El relato, escritor por Antoine de Saint-Exupéry, fue y es una iniciación en la lectura para millones de personas.
Un chico de otro planeta. El Principito en su mundo: los dibujos también son de mano del escritor francés. |
Por Patricia Suárez
Después de La Biblia, El Corán y tal vez de El Capital de Marx, El Principito
es el libro más leído en el mundo, traducido a 180 lenguas y
dialectos. Fue el último texto publicado en vida por su autor, un
aviador francés, de 43 años, de nombre Antoine de Saint-Exupéry, al que
llamaban Saint-Ex. Ya había escrito otras cosas como Tierra de hombres
–que suele considerarse su mejor novela y a la que el escritor argentino
Fabián Casas considera de imprescindible lectura– o Vuelo Nocturno.
Entre 1929 y 1930 estuvo por Argentina, para hacerse cargo de la
Compañía Aeropostale Argentina, ya que habían creado la línea de
Patagonia que unía Buenos Aires y Punta Arenas, línea que acabó con el
aislamiento de los pueblos del sur. En su estadía en nuestro país pasó
largas veladas con Victoria Ocampo, quien después le editaría la novela Correo del Sur en SUR.
No
obstante, por ninguno de todos sus libros fue reconocido como por aquel
que narra las aventuras de un pequeño príncipe de cabello enrulado y
largo abrigo (las ilustraciones son del mismo Saint-Ex), dueño de tres
volcanes y una rosa en su planeta y problematizado por el crecimiento
enredado de los baobabs. En el desierto solitario, el Principito se
encuentra con el narrador, un aviador con su máquina descompuesta. Le
habla de un Zorro, metáfora del amigo ideal, que todos los lectores
guardaremos para siempre. Un día, el Principito decide regresar a su
planeta y para eso se hace morder por una serpiente. Vuelve a su planeta
en espíritu, porque su cuerpo queda en brazos del aviador. Sin duda, un
libro metafórico sobre la importancia de la libertad y el amor al
prójimo, teñido de una melancolía tal que le arranca lágrimas al más
pintado. Michéle Petit, una de las teóricas de la lectura más
importantes hoy día, comenta en su libro Una infancia en el país de los libros que al leer El Principito
a los ocho años concluyó entristecida que el arte y la literatura “no
servían más que para revelarnos lo infortunado de nuestra condición”.
El autor piloto. Saint-Exupery desapareció en su avión en 1944./AFP |
No todos los lectores –sobre todo los niños– reciben a El Principito con palmas de alegría, pero ninguno permanecerá indiferente a su lectura. El texto dejará una huella imperecedera. Todos conocemos el cuento de Caperucita Roja, haya llegado a nosotros a través de la fuente que nos haya llegado (oral, película, adaptaciones del original) y quizás nunca nos interese conocer la versión original de la nena con la capota roja devorada por el lobo feroz. Esta indiferencia es imposible con El Principito: él es la versión original. Más allá de los productos fílmicos y teatrales que hubo sobre el personaje, el pequeño príncipe tuvo émulos en el estilo de escritura, haciendo pie en la metáfora, como Juan Salvador Gaviota, o en argumentos sobre niños de las estrellas con una sabiduría especial como Ami, de Enrique Barrios o, más recientemente, Oups de Kurt Hörtenhuber. De más está decir que en calidad y profundidad no le llegan al Principito a los talones: la frescura de Saint-Ex provenía posiblemente de sus reflexiones durante los largos vuelos. Los otros, son la idiotez del mercado.
El 31 de julio de 1944, durante
una misión de reconocimiento en el sur de Francia, Saint-Exupéry iba a
bordo del avión Lightning P-38. Había partido pocas horas antes de la
isla de Córcega, cuando los radares dejaron de ver el avión que pilotaba
y nunca más se supo de él. La desaparición cubrió al escritor y piloto
de un halo de misterio: de alguna manera se fue de este mundo como se
fue su pequeño príncipe. No obstante, en 1998, un pescador halló en las
aguas de Marsella una pulsera que pudo haber sido de Saint-Ex. Diez años
después, un ex piloto alemán llamado Horst Rippert confesó al diario
francés La Provence que había sido él quien derribara el avión de
Saint-Exupéry. El ex militar de 88 años declaró: “Pueden dejar de
buscar. Fui yo quien abatió a Saint-Exupéry”, y agregó: “Fue después
cuando supe que se trataba del escritor. Yo esperaba que no fuera él,
porque en nuestra juventud todos habíamos leído sus libros y los
adorábamos.” Ya sea que Rippert de verdad acabó con el escritor o que es
la declaración de un anciano gagá, lo real es que a Saint-Ex ni
siquiera sus enemigos dejaban de leerlo. Saint-Ex escribió: “No era más
que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y
ahora es único en el mundo”: tal vez éste es el misterio que se opera en
nosotros: uno se vuelve amigo del Principito. Y sucede después que a
los libros, a veces, se los olvida, pero los amigos nunca jamás entrarán
en el corredor del olvido. Larga vida al Principito.
Un longseller en el corazón
“Es un libro que se vende siempre, pasa por todas las
generaciones porque puede reinterpretarse cada vez que lo leés; está en
el corazón de los lectores”. Lo dice Antonio Segura, librero desde hace
30 años y encargado de la sucursal de Cúspide en Belgrano. Habla de El Principito,
el clásico de Antoine de Saint-Exupéry publicado en 1943: en esa
sucursal, estima Segura, se venden unos 3 ejemplares por día de la
edición de bolsillo, de 45 pesos. A pesar de no ser una novedad
editorial, la obra está constantemente exhibida entre los destacados de
las cajas.
“Como hay diferentes formatos, es un libro que llega a más gente”, explica Segura, que sostiene que lo compran adolescentes y padres para sus hijos, y que es un libro que se regala mucho. Para el librero, El Principito es como El libro de la arena, de Jorge Luis Borges: “Es un texto que volvés unas páginas atrás y lo leés de otra manera, siempre le encontrás algo nuevo”.
En El Ateneo, los ejemplares de El Principito ocupan una puntera en el sector infantil: están también en una ubicación preferencial.
Según Carla Francolini, que trabaja en una sucursal del mismo barrio, lo compran en general jóvenes de entre 25 y 35 años: “Muchos lo hacen para regalar, y es un libro que se usa como comodín cuando no saben qué comprarle a alguien”, explica.
Allí se venden unos 8 ejemplares por semana, y de la edición de lujo, que cuesta 449 pesos, dos al mes. “Es un libro de venta constante”, sostiene.
Con los libreros coincide Alberto Díaz, editor de Emecé, sello que publica el libro en la Argentina. “Es un longseller de venta pareja”, explica, y agrega que, entre las cuatro ediciones –tradicional, de bolsillo, escolar y de lujo– se venden en la Argentina entre 133 mil y 143 mil ejemplares al año. De ese total, entre el 60 y el 65 por ciento se distribuye en la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana, y el resto, a lo largo y lo ancho del país.
“Como hay diferentes formatos, es un libro que llega a más gente”, explica Segura, que sostiene que lo compran adolescentes y padres para sus hijos, y que es un libro que se regala mucho. Para el librero, El Principito es como El libro de la arena, de Jorge Luis Borges: “Es un texto que volvés unas páginas atrás y lo leés de otra manera, siempre le encontrás algo nuevo”.
En El Ateneo, los ejemplares de El Principito ocupan una puntera en el sector infantil: están también en una ubicación preferencial.
Según Carla Francolini, que trabaja en una sucursal del mismo barrio, lo compran en general jóvenes de entre 25 y 35 años: “Muchos lo hacen para regalar, y es un libro que se usa como comodín cuando no saben qué comprarle a alguien”, explica.
Allí se venden unos 8 ejemplares por semana, y de la edición de lujo, que cuesta 449 pesos, dos al mes. “Es un libro de venta constante”, sostiene.
Con los libreros coincide Alberto Díaz, editor de Emecé, sello que publica el libro en la Argentina. “Es un longseller de venta pareja”, explica, y agrega que, entre las cuatro ediciones –tradicional, de bolsillo, escolar y de lujo– se venden en la Argentina entre 133 mil y 143 mil ejemplares al año. De ese total, entre el 60 y el 65 por ciento se distribuye en la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana, y el resto, a lo largo y lo ancho del país.
Aprendizajes placenteros y crueles
Por Federico Jeanmaire*
Sospecho que nuestra memoria almacena los libros que hemos leído junto a
otro montón de cosas. Que en nuestra cabeza no existe algo así como una
biblioteca más o menos ordenada, quiero decir.
Quedan por ahí, los libros. Dando vueltas. Mezclados para siempre con una montaña de recuerdos que tienen que ver con ellos.
Quedan por ahí, los libros. Dando vueltas. Mezclados para siempre con una montaña de recuerdos que tienen que ver con ellos.
El Principito
llegó a mi vida a los diecinueve años. Tarde, quizá. Aunque, en
verdad, no sé a qué edad uno debería leerlo o dejar de leerlo. No lo sé,
realmente, no lo sé. Me lo regaló Mary, una novia algo mayor que yo,
que sabía que me gustaban los libros y que, incluso, pretendía
convertirme en escritor. Entonces.
El Principito es en
gran parte Mary, para mí. Una época repleta de aprendizajes. Algunos
placenteros y otros muy crueles, eran los comienzos de la dictadura.
Todavía
lo guardo. Con su amorosa dedicatoria. Sin embargo, acabo de buscarlo
durante un buen rato y no he podido encontrarlo. Puede pasar. Como en El Principito, el mundo del afuera suele ser bastante más caótico que nuestro mundo íntimo.
*Escritor
De la fábula a la autoayuda
Por Gabriela Adamo*
Cómo no rescatar –y admirar– un libro que logró la proeza de ser
leído por los públicos más dispares del mundo entero, a lo largo de ya
más de medio siglo.
Creo que un texto que logra despertar la
sonrisa cómplice del “yo lo leí” entre tantas personas –que enseguida
recuerdan la rosa, el baobab y el zorro domesticado– merece todos los
elogios.
Este tipo de lecturas son puertas entreabiertas que,
según quién les dé el empujón, pueden llevar a todo tipo de mundos
paralelos: las fábulas, la ciencia ficción, el Bildungsroman, y sí,
también a la autoayuda.
Pero libros son libros y cada uno es un ladrillo en la construcción de la biblioteca personal. Nada mal si El Principito está entre los que conforman la base y, por qué no, la argamasa que releemos de vez en cuando.
*Directora de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires
Fuente: clarin.com