reuniones entre la gente ligada al arte; sus
puertas están abiertas a recibir y alojar a artistas, curadores,
aquellos entusiastas como él.
"No podría vivir sin el arte. No le veo límites por
ahora -dice con tonada cordobesa-. Coleccionar generó algo en mí tan
lindo, tan renovador."
En pocos años, esta experiencia revolucionó su entorno:
la colección estuvo colgada en el Palacio Ferreyra y, junto con
Valansi, organiza en Córdoba encuentros con artistas y referentes
invitados. Es vicepresidente de la Asociación Amigos del Museo Caraffa y
de la Fundación Proarte Córdoba, que gestiona becas y ayuda para
artistas, no sólo del ámbito de las artes visuales.
"Si ser referente sirve para que la gente se interese y se involucre más, me encanta. Yo no saco rédito personal, lo disfruto."
Esteban Tedesco: "Es un mundo muy chico"
Médico cirujano y comprador compulsivo, se hizo muy
amigo de artistas y galeristas. Sueña con abrir al público su enorme
colección, que ofrece en préstamo para muestras.
Esteban Tedesco vive rodeado de obras de arte,
literalmente. Del piso al techo, de izquierda a derecha, las piezas
contemporáneas conviven con su colección de opalinas y cerámicas
haciendo un mix personalísimo.
Nadie puede quedar indiferente ante el despliegue
barroco de obras de Siquier, Hasper, Ballesteros, Macchi, Ana Gallardo,
Millán, Bianchi, Villar Rojas. Rotan, cambian de lugar, y muchas están
almacenadas en depósitos o en lo de sus sobrinos.
Tedesco es médico. El padre de un compañero suyo de la
facultad era amigo de artistas; así empezó a frecuentar exposiciones y a
comprar paisajes de pintores consagrados. Ya en los años 80 tenía obras
contemporáneas y, cerca de los años 90 se produjo un cambio.
No sólo compraba, sino que también, de tanto frecuentar
los ámbitos de exposición, se fue haciendo amigo de los artistas y esto
derivó en una suerte de familia extendida. Navidades, fiestas de fin de
año, encuentros más allá de la relación comercial llevaron a que
Tedesco fuera un posibilitador de proyectos.
Nunca compró asesorado, siempre lo guio su intuición, y
compró muchas obras a los propios artistas. De Ana Gallardo y Ernesto
Ballesteros, por ejemplo, tiene decenas. Como conoce a los artistas y
sabe lo que están produciendo, es lógico que llegue antes de la
exhibición. Sin embargo, es muy respetuoso de la relación
artista-galerista.
"Puedo comprarle al artista pero siempre con el
consentimiento de la galería. En ese sentido, soy extremadamente claro
-explica, y agrega: -Es un mundo muy chico, y con muchos de los
galeristas somos íntimos amigos."
Su casa cambia. "Casi todo lo que es de gran formato no
está acá, porque no entra", explica. También presta obras para
exhibiciones -acaba de recuperar un Siquier que estuvo dando vueltas por
el país- e incluso a sus amigos. "El problema es cuando les pido que me
devuelvan la obra", bromea.
"De los años 2000 adoro a Villar Rojas, Accinelli y
Duville; también me gustan mucho los artistas de Misiones, como Andrés
Paredes, Mónica Millán y Mauro Koliva, que no tienen nada que ver con
los otros."
Sus intereses son enormes. En fotografía, Marcos López,
Grosman, Erlich, Gian Paolo Minelli, Rosana Schoijett, Santiago Porter,
Ignacio Iasparra; esculturas de Nicola Costantino, Elba Bairon y Mónica
Girón, videos de artistas como Jorge Macchi. Más allá de su apoyo a los
artistas amigos, participa en la Asociación Amigos del Centro Cultural
Recoleta.
Actualmente está pensando en conseguir un lugar donde
toda la colección pueda estar colgada y accesible al público, con
exposiciones temporarias y la visión de diferentes curadores. "Es una
lástima que la gente no la vea; ni siquiera yo veo obras que compré hace
años", confiesa.
Gustavo Bruzzone: "Un pedacito de historia"
Hace veinte años, cuando aún no era juez, inició lo
que se convertiría en el acervo más completo de arte argentino de los
años 90, con acento en los "artistas del Rojas"
Todo comenzó con una tinta china de Alberto Greco que
compró en la galería Jacques Martínez en los tempranos años 90. Todavía
la tiene. En 1993 o 1994, entonces secretario de juzgado, Gustavo
Bruzzone conoció a Pablo Suárez y a Nora Dobarro, y empezó a comprar
obras de los artistas que salían de la "cantera de Gumier".
Gumier es Gumier Maier, quien estuvo al frente de la
galería del Centro Cultural Rojas desde 1989 hasta 1996. Un personaje
insoslayable de esa década. Su aporte en su rol de curador-descubridor
de artistas que luego pasarían al circuito oficial es considerado
fundamental.
Bruzzone nunca más paró. Ahora es juez y tiene la
colección más completa que hay dedicada al arte argentino de los años 90
con foco en los "artistas del Rojas".
Su casa es un departamento en el centro con espacios
"temáticos"; cada ambiente está dedicado a algún artista o período
específico, como el "Gordin Room", dedicado a acomodar obra histórica de
Sebastián Gordín. Su cuarto, por ejemplo, es un recorte del año 1995.
"Quiero tener las obras de todo este grupo", explica.
Y no sólo eso. Acompaña cada espacio con un registro de
la época, como el artículo de Jorge López Anaya donde bautiza a los
artistas del Rojas con el calificativo de "arte light", que luego se
usará para agruparlos. Un póster original de 1992 de la muestra Algunos
artistas y el rincón dedicado al espacio Belleza y Felicidad, de
Fernanda Laguna y Cecilia Pavón, con el cartel que colgaba en la
vidriera y unas latas de galletitas intervenidas que Benito Laren quiso
tirar y Bruzzone rescató.
"Siento que conservé un pedacito de la historia
argentina -confiesa-. Nunca vendí un cuadro, los guardo; están en lo de
mis amigos, en mi trabajo."
Amigo de los artistas, tiene algunas joyitas que
algunos codician, como el tocadiscos Winco intervenido de Marcelo Pombo y
una pintura del fotógrafo Marcos López que dice "Bienvenido a Carlos
Paz", muy pedida por los cordobeses.
Esa misma cercanía es la que lo tuvo al frente de
proyectos como Ramona, la revista que nació de una idea de Roberto
Jacoby. "Quería oír la voz de los artistas", recuerda, en un momento en
donde los que hablaban eran otros. Fue un lugar de debate sobre las
prácticas del arte contemporáneo a partir del año 2000.
Hoy apoya el Centro de Investigaciones Artísticas
(CIA), un "espacio de artistas y pensadores de todo el mundo, y en
especial de América Latina" que organiza cursos y tiene un programa de
visitas calificadas del exterior muy ambicioso para la escena local.
Guillermo González Taboada: "El arte es pasión pura"
Lo que comenzó como el hobby de un publicista se
convirtió en Art Democracy, un sitio online con más de 150.000
seguidores en Facebook
Una lámina de Vasarely en un libro de un amigo fue el
primer vínculo del publicista Guillermo González Taboada con el mundo
del arte, y es una marca que todavía persigue: los artistas de la
abstracción geométrica, a los que añadió los representantes del pop de
los años 60 en la Argentina.
Estas dos vertientes forman el ADN de su colección.
Creaciones de García Uriburu, Martha Peluffo, Edgardo Giménez, De la
Vega (de la época de Nueva York) junto con Mac Entyre, Brizzi,
Polesello, Antonio Asís y un Robirosa abstracto de 1968 que cuelga en su
oficina junto a los afiches del mítico local Fuera de Caja, de Marta
Romero Brest, y de la muestra La Pompadour de García Uriburu en París en
los años sesenta.
La geometría de artistas como Beto de Volder, Pablo
Siquier, Lucio Dorr, Fabián Burgos y Mariano Ferrante son sus elecciones
contemporáneas. A veces no se ciñe estrictamente a estas líneas; valora
la obra de Daniel Santoro, que en su opinión encontró algo que contar, y
la de Pirozzi de los años ochenta.
"Nunca compré asesorado -aclara-, compro lo que me
genera un vínculo emocional. El arte es pasión pura; están los que lo
sienten y los que no. Hay gente que no siente lo que tiene: ésa es obra
para decoración."
El reto de González Taboada se llama Art Democracy: es
un sitio online dedicado a la difusión del arte argentino que comenzó
como algo que podía hacer en su tiempo libre y hoy tiene más de 150.000
seguidores en Facebook. La edición de libros es un primer paso del
proyecto virtual para insertarse en el mundo real. Ya hay uno en carrera
dedicado al período abstracto de Josefina Robirosa que escribió Rafael
Cippolini y otro de Dolores Casares, por Rodrigo Alonso.
"Art Democracy tiene un proyecto a futuro -explica
González Taboada-, tiene el espíritu de hacer trascender el arte
argentino para que participe del mundo."
Alexandra de Royere: "Una aventura que no termina"
Administradora de empresas de origen francés,
considera fundamental el vínculo con los artistas, que, a su juicio, es
más cercano en la Argentina que en su país
A la entrada de la casa de Alexandra de Royere no hay
manera de pasar por alto una obra de Villar Rojas de la serie Lo que el
fuego me trajo. La colección convive con la familia como si fuera un
integrante más, y nada parece impostado.
"El primer acercamiento al arte fue a los 14 años,
cuando mi padre me regaló un libro sobre Goya", explica De Royere, de
origen francés y directora general de Tramando. Se dedicó a la
administración de empresas y, en forma paralela, a los estudios sobre
historia del arte.
"Compré la primera obra de arte contemporáneo en la
Argentina, por el año 95; todavía no conocía bien la escena local
-recuerda-. Conocí a Esteban Tedesco y decidimos tomar clases con
Mercedes Casanegra, que me dejó reflexionando. Creo mucho en los
encuentros cuando uno tiene una pasión."
De aquellos años destaca su amistad con Tedesco y con
el galerista Alberto Sendrós. "Siempre quise articular la parte teórica
con la sensible, aprender mucho, leer, escuchar... Sobre todo escuchar
-agrega-. Con Santiago García Navarro y Victoria Noorthoorn tengo un
diálogo muy cercano, son personas del ecosistema del arte que me han
dado mucho y con los que intercambié ideas."
De Royere asegura que en la Argentina es posible una
cercanía con los artistas que no se da en su país, y como no hay tantos
libros ni documentación, conocer el taller y al artista es casi un paso
necesario.
"Logré articular vínculos con artistas de mi
generación, los que tienen entre 40 y 50 años, que se han convertido en
mis amigos. Por ejemplo Ana Gallardo, Nicola Costantino y Gabriel
Valansi. Después me enfoqué en la generación más joven: Eduardo
Basualdo, Adrián Villar Rojas y Matías Duville. No me considero una
coleccionista prolija, sino una activista del arte", aclara esta mujer
que integra el Comité Internacional de arteBA, donde se concentra en
abrir puertas a los artistas en el extranjero.
Su vínculo con la generación de artistas mas jóvenes se
relaciona con su interés por "seguir intentando entender el pulso del
mundo que viene. Es un desafío constante, que va mucho mas allá de tener
una obra en casa."
Según ella, "el camino de una colección es una aventura
que empieza y nunca termina; cambia sobre la marcha". Eso la llevó a
deshacerse de algunas obras que no tenían más sentido en la ruta que
estaba recorriendo.
"He decidido reenfocarme en los artistas locales y en
la construcción de una colección a partir de eso. Entendí que ese
vínculo era fundamental para mí. Los artistas son parte de los vínculos
que he construido en la Argentina, es un universo que me ata al país."
Siempre les compra a los galeristas, explica, porque
son una parte muy importante en la "cadena de valor", aunque ya no la
asesora nadie porque, según ella, "no hay un camino sino varios
posibles."
El director de orquesta japonés
Seiji Ozawa, de 77 años, anunció este miércoles que está reanudando
"gradualmente" la dirección de orquesta, sin por ello dejar de enseñar
música a los más jóvenes, tras haber padecido una hernia y cancelado
varias representaciones por un cáncer de esófago.
Por Toshifumi Kitamura
El director de orquesta japonés Seiji Ozawa, de 77
años, anunció este miércoles que está reanudando "gradualmente" la
dirección de orquesta, sin por ello dejar de enseñar música a los más
jóvenes, tras haber padecido una hernia y cancelado varias
representaciones por un cáncer de esófago. "Tuve suerte. Era una enfermedad grave", declaró Ozawa en una rueda
de prensa en Tokio. "Pienso que este tiempo me lo dio Dios, por lo cual
lo estoy usando bien", agregó. "Estoy reanudando gradualmente mi principal trabajo de director de
orquesta, tras la enfermedad, pero no tengo la intención de dejar de
enseñar", afirmó. Entre otras cosas, el maestro japonés ha estado
trabajando con jóvenes músicos en Suiza y Japón. A principios de 2010, Ozawa, había anunciado que el tratamiento
contra el cáncer del esófago lo obligaría a cancelar todas sus
presentaciones programadas durante seis meses. Ozawa también tuvo que renunciar a dirigir tres conciertos de la
Filarmónica de Viena, después de ser operado de una hernia. Ya antes, en
2006, había tenido que cancelar varios compromisos debido a un herpes
zóster y a una neumonía aguda. Seiji Ozawa, que fue asistente de Herbert von Karajan y Leonard
Bernstein, ha sido director musical de grandes formaciones como la
Orquesta Sinfónica de Boston, donde permaneció durante 29 años
(1973-2002), y luego de la Ópera de Viena de 2002 a 2010.