Arte. Cincuentenario de la muerte de Hermen Anglada-Camarasa
Un 7 de julio de 1959 murió en el Port de
Pollença el pintor Anglada-Camarasa. Cincuenta años después su única
hija Beatriz y su nieta Silvia descubren sus recuerdos.
|
´Aquí mi cueva´, señala Beatriz Anglada-Camarasa al acceder a su estudio, en el que aún se ven algunos de sus cuadros. Foto: B. Ramón. |
|
|
|
|
|
|
LOURDES DURÁN, Palma de Mallorca
No está claro por qué el pintor Hermen Anglada-Camarasa dejó el París que dio luz universal a sus pinturas para instalarse en el Port de Pollença en 1914. No era su primera visita, ya que, avisado de las excelencias de la isla por el arquitecto y amigo Antoni Gaudí, recaló en Mallorca en 1909. Su nieta Silvia Pizarro, continuadora junto a su
madre, Beatriz, de la labor de inventariar y catalogar la ingente obra del artista, apuesta por una razón oculta. "Hay un antes y un después, y curiosamente, la etapa mallorquina de mi abuelo es la más oscura. Si tuviera tiempo, me encantaría investigarla", admite quien dejó su puesto de médico de familia "picada por el gusanillo del arte" que lógicamente anidaba en la familia.
Un 7 de julio de 1959 moría Anglada-Camarasa. 88 años intensamente vividos, "a pesar de las tres guerras que marcaron su labor pictórica" y, desde luego, la existencia
de la familia. Casado con la malagueña Beatriz Huelín, sobrina del
pintor, 30 años más joven que él, tuvieron dos hijos, Beatriz y un
pequeño que murió "en plena guerra y que casi acabó con la vida de mi
madre", cuenta la única hija de los Anglada-Camarasa Huelín.
Cuando estalló la Guerra Civil, coincidió con una exposición del artista
catalán en Barcelona. "No regresamos a Mallorca hasta 1948. Primero nos
refugiamos en Monserrat y después en Francia. Su amigo y compañero de
fatigas el pintor Carlos Baca-Flor nos acogió. Después estuvimos en un
hotel. Mi padre quiso que nos fuéramos a Estados Unidos, donde tenía
coleccionistas y su pintura era muy apreciada, pero ¡estalló la II
Guerra Mundial y todo se fue a paseo!". La segunda lengua de Beatriz
Anglada-Camarasa es el francés. "Mi casa era un auténtico barullo. Mi
madre no hablaba catalán, mi padre tres lenguas. Cada uno hablaba en la
lengua que quería y todos nos entendíamos", apunta.
Contempla
Beatriz el mar embravecido, el mismo que inspiraría algunos de los
cuadros de su padre. El Port de Pollença ha amanecido gris y llorón.
Desde el balcón, Beatriz atisba el busto que recuerda al progenitor y
lamenta la pérdida de los pinos "arrancados en el último temporal".
La hija heredó del padre su afición por la pintura, sólo que ya no
pinta. "¿De dónde saco el tiempo?", se pregunta, ella que es energía en
estado puro. "Recuerdo que siempre me dijo: ¡No abandones, pinta!, pero
jamás insistió ni ejerció la docencia conmigo".
La diferencia de
edad entre ambos –"podría ser su nieta!"–, subraya Beatriz, ya que él
tenía 61 años cuando nació ella, ha sembrado de recuerdos visuales más
que orales la memoria de su heredera. "Era divertido, contaba chistes y
tenía amigos por todos lados, pero apenas les recuerdo. El otro día,
cuando fui a ver la exposición de Chaplin en Caixaforum me acordé de lo
bien que mi padre imitaba a Charlot y me puse a reír a carcajada
limpia", cuenta. Los ojos se le llenan de chispas.
Cuando los
Anglada-Camarasa Huelín regresaron en 1948 al Port de Pollença, el
pintor había cambiado. "Aquí se volvió jardinero. Le pedían para hacer
exposiciones pero yo creo que ya le daba igual. Fue muy feliz en
Mallorca, encontró otra forma de vida", señala su hija. Se refiere a la
segunda etapa mallorquina, ya que Anglada-Camarasa mudó su pintura en la
isla al entrar en contacto con el paisaje rotundo de la Tramuntana.
Atrás quedaría el Anglada-Camarasa de los ambientes noctívagos, de las
luces de bohemia de París, de sus gitanas, de sus mujeres con mantones
de Manila, de su inclinación hacia lo oriental. Es el momento de
encuentro entre los Russinyol, Cittadini, el creador del hotel Formentor
Adan Dielh. Beatriz muestra una foto de su elegante padre –"mírale,
siempre con su puro en la mano"–, junto a Cittadini, elegancia italiana y
Dielh "haciendo el ganso", ríe ella.
"Cuando mi padre iba a
pintar con sus amigos argentinos les dejaba hacer lo que quería. Se
habla de la escuela pollensina, pero él siempre fue muy libre y les dio
libertad. Yo no creo que exista como tal la escuela pollensina, sólo que
sí, hubo pintores a su alrededor porque él ya era reconocido cuando
vino a Mallorca, e imagino que se sentían influenciados por su manera de
hacer", apunta Beatriz. "Se iban a la playita, que ellos bautizaron
como El hombre feliz".
A Cittadini lo describe "muy culto,
agradable". Añade: "Mi padre fue amigo de sus amigos". Anota que cuando
el padre estaba exilado, "Llorente, López Naguil y Raumagé cogieron un
hidroavión de la base y se fueron a verle".
Pese a la
coincidencia en el tiempo de dos de los grandes pintores catalanes en
Mallorca, Miró y Anglada-Camarasa no se conocieron "y no creo que fuera
por falta de ganas, pero ambos eran ya muy mayores", cree Beatriz.
La viuda del pintor, su hija y su yerno, el coronel de aviación Alfonso
Pizarro, abrieron el Museo Anglada-Camarasa en el Port en 1967. Cela
escribió el discurso. "Mi padre siempre expresó que quería que una vez
muerto, su obra no se dispersara. Incluso indicó que si se abría un
museo que intentásemos recuperar sus obras. ¡Ya ves, es imposible!
Conseguimos recuperar algunos como El tango de la corona, de los March.
Fue un museo familiar. José Ferragut construyó el edificio. Estaban
expuestos cuadros de todas sus épocas, sus dibujos, grabados japoneses,
muebles chinos. Fue una época muy bonita pero no podíamos seguir con
él", indica. Juan Antonio Samaranch, gran admirador de la obra de su
padre, intervino para que La Caixa adquiriese la colección. Se pagó en
abril de 1988, 350 millones de pesetas. Es el germen de la permanente
del Gran Hotel. Sólo los muebles chinos faltan por exponerse. "La única
condición que pusimos fue que permaneciese la colección completa y en
Palma. Estamos muy satisfechos de qué esten en La Caixa", admite Beatriz
sin dejar de mirar el bravo mar.
Fuente: diariodemallorca.es