EL VATICANO Y OXFORD DIGITALIZAN SUS BIBLIOTECAS
Y SERÁN DE ACCESO LIBRE EN LA WEB





Cerca de 1,5 millones de páginas de libros antiguos serán puestas en la Internet y estarán a disposición pública de forma gratuita.


La Biblioteca Bodliana de la Universidad de Oxford y la Biblioteca Apostólica Vaticana (BAV) informaron este jueves que tenían la intención de digitalizar 1,5 millones de páginas de libros antiguos y ponerlas en la red a disposición pública de forma gratuita.
Las bibliotecas explicaron que las colecciones digitalizadas se centrarán en tres temáticas:
  • manuscritos griegos, 
  • libros impresos del siglo XV 
  • manuscritos hebreos y los primeros libros impresos.
Las temáticas han sido escogidas por el número de volúmenes de estas colecciones en ambas bibliotecas y su importancia para la erudición en sus respectivos campos.

Con casi dos tercios del material provenientes de la BAV y el resto de la Bodliana, el esfuerzo de digitalización también beneficiará a los estudiosos al reunir de forma virtual obras que durante siglos han estado dispersos en varias colecciones.
"Digitalizar estos antiguos textos e imágenes ayuda a trascender las limitaciones del espacio y el tiempo que en el pasado han restringido el acceso al conocimiento", apuntó Sarah Thomas, bibliotecaria de la Bodliana.
"Los estudiosos podrán acceder a estos documentos de forma novedosa gracias a su disponibilidad en la red", añadió.
La iniciativa ha sido posible por los 2 millones de libras (2,43 millones de euros) provenientes de la Fundación Polonsky.
"El servicio a la humanidad que la Biblioteca Vaticana ha desarrollado durante casi seis siglos, al preservar sus tesoros culturales y ponerlos a disponibilidad de los lectores, encuentra aquí una nueva forma de confirmar y amplificar su vocación universal mediante el uso de nuevas herramientas, gracias a la generosidad de la Fundación Polonsky al hecho de compartir la experiencia con la Biblioteca Bodliana", afirmó el bibliotecario de la Santa Sede, el cardenal Raffaele Farina, indicó Reuters.

Fuente: iProfesional.com

MÚSICA VISUAL




Arte / Muestras

Una panorama de la extensa producción de Juan Melé, fallecido días atrás, coincide con la primera retrospectiva en la Argentina de Antonio Asís en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.


 
Por Celina Chatruc / LA NACIÓN 

En un cuarto de hotel en París, a fines de los años 50, un hombre se inclina sobre tres palanganas. Hace experimentos con papel fotográfico, líquidos y una linterna. A las tres de la mañana sale corriendo de la habitación para mostrarles el resultado a sus amigos, entre los que se cuentan Jean Tinguely, Nicolas Schöffer y Victor Vasarely.
Su nombre es Antonio Asís, un argentino que emigró a Europa en 1956, a los 23 años, graduado en la escuela de Bellas Artes y formado por Héctor Cartier. Sin pasaje de regreso, tenía dinero suficiente para vivir una semana. "No sabía francés, pero me fue muy bien", dice el artista, que acaba de inaugurar su primera retrospectiva en Buenos Aires.
Aquellos fotogramas que Asís vendía a una fábrica de perfumes para poder comer están incluidos en la muestra montada en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref). Entre unas 80 obras figuran también atractivas experimentaciones con cuadrados y esferas de colores, así como elaboradas piezas cinéticas que desafían la percepción. En estas últimas, una grilla metálica se interpone entre la pintura y el espectador con un efecto mágico: al cambiar el punto de vista se descubren formas, sutiles vibraciones, manchas y una profundidad insospechada.
No sorprende que Asís haya compartido muchas experiencias con Jesús Soto y Carlos Cruz-Diez, artistas cinéticos venezolanos de fama internacional. Lo que sí llama la atención es que ninguna galería porteña represente a este artista, cuyas obras están incluidas en colecciones como la de Ella Fontanals-Cisneros y fueron exhibidas en el Museo Reina Sofía de Madrid.
Aníbal Jozami, rector de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, lo conoció hace dos años a través de un amigo en común y lo invitó de inmediato a exponer en Buenos Aires. La organización de la muestra estuvo a cargo de un grupo de estudiantes de la Untref dirigido por Diana Wechsler, quien rescató las experimentaciones con material fotográfico y los trabajos producidos por Asís en su casa de veraneo en Carbonera, España, en las décadas del 60 y 70. Al ritmo de la música de Mahler y Bach, las horas de ocio se transformaban allí sobre el papel en sinfonías de colores vivos, composiciones de precisión matemática con los que pasaba el tiempo.
-Estos trabajos los hacía en España de vacaciones, como hobby . Como el músico que necesita jugar con el piano siempre. Para mí ese color es una poesía que requiere años de práctica, no cualquiera puede hacerlo. Yo pintaba cuadradito por cuadradito con un pincel, y cuando terminaba uno ya tenía la idea de hacer otro. No podía parar, era como una droga. Fijate esto: qué trabajo de composición...
-Componía como un músico .
-Exactamente.
Respecto de los fotogramas que hacía en aquel hotel, Asís asegura que hasta que los vio Wechsler los tenía guardados en un rincón y creía que no valían nada. "Ahora los veo exhibidos aquí y digo: ?qué lindo queda'", confiesa con evidente orgullo. El mismo que demuestra por Juan Melé, un pionero de la abstracción geométrica en la Argentina, a quien conoció en París y con cuyas obras comparte en estos días el espacio del Muntref. "Para mí Melé es un gran artista, uno de los mejores", opinó sobre su colega, fallecido días después (ver aparte).
-¿En qué se conectan sus obras?
-En nada. Yo tengo otro pensamiento: trabajé con moldes, con bolas de dos metros que se movían... Me ubico más dentro de la pintura concreta cinética. Hicimos diferentes experiencias, cada uno con sus búsquedas individuales. Pero creo que a él le gustaban mis cosas, y a mí las suyas.

DESPEDIDA CON APLAUSOS 

Juan Melé trabajó hasta último momento, incluso cuando ya no podía caminar, en su taller en Villa Crespo. Quiso el destino que parte de su producción de décadas estuviera expuesta al público cuando murió días atrás, a los 88 años (ver columna). Una semana antes, él mismo había inaugurado en el Muntref la muestra que reúne 23 obras realizadas desde la década de 1940, cuando integró la Asociación Arte Concreto Invención junto con otros grandes artistas argentinos como Alfredo Hlito, Lidy Prati, Enio Iommi y Tomás Maldonado.
Además de esa etapa fundante de su lenguaje constructivo, la exposición refleja con un colorido mural la época en que el artista vivió en Nueva York, entre 1974 y 1986, año en que regresó al país y expuso en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. También incluye sus trabajos con relieves de la década de 1990, dos esculturas e incluso un par de obras creadas en 2010 y 2011. La mayoría pertenecía al artista, salvo tres que son patrimonio del Muntref. Queda pendiente para una futura muestra presentar sus grabados, una técnica que aprendió en el taller parisino de Bo Halbirk a fines de los años 90 y que llegó a manejar con maestría. "Yo no pretendía que fuera una retrospectiva, sino mostrar aspectos relevantes de su obra", explicó a adn Nelly Perazzo, curadora de la exposición que puede verse hasta el 10 de junio en la sede del Muntref, en Caseros. Allí se presentará, la semana próxima, un libro editado por Eduntref que excederá esta muestra para abarcar la prolífica carrera de Melé.

Ficha. Antonio Asís, un universo vibrante , y Juan Melé, pensamiento constructivo , en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Valentín Gómez 4838, Caseros), hasta el 10 de junio.

Fuente: ADN Cultura La Nación

LA VISIÓN CONTEMPORÁNEA DE LA ARTESANÍA ISLÁMICA
LLEGA A LA CASA ÁRABE DE MADRID






Obra de Babak Golkar, nacido en Norteamérica y descendiente de iraníes, que utiliza el icono de la alfombra persa para relatar su experiencia en Estados Unidos y Canadá. Este es uno de los trabajos de la exposición "Jameel Prize 2011", organizada por la Casa Árabe de Madrid en colaboración con la Victoria & Albert Museum de Londres. EFE

Madrid, 17 - Una tela de cachemira con 300.000 alfileres dorados insertados o un mosaico con piezas de cristal son algunas de las obras de la exposición Jameel Price 2011, que recoge en la Casa Árabe obras de diez artistas contemporáneos que se inspiran en el arte y la artesanía islámica.
Organizada por el Victoria and Albert Museum de Londres, la exposición muestra la obra de los diez finalistas de la segunda edición del Premio Jameel, un certamen de arte contemporáneo que, cada dos años, organiza este prestigioso museo con el patrocinio de la entidad saudí Abdul Latif Jameel Community Iniciatives.
Este galardón distingue a aquellos artistas y diseñadores de todo el mundo, sin límite de edad, que a lo largo de los últimos cinco años reflejen la influencia islámica en sus obras.
Tras su paso por la Casa Árabe en Madrid, del 18 de abril al 15 de julio y con entrada libre, la muestra viajará a París y a tres centros culturales de Estados Unidos, en un momento de auge en los grandes museos internacionales del arte islámico.
"Madrid es un sitio fascinante para iniciar la gira, porque es una cultura entre dos aguas; todo el mundo tiene la idea de su raíz árabe, pero probablemente desconoce la realidad contemporánea", ha afirmado Tim Stanley, comisario principal de la colección de Oriente Medio del Victoria and Albert Museum de Londres en la presentación de la muestra.

Detalle de una túnica realizada por Bita Chezelayagh, artista nacida en Florencia (Italia) que ahora vive entre Teherán y Londres y que decora las tradicionales túnicas islámicas con llaves, tulipanes y fotos (como en este caso). EFE 
 
Más de doscientos candidatos, propuestos por otros artistas de prestigio y especialistas en diseño, se presentaron a la segunda edición del galardón, dotado con 25.000 libras (30.357 euros), en la que se impuso el argelino Rachid Koraïchi.
La obra de Koraïchi ha jugado un importante papel para promocionar el trabajo artesanal de su país, y para el galardón presentó una pieza compuesta por varias telas bordadas, inspiradas en los estandartes que se llevaban en las procesiones rituales en Argelia.
Los otros nueve finalistas proceden de países como Irán, Iraq, Pakistán o Egipto, y en la mayoría de los casos están afincados en Estados Unidos, Canadá o Inglaterra.
Con más de ochenta años y una biografía fascinante, Mounir Shahoroudy es la artista más mayor de la muestra, mientras que el pakistaní Noor Ali Chagani es el más joven, con poco más de veinte.
Bita Ghezelayagh, Hadieh Shafie, Babak Golkar, Hayv Kahraman, Aisha Khalid, Hazem El Mestikawy, Soody Sharifi son los otros finalistas de este galardón, cuyo jurado preside la arquitecta de origen iraquí Zaha Hadid.


Fuente: EFE

VENTANA AL MUNDO ÍNTIMO DE JOSÉ CÚNEO




El martes se inaugura "Cajas luminosas", la muestra de un artista argentino que reside en París. Con técnica mixta reconstruye escenas que forman parte de su vida aquí y allá, basadas en el uso del color y la iluminación. Hasta el 27 de abril en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

Por Héctor Pavón - hpavon@clarin.com

Luminosas y profundas. Son cajas que entremezclan pintura e instalación, color y luz; conjugan en sí mismas visiones, sueños y recuerdos. Todas imágenes que surgen de la mano de José Cúneo, artista argentino que reside en París desde 1986 y que a partir del 17 de abril las expone en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. "Cajas luminosas" es el título de la muestra.
Estos collages poéticos ya fueron expuestos en Francia, Holanda, Suiza y Nueva York y ahora se muestran por primera vez en Buenos Aires en un regreso que tiene un fuerte contenido íntimo: es el regreso del hijo pródigo con el producto de su crecimiento artístico y personal.
Son espacios tridimensionales donde surgen nítidamente paisajes urbanos. Todos exhiben un minúsculo mundo ideal donde cada personaje tiene su vida interior a la que uno se acerca y espía a través de una pequeña ventana.

TERTULIA. Una de las obras que José Cúneo presenta en la Legislatura.
TERTULIA. Una de las obras que José Cúneo presenta en la Legislatura.
Durante su largo viaje de aprendizaje por el mundo entero, Cúneo adquirió conocimientos que plasmó en una paleta donde se mezclan todas sus técnicas y sensaciones íntimas. "Son instantes de vida, momentos y sensaciones que quedan en la memoria de viajes, idas y vueltas entre Buenos Aires y París, influencias de mastros de la pintura, el teatro y el cine" reflexiona.
En la galería del subsuelo de la Legislatura se crea un clima y una penumbra ideal para apreciar las obras. Se exhibirán unas quince cajas de todos los tamaños realizadas con madera, cartón, acrílicos, entre otros materiales a los que se suman una instalación lumínica. Estarán montadas hasta el 27 de abril en Perú 160.


Fuente: Revista Ñ Clarín

MORTALES COMO HUMANOS






Llenas de nostalgia, realizadas con cables y otros materiales descartados y desechados, las instalaciones de Daniel Canogar buscan un resto de vida en tecnologías que tienen fecha de caducidad, como los seres humanos. 


Se acelera. Ella teme, suda. Supone que puede notarse esa contracción y dilatación súbita, anómala, incontrolable. Pero, ¿qué hacer? Le ha ocurrido otras veces, es cierto. Y en todos los casos ese latido fue un indicador estadístico preciso: a esos hombres los amó. Más tarde, recuerda, el corazón dejaba ese temblor agitado en noches de abrazos potentes cuando se dormía sintiendo contra su pecho el latido ajeno. No había sincronía, sin embargo ese sonido desfasado le parecía perfecto. Escuchando esos latidos, se sintió viva.
“Para mí es muy importante que mis instalaciones tengan no sólo un concepto importante detrás de la obra sino que despierten ciertas memorias muy físicas”, dice el artista español Daniel Canogar, de paso por Buenos Aires para presentar Latidos en el Espacio Fundación Telefónica.
Canogar es un alquimista en esto de dar vida a objetos ya caducos. Con material tecnológico obsoleto, desechado, ya muerto, las seis instalaciones que muestra aquí dan cuenta de la eficacia de esa operación estética y conceptual: echa luz sobre la memoria colectiva y, al tiempo, logra que el espectador recupere imágenes muy suyas.
Hace años que Canogar viene trabajando con una serie de materiales en desuso o en vías de extinción. En su estudio, acumula infinidad de materiales más una colección de cámaras y aparatos ópticos: “Me interesa mucho la historia de los nuevos medios: los primeros estereoscopios y las máquinas precinematográficas, todos artefactos del siglo XIX que empiezan a hacer nacer la figura del espectador”, dice el artista, que se metió en el arte tan sólo con 17 años y no paró. Imposible olvidar su serie “Otras geologías” (2005), increíbles murales fotográficos de decenas de metros de largo donde un amasijo de cuerpos es bellamente devorado por los residuos más diversos. Un submundo hipnótico e inquietante. Más tarde, salto al vacío: llevó esos materiales al terreno escultórico, transformando, por dar tan solo un ejemplo, una superficie de medio millar de lamparitas quemadas en luminosa pantalla de retroproyección. Hizo también fascinantes instalaciones en el espacio público. Lo suyo no es la forma tradicional de proyectar imágenes: necesita expandirse, huir del rectángulo blanco, copar pisos, cañerías, baños, la fachada del Alcázar de Segovia, fábricas abandonadas en Brooklyn, la Iglesia de San Pietro en Roma, y hasta una instalación con pantalla de leds en el atrio del Consejo de la Unión Europea en Bruselas, realizada con motivo de la presidencia española de la Unión Europea (en 2010), con alusiones sociopolíticas ácidas y explícitas. Y la lista sigue.
En el Espacio Fundación Telefónica puede verse “Scanner” (2009), una instalación con cables eléctricos, telefónicos y de computadoras desechados y rescatados por el artista para darles nueva vida virtual. Uno se encuentra con un entramado escultórico destellante gracias a esas proyecciones en loop sobre cablerío que aparenta transmisión energética y neuronal. Una maraña exuberante, potente, deslumbrante. “En el fondo se trata también de recuperar la memoria, el uso que tuvo este material”, dice el artista, y agrega: “En muchos sentidos las nuevas tecnologías se han convertido en una religión para el ser humano. Una especie de emoción que tenemos ahora por las máquinas”.

SPIN WITH TWO WALLS, 2010. | Cien DVDs, video proyección de 3:30 minutos en loop.
SPIN WITH TWO WALLS, 2010. | Cien DVDs, video proyección de 3:30 minutos en loop.
“Pneumas” (2009) son pequeños nichos que contienen cables del pasado: altarcitos para tecnologías que al minuto de creadas devienen obsoletas y a las que Canogar vuelve a darles aliento de vida. Cables sin transmisión energética que, por artilugio de una animación proyectada, se transforman.
Esos restos del pasado cercano tecnológico vuelven a aparecer en “Frecuencia” (2012), hecha con antiguas máscaras de pantallas de televisión (recuperadas de un centro de reciclaje que procesa televisores analógicos) que alguna vez fueron bombardeadas por electrones y en las que habita la huella de Nam June Paik. En un salto sin escala desde la imagen electrónica, Canogar convierte esas pantallas como de gasa, en las que proyecta una serie de imágenes, en una obra abstracta. Ahí, dice el artista, está condensada la memoria de toda la información que se ha procesado sobre esas pantallas.
En ese roce del pixel electrónico del proyector con la cinta magnética analógica, ahí justamente, señala Canogar, están él y toda su generación, esa que tuvo que empezar a trabajar con otra tecnología sin previo aviso. “Tracks” (2011) es una videoproyección en loop sobre cintas de casetes VHS extendidas en la sala a modo de trama geométrica. La videoproyección es tan potente que el ojo queda alucinado. Con “Spin” (2010) ocurre algo similar. Los fragmentos de películas y la música de un centenar de DVDs descartados, de pronto, vienen a formar un desfile inagotable de narrativas visuales y sonoras. Para Canogar, ahí están flotando esas miles de películas que vemos en nuestra vida. Sobre el muro negro, los DVDs, que pronto quizá sean pura arqueología, son como diamantes.
“He visto en mi vida una serie de tecnologías que han pasado delante de mis ojos y luego han desaparecido: parece que es algo que ocurre cada vez más rápidamente. Yo soy un artista de 47 años y creo que es bastante típico que los artistas que cumplen 40 empiecen a pensar más en la muerte y en el paso del tiempo. En el fondo yo soy un televisor, soy celuloide, soy VHS y también, circuitos de cables. Y en ese sentido me empiezo a identificar enormemente con ellos. Es decir: ¿me estoy haciendo obsoleto como ser humano, como artista, como hombre también?

-¿Qué lugar juega la palabra en este entramado tecnológico voraz? ¿Se diluye?
-Para mí la obra de arte no es el destino final: es el puente entre seres humanos que se pueden comunicar fundamentalmente a través de la palabra. La palabra es tremendamente precisa, y el arte y la imagen permiten algo que me interesa mucho: una enorme complejidad. Es muy importante el diálogo entre estos dos sistemas de comunicación: necesito la precisión que me permite la palabra y, al mismo tiempo, la polisemia de la imagen.
Sus obras son vanitas posmodernas: no incluyen calaveras, velas ni flores marchitas, sino televisores, cables, DVDs. Materiales desligados de la naturaleza y hallados en la basura. Con tecnología pura, dura y caduca –agonizante o ya muerta–, Canogar crea instalaciones deslumbrantes que ponen el foco en el pasado. Devela qué hay allí de efímero. Y es capaz de hacernos recordar potentes latidos cuerpo a cuerpo.

FICHA

Daniel Canogar
Latidos

Lugar: Espacio Fundación Telefónica, Arenales 1540.
Fecha: hasta el 23 de junio.
Horario: lunes a sábados, 14 a 20.30.
Entrada: gratis.



Fuente: Revista Ñ Clarín

ACUARELAS Y DIBUJOS,
UN ARCHIVO CLANDESTINO DEL GUETO DE VARSOVIA




Son un testimonio de la vida artística y prohibida de los judíos bajo el régimen nazi.
Colores en la oscuridad. Las pinturas de Seksztajn estaban escondidas en cajas metálicas y tarros de leche.

Por Nora Viater

Cuando los alemanes invadieron Polonia, en 1940, y levantaron los muros de lo que fue el gueto de Varsovia, detrás de esas paredes de 3 metros de altura, la vida siguió, a pesar de todo. Los judíos que vivían en la ciudad siguieron haciendo lo que hacían antes de la invasión: pintaban, componían música, leían, escribían. Y cuando la noche se cerró definitivamente alrededor de ellos, comenzaron a esconder esa producción, a buscar el modo de preservar un legado que –estaban seguros– sería arrasado.
En septiembre de 1946, cuando la Segunda Guerra Mundial había terminado, se recuperaron de entre los escombros diez cajas metálicas y tarros de leche, que contenían buena parte de los archivos clandestinos del gueto. Entre todas, había una caja que contenía la obra de Gela Seksztajn, la pintora de esa ciudadela del espanto.
Había también documentación, fotos, su testamento y el de su esposo, Izrael Lichtensztejn, un escritor y profesor de escuela que se había vinculado al grupo Oneg Shabat (Alegría del Sábado) con un objetivo: estudiar desde la clandestinidad cómo era la vida de los judíos en el gueto. Quien había tomado la iniciativa fue Emanuel Ringelblum, un historiador y doctor en filosofía de la Universidad de Varsovia, asesinado por los nazis en 1944 después de que alguien delatara su escondite.
Jacobo Fiterman, galerista y fundador de ArteBA, editó, a través de su Fundación Alón para las Artes, un libro de pocas páginas, Gela Seksztajn, en el que se cuenta esta historia, de cómo casi se pierde la obra de Seksztajn, de cómo se recuperó. Se cuenta la historia de una familia casi enteramente asesinada en los campos de concentración. Los padres de Fiterman, Abraham y Yente, habían emigrado a la Argentina en 1926. Yente e Izrael eran hermanos.

 
Cuando sonreía. Gela Seksztajn.

“Me encuentro parada en el límite entre la vida y la muerte. Ya sé con relativa seguridad que voy a morir, y es por eso que quiero despedirme de mis amigos y de mi trabajo. (...) ¡Adiós camaradas y amigos, adiós al pueblo judío! No permitan que semejante destrucción se repita!”, escribió Gela el 1 de agosto de 1942. Fiterman publicó, junto con esta historia, una serie de los dibujos y pinturas de Gela. “Era buena. Sus carbonillas tienen mucha calidad, aunque no sé si son para el mercado de arte de hoy. Su trabajo me recuerda a los artistas argentinos Miguel Victorica y Ramón Gomez Cornet”, dice Fiterman.
En esas latas había unas 300 acuarelas y dibujos de Gela Seksztajn, quien había nacido en Varsovia en 1907. Su padre era zapatero. Para ganarse la vida, Gela trabajó en un atelier de fotografía, donde retocaba fotos. Además fue integrante de la Asociación de Artistas Judíos y de la Sociedad Judía de Bellas Artes. Pintaba acuarelas suaves, límpidas y, en 1940, tuvo una hija a la que llamaron Margolit, quien tampoco sobrevivió.
En El libro de la memoria, volumen dos de La invención de la soledad, el escritor Paul Auster reproduce el testamento de Izrael Lichtensztejn: “Quiero que recuerden a mi esposa Gela, artista con docenas de obras, llena de talento, aunque nunca pudo exhibir ni mostrar sus obras”. Cuando estuvo en Varsovia, cuenta Fiterman, Auster quedó impresionado por la historia, pero sobre todo por el hallazgo “casual” de los tarros.
Fiterman explica en el prólogo del libro que la historiadora Magdalena Tarnowska realizó, en 2007, “un estudio sobre la vida de Izrael y Gela”. Buena parte de la obra de la artista está repartida entre este museo y el del Holocausto, en Tel-Aviv. Dice Tarnowska que “podemos asumir que Gela y la pequeña Margolit murieron durante el levantamiento en el gueto (de Varsovia), que duró hasta el 16 de mayo de 1943. Las cajas se encontraron entre los escombros de una excavación realizada en lo que había sido la escuela Ber Borochov, en la calle Nowolipki 68. Todo ese material se conoce como los Archivos Ringelblum, por aquel historiador que fue, también, custodio de una parte de esa vida que, incluso rota, siguió en los retratos que Gela hizo, en los colores aguados y sutiles de las frutas y las flores que pintó.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LOS ÁRBOLES TAMBIÉN TIENEN HISTORIA





Por el temporal el arbolado porteño volvió a ser tema: desde Rosas a Sarmiento y a Thays, el “paisajista mayor” de la Ciudad.
Costanera Norte. Junto al río, una típica arboleda porteña

Por Eduardo Parise

El temporal ocurrido hace 12 días quedará en la memoria de los habitantes de Buenos Aires como lo que fue: una tragedia. Con los años se recordará a los 16 muertos que hubo en Capital y GBA, a los heridos y a los problemas y destrozos que causó. Y en este último rubro, seguramente muchos también recordarán la pérdida de cientos de árboles, esos elementos vivos que, entre otras virtudes y además de su aporte estético, suelen proveernos de buen oxígeno.
Según los últimos estudios, en las calles y plazas porteñas hay más de 420.000 árboles, lo que equivale a un ejemplar cada siete habitantes. Y en ese escenario verde, el ranking de especies dice que la primera posición en el podio la tienen los fresnos americanos, seguidos por plátanos, tilos y jacarandaes. Pero para demostrar que Buenos Aires es una ciudad bien ecléctica, no sólo en su gente o en sus construcciones, también se encuentran –entre muchos más– tipas, paraísos, robles, limoneros, ombúes, eucaliptus, araucarias, lapachos, pinos y hasta 3.000 palmeras (hay pindó y fénix) que le aportan un toque tropical.
Como todo en la Ciudad, el arbolado porteño también tiene su historia. Por ejemplo se sabe que a comienzos del siglo XVII se aplicaban penas a quienes destruyeran algarrobos. Y que, entre 1778 y 1784, durante el gobierno de Juan José de Vértiz y Salcedo (el único virrey español que había nacido en América), se diseñó un paseo junto al río, al que se conoció como “La alameda”, aunque en sus orígenes la mayoría eran ombúes.
En los tiempos en que en estas tierras Juan Manuel de Rosas era el mandamás, en muchas quintas se instalaron pequeños montes de árboles. Y con la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) aquella tendencia de “plantar árboles”, como solía reclamar el sanjuanino, se mantuvo como una constante. Siempre se dijo que fue él quien trajo desde Estados Unidos los plátanos, esos que generan quejas de los médicos alergistas y de quienes sufren las alergias por la pelusa que sueltan. También, aportó las semillas de los árboles de la nuez Pecan, originario de ese país. Y que fue el promotor de la plantación de eucaliptus, como muchos de los que aún se ven en muchos barrios.
Claro que el título de “paisajista mayor” de Buenos Aires, lo sigue manteniendo el francés Carlos Thays quien, desde 1893 (cuando ganó por concurso el puesto de director de Parques y Paseos de la Ciudad), recorrió todo el país buscando especies que sirvieran para decorar calles, parques y plazas. Así, desde el Norte trajo tipas (llegan a medir más de 30 metros) y jacarandaes, esos que, al final de cada primavera, visten de violeta muchos rincones ciudadanos. Obviamente hay otros árboles que van camino a su erradicación como los simpáticos paraísos (sus ramas y troncos se ahuecan y caen con mucha facilidad) y los ficus (está prohibido plantarlos), cuyas raíces suelen causar estragos en veredas y cañerías.
Como se ve, el tema de las arboledas porteñas tiene todavía mucha savia para aportar y con ellos se podría hacer hasta un tratado sobre sus colores, sus sombras y sus leyendas. Sobre todo con aquellos que tienen relación con el pasado, como es el caso de ese retoño del aromo que Manuelita Rosas plantó en 1838 en los jardines de la residencia familiar que tenían en Palermo. Dicen que junto a ese árbol, la hija de Don Juan Manuel consiguió indultos a favor de algunos sentenciados por cuestiones políticas. Y, por eso, se lo conoció como “el aromo del perdón”. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com