LOS JÓVENES 850 AÑOS DE LA CATEDRAL DE NOTRE DAME


Por Alejandro Maglione

De las cosas que tuve la suerte que me pasaran, fue cantarle el happy birthday a la catedral de Notre Dame de Paris. La señora puso a sus fieles y a los curiosos a que le soplaran ¡850 velitas! Cuesta imaginar estar frente muros que se levantaron en el siglo XII -más precisamente, la primera piedra fue colocada en el 1163- y que pueden testimoniar que vieron pasar la Guerra de los Cien Años; la Revolución Francesa, donde las hordas la saquearon, pero no dañaron; no paso una, sino dos guerras mundiales, entre otras lindezas. Y allí está. ¡Espléndida! 
Pusieron una enorme plataforma a unos 40 metros de la fachada, para que los curiosos nos pudiéramos elevar y calmar nuestra tortícolis a la hora de observar la fachada con detenimiento. He perdido la cuenta de las veces que me detuve a observarla, pero sé que la próxima vez que me encuentre cerca, volveré a quedarme embobado buscando detalles nuevos que se escaparon a mi permanente curiosidad. 

Seguimos recorriendo las calles de París de la mano de Alejandro Maglione

Los festejos que se iniciaron durante mi estadía, se continuarán durante todo el 2013, exactamente hasta el 24 de noviembre próximo. Recomiendo interesarse sobre qué anda pasando a este respecto, cada vez que se viaje para ver que tienen preparado para el momento de su visita. Vale la pena y está permitido emocionarse. Ah, también le están poniendo nuevas campanas, habrá que conseguir el nuevo Quasimodo que las haga sonar para su Esmeralda. Se calcula que irán 20 millones de personas a visitarla. Reserve lugar. 
Allí nomás, en la puntita de la Île de la Cité, hay un jardincito que siempre me convocó a sentarme y quedarme un rato descansando, pensando, viendo pasar las barcazas que recorren el Sena. Casi nunca hay nadie, quizás porque hay que bajar unas escaleras que están al pie del Vert Gálant, como llaman a la estatua ecuestre de Enrique IV que está ubicada en el lugar. Por eso, a ese pedacito de naturaleza, los llaman el Coin du Vert Gálant. Me pareció curioso que justito en la punta de esa "proa" que encara el río, esté adornada por dos sauces llorones, ¿o estarán para aprovechar las magníficas raíces que tienen estos árboles para protegerla de la erosión? Vale la pena, créame. 

Fuente: conexionbrando.com

DAMIEN HIRST PERFECCIONA SU ARTE


“Larry Gagosian y Damien han alcanzado un acuerdo amistoso para disolver su relación comercial.” El artista abandona su galería tras 17 años.


FOR THE LOVE OF GOD. Del artista británico Damien Hirst.

Por Eduardo Villar

Después de 17 años, el artista plástico más rico del mundo y el galerista ídem han dado por terminada su fructífera sociedad. Damien Hirst –el-del tiburón-en-formol-y-la-calavera-incrustada-de-diamantes– se ha separado de Larry Gagosian, el de las galerías distribuidas en los centros más activos del mercado global de arte.
El primer dato significativo es que la noticia no la dio una revista de arte sino el diario norteamericano Financial Times. Es que no se trata de arte, se trata de dinero. El patrimonio de la galería Gagosian se estima en 930 millones de dólares. El de Hirst, en 350.
Alguno de los dos –o ambos– debe haber tenido muy buenos motivos para abandonar la mina de oro que construyeron juntos. Es difícil que se conozcan. Con lenguaje más propio del mundo empresario que del arte, las dos partes informaron de la separación con mucha formalidad y discreción. Hirst lo hizo a través de un comunicado de su compañía Science Ltd.: “Larry Gagosian y Damien han alcanzado un acuerdo amistoso para disolver su relación comercial”. Gagosian correspondió con algo del mismo tono: “Ha sido un gran honor trabajar con Damien durante 17 años, culminando con la proyección mundial de las ‘Complete Spot Paintings 1986-2011’ expuestas en las 11 galerías Gagosian este año…” Las ‘Complete Spot Paintings’ fueron uno de los inventos más notables del dúo Hirst-Gagosian. Una exposición de todas las pinturas de lunares de colores producidas por Hirst durante 25 años, realizada simultáneamente en 11 galerías Gagosian, en Nueva York, París, Londres, Los Angeles, Roma, Atenas, Ginebra  y Hong Kong. Muchos de esos lunares fueron pintados por un ejército de pintadores de lunares empleados por Hirst. En 2008 Hirst ya le había mostrado las uñas a Gagosian, cuando vendió una muestra completa en una subasta en Sotheby’s, dejando fuera del negocio a la galería y a White Cube, su otro representante. Y no fueron monedas: unos 200 millones de dólares en un par de días. Hirst perfecciona su arte: hacer dinero.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LA POTENCIA DE LA GEOMETRÍA

Con formas reales y bellas sombras proyectadas, las obras de Marcolina Dipierro, que ocupan tanto el plano como el espacio tridimensional, ponen al espectador frente a una experiencia sensible de la geometría.

Por Ana Maria Battistozzi

Hace poco más de un año Marcolina Dipierro realizó una muestra en el Centro Cultural Recoleta que se llamó Angulo y, como su nombre lo indicaba, era una suerte de ensayo formal sobre todas las variantes posibles que puede sugerir o arbitrar el territorio real o virtual de una intersección. Podría decirse que su obra ya planteaba allí conjunciones parecidas a las que despliega en la serie de trabajos en papel y piezas de desarrollo en el espacio que presenta ahora en la galería Jorge Mara-La Ruche. La artista vuelve a ponernos ante una experiencia sensible y abarcadora de la geometría que pivotea entre el plano del papel y su expansión en el espacio. Ya como resultado de un pliegue, el encuentro de una zona de luz y otra de sombra o el cruce de varios planos. En todo esto consigue combinar el aporte de un riguroso trabajo sobre papeles cuadriculados y milimetrados con contrapuntos de las mismas ideas desarrolladas en líneas y volúmenes a diferente escala.
Aceptar el reto de trabajar con formas reales y virtuales y tomar nota de sus sugerencias es un modo de reflexionar sobre las diferencias físicas y conceptuales de lo que acontece en el plano y en el espacio.
Pero sacar provecho de las insinuaciones de la arquitectura y adecuarse a sus límites es concebir la exhibición como un todo. El espacio de la galería, sin duda más rígido y más acotado que el que tuvo a su disposición en el Centro Cultural Recoleta, le implicó a Marcolina Dipierro un desafío que resolvió como conjunto. 

S/T, 2012. Vigas de cedro, acero inoxidable, y alto impacto. 140 x 20 cm.
S/T, 2012. Vigas de cedro, acero inoxidable, y alto impacto. 140 x 20 cm.

Cada pieza opera en él con relación a la arquitectura como si de ella dependiera su existencia. Y en esto Marcolina Dipierro toma distancia de la tradición concreta argentina, con la que sin duda dialoga, pero aventura un tranco mayor al irrumpir de una manera más rotunda en el espacio. Por momentos los modos en que esa irrupción se manifiesta se sitúan próximos a Sol LeWitt y las estructuras primarias. Solamente cabe preguntarse si acaso las variaciones de formas de uno y otra responden a una lógica y planteos similares.
En un muy interesante debate surgido hacia fines de los 70, la crítica norteamericana Rosalind Kauss puso en cuestión los argumentos de los teóricos Donald Kuspit, Suzi Gablik y Lucy Lippard que coincidían en interpretar a la obra de Sol LeWitt como la manifestación misma de la razón o la puesta en escena de los mecanismos del pensamiento. Para Kuspit las formas seriales y complementarias de LeWitt eran equivalentes visuales de la belleza estructural de los tratados de Descartes o Kant; para Gablik la demostración palmaria del inevitable crecimiento intelectual universal, lo que reforzaba la tesis evolutiva que desarrolló en su texto Progress in Art y para Lyppard, que evidentemente apoyaba una concepción similar, la obra de LeWitt representaba la cima de una abstracción reflexiva en que el pensamiento artístico se mostraba con un nivel de complejidad sin precedentes al representar los procesos del conocimiento en sí mismos.
S/T, 2012. Pieza deslizable de cedro. 48 x 48 x 4 cm. de profundidad.
S/T, 2012. Pieza deslizable de cedro. 48 x 48 x 4 cm. de profundidad.

En oposición a estas tres posiciones, Krauss se preguntó por qué en el último cuarto del siglo XX aparecieron semejantes experiencias artísticas, apoyadas en el racionalismo cartesiano o en el trascendentalismo de Kant. La percepción del gran público que, por el contrario, consideraba a los enrejados de LeWitt y sus Variaciones de cubos abiertos como absurdos e incomprensibles, fue para ella una pista a indagar. ¿No será que la obra de LeWitt lejos de encarnar la razón representa un engranaje desconectado de ella, en el que nada está donde parece estar?, se preguntó Krauss. “Las ideas irracionales deben seguirse absoluta y lógicamente” había afirmado el propio LeWitt un par de años antes en el primer número de Art & Language. En la misma dirección Krauss rescató un absurdo pasaje de Molloy, la obra de Becket, que le servía para ejemplificar cómo una rutina rigurosamente obsesiva podía representar en verdad el absurdo de la sinrazón. De tal manera la obra de LeWitt, concluyó Krauss, tal vez tenga más que ver con una racionalidad falsa, que apunta a un discurso repetitivo e inflexible en un universo sin centro, que con la encarnación de la razón.
El debate viene a cuento por la afinidad formal que exhiben algunas de estas obras de Marcolina Di Pierro, con las series de LeWitt analizadas por Krauss. Y porque muy probablemente las formas derivadas de los collages con papel cuadriculado impreso de nuestra artista y sus esculturas de apariencia rigurosa y equilibrios precarios, que evocan escaleras que no conducen a ninguna parte, estén aludiendo a la emergencia de una racionalidad falsa o por lo menos endeble.

FICHA
Marcolina Dipierro

Lugar: Galeria Jorge Mara — La Ruche, Paraná 1133.
Fecha: hasta el 15 de enero.
Horario: Lunes a viernes de 11 a 13.30 y 15 a 19.30. sab (hasta el 24 de dic) de 11 a 13.30.
Entrada: gratis.


Fuente: Revista Ñ Clarín

LA EVOLUCIÓN DE MATISSE HACIA EL EXTASIS

"Matisse: En busca de la verdadera pintura", que se exhibe hasta el 17 de marzo en en el Metropolitan Museum of Art en Nueva York, la muestra presenta la larga carrera de este maestro francés con apenas cuarenta y nueve pinturas, pero casi todas son obras maestras.

Por ROBERTA SMITH - The New York Times

El gran modernista francés Henri Matisse (1869-1954) no era muy sociable. A principios del siglo XX encabezó la breve ola de los fauvistas ­esas "bestias salvajes" de vivos colores­, pero por lo demás se abstuvo de participar en los movimientos que signaron el arte moderno.
Se identificó con artistas del pasado remoto o no tan remoto y tuvo una fluida relación con el cubismo. Pero su mayor deseo era, en sus palabras, "avanzar y profundizar en la verdadera pintura".
Su evolución, rigurosa pero libre, es el tema de "Matisse: En busca de la verdadera pintura", que puede apreciarse en el Metropolitan Museum of Art en Nueva York, una de las exposiciones más emocionantes e instructivas que puedan verse sobre el pintor. (Se extiende hasta el 17 de marzo.) Tan fascinante como sucinta, la muestra presenta la larga carrera de este maestro francés con apenas cuarenta y nueve pinturas, pero casi todas son obras maestras.
La muestra presenta bajo una nueva luz la propensión de Matisse a la copia y el trabajo en serie.
Las pinturas avanzan en pares o en grupos organizados por tema: dos naturalezas muertas con fruta y compota, de 1899; dos versiones de un joven marinero sentado de manera informal en una silla, de 1906; cuatro vistas (1900 a 1914) de Notre Dame.
La última galería ofrece cinco pinturas de fines de la década de 1940 que representan el estudio de Matisse en colores saturados, planos.
Divididos en ocho galerías, cada par o grupo forma su propio miniseminario. En su conjunto, muestran un Matisse que se desplazaba sin descanso entre extremos, que repiensa y revisita una y otra vez su camino a la grandeza con ideas drásticas sobre economía y acabado.
Debe prestarse atención a su costumbre de pintar colores oscuros sobre otros vivos a los efectos de crear un brillo sutil, así como a su frecuente insistencia en las telas negras como fuente de luz y textura.
Buscó una simplicidad moderna que creó una audaz intimidad entre artista, objeto y espectador.

Gran muestra en NY sobre la larga carrera del artista.
Gran muestra en NY sobre la larga carrera del artista.

Sostenía que trabajaba "en busca de lo que siento, hacia un tipo de éxtasis".
La práctica de Matisse de copiar procedía de su formación académica, cuya tradición comprendía copiar los viejos maestros en el Louvre.
Pero él dio al ejercicio un giro hacia el presente y copió trabajos más contemporáneos, además de experimentar con estilos diferentes, más postimpresionistas.
La primera galería comprende la naturaleza muerta en homenaje a Cézanne (1904) y otro trabajo que representa el mismo arreglo a la manera puntillista de Paul Signac (1904-1905).
Aun más interesantes son las dos naturalezas muertas de 1899 con compota y fruta.
Una está pintada con un estilo muy rico y constituye un amplio homenaje posimpresionista (Van Gogh, Gauguin, Cézanne, Vuillard). La otra es austera, casi esquelética: la fruta y los recipientes se caracterizan por ser siluetas planas de colores vivos.
Es posible pasar toda la visita en la segunda y tercera galerías de la muestra, dedicados a reflexionar sobre los marineros y los desnudos con pañuelos blancos.
Resulta casi indignante ver que la gran "Vista de Notre Dame" (1914) casi toda azul del Museum of Modern Art tiene una inesperada melliza del mismo año: una vista relativamente realista de la catedral.
En la década de 1930, Matisse empezó a sacar fotografías en blanco y negro de sus pinturas a medida que trabajaba en ellas.
En 1945 llegó a exponer seis pinturas, cada una rodeada de sus correspondientes fotografías, en la Galerie Maeght de París.
La séptima galería de la muestra del Met presenta tres de las pinturas de Maeght en medio de sus fotos de registro.
Establecen que el avance de Matisse era a menudo muy lento, pese a lo cual solucionaba las dificultades y llegaba a una imagen final que exhala frescura y fluidez. Es evidente que las pinturas de Matisse son casi siempre composiciones muy trabajadas, y es maravilloso ver el proceso a través de una crónica tan detallada. Su éxtasis se basaba en numerosas formas de transparencia. 

Fuente: Revista Ñ Clarín

PAISAJES DE UNA VIDA

Con sutiles calados y sombras, en esta serie Natalia Revilla mira su propia historia entre Lima y Buenos Aires.


Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Lejos de aquí, aquí mismo” es el nombre de la serie de dibujos de la artista peruana Natalia Revilla, expuestos actualmente en Pabellón 4 e íntimamente ligados a su historia vital. “Lejos de aquí, aquí mismo” las cosas suceden, la vida comienza una vez más, nos dice Revilla. “Lejos de aquí” representa la infancia de la artista, su adolescencia en Lima. Un pasado que se hace presente ahora, momento en que Revilla deviene péndulo y vive entre su país y la Argentina, con la memoria instalada en el cuerpo, indiferente a la geografía. “Aquí mismo” es, también, su ir y venir constante entre Lima y Buenos Aires. Los viajes, el ritmo incierto, un movimiento: la lenta construcción del paisaje interior en forma de dibujos y en torno al movimiento afectivo, como una reflexión sobre un ayer que huye rápido, demasiado rápido. Huye hasta convertirse en otra cosa: en “Otro sitio”, el título de la exhibición de Revilla. Es, también, el territorio del deseo, del futuro. Y del exilio. Lo saben todos los que alguna vez dejaron su lugar natal.
La serie “Lejos de aquí, aquí mismo” reúne papeles leves, simples, delicadamente recortados con trincheta, dibujados a puro filo de pequeño y precario cuchillo. Revilla los recorta. Más que a las líneas que definen las formas, pone atención a los planos que designan las sombras de lo que observa: un árbol, un pájaro, un hombre. Masas de plenos que corporizan un despliegue.
La mujer pequeña recorre el sendero, inmersa en las profundidades del follaje. La composición, desarrollada en espejo, es como un dibujo de los del test de Rorschach. Es un paisaje húmedo y nostálgico, sobre el que sopla un viento desconocido. Primavera precoz.
Sin título , 2012, calado sobre múltiples hojas de papel, 45 x 30 cm.
Sin título , 2012, calado sobre múltiples hojas de papel, 45 x 30 cm.
En otro de los trabajos, una mujer camina y nos da la espalda. Está sola. Prácticamente todos los personajes aquí caminan solitarios. Se desplazan por un sendero que no tiene ruta. Chasquidos: las ramas que pisan marcan el ritmo de sus destinos, la intensidad de sus pasos.
En una obra hay arbustos, unos pastos, entre los que un cuerpo descansa escondido. Puedo entrever sus pies en las sombras. Y no sé si es una mujer-árbol derrumbada o, simplemente, unos matorrales albergando a una persona.
Calar, dicen, es agujerear una tela, un papel o cualquier otra materia en hojas, de forma que resulte un dibujo parecido al del encaje. Revilla recorta encajes, privilegiando las sombras, exigiendo a las líneas: dibuja recortando.
Estos son dibujos calados, aunque enfocados técnicamente como dibujos. Revilla busca establecer, a través de ellos, una analogía con la imagen. La acción de dibujar está estrechamente ligada al significado de lo que está dibujando.
Livianos, cortados a cuchillo o con láser, estos dibujos son ellos pero también su desdoblamiento: la sombra. Después de todo, ella ¿qué es? Eso que existe sin cuerpo, sin vida propia, sin oído. Un rastro prudente. La parte del presente que se nos escapa.

Revilla básico

Lima, Perú, 1981. Artista plástica

Realizó diversas muestras colectivas en Perú y Argentina, entre las que destacan: como “El Porvenir es el pasado que viene” (CC . Ricardo Palma, Lima, 2012), “Outgraphy” (Galería Pabellón 4, Buenos Aires, 2011) y “Atlas de Anatomías Comparadas” (Galería Vértice, Lima, 2007). Participó en ferias internacionales en Chile, Perú, Argentina, Estados Unidos y España. Obtuvo diferentes premios y distinciones como el Tercer puesto en el III Concurso de Arte Joven Miraflores.

Fuente: Revista Ñ Clarín

QUÉ VES CUANDO ME VES:
RETRATOS Y AUTORRETRATOS DE ANATOLE SADERMAN

Les pedía a los artistas un autorretrato a cambio de fotografiarlos.
Ahora exhiben la impactante colección.


Qué ves cuándo me ves: retratos y autorretratos de Anatole Saderman
Por Mercedes Pérez Bergliafa

"A este muchacho hay que darle algo por todas estas fotos’, me dijo; y entonces me regaló una hermosa naturaleza muerta”. La anécdota la contaba el fotógrafo Anatole Saderman. Ocurrió allá por los años 30, cuando retrató al exquisito y metafísico pintor Eugenio Daneri. Saderman le sacó una foto, y Daneri le dio a cambio, como agradecimiento, una pintura. La bolilla se empezó a correr, el “boca en boca” y los más distintos pintores, grabadores y dibujantes fueron acercándose al estudio de fotografía de Saderman –ubicado encima del famoso “Jimmy´s bar”, en Callao entre Charcas y Santa Fé–, para que los retratara. Se inició así una larga y especial historia en la vida del fotógrafo: ésa en la que Saderman hacía sus retratos y los artistas le pagaban con obras.
A mitad del juego, el fotógrafo cambió las reglas: ya no se contentó con recibir cualquier trabajo a cambio sino que comenzó a exigir, como “moneda de pago”, un autorretrato. “La colección que tenía llegó a superar los cien”, comenta ahora Alejandro Saderman, hijo del fotógrafo ya fallecido. “Dudo que haya existido en el país una colección semejante”.
Es este diálogo entre retratos fotografiados y autorretratos –pintados, dibujados o grabados– el que se podrá ver desde hoy en la sala 12 del Centro Cultural Recoleta.

     
“Autorretrato”. Saderman por sí mismo, en una imagen tomada en 1975.

Retratos, autorretratos + retratos, se llama la exposición, que cuenta con el apoyo de la Fundación Alon. Formada por 27 autorretratos –en realidad por sus documentos, no son las obras originales– y 38 fotografías de retratados, la sala está repleta de caras que nos miran : ojos cargados de historias, ojos que son vistos por otros –en las fotos de Saderman– y que se ven a sí mismos –en cada autorretrato–.
Y está esa hermosa foto de Antonio Berni sentado en su taller. Y la de un Lino Enea Spilimbergo pensativo, con las ideas pasando a través de sus ojos claros, italianos. La foto del pintor Ramón Gómez Cornet mirando –serio, fijo, casi preocupado– directo a la cámara de Saderman. Y el original diálogo entre las fotos y los autorretratos de los artistas, como el que se establece entre un Yuyo Noé con un saco a rayas, y su propia visión de sí mismo, en collage, con los pelos parados y los ojos recortados y pegados. En cambio, Rómulo Macció eligió mirar hacia abajo, esquivando la lente del fotógrafo. A sí mismo se vio frente al espejo, afeitándose la barba, en un dibujo sintético, casi de historieta, de pocas líneas.

La foto que Saderman le sacó a Carlos Alonso.

“Lo interesante de esta muestra es que a la mayoría de los artistas los conocí en los años 50, 60, 70”, explicaba Fito Fiterman –director de la Fundación Alon– mientras recorría la exposición junto a Clarín . “Ellos fueron los que dieron origen a la pintura moderna y contemporánea en nuestro país.” Libero Badii, Carlos Alonso, Eduardo Audivert, Horacio Butler, Juan Del Prete, Luis Falcini –fue el primero que Saderman retrató–, Carlos Gorriarena, el escultor Naum Knop y Norberto Onofrio, entre otros, están allí, mirándonos en Recoleta, en un doble registro, observándose a sí mismos y siendo observados.
La muestra se corona con la edición de un fabuloso libro, en el que aparecen todas estas obras y las biografías de cada artista, así como la historia de la colección de Saderman, “el gran pescador ruso”. O como lo llama el crítico Alberto Giudici en el ensayo introductorio: “Saderman, un buscador de espíritus”.

Fuente:Revista Ñ Clarín

UN PASEO POR EL INFIERNO Y EL PARAÍSO DE GIACOMETTI

Atípico, independiente, chamán. El suizo Alberto Giacometti fue uno de los artistas más grandes del siglo XX. Por primera vez su obra se muestra en la Argentina, en la Fundación Proa. Aquí, una aproximación diferente a su mundo y sus trabajos, con un enfoque pedagógico que liga cada texto con una imagen de su obra, en una relación profunda. Además, una videoentrevista con Véronique Wiesinger, directora de la Fundación Giacometti de París, con revelaciones de la muestra.

Retrato de Alberto Giacometti de frente ( Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Se dijo mucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto Giacometti. Pero se comentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos puede otorgar claves para conocerlo, para entrar a sus obras. Esta información local escasa, acerca de la vida del artista se debe, quizás, a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora de la Fundación Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone en Proa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista con Ñ, que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista para poder comprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin embargo, existen anécdotas sobre Giacometti que son ricas, que detallan su personalidad y que complejizan aún más su figura: me las contó la misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimos ahora transcribirlas aquí, a lo largo de esta nota.
Realizada luego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la Fundación Proa –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene en algunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas comentarios y opiniones del mismo Giacometti –que realizó una gran producción como escritor–, inéditas hasta ahora, cuando se conocen a través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa. También por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del escultor a principios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una selección y curaduría diferentes.

Una vida intensa se aventura al siglo XX 

Como se sabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió inmerso en todo ese mundo propio que significa el taller de un artista. Su tío también pintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, desde pequeño lo cautivó la escultura. En 1922, con 21 años, el artista dejó su Suiza natal para viajar a París, a estudiar con el reconocido escultor Antoine Bourdelle. Y aunque rápidamente se decepcionó de su enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse a un mundo que, hasta entonces, le había sido desconocido: la producción artística de los pueblos no occidentales.
Giacometti aprendió de Bourdelle toda una serie de experimentaciones en torno a las nociones de monumento y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, y pueden percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están las bases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican las obras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases ubican a las esculturas para que las veamos a determinada altura, para que contactemos con ellas de maneras más o menos directas. Para que nos parezcan, a veces un monumento, a veces un par nuestro.
Alrededor de 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean Cocteau, André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se incorporará al grupo, y participará de sus actividades y publicaciones, hasta 1935, año en que lo expulsan. La razón: durante esos años Giacometti diseñó apliques de pared y joyas junto a uno de sus hermanos –Diego–, para los diseñadores Jean-Michel Frank y Elisa Schiaparelli, cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieron como una traición.
Durante la Segunda Guerra Mundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a Annette Arm, con quien se casó en 1949. Ella fue una de sus modelos favoritas. Desde 1945 volvió a vivir a París. En paralelo, expuso en distintas galerías de Nueva York.
En 1962 fue invitado a exhibir una muestra individual en la Bienal Internacional de Arte de Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también el año en que por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un Gran Premio, el del Grabado, en la Bienal).
Durante la última época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven prostituta francesa, Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez Adrien”, cuando ella tenía 21 años. Carolinne aparece en varios de los retratos que se exhiben en Proa.
Giacometti murió en 1966, debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora de la exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor se alimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La pericarditis por la que murió fue derivación de una bronquitis crónica.

Un paseo por el infierno y paraíso de sus esculturas

1- Retrato de Alberto Giacometti
(Créditos: Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Ciertamente, practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la primera vez que dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme, para crecer: crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar lo más posible en todos los planos, en todas las direcciones, para defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre posible; lo más libre posible para intentar –con los medios que hoy me son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprender mejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar, para entregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para descubrir nuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la satisfacción (¿) de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.

Respuesta de una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe siécle, junio de 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación Proa, 2012.


MUJER CUCHARA. De frente y perfil, realizada con inspiración de la escultura africana y de Oceanía.

2- La mujer cuchara, de frente y de perfil

“Nada se me apareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de dibujo. Las tentativas a las que a veces me he entregado, de realización consciente de un cuadro o incluso de una escultura, han fracaso siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba. Intuía. Buscaba la forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sólo un “transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se ofrecían a mi espíritu.”
“El artista era visto como un vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describe esta situación Véronique Wiesinger.
En esta escultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que Giacometti recién se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa de descubrimiento de la escultura africana y de Oceanía, gracias a las clases que tomaba con Antoine Bourdelle. Y también escuchaba muy atentamente, durante este mismo período, los consejos de sus nuevos amigos, los artistas Ossip Zadkine, Jacques Lipchitz, Constantin Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará, Giacometti, elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de las estructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de Laurens, la cristalización de una sensación de espacio y de trabajo del vacío en torno a la materia; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la atención las formas orgánicas de sus obras, y su aspecto pulido.
De todos estos estudios y observaciones, se derivarán luego características de las obras de Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la obra como un estatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su aspecto totémico; y los puntos de vista privilegiados. En el caso de la obra “Mujer…” el carácter plano, achatado, le confieren también rasgos de objeto de culto.

Las manos de Giacometti. (Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).
3- Las manos de Giacometti. (Créditos: Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Una vez construido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y desplazados, imágenes, impresiones, hechos que me han conmovido profundamente, (sin saberlo, a menudo), formas que siento que me son muy próximas, aunque, con frecuencia, sea incapaz de identificarlas, lo que me las hace cada vez más perturbadoras.”

 De: “Sólo indirectamente puedo hablar de mis esculturas”

4- La femme au chariot (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

En las esculturas de Giacometti, muchas veces éstas se separan de sus propias bases, se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer con carro”, la figura de una mujer hecha en yeso, ubicada sobre una base de madera con cuatro ruedas.
Decía Giacometti sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente en el piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo los pies de la figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta para el pintor Henri Matisse.
Otra de las características importantes de las obras de Giacometti: nunca son total ni perfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, torcidas, a propósito. El escultor provocaba esa fuerza diagonal para acentuar ciertas sensaciones. Todo este razonamiento suyo comenzó con la obra de Georges Braque, el pintor cubista. Sobre ella observó Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación que provoca en mí la vertical apenas fuera de eje del florero y las flores que trepan sobre ese fondo gris…? Esa vertical de equilibrio inestable no fue trazada, sino que emana de la complejidad de las formas y de los colores.”
A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952, en el catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

La cabeza como excusa para trabajar la forma. (Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París, 2012)

5- La cabeza como excusa para estudiar la forma (De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)

“Pinto una cabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía Cézanne. Y Giacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él también, excusas para trabajar la forma.
Decía Giacometti: “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se hacen confidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a otros… Se expanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos reflejos, como nosotros los hacemos en miradas y palabras…”
AG en entrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa.

Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne.

6- Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne

Era conocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar burdeles continuamente. Le llamaban especialmente la atención aquellas mujeres de personalidad fuerte: su madre, Annetta, su hermana Ottilia, su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer, Annette Arm, y Carolinne, la prostituta que fue su última pasión. A todas las retrató en largas jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar para AG”, comenta Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Por eso buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Su mujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.
En 1946, Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y Jean- Paul Sartre también iban a ser retratados por el escultor. Con el tiempo, devinieron amigos.
A partir de 1950, a pesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas, Giacometti fue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más difícil: la representación de una atmósfera, de un clima en torno de la figura. Se fijó en la relación de la obra con su entorno.
Por eso en sus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una energía, una proximidad. “Para mí, se trata solamente de intentar ver cómo se sostiene la cabeza en el espacio. Así que yo no pienso ni en el interior de la persona ni en su personalidad”, decía a Jean-Marie Drot, en 1962. “Entiendo que tiene importancia, pero no puede tener importancia para mí mientras trabajo. No se trata de poner las cosas más o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y el núcleo son la misma cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es el núcleo mismo (…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómo veo el mundo exterior.”
Giacometti en su taller, mirando la pequeña escultura de costado.

7- Giacometti en su taller

SEMBLANTE. Giacometti nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de su sentido del humor.
Giacometti nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un excelente sentido del humor. Esto se debía al mal estado de su dentadura: era un fumador empedernido, y sus dientes lo sufrían. Por eso, posaba serio, ante las cámaras.

Fuente: Revista Ñ Clarín

Se dijomucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto Giacometti. Pero secomentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos puede otorgar claves para conocerlo,para entrar a sus obras. Esta información local escasa, acerca de la vida del artistase debe, quizás, a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora dela Fundación Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone enProa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista con Ñ,que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista para podercomprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin embargo, existen anécdotassobre Giacometti que son ricas, que detallan su personalidad y que complejizanaún más su figura: me las contó la misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimosahora transcribirlas aquí, a lo largo de esta nota.

Realizadaluego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la
FundaciónProa –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene enalgunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas comentarios y opinionesdel mismo Giacometti –que realizó una gran producción como escritor–, inéditashasta ahora, cuando se conocen a través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa.También por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del Estadode Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del escultor aprincipios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una selección y curaduríadiferentes.


Una vida intensa atraviesa elsiglo 

Como sesabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió inmerso entodo ese mundo propio que significa el taller de un artista. Su tío tambiénpintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, desde pequeño lo cautivó laescultura. En 1922, con 21 años, el artista dejó su Suiza natal para viajar aParís, a estudiar con el reconocido escultor Antoine Bourdelle. Y aunquerápidamente se decepcionó de su enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse aun mundo que, hasta entonces, le había sido desconocido: la producciónartística de los pueblos no occidentales.

Giacomettiaprendió de Bourdelle toda una serie de experimentaciones en torno a lasnociones de monumento y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, ypueden percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están lasbases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican lasobras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases ubican alas esculturas para que las veamos a determinada altura, para que contactemoscon ellas de maneras más o menos directas. Para que nos parezcan, a veces unmonumento, a veces un par nuestro.

Alrededorde 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean Cocteau,André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se incorporará al grupo,y participará de sus actividades y publicaciones, hasta 1935, año en que loexpulsan. La razón: durante esos años Giacometti diseñó apliques de pared yjoyas junto a uno de sus hermanos –Diego–, para los diseñadores Jean-MichelFrank y Elisa Schiaparelli, cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieroncomo una traición.

Durante la Segunda GuerraMundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a Annette Arm, con quien secasó en 1949. Ella fue una de sus modelos favoritas. Desde 1945 volvió a vivira París. En paralelo, expuso en distintas galerías de Nueva York.

En 1962 fueinvitado a exhibir una muestra individual en la Bienal Internacionalde Arte de Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también elaño en que por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un GranPremio, el del Grabado, en la Bienal).

Durante laúltima época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven prostituta francesa,Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez Adrien”, cuando ella tenía21 años. Carolinne aparece en varios de los retratos que se exhiben en Proa.

Giacomettimurió en 1966, debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora dela exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor sealimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La pericarditis porla que murió fue derivación de una bronquitis crónica.


Un paseo por el infierno y paraíso desus esculturas

1- Retratode Alberto Giacometti de frente (Créditos:Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti,París).

“Ciertamente,practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la primera vezque dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme,para crecer: crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarmecon uñas y dientes, para avanzar lo más posible en todos los planos, en todaslas direcciones, para defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para serlo más libre posible; lo más libre posible para intentar –con los medios quehoy me son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprendermejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar, paraentregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para descubrirnuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la satisfacción (¿)de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.

Respuestade una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe siécle, juniode 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación Proa, 2012.

2- La mujeraplastada-blanca, de frente y de perfil

“Nada se meapareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de dibujo. Las tentativasa las que a veces me he entregado, de realización consciente de un cuadro o inclusode una escultura, han fracaso siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba.Intuía. Buscaba la forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sóloun “transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se ofrecíana mi espíritu.”

“El artistaera visto como un vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describeesta situación Véronique Wiesinger.

En estaescultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que
Giacomettirecién se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa de descubrimientode la escultura africana y de Oceanía, gracias a las clases que tomaba conAntoine Bourdelle. Y también escuchaba muy atentamente, durante este mismo período,los consejos de sus nuevos amigos, los artistas Ossip Zadkine, JacquesLipchitz, Constantin Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará,Giacometti, elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de lasestructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de Laurens, lacristalización de una sensación de espacio y de trabajo del vacío en torno a lamateria; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la atención las formas orgánicasde sus obras, y su aspecto pulido.

De todosestos estudios y observaciones, se derivarán luego características de las obrasde Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la obra como unestatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su aspecto totémico; y lospuntos de vista privilegiados. En el caso de la obra “Mujer…” el carácterplano, achatado, le confieren también rasgos de objeto de culto.

3- Lasmanos de Giacometti. (Créditos: FrancoCianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Una vezconstruido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y desplazados, imágenes,impresiones, hechos que me han conmovido profundamente, (sin saberlo, amenudo), formas que siento que me son muy próximas, aunque, con frecuencia, seaincapaz de identificarlas, lo que me las hace cada vez más perturbadoras.”

De: “Sóloindirectamente puedo hablar de mis esculturas”

4- “Lafemme au chariot” (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De: catálogo de la exhibición AlbertoGiacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París(2012). Buenos Aires: Fundación Proa

En lasesculturas de Giacometti, muchas veces éstas se separan de sus propias bases,se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer con carro”, la figura de una mujerhecha en yeso, ubicada sobre una base de madera con cuatro ruedas.

DecíaGiacometti sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente enel piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo los piesde la figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta para el pintorHenri Matisse.

Otra de lascaracterísticas importantes de las obras de Giacometti: nunca son total niperfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, torcidas, a propósito.El escultor provocaba esa fuerza diagonal para acentuar ciertas sensaciones. Todoeste razonamiento suyo comenzó con la obra de Georges Braque, el pintorcubista. Sobre ella observó Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación queprovoca en mí la vertical apenas fuera de eje del florero y las flores quetrepan sobre ese fondo gris…? Esa vertical de equilibrio inestable no fuetrazada, sino que emana de la complejidad de las formas y de los colores.”

Referencia:A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952, en elcatálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Albertoy Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

5- Lacabeza (De: catálogo de la exhibiciónAlberto Giacometti- Colección de la Fundación Albertoy Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)

“Pinto unacabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía Cézanne. YGiacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él también, excusas paratrabajar la forma.

DecíaGiacometti: “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se hacenconfidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a otros… Seexpanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos reflejos, comonosotros los hacemos en miradas y palabras…”

AG enentrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición AlbertoGiacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). BuenosAires: Fundación Proa

6- Alberto Giacometticon su mujer y su amante, Carolinne

Eraconocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar burdeles continuamente.Le llamaban especialmente la atención aquellas mujeres de personalidad fuerte:su madre, Annetta, su hermana Ottilia, su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer,Annette Arm, y Carolinne, la prostituta que fue su última pasión. A todas lasretrató en largas jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar paraAG”, comenta Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Poreso buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Sumujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.

En 1946,Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y Jean- Paul Sartretambién iban a ser retratados por el escultor. Con el tiempo, devinieronamigos.

A partir de1950, apesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas,
Giacomettifue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más difícil: larepresentación de una atmósfera, de un clima en torno de la figura. Se fijó enla relación de la obra con su entorno.

Por eso ensus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una energía, una proximidad.“Para mí, se trata solamente de intentar ver cómo se sostiene la cabeza en elespacio. Así que yo no pienso ni en el interior de la persona ni en supersonalidad”, decía a Jean-Marie Drot, en 1962. “Entiendo que tieneimportancia, pero no puede tener importancia para mí mientras trabajo. No setrata de poner las cosas más o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y elnúcleo son la misma cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es elnúcleo mismo (…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómoveo el mundo exterior.”

 Se dijo mucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto Giacometti. Pero se comentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos puede otorgar claves para conocerlo, para entrar a sus obras. Esta información local escasa, acerca de la vida del artista se debe, quizás, a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora de la Fundación Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone en Proa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista con Ñ, que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista para poder comprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin embargo, existen anécdotas sobre Giacometti que son ricas, que detallan su personalidad y que complejizan aún más su figura: me las contó la misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimos ahora transcribirlas aquí, a lo largo de esta nota.

Realizada luego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la
Fundación Proa –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene en algunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas comentarios y opiniones del mismo Giacometti –que realizó una gran producción como escritor–, inéditas hasta ahora, cuando se conocen a través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa. También por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del escultor a principios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una selección y curaduría diferentes.


Una vida intensa atraviesa el siglo 

Como se sabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió inmerso en todo ese mundo propio que significa el taller de un artista. Su tío también pintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, desde pequeño lo cautivó la escultura. En 1922, con 21 años, el artista dejó su Suiza natal para viajar a París, a estudiar con el reconocido escultor Antoine Bourdelle. Y aunque rápidamente se decepcionó de su enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse a un mundo que, hasta entonces, le había sido desconocido: la producción artística de los pueblos no occidentales.

Giacometti aprendió de Bourdelle toda una serie de experimentaciones en torno a las nociones de monumento y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, y pueden percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están las bases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican las obras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases ubican a las esculturas para que las veamos a determinada altura, para que contactemos con ellas de maneras más o menos directas. Para que nos parezcan, a veces un monumento, a veces un par nuestro.

Alrededor de 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean Cocteau, André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se incorporará al grupo, y participará de sus actividades y publicaciones, hasta 1935, año en que lo expulsan. La razón: durante esos años Giacometti diseñó apliques de pared y joyas junto a uno de sus hermanos –Diego–, para los diseñadores Jean-Michel Frank y Elisa Schiaparelli, cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieron como una traición.

Durante la Segunda Guerra Mundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a Annette Arm, con quien se casó en 1949. Ella fue una de sus modelos favoritas. Desde 1945 volvió a vivir a París. En paralelo, expuso en distintas galerías de Nueva York.

En 1962 fue invitado a exhibir una muestra individual en la Bienal Internacional de Arte de Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también el año en que por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un Gran Premio, el del Grabado, en la Bienal).

Durante la última época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven prostituta francesa, Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez Adrien”, cuando ella tenía 21 años. Carolinne aparece en varios de los retratos que se exhiben en Proa.

Giacometti murió en 1966, debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora de la exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor se alimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La pericarditis por la que murió fue derivación de una bronquitis crónica.


Un paseo por el infierno y paraíso de sus esculturas

1- Retrato de Alberto Giacometti de frente (Créditos: Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Ciertamente, practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la primera vez que dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para alimentarme, para crecer: crecer para defenderme mejor, para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar lo más posible en todos los planos, en todas las direcciones, para defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre posible; lo más libre posible para intentar –con los medios que hoy me son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprender mejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar, para entregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para descubrir nuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la satisfacción (¿) de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.

Respuesta de una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe siécle, junio de 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación Proa, 2012.

2- La mujer aplastada-blanca, de frente y de perfil

“Nada se me apareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de dibujo. Las tentativas a las que a veces me he entregado, de realización consciente de un cuadro o incluso de una escultura, han fracaso siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba. Intuía. Buscaba la forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sólo un “transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se ofrecían a mi espíritu.”

“El artista era visto como un vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describe esta situación Véronique Wiesinger.

En esta escultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que
Giacometti recién se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa de descubrimiento de la escultura africana y de Oceanía, gracias a las clases que tomaba con Antoine Bourdelle. Y también escuchaba muy atentamente, durante este mismo período, los consejos de sus nuevos amigos, los artistas Ossip Zadkine, Jacques Lipchitz, Constantin Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará, Giacometti, elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de las estructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de Laurens, la cristalización de una sensación de espacio y de trabajo del vacío en torno a la materia; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la atención las formas orgánicas de sus obras, y su aspecto pulido.

De todos estos estudios y observaciones, se derivarán luego características de las obras de Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la obra como un estatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su aspecto totémico; y los puntos de vista privilegiados. En el caso de la obra “Mujer…” el carácter plano, achatado, le confieren también rasgos de objeto de culto.

3- Las manos de Giacometti. (Créditos: Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).

“Una vez construido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y desplazados, imágenes, impresiones, hechos que me han conmovido profundamente, (sin saberlo, a menudo), formas que siento que me son muy próximas, aunque, con frecuencia, sea incapaz de identificarlas, lo que me las hace cada vez más perturbadoras.”

De: “Sólo indirectamente puedo hablar de mis esculturas”

4- “La femme au chariot” (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

En las esculturas de Giacometti, muchas veces éstas se separan de sus propias bases, se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer con carro”, la figura de una mujer hecha en yeso, ubicada sobre una base de madera con cuatro ruedas.

Decía Giacometti sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente en el piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo los pies de la figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta para el pintor Henri Matisse.

Otra de las características importantes de las obras de Giacometti: nunca son total ni perfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, torcidas, a propósito. El escultor provocaba esa fuerza diagonal para acentuar ciertas sensaciones. Todo este razonamiento suyo comenzó con la obra de Georges Braque, el pintor cubista. Sobre ella observó Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación que provoca en mí la vertical apenas fuera de eje del florero y las flores que trepan sobre ese fondo gris…? Esa vertical de equilibrio inestable no fue trazada, sino que emana de la complejidad de las formas y de los colores.”

Referencia: A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952, en el catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

5- La cabeza (De: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)

“Pinto una cabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía Cézanne. Y Giacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él también, excusas para trabajar la forma.

Decía Giacometti: “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se hacen confidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a otros… Se expanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos reflejos, como nosotros los hacemos en miradas y palabras…”

AG en entrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa

6- Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne

Era conocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar burdeles continuamente. Le llamaban especialmente la atención aquellas mujeres de personalidad fuerte: su madre, Annetta, su hermana Ottilia, su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer, Annette Arm, y Carolinne, la prostituta que fue su última pasión. A todas las retrató en largas jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar para AG”, comenta Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Por eso buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Su mujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.

En 1946, Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y Jean- Paul Sartre también iban a ser retratados por el escultor. Con el tiempo, devinieron amigos.

A partir de 1950, a pesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas,
Giacometti fue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más difícil: la representación de una atmósfera, de un clima en torno de la figura. Se fijó en la relación de la obra con su entorno.

Por eso en sus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una energía, una proximidad. “Para mí, se trata solamente de intentar ver cómo se sostiene la cabeza en el espacio. Así que yo no pienso ni en el interior de la persona ni en su personalidad”, decía a Jean-Marie Drot, en 1962. “Entiendo que tiene importancia, pero no puede tener importancia para mí mientras trabajo. No se trata de poner las cosas más o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y el núcleo son la misma cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es el núcleo mismo (…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómo veo el mundo exterior.”

7- Giacometti en su taller, mirando la pequeña escultura de costado.

Giacometti nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un excelente sentido del humor. Esto se debía al mal estado de su dentadura: era un fumador empedernido, y sus dientes lo sufrían. Por eso, posaba serio, ante las cámaras.
7- Giacomettien su taller, mirando la pequeña escultura de costado.

Giacomettinunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un excelente sentidodel humor. Esto se debía al mal estado de su dentadura: era un fumador empedernido,y sus dientes lo sufrían. Por eso, posaba serio, ante las cámaras.