De distintas épocas y nacionalidades, las obras de la imperdible primera muestra del MACBA recorren seis décadas de abstracción.
Ahí nomás, a unos pasos del Mamba, uno se encuentra con el flamante Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires
(MACBA), un moderno edificio vidriado que alberga parte de la colección
particular de abstracción geométrica que Aldo Rubino armó en los
últimos veinte años. Rubino, que viene del mundo de las finanzas,
cumplió con el sueño del museo propio como ya lo hicieron otros
empresarios: primero Eduardo Costantini; luego, Amalia Lacroze de
Fortabat. De siete pisos y con una estructura de hormigón a la vista, el
MACBA se caracteriza por una estética bien minimalista. Los cuatro
pisos de exhibición están conectados por rampas. Desde su inauguración,
en septiembre, el museo ya fue visitado por quince mil personas.
Joe Houston, curador de la colección Hallmark de Kansas, organizó el guión curatorial de Intercambio global. Abstracción geométrica desde 1950 , la muestra inaugural. Con una selección de medio centenar de obras de la colección (integrada por unas 200), agrupadas en cuatro ejes, puso el foco en el carácter internacional de este conjunto de piezas.
“Orden e inestabilidad” incluye obras que juegan con el equilibrio a partir de la estructura compositiva. Uno se encuentra con el plato fuerte de la colección: “Avall”, de Víctor Vasarely. Giulio Carlo Argan definió las formas geométricas como símbolos espaciales, morfemas mentales: “Uno de los aspectos pedagógicos de las tablas imaginativo-nouménicas de Vasarely es que elimina la diferencia entre sensaciones ‘reales’ y sensaciones ‘ilusorias’, haciendo así posible que la conciencia utilice con valores iguales todas las informaciones visuales”.
Con pintura argentina, latinoamericana, europea y americana, esta sala es bien representativa del carácter internacional al que apunta la colección. Es posible ver obras de Matilde Pérez, Walter Leblanc, Toni Costa, Julian Stanczak, Luis Tomasello, Manuel Alvarez y Juan Melé, entre muchos otros. Es interesante comparar trabajos de artistas de distintas nacionalidades y épocas: los une un potente lenguaje común.
“Ya a mediados de los años 50 no se trabajaba con la cuestión de la composición sino con la percepción visual y la fenomenología de la percepción entendida como un fenómeno físico completo: para un fenomenólogo la visión no es solamente el nervio óptico y el cerebro, el ojo es sólo una parte de la percepción a la que hay que sumarle el entorno espacial, auditivo”, dice María José Herrera, directora artística del MACBA, refiriéndose a esta concepción que entiende la mirada también como un hecho social, en su dimensión cultural. Ante las obras, el espectador se mueve, desconfía de lo que ve, vuelve sobre sí, camina. Se produce una liberación del modo de ver heredado: el espectador abandona la contemplación tradicional, para convertir su propio cuerpo en el actor principal de la escena.
En “Efectos del color” es posible encontrar trabajos deslumbrantes donde el color genera movimiento a partir del contraste de complementarios o de grados de luz. Hay una joyita de Carlos Cruz-Diez, alquimista en el arte de la saturación retiniana, que juega con el color en movimiento: caminar viendo ese rojo furioso mutar en otros colores es un instante de alegría. Hay bellísimas obras del brasileño Almir da Silva Mavignier y del español Francisco Sobrino. Además, trabajos de Le Parc y de Joël Stein, también del GRAV (Grupo de Investigación de Arte Visual) y una sutil pintura a pura transparencia que produce un efecto fuera foco de Manuel Espinosa. Hay también obras de Kazuya Sakai, y de la escuela californiana, que no se ven frecuentemente por nuestras pampas. Una pintura de Richard Anuszkiewicz nos hace desconfiar una y otra vez del color que vemos: pone en cuestión nuestra percepción, y el trabajo obsesivo del japonés Tadasuke Kuwayama simplemente deslumbra.
Seguimos recorriendo otro piso. El sector “Formas en expansión” incluye obras de artistas que fueron contra la tradición naturalista del marco ventana, rompieron con los estrictos parámetros de la pintura tradicional. Hay obras de Carmelo Arden Quin, César Paternosto, Raúl Lozza, Alexander Liberman, Alejandro Puente, Leon Polk Smith, con una pintura de 1973 que produce un impresionante efecto que se percibe como volumen. Hay también una obra de Kenneth Noland, la única que puede verse en la Argentina.
“La cuestión del marco recortado y la pintura objeto, uno de los temas que aborda Paternosto, está vinculada a la noción de módulo y sistema, ligada al estructuralismo”, dice María José Herrera. El estructuralismo lingüístico se aplica a la imagen: es un acuerdo de equilibrios entre formas, una solidaridad entre partes. Se piensa la obra, dice Herrera, como si fuera una oración: con una sintaxis determinada, donde la unidad mínima es el color.
Por último hay una serie de obras geométricas contemporáneas que recurren al claroscuro, un ilusionismo previo al arte geométrico (ya usado desde los setenta) y, además, abandonan definitivamente los colores puros de Mondrian. Se usa desde el blanco hasta todo tipo de colores industriales, decodificados desde la moda y no desde el arte. Son lenguajes de la geometría contemporánea que, a diferencia de la geometría tradicional guiada por formas puras, hacen guiños constantes a la realidad. Los artistas se meten con diagramas, gráficos, estructuras como laberintos, plantas de estilo arquitectónico (sin connotar necesariamente a un espacio real, sino que toman la forma pura y dura). Hay señuelo y anclaje con el mundo, pero no se abusa.
Usted podrá encontrarse con una pintura geométrica de Guillermo Kuitca, mix entre laberinto y rayuela, o con “Freaking on Fluo”, donde Marta Minujín sobre una tela con retazos con imágenes de sus colchones proyecta un video con esas formas: crea un efecto hipnótico. Hay pinturas, entre otros, de Graciela Hasper, Fabián Burgos, que desata un pasaje infinito de claroscuros, y un tríptico de la española Rosa Brun que con planos uniformes de color indaga en el grado cero de representación posible. “Sony (Los Angeles)” es una obra de la inglesa Sarah Morris hecha con pintura sintética y colores bien ligados a la industria.
Un consejo: antes de irse regrese a ver nuevamente las obras de Tadasuke Kuwayama, Julio Le Parc, Marcos Coelho Benjamín, Francisco Sobrino y Cruz-Diez. Es posible disfrutar una vez más de unos instantes de deslumbrante felicidad.
Fuente: Revista Ñ Clarín
Joe Houston, curador de la colección Hallmark de Kansas, organizó el guión curatorial de Intercambio global. Abstracción geométrica desde 1950 , la muestra inaugural. Con una selección de medio centenar de obras de la colección (integrada por unas 200), agrupadas en cuatro ejes, puso el foco en el carácter internacional de este conjunto de piezas.
“Orden e inestabilidad” incluye obras que juegan con el equilibrio a partir de la estructura compositiva. Uno se encuentra con el plato fuerte de la colección: “Avall”, de Víctor Vasarely. Giulio Carlo Argan definió las formas geométricas como símbolos espaciales, morfemas mentales: “Uno de los aspectos pedagógicos de las tablas imaginativo-nouménicas de Vasarely es que elimina la diferencia entre sensaciones ‘reales’ y sensaciones ‘ilusorias’, haciendo así posible que la conciencia utilice con valores iguales todas las informaciones visuales”.
Con pintura argentina, latinoamericana, europea y americana, esta sala es bien representativa del carácter internacional al que apunta la colección. Es posible ver obras de Matilde Pérez, Walter Leblanc, Toni Costa, Julian Stanczak, Luis Tomasello, Manuel Alvarez y Juan Melé, entre muchos otros. Es interesante comparar trabajos de artistas de distintas nacionalidades y épocas: los une un potente lenguaje común.
“Ya a mediados de los años 50 no se trabajaba con la cuestión de la composición sino con la percepción visual y la fenomenología de la percepción entendida como un fenómeno físico completo: para un fenomenólogo la visión no es solamente el nervio óptico y el cerebro, el ojo es sólo una parte de la percepción a la que hay que sumarle el entorno espacial, auditivo”, dice María José Herrera, directora artística del MACBA, refiriéndose a esta concepción que entiende la mirada también como un hecho social, en su dimensión cultural. Ante las obras, el espectador se mueve, desconfía de lo que ve, vuelve sobre sí, camina. Se produce una liberación del modo de ver heredado: el espectador abandona la contemplación tradicional, para convertir su propio cuerpo en el actor principal de la escena.
En “Efectos del color” es posible encontrar trabajos deslumbrantes donde el color genera movimiento a partir del contraste de complementarios o de grados de luz. Hay una joyita de Carlos Cruz-Diez, alquimista en el arte de la saturación retiniana, que juega con el color en movimiento: caminar viendo ese rojo furioso mutar en otros colores es un instante de alegría. Hay bellísimas obras del brasileño Almir da Silva Mavignier y del español Francisco Sobrino. Además, trabajos de Le Parc y de Joël Stein, también del GRAV (Grupo de Investigación de Arte Visual) y una sutil pintura a pura transparencia que produce un efecto fuera foco de Manuel Espinosa. Hay también obras de Kazuya Sakai, y de la escuela californiana, que no se ven frecuentemente por nuestras pampas. Una pintura de Richard Anuszkiewicz nos hace desconfiar una y otra vez del color que vemos: pone en cuestión nuestra percepción, y el trabajo obsesivo del japonés Tadasuke Kuwayama simplemente deslumbra.
Seguimos recorriendo otro piso. El sector “Formas en expansión” incluye obras de artistas que fueron contra la tradición naturalista del marco ventana, rompieron con los estrictos parámetros de la pintura tradicional. Hay obras de Carmelo Arden Quin, César Paternosto, Raúl Lozza, Alexander Liberman, Alejandro Puente, Leon Polk Smith, con una pintura de 1973 que produce un impresionante efecto que se percibe como volumen. Hay también una obra de Kenneth Noland, la única que puede verse en la Argentina.
“La cuestión del marco recortado y la pintura objeto, uno de los temas que aborda Paternosto, está vinculada a la noción de módulo y sistema, ligada al estructuralismo”, dice María José Herrera. El estructuralismo lingüístico se aplica a la imagen: es un acuerdo de equilibrios entre formas, una solidaridad entre partes. Se piensa la obra, dice Herrera, como si fuera una oración: con una sintaxis determinada, donde la unidad mínima es el color.
Por último hay una serie de obras geométricas contemporáneas que recurren al claroscuro, un ilusionismo previo al arte geométrico (ya usado desde los setenta) y, además, abandonan definitivamente los colores puros de Mondrian. Se usa desde el blanco hasta todo tipo de colores industriales, decodificados desde la moda y no desde el arte. Son lenguajes de la geometría contemporánea que, a diferencia de la geometría tradicional guiada por formas puras, hacen guiños constantes a la realidad. Los artistas se meten con diagramas, gráficos, estructuras como laberintos, plantas de estilo arquitectónico (sin connotar necesariamente a un espacio real, sino que toman la forma pura y dura). Hay señuelo y anclaje con el mundo, pero no se abusa.
Usted podrá encontrarse con una pintura geométrica de Guillermo Kuitca, mix entre laberinto y rayuela, o con “Freaking on Fluo”, donde Marta Minujín sobre una tela con retazos con imágenes de sus colchones proyecta un video con esas formas: crea un efecto hipnótico. Hay pinturas, entre otros, de Graciela Hasper, Fabián Burgos, que desata un pasaje infinito de claroscuros, y un tríptico de la española Rosa Brun que con planos uniformes de color indaga en el grado cero de representación posible. “Sony (Los Angeles)” es una obra de la inglesa Sarah Morris hecha con pintura sintética y colores bien ligados a la industria.
Un consejo: antes de irse regrese a ver nuevamente las obras de Tadasuke Kuwayama, Julio Le Parc, Marcos Coelho Benjamín, Francisco Sobrino y Cruz-Diez. Es posible disfrutar una vez más de unos instantes de deslumbrante felicidad.
Fuente: Revista Ñ Clarín