Con obras realizadas con cápsulas de bala, municiones y un reactivo para detectar sangre, Karina El Azem vuelve sobre el tema de la violencia subyacente en la sociedad.
Por
Mercedes Pérez Bergliaffa
Trabaja con plomo. Con balas de plomo. Con cápsulas vacías,
usadas, y también de siliconas. Las consiguió codeándose con los
habitués de los clubes de balística de la provincia de Buenos Aires. Y
resulta raro el contraste: una chica de apariencia especialmente
delicada, jugando con plomo. Y ahora también con luminol, el reactivo
que usan los forenses para detectar sangre en las escenas del crimen.
Pinta sus obras con eso: con luminol. Y previamente, con sangre (es que
el compuesto sólo reacciona cuando se lo aplica sobre sangre). Se trata
de Karina El Azem y de las obras de su exposición, Una certeza persiste.
¿Cuál
es esa certeza? “Que más de una vez no es la Historia la que se repite,
sino las certezas que no dejan de persistir en ella. –responde la
artista. Como la incorporación del delito a la ornamentación y a la
belleza. Esa es mi propia provocación”.
Esa es la relación
especial que se establece en esta muestra y en la obra de Karina El
Azem: el vínculo entre ornamentación, delito y violencia. Con una
lectura compleja de lo violento, evidente a través de los temas pero
sobre todo, en la elección de los materiales, nada artísticos y
directamente vinculados con la muerte, los asesinatos y lo forense.
La
artista también se posiciona en una lectura velada de lo delictivo: se
refiere, de manera permanente, no sólo a lo social, sino también a
Delito y ornamentación , el texto que escribió Adolf Loos en 1908. En
él, Loos decía que veía en todo exceso de ornamentación un síntoma de
vulgaridad. Identificaba el ornamento con la barbarie y el crimen. El
Azem crea patrones decorativos y ornamentos –“adornos, composturas,
atavíos que hacen vistosa una cosa”– sobre toda superficie que toca. Por
todos lados arma patrones con sus cápsulas, sus municiones y su
luminol.
Por último, están los temas que El Azem elige. Por
ejemplo, escenas de la guerra de Irak. Y sobre todo en esta exhibición,
los retratos de presos condenados a la cárcel injustamente. Veintitrés
retratos de presos inocentes.
“Vi, en una edición del domingo del
diario El País, una nota donde había veintitrés retratos de presos
acusados de asesinatos que eran, en realidad, inocentes. Eso me
conmovió. Personas que pasaron veinte, treinta años presas injustamente…
Detalle de una obra hecha con moldes de bala en poliéster. |
Fueron declaradas inocentes después de tanto tiempo de cárcel, gracias a
la acción de The innocence Project, una asociación de abogados
neoyorquinos que trabaja ad honorem.
¿Cómo descubrieron los
abogados de la asociación la inocencia de los acusados presos…? Gracias
al luminol. Por eso Karina decidió aplicarlo en sus obras.
Así
explica la artista cómo trabaja con esa sustancia: “Dibujo los retratos
de una forma muy sintética, y luego los pinto con sangre. Lo intenté con
todo: con sangre de vaca, con un bife… Porque el compuesto reacciona
solamente sobre sangre. Y a eso le aplico el luminol. Siempre, haciendo
todo sobre papel. El luminol reconoce la sangre aunque hayan pasado
años. Y no importa con qué la limpies: siempre donde hubo sangre, el
luminol lo va a sacar a la luz. Pero claro, esa reacción química que
produce el luminol dura muy poco, quizás sólo unos segundos. Así que las
fotos –son ellas el resultado de todo el proceso, son ellas las obras
que se exponen– las saqué con un fotógrafo forense, con una cámara y una
velocidad especiales. Y se hacía difícil. Tuvimos que intentar varias
veces. Porque para que salga bien, el lugar tiene que estar
absolutamente oscuro y hay que aplicar esta suma de compuestos que
genera el luminol en su justa medida. Si eso falla, no se produce la
reacción. Y las fotos –es decir, los retratos pintados–, no salen”.
¿Cómo descubriste el luminol? ¿Leyendo noticias policiales?
No,
creo que me enteré mirando CSI , la serie policial. Siempre seguí el
tema criminalístico porque me interesó. De Bellas Artes me acuerdo que
en la clase de Cívica habíamos estudiado un caso local, de un tipo que
había salido en los diarios: él había estado como veinte años preso
injustamente. Y ya me había impresionado. Había quedado preso porque
nunca había llegado a ser juzgado.
Por desbole administrativo. Eso era
todavía peor que estos casos de Estados Unidos... Como que el legajo
había quedado ahí, medio olvidado.
Hay artistas que crean con pintura, otros con yeso; otros, con acero. Vos creás, sobre todo, con balas. ¿De dónde las sacás?
A
veces las traigo de viajes. Por ejemplo, éstas (dice, señalando una
enorme fotografía mural con la escena de la guerra de Irak intervenida
con imágenes de balas) las traje de Israel, vacías. Me las dieron unos
soldados.
Este es el día. Still de video, con música de Roberto Pettinato. |
Pero tengo un montón más, ya que en un momento me encomendaron
diseñar el premio del club de tiro, a cambio de balas. Y lo hice. Fue
una estatuilla, algo así como el obelisco de una bala calibre 22. A
cambio, me dijeron: bueno, tenemos balas para que te lleves, unos 500
kilos… Yo les dije: ¡Tanto no, que se me va a desfondar el taller...!
Esto pasó en 2004; y esas son las balas que todavía uso para las obras.
En
el pasillo que complementa la sala principal de la exhibición, hay
colgadas tres obras bellas, seductoras, aparentemente “decorativas”,
realizadas con pintura de autos y… con balas Mauser: las que se usaban
en Malvinas.
Karina, ¿de dónde sacaste las balas de la Guerra de Malvinas?
También del club de tiro. Las usé en estas obras siempre de culata, de frente y vacías.
¿Cómo vinculás, a través de tus obras, violencia y ornamentación?
Son
dos temas que fusiono. En el rescate de la ornamentación vi traducidas
un montón de cosas que yo pensaba. Por ejemplo, muchos de los motivos
ornamentales que usaba para componer partían de azulejos que, aunque los
veamos en una casa del Gran Buenos Aires, tienen su origen en la
Alhambra. Son motivos que, medio bastardeados, llegaron hasta la
actualidad. Pasa lo mismo con las jarras con cabeza de animal, que
vienen de Nueva Guinea, existían en el México precolombino y nosotros
las tenemos todavía presentes en el pingüino (la jarrita para servir
vino). Es como que hay todo un recorrido de los motivos formales. Ellos
generan cierta adicción, o encajan en ciertas disposiciones psicológicas
del hombre. Muchos autores dicen que el ser humano necesita de esos
motivos, necesita de ciertos patrones que se reproducen y que te
provocan un estado mental especial, una tranquilidad. Esto siempre me
fascinó. Y está muy presente en mis trabajos.
Lo vemos aquí, en
la exposición, aplicado en el azulejo de acrílico ubicado en la entrada,
formado por patrones hechos con perlas y municiones. Formas rítmicas.
Belleza creada con materiales bélicos. O la canción bonita de la
Historia encapsulada.
Fuente: Revista Ñ clarín