Por 
 Mercedes Pérez Bergliaffa
Se dijo mucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo 
Alberto Giacometti. Pero se comentó poco sobre su vida íntima. Ella 
también nos puede otorgar claves para conocerlo, para entrar a sus 
obras. Esta información local escasa, acerca de la vida del artista se 
debe, quizás, a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, 
directora de la Fundación  Giacometti y curadora de la muestra que ahora
 se expone en Proa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una
 entrevista con Ñ, que no es necesario saber acerca de la vida personal 
de un artista para poder comprender su trabajo. Y esto puede ser verdad.
 Sin embargo, existen anécdotas sobre Giacometti que son ricas, que 
detallan su personalidad y que complejizan aún más su figura: me las 
contó la misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimos ahora transcribirlas 
aquí, a lo largo de esta nota.
Realizada luego de varios 
recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la Fundación Proa 
–espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene 
en algunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas 
comentarios y opiniones del mismo Giacometti –que realizó una gran 
producción como escritor–, inéditas hasta ahora, cuando se conocen a 
través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa. También
 por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del 
Estado de Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del 
escultor a principios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una 
selección y curaduría diferentes.
Una vida intensa se aventura al siglo XX  
Como
 se sabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió
 inmerso en todo ese mundo propio que significa el taller de un artista.
 Su tío también pintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, 
desde pequeño lo cautivó la escultura. En 1922, con 21 años, el artista 
dejó su Suiza natal para viajar a París, a estudiar con el reconocido 
escultor Antoine Bourdelle. Y aunque rápidamente se decepcionó de su 
enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse a un mundo que, hasta 
entonces, le había sido desconocido: la producción artística de los 
pueblos no occidentales. 
Giacometti aprendió de Bourdelle 
toda una serie de experimentaciones en torno a las nociones de monumento
 y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, y pueden 
percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están las
 bases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican 
las obras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases 
ubican a las esculturas para que las veamos a determinada altura, para 
que contactemos con ellas de maneras más o menos directas. Para que nos 
parezcan, a veces un monumento, a veces un par nuestro. 
Alrededor
 de 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean 
Cocteau, André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se 
incorporará al grupo, y participará de sus actividades y publicaciones, 
hasta 1935, año en que lo expulsan. La razón: durante esos años 
Giacometti diseñó apliques de pared y joyas junto a uno de sus hermanos 
–Diego–, para los diseñadores Jean-Michel Frank y Elisa Schiaparelli, 
cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieron como una traición.
Durante
 la Segunda Guerra Mundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a 
Annette Arm, con quien se casó en 1949. Ella fue una de sus modelos 
favoritas. Desde 1945 volvió a vivir a París. En paralelo, expuso en 
distintas galerías de Nueva York.
En 1962 fue invitado a exhibir 
una muestra individual en la Bienal Internacional de Arte de Venecia, 
donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también el año en que 
por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un Gran 
Premio, el del Grabado, en la  Bienal).
Durante la última época de
 su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven prostituta francesa, 
Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez Adrien”, cuando ella 
tenía 21 años. Carolinne aparece en varios de los retratos que se 
exhiben en Proa.
Giacometti murió en 1966, debido a una 
insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora de la exhibición, 
Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor se alimentaba mal, 
bebía demasiado café y fumaba enormidades. La pericarditis por la que 
murió fue derivación de una bronquitis crónica.
Un paseo por el infierno y paraíso de sus esculturas
1- Retrato de Alberto Giacometti (Créditos: Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).
“Ciertamente,
 practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la 
primera vez que dibujé o pinté, para morder la realidad, para 
defenderme, para alimentarme, para crecer: crecer para defenderme mejor,
 para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar lo 
más posible en todos los planos, en todas las direcciones, para 
defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre 
posible; lo más libre posible para intentar –con los medios que hoy me 
son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprender 
mejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar,
 para entregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para 
descubrir nuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la 
satisfacción (¿) de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.
Respuesta
 de una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe 
siécle, junio de 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación 
Proa, 2012.
MUJER CUCHARA. De frente y perfil, realizada con inspiración de la escultura africana y de Oceanía.
 
2- La mujer cuchara, de frente y de perfil
“Nada
 se me apareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de 
dibujo. Las tentativas a las que a veces me he entregado, de realización
 consciente de un cuadro o incluso de una escultura, han fracaso 
siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba. Intuía. Buscaba la 
forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sólo un 
“transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se 
ofrecían a mi espíritu.”
“El artista era visto como un vehículo de
 algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describe esta situación 
Véronique Wiesinger.
En esta escultura de 1927 –“Mujer cuchara”– 
realizada en yeso, en la época en la que Giacometti recién se instalaba 
en París, el artista se encontraba en plena etapa de descubrimiento de 
la escultura africana y de Oceanía, gracias a las clases que tomaba con 
Antoine Bourdelle. Y también escuchaba muy atentamente, durante este 
mismo período, los consejos de sus nuevos amigos, los artistas Ossip 
Zadkine, Jacques Lipchitz, Constantin Brancusi, Henri Laurens. De cada 
uno de ellos tomará, Giacometti, elementos para crear sus obras: de 
Lipchitz, la utilización de las estructuras abiertas (aunque nunca 
reconocerá esta influencia); de Laurens, la cristalización de una 
sensación de espacio y de trabajo del vacío en torno a la materia; de 
Brancusi, a Giacometti le llamaron la atención las formas orgánicas de 
sus obras, y su aspecto pulido.
De todos estos estudios y 
observaciones, se derivarán luego características de las obras de 
Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la obra como un 
estatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su aspecto totémico;
 y los puntos de vista privilegiados. En el caso de la obra “Mujer…” el 
carácter plano, achatado, le confieren también rasgos de objeto de 
culto.
 
  | 
| Las manos de Giacometti. (Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París). | 
3- Las manos de Giacometti. (Créditos: Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París). 
“Una
 vez construido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y 
desplazados, imágenes, impresiones, hechos que me han conmovido 
profundamente, (sin saberlo, a menudo), formas que siento que me son muy
 próximas, aunque, con frecuencia, sea incapaz de identificarlas, lo que
 me las hace cada vez más perturbadoras.”
 De: “Sólo indirectamente puedo hablar de mis esculturas”
4- La femme au chariot (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De:
 catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación
 Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación 
Proa
En las esculturas de Giacometti, muchas veces éstas se 
separan de sus propias bases, se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer 
con carro”, la figura de una mujer hecha en yeso, ubicada sobre una base
 de madera con cuatro ruedas.
Decía Giacometti sobre esta obra: 
“Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente en el piso, algo que 
me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo los pies de la 
figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta para el pintor
 Henri Matisse.
Otra de las características importantes de las 
obras de Giacometti: nunca son total ni perfectamente verticales, sino 
que están un poco ladeadas, torcidas, a propósito. El escultor provocaba
 esa fuerza diagonal para acentuar ciertas sensaciones. Todo este 
razonamiento suyo comenzó con la obra de Georges Braque, el pintor 
cubista. Sobre ella observó Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación que
 provoca en mí la vertical apenas fuera de eje del florero y las flores 
que trepan sobre ese fondo gris…? Esa vertical de equilibrio inestable 
no fue trazada, sino que emana de la complejidad de las formas y de los 
colores.”
A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le 
Miroir, junio de 1952, en el catálogo de la exhibición Alberto 
Giacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París
 (2012). Buenos Aires: Fundación Proa
  | 
| La cabeza como excusa para trabajar la forma. (Colección de la Fundación Alberto y Annette Giacometti, París, 2012) | 
5- La cabeza como excusa para estudiar la forma (De:
 catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación
 Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación 
Proa) 
“Pinto una cabeza como pinto una manzana como 
pinto cualquier cosa”, decía Cézanne. Y Giacometti lo citaba. Porque las
 cabezas eran, para él también, excusas para trabajar la forma.
Decía
 Giacometti: “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. 
Se hacen confidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a 
otros… Se expanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos 
reflejos, como nosotros los hacemos en miradas y palabras…”
AG en 
entrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición 
Alberto Giacometti-Colección de la  Fundación Alberto y Annette 
Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa.
  | 
| Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne. | 
6- Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne
Era
 conocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar 
burdeles continuamente. Le llamaban especialmente la atención aquellas 
mujeres de personalidad fuerte: su madre, Annetta, su hermana Ottilia, 
su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer, Annette Arm, y Carolinne, 
la prostituta que fue su última pasión. A todas las retrató en largas 
jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar para AG”, comenta
 Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Por eso 
buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Su 
mujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.
En
 1946, Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y
 Jean- Paul Sartre también iban a ser retratados por el escultor. Con el
 tiempo, devinieron amigos.
A partir de 1950, a pesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas, Giacometti
 fue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más 
difícil: la representación de una atmósfera, de un clima en torno de la 
figura. Se fijó en la relación de la obra con su entorno.
Por eso 
en sus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una 
energía, una proximidad. “Para mí, se trata solamente de intentar ver 
cómo se sostiene la cabeza en el espacio. Así que yo no pienso ni en el 
interior de la persona ni en su personalidad”, decía a Jean-Marie Drot, 
en 1962. “Entiendo que tiene importancia, pero no puede tener 
importancia para mí mientras trabajo. No se trata de poner las cosas más
 o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y el núcleo son la misma 
cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es el núcleo mismo 
(…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómo veo el 
mundo exterior.”
  | 
| Giacometti en su taller, mirando la pequeña escultura de costado. | 
7- Giacometti en su taller
  | 
| SEMBLANTE. Giacometti nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de su sentido del humor. | 
Giacometti
 nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un 
excelente sentido del humor. Esto se debía al mal estado de su 
dentadura: era un fumador empedernido, y sus dientes lo sufrían. Por 
eso, posaba serio, ante las cámaras.
Fuente: Revista Ñ Clarín
Se
 dijomucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto 
Giacometti. Pero secomentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos 
puede otorgar claves para conocerlo,para entrar a sus obras. Esta 
información local escasa, acerca de la vida del artistase debe, quizás, a
 la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora dela 
Fundación Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone 
enProa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista 
con Ñ,que no es necesario saber acerca de la vida personal de un artista
 para podercomprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin embargo, 
existen anécdotassobre Giacometti que son ricas, que detallan su 
personalidad y que complejizanaún más su figura: me las contó la misma 
Wiesinger, entusiasmada. Decidimosahora transcribirlas aquí, a lo largo 
de esta nota.
Realizadaluego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la
FundaciónProa
 –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se detiene
 enalgunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas 
comentarios y opinionesdel mismo Giacometti –que realizó una gran 
producción como escritor–, inéditashasta ahora, cuando se conocen a 
través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa.También 
por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del 
Estadode Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del 
escultor aprincipios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una 
selección y curaduríadiferentes.
Una vida intensa atraviesa elsiglo  
Como
 sesabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió 
inmerso entodo ese mundo propio que significa el taller de un artista. 
Su tío tambiénpintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, 
desde pequeño lo cautivó laescultura. En 1922, con 21 años, el artista 
dejó su Suiza natal para viajar aParís, a estudiar con el reconocido 
escultor Antoine Bourdelle. Y aunquerápidamente se decepcionó de su 
enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse aun mundo que, hasta 
entonces, le había sido desconocido: la producciónartística de los 
pueblos no occidentales.
Giacomettiaprendió
 de Bourdelle toda una serie de experimentaciones en torno a lasnociones
 de monumento y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, 
ypueden percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí 
están lasbases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se
 ubican lasobras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las
 bases ubican alas esculturas para que las veamos a determinada altura, 
para que contactemoscon ellas de maneras más o menos directas. Para que 
nos parezcan, a veces unmonumento, a veces un par nuestro.
Alrededorde
 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean 
Cocteau,André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se 
incorporará al grupo,y participará de sus actividades y publicaciones, 
hasta 1935, año en que loexpulsan. La razón: durante esos años 
Giacometti diseñó apliques de pared yjoyas junto a uno de sus hermanos 
–Diego–, para los diseñadores Jean-MichelFrank y Elisa Schiaparelli, 
cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieroncomo una traición.
Durante
 la Segunda GuerraMundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a 
Annette Arm, con quien secasó en 1949. Ella fue una de sus modelos 
favoritas. Desde 1945 volvió a vivira París. En paralelo, expuso en 
distintas galerías de Nueva York.
En
 1962 fueinvitado a exhibir una muestra individual en la Bienal 
Internacionalde Arte de Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura 
(ése fue también elaño en que por primera vez un artista argentino, 
Antonio Berni, obtuvo un GranPremio, el del Grabado, en la Bienal).
Durante
 laúltima época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven 
prostituta francesa,Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez 
Adrien”, cuando ella tenía21 años. Carolinne aparece en varios de los 
retratos que se exhiben en Proa.
Giacomettimurió
 en 1966, debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la 
curadora dela exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el 
escultor sealimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La
 pericarditis porla que murió fue derivación de una bronquitis crónica.
Un paseo por el infierno y paraíso desus esculturas
1- Retratode Alberto Giacometti de frente (Créditos:Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti,París).
“Ciertamente,practico
 la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la primera 
vezque dibujé o pinté, para morder la realidad, para defenderme, para 
alimentarme,para crecer: crecer para defenderme mejor, para atacar 
mejor, para agarrarmecon uñas y dientes, para avanzar lo más posible en 
todos los planos, en todaslas direcciones, para defenderme del hambre, 
del frío, de la muerte, para serlo más libre posible; lo más libre 
posible para intentar –con los medios quehoy me son propios– ver mejor, 
comprender mejor lo que me rodea, comprendermejor para ser lo más libre 
posible, crecer lo más posible, para gastar, paraentregarme al máximo a 
lo que hago, para correr mi aventura, para descubrirnuevos mundos, para 
hacer mi guerra, por el placer (¿) por la satisfacción (¿)de la guerra, 
por el placer de ganar y de perder”.
Respuestade
 una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe 
siécle, juniode 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación Proa,
 2012.
2- La mujeraplastada-blanca, de frente y de perfil
“Nada
 se meapareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de 
dibujo. Las tentativasa las que a veces me he entregado, de realización 
consciente de un cuadro o inclusode una escultura, han fracaso siempre”,
 decía Giacometti. En cambio, él soñaba.Intuía. Buscaba la forma por 
medio de las manos, como si hubiera sido tan sóloun “transmisor” de las 
obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se ofrecíana mi espíritu.”
“El artistaera visto como un vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describeesta situación Véronique Wiesinger.
En estaescultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que
Giacomettirecién
 se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa de 
descubrimientode la escultura africana y de Oceanía, gracias a las 
clases que tomaba conAntoine Bourdelle. Y también escuchaba muy 
atentamente, durante este mismo período,los consejos de sus nuevos 
amigos, los artistas Ossip Zadkine, JacquesLipchitz, Constantin 
Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará,Giacometti, 
elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de 
lasestructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de 
Laurens, lacristalización de una sensación de espacio y de trabajo del 
vacío en torno a lamateria; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la 
atención las formas orgánicasde sus obras, y su aspecto pulido.
De
 todosestos estudios y observaciones, se derivarán luego características
 de las obrasde Giacometti, que ya pueden verse asomando en “Mujer…”: la
 obra como unestatuto intermedio entre el objeto y la escultura; su 
aspecto totémico; y lospuntos de vista privilegiados. En el caso de la 
obra “Mujer…” el carácterplano, achatado, le confieren también rasgos de
 objeto de culto.
3- Lasmanos de Giacometti. (Créditos: FrancoCianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).
“Una
 vezconstruido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y 
desplazados, imágenes,impresiones, hechos que me han conmovido 
profundamente, (sin saberlo, amenudo), formas que siento que me son muy 
próximas, aunque, con frecuencia, seaincapaz de identificarlas, lo que 
me las hace cada vez más perturbadoras.”
De: “Sóloindirectamente puedo hablar de mis esculturas”
4- “Lafemme au chariot” (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). De:
 catálogo de la exhibición AlbertoGiacometti- Colección de la Fundación 
Alberto y Annette Giacometti, París(2012). Buenos Aires: Fundación Proa
En
 lasesculturas de Giacometti, muchas veces éstas se separan de sus 
propias bases,se anexan a ellas. Como ocurre con “Mujer con carro”, la 
figura de una mujerhecha en yeso, ubicada sobre una base de madera con 
cuatro ruedas.
DecíaGiacometti
 sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada pesadamente 
enel piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era un vacío bajo
 los piesde la figura”. Lo escribió en 1950, en el borrador de una carta
 para el pintorHenri Matisse.
Otra
 de lascaracterísticas importantes de las obras de Giacometti: nunca son
 total niperfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, 
torcidas, a propósito.El escultor provocaba esa fuerza diagonal para 
acentuar ciertas sensaciones. Todoeste razonamiento suyo comenzó con la 
obra de Georges Braque, el pintorcubista. Sobre ella observó Giacometti:
 “¿Cómo expresar la sensación queprovoca en mí la vertical apenas fuera 
de eje del florero y las flores quetrepan sobre ese fondo gris…? Esa 
vertical de equilibrio inestable no fuetrazada, sino que emana de la 
complejidad de las formas y de los colores.”
Referencia:A.
 Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952, en
 elcatálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la 
Fundación Albertoy Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: 
Fundación Proa
5- Lacabeza (De:
 catálogo de la exhibiciónAlberto Giacometti- Colección de la Fundación 
Albertoy Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)
“Pinto
 unacabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía 
Cézanne. YGiacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él 
también, excusas paratrabajar la forma.
DecíaGiacometti:
 “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se 
hacenconfidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a 
otros… Seexpanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos 
reflejos, comonosotros los hacemos en miradas y palabras…”
AG
 enentrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición 
AlbertoGiacometti-Colección de la Fundación Alberto y Annette 
Giacometti, París (2012). BuenosAires: Fundación Proa
6- Alberto Giacometticon su mujer y su amante, Carolinne
Eraconocido
 el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar burdeles 
continuamente.Le llamaban especialmente la atención aquellas mujeres de 
personalidad fuerte:su madre, Annetta, su hermana Ottilia, su primera 
amante, Isabel Nicholas, su mujer,Annette Arm, y Carolinne, la 
prostituta que fue su última pasión. A todas lasretrató en largas 
jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar paraAG”, comenta 
Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Poreso 
buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. 
Sumujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.
En
 1946,Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y
 Jean- Paul Sartretambién iban a ser retratados por el escultor. Con el 
tiempo, devinieronamigos.
A partir de1950, apesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas,
Giacomettifue
 abandonando la representación precisa de los objetos por algo más 
difícil: larepresentación de una atmósfera, de un clima en torno de la 
figura. Se fijó enla relación de la obra con su entorno.
Por
 eso ensus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una 
energía, una proximidad.“Para mí, se trata solamente de intentar ver 
cómo se sostiene la cabeza en elespacio. Así que yo no pienso ni en el 
interior de la persona ni en supersonalidad”, decía a Jean-Marie Drot, 
en 1962. “Entiendo que tieneimportancia, pero no puede tener importancia
 para mí mientras trabajo. No setrata de poner las cosas más o menos en 
su lugar. Para mí, la apariencia y elnúcleo son la misma cosa, ¿o no? 
Hasta podría decirse que la apariencia es elnúcleo mismo (…) Para mí, el
 arte no es más que un medio para descubrir cómoveo el mundo exterior.”
 Se
 dijo mucho, durante los últimos tiempos, sobre el suizo Alberto 
Giacometti. Pero se comentó poco sobre su vida íntima. Ella también nos 
puede otorgar claves para conocerlo, para entrar a sus obras. Esta 
información local escasa, acerca de la vida del artista se debe, quizás,
 a la reticencia de la propia Véronique Wiesinger, directora de la 
Fundación  Giacometti y curadora de la muestra que ahora se expone en 
Proa, a hablar sobre el tema. Wiesinger opinó, durante una entrevista 
con Ñ, que no es necesario saber acerca de la vida personal de un 
artista para poder comprender su trabajo. Y esto puede ser verdad. Sin 
embargo, existen anécdotas sobre Giacometti que son ricas, que detallan 
su personalidad y que complejizan aún más su figura: me las contó la 
misma Wiesinger, entusiasmada. Decidimos ahora transcribirlas aquí, a lo
 largo de esta nota.
Realizada luego de varios recorridos a puertas cerradas junto a la curadora en la
Fundación
 Proa –espacio donde se exhibe la muestra del escultor–, esta nota se 
detiene en algunas pocas obras suyas, para desplegar a partir de ellas 
comentarios y opiniones del mismo Giacometti –que realizó una gran 
producción como escritor–, inéditas hasta ahora, cuando se conocen a 
través del catálogo en castellano que publicó la Fundación Proa. También
 por el acceso exclusivo que tuvo Ñ al material de la Pinacoteca del 
Estado de Sao Paulo, en Brasil, donde se realizó la retrospectiva del 
escultor a principios de 2012, antes de viajar a la Argentina, con una 
selección y curaduría diferentes.
Una vida intensa atraviesa el siglo  
Como
 se sabe, Giacometti era hijo de un pintor, por lo que desde chico vivió
 inmerso en todo ese mundo propio que significa el taller de un artista.
 Su tío también pintaba. Pero a pesar de estar rodeado de bastidores, 
desde pequeño lo cautivó la escultura. En 1922, con 21 años, el artista 
dejó su Suiza natal para viajar a París, a estudiar con el reconocido 
escultor Antoine Bourdelle. Y aunque rápidamente se decepcionó de su 
enseñanza, el contacto le sirvió para abrirse a un mundo que, hasta 
entonces, le había sido desconocido: la producción artística de los 
pueblos no occidentales.
Giacometti aprendió de Bourdelle 
toda una serie de experimentaciones en torno a las nociones de monumento
 y de base, que serían clave a lo largo de toda su vida, y pueden 
percibirse en muchas de las obras expuestas ahora en Proa: ahí están las
 bases de distintas alturas, pesos y materiales sobre las que se ubican 
las obras, cuidadosamente diseñadas, pensadas por Giacometti. Las bases 
ubican a las esculturas para que las veamos a determinada altura, para 
que contactemos con ellas de maneras más o menos directas. Para que nos 
parezcan, a veces un monumento, a veces un par nuestro.
Alrededor
 de 1930, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas: Jean 
Cocteau, André Masson, el matrimonio Noailles… Un año más tarde se 
incorporará al grupo, y participará de sus actividades y publicaciones, 
hasta 1935, año en que lo expulsan. La razón: durante esos años 
Giacometti diseñó apliques de pared y joyas junto a uno de sus hermanos 
–Diego–, para los diseñadores Jean-Michel Frank y Elisa Schiaparelli, 
cosa que los surrealistas no aceptaron: lo vieron como una traición.
Durante
 la Segunda Guerra Mundial Giacometti se quedó en Suiza. Allí conoció a 
Annette Arm, con quien se casó en 1949. Ella fue una de sus modelos 
favoritas. Desde 1945 volvió a vivir a París. En paralelo, expuso en 
distintas galerías de Nueva York.
En 1962 fue invitado a 
exhibir una muestra individual en la Bienal Internacional de Arte de 
Venecia, donde ganó el Gran Premio de Escultura (ése fue también el año 
en que por primera vez un artista argentino, Antonio Berni, obtuvo un 
Gran Premio, el del Grabado, en la  Bienal).
Durante la 
última época de su vida, Giacometti tuvo como amante a una joven 
prostituta francesa, Carolinne, a quien conoció en 1959 en el bar “Chez 
Adrien”, cuando ella tenía 21 años. Carolinne aparece en varios de los 
retratos que se exhiben en Proa.
Giacometti murió en 1966,
 debido a una insuficiencia cardíaca. A pesar de que la curadora de la 
exhibición, Wiesinger, no quiera decirlo demasiado, el escultor se 
alimentaba mal, bebía demasiado café y fumaba enormidades. La 
pericarditis por la que murió fue derivación de una bronquitis crónica.
Un paseo por el infierno y paraíso de sus esculturas
1- Retrato de Alberto Giacometti de frente (
Créditos: Irving Penn, 1950. Colección de la Fundación Giacometti, París).
“Ciertamente,
 practico la pintura y la escultura, y esto, desde siempre, desde la 
primera vez que dibujé o pinté, para morder la realidad, para 
defenderme, para alimentarme, para crecer: crecer para defenderme mejor,
 para atacar mejor, para agarrarme con uñas y dientes, para avanzar lo 
más posible en todos los planos, en todas las direcciones, para 
defenderme del hambre, del frío, de la muerte, para ser lo más libre 
posible; lo más libre posible para intentar –con los medios que hoy me 
son propios– ver mejor, comprender mejor lo que me rodea, comprender 
mejor para ser lo más libre posible, crecer lo más posible, para gastar,
 para entregarme al máximo a lo que hago, para correr mi aventura, para 
descubrir nuevos mundos, para hacer mi guerra, por el placer (¿) por la 
satisfacción (¿) de la guerra, por el placer de ganar y de perder”.
Respuesta
 de una entrevista con Pierre Voldbout, “A chacun sa réalité”, en XXe 
siécle, junio de 1957. Publicado en “Alberto Giacometti”, Fundación 
Proa, 2012.
2- La mujer aplastada-blanca, de frente y de perfil
“Nada
 se me apareció nunca en forma de cuadro, raramente veo en forma de 
dibujo. Las tentativas a las que a veces me he entregado, de realización
 consciente de un cuadro o incluso de una escultura, han fracaso 
siempre”, decía Giacometti. En cambio, él soñaba. Intuía. Buscaba la 
forma por medio de las manos, como si hubiera sido tan sólo un 
“transmisor” de las obras que –como él sostenía– “ya concluidas, se 
ofrecían a mi espíritu.”
“El artista era visto como un 
vehículo de algo absoluto, de algo que lo sobrepasaba”, describe esta 
situación Véronique Wiesinger.
En esta escultura de 1927 –“Mujer cuchara”– realizada en yeso, en la época en la que
Giacometti
 recién se instalaba en París, el artista se encontraba en plena etapa 
de descubrimiento de la escultura africana y de Oceanía, gracias a las 
clases que tomaba con Antoine Bourdelle. Y también escuchaba muy 
atentamente, durante este mismo período, los consejos de sus nuevos 
amigos, los artistas Ossip Zadkine, Jacques Lipchitz, Constantin 
Brancusi, Henri Laurens. De cada uno de ellos tomará, Giacometti, 
elementos para crear sus obras: de Lipchitz, la utilización de las 
estructuras abiertas (aunque nunca reconocerá esta influencia); de 
Laurens, la cristalización de una sensación de espacio y de trabajo del 
vacío en torno a la materia; de Brancusi, a Giacometti le llamaron la 
atención las formas orgánicas de sus obras, y su aspecto pulido.
De
 todos estos estudios y observaciones, se derivarán luego 
características de las obras de Giacometti, que ya pueden verse asomando
 en “Mujer…”: la obra como un estatuto intermedio entre el objeto y la 
escultura; su aspecto totémico; y los puntos de vista privilegiados. En 
el caso de la obra “Mujer…” el carácter plano, achatado, le confieren 
también rasgos de objeto de culto.
3- Las manos de Giacometti. (
Créditos: Franco Cianetti, 1962. Colección de la Fundación Giacometti, París).
“Una
 vez construido el objeto, tiendo a recuperar en él, transformados y 
desplazados, imágenes, impresiones, hechos que me han conmovido 
profundamente, (sin saberlo, a menudo), formas que siento que me son muy
 próximas, aunque, con frecuencia, sea incapaz de identificarlas, lo que
 me las hace cada vez más perturbadoras.”
De: “Sólo indirectamente puedo hablar de mis esculturas”
4- “La femme au chariot” (“Mujer con carro”), 1944, (sobre una pequeña base móvil). 
De:
 catálogo de la exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación
 Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación 
Proa
En las esculturas de Giacometti, muchas veces 
éstas se separan de sus propias bases, se anexan a ellas. Como ocurre 
con “Mujer con carro”, la figura de una mujer hecha en yeso, ubicada 
sobre una base de madera con cuatro ruedas.
Decía 
Giacometti sobre esta obra: “Quería evitar una base neutra apoyada 
pesadamente en el piso, algo que me parecía falso. Yo lo que quería era 
un vacío bajo los pies de la figura”. Lo escribió en 1950, en el 
borrador de una carta para el pintor Henri Matisse.
Otra 
de las características importantes de las obras de Giacometti: nunca son
 total ni perfectamente verticales, sino que están un poco ladeadas, 
torcidas, a propósito. El escultor provocaba esa fuerza diagonal para 
acentuar ciertas sensaciones. Todo este razonamiento suyo comenzó con la
 obra de Georges Braque, el pintor cubista. Sobre ella observó 
Giacometti: “¿Cómo expresar la sensación que provoca en mí la vertical 
apenas fuera de eje del florero y las flores que trepan sobre ese fondo 
gris…? Esa vertical de equilibrio inestable no fue trazada, sino que 
emana de la complejidad de las formas y de los colores.”
Referencia:
 A. Giacometti en “Gris, brun, noir”, Dérriere le Miroir, junio de 1952,
 en el catálogo de la exhibición Alberto Giacometti-Colección de la 
Fundación Alberto y Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: 
Fundación Proa
5- La cabeza (
De: catálogo de la 
exhibición Alberto Giacometti- Colección de la Fundación Alberto y 
Annette Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa)
“Pinto
 una cabeza como pinto una manzana como pinto cualquier cosa”, decía 
Cézanne. Y Giacometti lo citaba. Porque las cabezas eran, para él 
también, excusas para trabajar la forma.
Decía Giacometti:
 “(En Cézanne) esos vasos, esos platos, hablan entre ellos. Se hacen 
confidencias interminables (…) Los objetos se penetran unos a otros… Se 
expanden insensiblemente en torno a ellos mismos en íntimos reflejos, 
como nosotros los hacemos en miradas y palabras…”
AG en 
entrevista con G. Charbonnier, 1957, en: catálogo de la exhibición 
Alberto Giacometti-Colección de la  Fundación Alberto y Annette 
Giacometti, París (2012). Buenos Aires: Fundación Proa
6- Alberto Giacometti con su mujer y su amante, Carolinne
Era
 conocido el gusto de Giacometti por las prostitutas y por frecuentar 
burdeles continuamente. Le llamaban especialmente la atención aquellas 
mujeres de personalidad fuerte: su madre, Annetta, su hermana Ottilia, 
su primera amante, Isabel Nicholas, su mujer, Annette Arm, y Carolinne, 
la prostituta que fue su última pasión. A todas las retrató en largas 
jornadas (“había que tener mucha paciencia, para posar para AG”, comenta
 Wiesinger, “porque debías estar horas y horas, durante días”). Por eso 
buscaba sus modelos entre los miembros cercanos, los de su familia. Su 
mujer Annette, y su hermano Diego, fueron sus modelos principales.
En
 1946, Giacometti también conoció a Simone de Beauvoir en Ginebra. Ella y
 Jean- Paul Sartre también iban a ser retratados por el escultor. Con el
 tiempo, devinieron amigos.
A partir de 1950, a pesar de estar realizando retratos mediante esculturas y pinturas,
Giacometti
 fue abandonando la representación precisa de los objetos por algo más 
difícil: la representación de una atmósfera, de un clima en torno de la 
figura. Se fijó en la relación de la obra con su entorno.
Por
 eso en sus obras posteriores no debe buscarse una anécdota, sino una 
energía, una proximidad. “Para mí, se trata solamente de intentar ver 
cómo se sostiene la cabeza en el espacio. Así que yo no pienso ni en el 
interior de la persona ni en su personalidad”, decía a Jean-Marie Drot, 
en 1962. “Entiendo que tiene importancia, pero no puede tener 
importancia para mí mientras trabajo. No se trata de poner las cosas más
 o menos en su lugar. Para mí, la apariencia y el núcleo son la misma 
cosa, ¿o no? Hasta podría decirse que la apariencia es el núcleo mismo 
(…) Para mí, el arte no es más que un medio para descubrir cómo veo el 
mundo exterior.”
7- Giacometti en su taller, mirando la pequeña escultura de costado.
Giacometti
 nunca salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un 
excelente sentido del humor. Esto se debía al mal estado de su 
dentadura: era un fumador empedernido, y sus dientes lo sufrían. Por 
eso, posaba serio, ante las cámaras.
7- Giacomettien su taller, mirando la pequeña escultura de costado. 
Giacomettinunca
 salía sonriendo en las fotos, a pesar de haber tenido un excelente 
sentidodel humor. Esto se debía al mal estado de su dentadura: era un 
fumador empedernido,y sus dientes lo sufrían. Por eso, posaba serio, 
ante las cámaras.