EL ADIÓS AL SUEÑO (NORTE)AMERICANO,
SEGÚN SUS MÁS GRANDES ARTISTAS




De Warhol a Nan Goldín y de Basquiat a Paul Mc Carthy, "Bye, bye, American Pie", una muestra contundente en el Malba.


Peso pesado. Jean-Michel Basquiat, presente con esta obra de 1984.
Con una muestra cargada de los peso-pesados  del arte norteamericano – artistas importantes  como Jean-Michel Basquiat y Andy Warhol (de quienes, se dice, fueron pareja), Jenny Holzer, Barbara Kruger, Nan Goldin y Larry Clark, entre otros,  el Malba abre el año con “Bye Bye American Pie”. Curada por el joven canadiense Philip Larrat-Smith –recientemente incorporado al Malba como “curador del programa internacional”– quien mira todo a través de una lupa psicoanalítica. Y cuando digo todo, es, prácticamente, una sola cosa: el arte estadounidense. ¿Pero acaso nos interesa a nosotros, en Buenos Aires, una lectura de este tipo de los artistas norteamericanos? Sí, claro que nos interesa. Porque, por un lado se dice que somos el país más psicoanalizado del mundo; pero por otro, tenemos curiosidad por ver las obras de estos “grandes popes” mundiales, y comprobar si realmente nos convencen.
La exposición que propone Larratt- Smith es una lectura crítica y bastante pesimista de un arte –el estadounidense– al que, generalmente, si bien se le vienen haciendo durante los últimos años algunas lecturas vinculadas al psicoanálisis, esas lecturas, decíamos, quedan tan sólo en los textos académicos, no se las traduce al “formato exposición” (y esta es la astucia de este curador). Por eso es interesante ver estos “experimentos” de Larratt- Smith. Y parece ser que acá, en el Malba, el canadiense encontró carta libre a sus juegos. Para comprender  “Bye Bye American Pie” –el título de la muestra es el de la canción americana del 71´, de Don Mc Lean, que refiere al final de la edad dorada estadounidense luego de la Segunda Guerra Mundial, “chau, chau, tarta de manzana con canela”, chau, postre típico de las familias estadounidenses y reglamentario del ejército americano durante las Guerras Mundiales: chau, dulzura.
Voy a empezar por el final, por su obra más fuerte: esos dos grandes robots de George Bush, hechos de silicona pegajosa y rosada –estilo chicle–,  mal terminados, que están haciéndole el amor a… dos chanchos. Se mueven continuamente, tal y como cuando uno está con una pareja. Claro que éste es un grupo, hay “animales” y “humanos”, y son robots, por lo que se escucha el contínuo “ssszzzz…ssszzzzz….” de las máquinas que los hacen funcionar. La obra –“Tren, mecánico” porque los personajes están enfilados como en trencito- es un conjunto de cuatro chanchitos rozándose, digamos, y dos Bush “impulsando”, “activando” la cosa.“Tren…” –el autor es nada más y nada menos que Paul Mc Carthy– plantea la escena en clave metáforica, “una imagen de lo que Bush le ha hecho al mundo”, dice Larratt- Smith. Mc Carthy la recrea tal y como si se trataran de personajes de Disney.
Pero en esta muestra hay otros palazos a la realidad norteamericana de los últimos cuarenta años. Como pasa con la obra de Jenny Holzer, simples carteles con frases al estilo “leyendas” (“Deberías limitar el número de veces que actuás en contra tuyo, como cuando dormís con personas que odiás”, por ejemplo). O las “pinturas-carteles” de Barbara Kruger (“No lo suficientemente cruel, no lo suficientemente hombre, no lo suficientemente bello, no lo suficientemente patético”). La obra torturada, tortuosa, metálica, –“Estructura de toldo con pollo”– de Cady Noland. Y los increíbles diamantes, piezas preciosas, corazón mismo de la muestra y del arte del S XX: las polaroids –tan simples, tan potentes– de la gran, gran Nan Goldin. “Mi obra surge de la espontánea”, declara la artista, “es la forma de fotografía más definida por el amor”. De un amor que llega a ser como puede, con el último aliento; pero que es.
Al final, lo que se ve en esta muestra es un poco lo que pasa en todos lados: con lo que queda de la Historia, uno va haciendo de su pequeña vida lo que puede. Arreglándoselas. Chau, dulzura de la tarta de manzanas. Chau. Señores, bienvenidos a esta muestra.


Fuente: Revista Ñ Clarín

JUEGOS QUE TODOS JUGAMOS





El mundo de la infancia y sus juegos reviven como un sueño en una muestra de Claudio Gallina, que evoca con nostalgia la mirada ávida y curiosa con que los chicos observan la realidad. Pero no esquiva su relación con la crueldad.
Por Marina Oybin

La sala doce del Centro Cultural Recoleta se ha convertido en una cápsula del tiempo que lleva sin escala a la niñez. De eso sabe bien, no hay dudas, Claudio Gallina, que en esta serie de pinturas, tintas, instalaciones y objetos, abandonó las escuelas y los interiores de sitios reales como el Metropolitan de Nueva York o el Palacio Farnesio –que en sus obras eran más bien espacios ficcionales– y se metió con paisajes fantasmagóricos, hechos a partir de fotos, que por la luz del sol pleno, de nuevo, parecen irreales. Son como ilustraciones de cuentos que uno intuye sin happy end . Ahí está la pintura “Calesita retro”, de metal, inestable. Hay también un subi y baja hecho con pupitres intervenidos con liquid paper y materiales varios por los chicos, que Gallina viene usando hace tiempo. Los impactos de gomera taladran pinturas, tintas, cuadernos, transforman a ese hombre árbol de fábula de una inolvidable pintura en blanco móvil de la cándida violencia infantil. No preocuparse: son sólo agujeros que moldearán esos cuerpos como de arcilla, frágiles y al tiempo pura potencia: cada huella irá amasándolos. Como a ese niño Cristo en papel que hace equilibrio entre casitas, un tema que hace tiempo captura al artista: el sueño, nada menos, de la casa propia. Y en la pared continua, de un golpe, nos lleva a la alegría de una chica colgada de un arnés hecho a puro garabato.
Cuenta Gallina que esta nueva serie está inspirada en el libro Homo Ludens, de Johan Huizinga, “y en el juego como hecho cultural, como una forma de relacionarse, como límite entre la niñez y la adultez. El juego es más que un fenómeno meramente fisiológico, es una función llena de sentido”, dice Gallina, quien se propuso investigar la psicología del juego, su espíritu competitivo, las relaciones de poder que oculta y su impacto en los vínculos interpersonales.
En ese camino, Gallina, que hace años viene poniendo el foco en los chicos, se metió con aristas poco edulcoradas de lo lúdico, con recuerdos cero naïf. Si uno le pregunta qué recuerda de la infancia, no duda: “La absoluta libertad, la vida en la calle”. Y sigue: las exploraciones por ese Palermo nada fashion donde creció. Y, claro, la escuela: desde la primaria hasta Bellas Artes, siempre pública.
En las obras de Gallina los temas más personales siempre se cruzan con los sociales: en una pintura de principios de 2000, por ejemplo, entre los chicos de la fila del colegio emerge la silueta de un desaparecido; en otra, un piquete en plena aula detiene la escena infantil. En “Esperando una respuesta” (2005), un gran óleo sobre tela, el foco está puesto en la crisis de la educación y en “Pizarroncito”, los problemas de matemática para resolver incluyen cuestiones sociales de coyuntura y otras más estructurales sobre la distribución del ingreso.
En sus obras anteriores, Gallina jugó con la estética de ilustración de manual, escribió copiando la caligrafía de los chicos. Nos llevó, junto a los personajes, escaleras arriba para dibujar o formar torres humanas y saltar sin red hasta el cielo de una rayuela infinita. Entre pupitres y monigotes, los chicos se deslizaban sobre pizarrones pura mancha expresionista o se lanzaban de los balcones. Hay en esa serie de obras juego compartido y, al tiempo, soledad. La arquitectura real se confunde con el mundo mágico de esos chicos, donde hay alegría, sí, pero donde habita también una profunda pena. En ese espacio fronterizo el juego hace perder la razón mientras el disciplinamiento institucional anestesia los sentidos.
Con escaleras interminables y alumnos empequeñecidos ante pizarrones monumentales, en otras obras el artista logró meternos en la piel de los chicos. Si el lector volvió alguna vez a las aulas de su colegio primario o secundario recordará la increíble sensación al constatar que esos pupitres y pizarrones que parecían enormes, eran en realidad diminutos. Que el patio y la escuela eran más chicos que lo que recordábamos.
Los chicos de sus pinturas lucían guardapolvos blancos impecables (pueden recordar a los delantales blancos, almidonados, de Santoro: inolvidables exoesqueletos protectores). Chicos de clase media que alguna vez apostó con fuerza a la escuela pública. Están los cuadernos tapa dura tela araña azul que las madres conservaban como tesoro. Los cuadernos intervenidos por Gallina son una joyita. Un golpe emocional a primera vista: ahí está ése que fuimos y que hoy somos incapaces de reconocer.
Si bien el juego está presente en las obras anteriores del artista, en esta serie el foco ya no son las aulas: los chicos se meten en paisajes ficcionales, se eyectan del aula, dejan el guardapolvo en casa. La imagen es menos exuberante. Y aunque Gallina no se priva de usar una variedad de materiales que van desde grafito hasta acrílicos, desde tintas hasta pupitres, el resultado da la impresión de una mayor economía de recursos plásticos, de una síntesis. La paleta y la luz son diferentes a las de sus trabajos previos, pero la sensación que experimentamos, esa de meternos en el submundo de la infancia, extraño mix de candidez y tristeza, permanece intacta.

FICHA
Homo ludens

Lugar: Centro Cultural Recoleta (sala 12), Junín 1930.
Fecha: hasta el 8 de abril.
Horario: lunes a viernes, 14 a 21; sábados, domingos y feriados, 10 a 21.
Entrada: gratis.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LA BOHEMIA PROLETARIA EN EL TEATRO COLÓN

 

Cuadernos privados



Cuadernos privados
Por Laura Ramos

Otra vez, el escenario de las correrías de la clase patricia es el Teatro Colón. ¿Será la categoría de experiencia que no puedo menos que otorgar a mis visitas al Colón la que me impulsa a volver una y otra vez a escribir sobre el teatro dorado y escarlata, italiano, argentino y francés? Pero mi teatro Colón -el del telón de Guillermo Kuitca, el que me hace llorar de emoción los domingos a la mañana, cuando voy a las funciones gratuitas del Salón Dorado después de los after hours de las discotecas, impregnada aún del olor del alcohol y de la ilusiones perdidas -no es el mismo Colón de Eugenio Cambaceres, el gran escritor dandi de la generación de 1880. En el apogeo de la ilusión capitalista de la Argentina de fines de siglo XIX, de su entrada triunfal al mercado mundial y a la modernización, fueron necesarias, dice Josefina Ludmer, las fábulas de identidad nacionales. Había que narrar el presente para constituir una identidad. El Estado liberal clamaba por cuentos de educación y de matrimonio que moldearan su figura. Y el Teatro Colón fue el decorado natural de la nueva ciudad moderna y modernizadora.
La novela Sin rumbo , de Cambaceres, transcurre entre el Teatro Colón, el Club del Progreso y una estancia de La Pampa. Andrés es un joven cínico, violento y entristecido de la aristocracia porteña, sin ambiciones ni motivaciones para vivir, un dandi amargo y suicida. Un digno hijo del ganado y de las mieses, diría mi padre. El Colón de don Andrés es el de la ópera Aída , una platea bañada por la luz cruda del gas y una cazuela que le evoca una gran jaula de urracas, el Colón de “la raya sucia del paraíso”. Para mí, en cambio, el paraíso, ubicado en el último piso del teatro, cerca de la cúpula pintada por Soldi, pertenece a la escenografía de los cuentos de adolescencia de mi madre, de la bohemia proletaria que lustraba los centavos cada comienzo de mes para ir a escuchar -tirados en el piso, cerraban los ojos para oír mejor- la sinfonía número 40 de Mozart.
Para el escritor del Estado liberal, el paraíso se representa en “la espantosa, atroz, infernal explosión de ruidos del ambiente de los inmigrantes italianos del Colón”. El teatro Colón y el Club del Progreso son motivos literarios en el aristócrata Cambaceres, y es su amigo Miguel Cané quien define su papel entre la juventud ilustrada de la época: “Esa avant scéne ! Eugenio Cambaceres, con el atractivo de su talento, de su gusto artístico, de su exquisita cultura, de su fortuna, de su aspecto físico, pues todo lo tenía ese hombre que parecía haber nacido bajo la protección de un hada bienhechora, era el jefe incontestado”.
Don Andrés busca refugio, en su amarga misantropía, en las frivolidades y halagos que le brinda la vida ligera del soltero, su belleza nórdica -rubio, ojos azules, de alta estatura- y los beneficios pecuniarios de la estancia paterna. Sus aventuras transcurren en los clubes, en los salones de juego, en los teatros, y sobre todo en las bambalinas: “en el comercio de ese mundo aparte, donde el oficio se incrusta en la costumbre y donde la farsa vivida no es otra cosa que una repetición grosera de la farsa representada”.
El patroncito Andrés convierte al palco del Colón en una garconniére hasta el punto de enamorarse de una prima donna , Marietta Amorini, que se llama como una griseta de Honorato de Balzac. Pero su enamoramiento es fugaz, y le sigue un hastío tal que le acomete la idea del suicidio. Su hermano literario Genaro Piazza, el héroe raído, pobre e inmigrante de la otra novela de Cambaceres, En la sangre , es tan cínico y violento como su colega estanciero, y ambos, el patricio y el inmigrante, profanan con su lujuria el palco del Colón.
A diferencia de los liberales que nacieron en el exilio, Cambaceres, como Lucio V. Mansilla, experimentó el rosismo y su cultura popular. Pero además Cambaceres vivió en París. Esa combinación entre lo criollo y lo europeo es una de las marcas de la “alta” cultura. Cambaceres y Mansilla, cuyos padres hacían fortuna bajo el régimen de Rosas mientras que sus colegas perdían las suyas en el exilio de Montevideo o Chile, fueron una especie de aristócratas criollos, dice Ludmer. Y su obra literaria, si seguimos esa lógica, podría ser consagrada como la escritura aristocrática latinoamericana del siglo XIX.


Fuente: clarin.com

HALLAN RASTROS ARQUEOLÓGICOS
DE LA ANTIGUA BUENOS AIRES


Cinco siglos de historia bajo Plaza San Martín. Encontraron objetos de la vida cotidiana de los porteños desde el siglo XVI. Para eso, hicieron un foso de 3,25 metros cerca de Libertador y San Martín. Hay vajilla, juguetes o partes de construcciones y cimientos.


LOS AÑOS QUE SE MIDEN CON OBJETOS. EN LA EXCAVACIÓN DE LIBERTADOR Y SAN MARTÍN SE ENCONTRARON LOS RESTOS DEL HOTEL RETIRO, PERO TAMBIÉN PLATOS, UN PORRÓN DE CERVEZA Y HASTA DE UNA MUÑECA DE PORCELANA. EN OTRA ANTERIOR, SOBRE ARENALES, HALLARON CERÁMICAS DEL SIGLO XVI.  
En un foso de 3,25 metros de profundidad, se resumen cinco siglos de historia de la Ciudad. Desde la tosca de la orilla original del río hasta los cimientos de un antiguo hotel que fue demolido en los años 30. Entre la tierra, aparecen objetos: cerámicas, mayólicas, huesos. Todo esto fue hallado en menos de un mes , en las excavaciones que realizan en Plaza San Martín los arqueólogos de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico, dependiente del Ministerio de Cultura porteño.
A metros del Monumento a los caídos en la guerra de Malvinas, en San Martín y Libertador, un pequeño obrador resguarda el foso que sirve de puerta al pasado de Buenos Aires. En el piso se observa la tosca del antiguo lecho del río, que antiguamente llegaba hasta la avenida Alem. Algo más arriba se identifica el perfil de un piso oscuro, quizás de la época colonial . Y un metro por encima se ven los restos chamuscados de la quema, que eran utilizados como relleno para ganarle espacio al río.
“El primer relleno trascendente de la Ciudad se hizo en 1855 en la Plaza Fuerza Aérea Argentina, donde hoy está la Torre de los Ingleses. Y se hizo para construir la usina de gas de alumbrado”, cuenta el arquitecto Néstor Zakim, del Instituto Histórico porteño.
En el medio de la pared de tierra del foso, asoma un plato . Más abajo hay una pared de ladrillo y un piso del Hotel Retiro, que funcionó sobre Alem desde fines del siglo XIX hasta 1936, cuando fue demolido para ampliar la plaza. Este hotel recibía a los viajeros del ferrocarril que desde 1863 unía Buenos Aires con Rosario, y que luego se convirtió en el Mitre.
Este es el segundo punto de la plaza donde se excavó: el primero fue en Libertador y Juncal, donde se toparon con lo que creen que fue el basural de una casa. En ese lugar hallaron los pedazos de cerámicas españolas hispano-indígenas, que datan del siglo XV, y mayólicas españolas del siglo XVII.
Se excavó en estos lugares porque, hasta su demolición a partir de 1934, allí había dos manzanas construidas. En esta hectárea se desplegaban viviendas, edificios municipales y, además, estaba el hotel Retiro. Estas manzanas estaban divididas por la diagonal Falucho. Fueron eliminadas para ampliar la plaza siguiendo un diseño de Carlos León Thays, hijo.
“Están apareciendo objetos de la vida cotidiana, que sirven para conocer a qué jugaban, qué comían o qué tomaban los antiguos porteños”, detalla Ulises Caminos, el arqueólogo jefe de la excavación. En una mesa de trabajo montada en un contenedor, se despliegan algunos hallazgos. Como la cabeza de una muñeca de porcelana, peinada con rodete, posiblemente de origen inglés o francés. O una ficha de dominó hecha en hueso , que dataría del siglo XIX. También hay fragmentos de vajilla. Y trozos de un porrón de cerveza marca Glasgow-Kennedy, que se fabricó entre los siglos XIX y XX. Además, los arqueólogos hallaron partes de un patio de fines del siglo XIX, que ahora planean reconstruir . Y un trozo del antiguo adoquinado porteño que, se cree, llegó al lugar como material de relleno.
Todavía falta avanzar en ponerles una fecha más precisa a los descubrimientos e interpretarlos. “Encontramos varios pedazos de huesos, sobre todo de cordero. Esto nos permite deducir que esa carne se consumía más que la de vaca”, ejemplifica Caminos.
Hace diez días, los técnicos del Ministerio de Desarrollo Urbano también exploraron la plaza con un georadar. Este aparato funciona con impulsos electromagnéticos, que catean el terreno hasta una profundidad de 30 metros. “Es como una ecografía –explica el director de Planeamiento de la Ciudad, Fernando Alvarez de Celis–. Permite ver en tres dimensiones dónde cambian los distintos usos del suelo. Ya relevamos la plaza y ahora, hay un equipo interpretando las imágenes”.
El objetivo es detectar otros rastros del valioso pasado de la plaza (ver recuadro). “Si de esa información surge la posibilidad de lograr más hallazgos, seguiremos buscando –anticipa el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi–. Esto es arquitectura urbana de proximidad: permite conocer más sobre la vida cotidiana de varias generaciones de porteños”.

UNA ZONA REPLETA DE LEGADO PORTEÑO


La Plaza San Martín fue diseñada en 1860 por José Canale y remodelada en los años 30 del siglo XX por Carlos Thays hijo. Su historia está ligada a la de la Ciudad. Dicen que en el siglo XVI, en estos alejados terrenos costeros se retiró un criminal llamado Sebastián Gómez, que llegó con Pedro de Mendoza. Para redimirse, levantó una ermita y una gran cruz. Otros afirman que la cruz fue puesta por Garay, para marcar el límite de la Ciudad. La Ermita de San Sebastián ya aparece en un plano de mensura de 1608.
En 1692, en las actuales Arenales y Maipú el gobernador Agustín de Robles construyó su quinta El Retiro, de 39 habitaciones. En 1703, se la vendió el comerciante Miguel de Riglos, que se la alquiló a la compañía “Guinea de Esclavos”. Y en 1718 la vendió a la South Sea Company. Ambas usaron la casona como barracón y mercado de esclavos. La quinta fue expropiada en 1739.
Por su ubicación estratégica, desde 1773 en el sector de la plaza cercano a Maipú y Florida se instalaron distintos cuarteles. Allí se alojaron la Escuela Práctica de Artillería, los Dragones y los Húsares. Y en 1812, en uno de ellos San Martín entrenó a sus Granaderos a caballo. Por entonces, el lugar se llamó Plaza de Marte En 1801, donde hoy está el monumento al Libertador se inauguró una plaza de toros para 10.000 espectadores, que funcionó hasta 1819. En ella, en 1806 se concentraron las tropas de Liniers, en la primera invasión inglesa.
Los cuarteles fueron retirados en 1883. Y en 1891, en la Plaza San Martín se montó el Pabellón Argentino que, en 1889, había estado junto a la torre Eiffel en la Exposición Universal de París. La estructura de hierro y vidrio, diseñada por Albert Ballú, albergó al Museo de Bellas Artes hasta que, en 1933, fue desguazada.
Fuente: clarin.com


RESUCITA EL TITANIC, A 100 AÑOS DE HUNDIRSE



El transatlántico más famoso y trágico volvió a levar anclas en la inauguración del Belfast Titanic, un espectacular centro interactivo situado junto a los astilleros donde nació el mito.




Belfast, Reino Unido - Cien años después de iniciar su primer y único viaje, el transatlántico más famoso y trágico del mundo volvió a levar anclas en la inauguración del Belfast Titanic, un espectacular centro interactivo situado junto a los astilleros donde nació el mito.
El Belfast Titanic está en el llamado Barrio del Titanic, el proyecto turístico más ambicioso jamás emprendido por las autoridades de Belfast y en el que destaca un impresionante edificio diseñado por la firma de arquitectos Civic Arts y Eric R Kuhne & Associates que, con el tiempo, se convertirá, sin duda, en un icono de la ciudad.
Es la respuesta de la capital del Ulster al museo Guggenheim de Bilbao o el Empire State de Nueva York, según comenta con orgullo Claire Keenan, de la Oficina de Turismo de Irlanda del Norte.
La fachada de este moderno centro de interpretación de seis plantas y 14.000 metros cuadrados tiene la forma de cuatro proas, todas de la misma altura que tenía el auténtico Titanic desde la quilla hasta la cubierta.
Ya en su interior, el visitante inicia un emocionante viaje por las nueve galerías de interpretación que explican la historia del mítico transatlántico, en su día el objeto móvil más grande del mundo.
Su inauguración corrió a cargo del ministro principal norirlandés, el unionista Peter Robinson, y su adjunto en el Gobierno de poder compartido, el nacionalista Martin McGuinness.
Ambos líderes destacaron la espectacularidad del edificio y, como el del propio Titanic, la magnitud de un proyecto con el que Irlanda del Norte quiere representar una nueva era de paz y prosperidad a través "del evento turístico más importante del mundo en 2012", en palabras de McGuinness. 
A los dos políticos les observaba de cerca un invitado de honor, el norirlandés Cyril Quigley, quien, a sus 105 años de edad, recordó el día que presenció la botadura del barco en los astilleros de Hartland & Wolf.
Su historia es una más de las muchas que se cuentan, se ven, se escuchan y se viven en primera persona en el Belfast Titanic, que "no es un museo", como insisten los guías, sino una "experiencia multisensorial" que sobrecoge al visitante.

Miniatura del Titanic expuesta en el centro interactivo de  Belfast... AFP
 
Miniatura del Titanic expuesta en el centro interactivo de Belfast. AFP


Conmueve, por ejemplo, usar las pantallas modernas táctiles de la Galería 7 para conocer las consecuencias de la tragedia, recorrer la lista de pasajeros y encontrarse con el ocupante de primera clase Víctor Peñasco y Castellana, de 24 años, uno de los tres españoles que falleció en el hundimiento del Titanic el 15 de abril de 1915.
Antes de llegar a esa sección el visitante ha pasado ya por otras seis galerías en las que podrá pasearse por la Belfast de principios de siglo, ya agitada por su división religiosa y política, o participar en la construcción del Titanic.
Son las entrañas del mismo astillero, donde se puede vivir en primera persona todo el proceso en un recorrido por los muelles, con imágenes en vídeo filmadas hace cien años, modelos de tamaño real, sonidos de la época y donde también se puede percibir hasta los olores de ese entorno industrial.
Tras disfrutar de la botadura del Titanic en la galería 3, la 4 hará las delicias de los mitómanos, pues se recrea con todo tipo de detalles la vida a bordo del barco, con réplicas de los camerinos de primera, segunda o tercera clase y de la misma escalera donde Leonardo di Caprio esperó a Kate Winslet en la película de James Cameron.
De ahí se pasa a la galería 5, al "viaje inaugural" y a la ruta seguida por el Titanic hasta que su travesía se vio interrumpida en la madrugada del 15 de abril tras chocar con un iceberg frente a las costas de Terranova.
La galería 6 es, quizá, la más dramática de todas. Efectos visuales y sonoros de última generación reviven las últimas horas del buque, cuyo hundimiento causó 1.517 muertes.
El Belfast Titanic explora casi al final, en la galería 8, la leyenda creada en torno al barco a través de los reportajes de la época, de las películas que lo inmortalizaron o de la literatura que ha mantenido viva su magia.
Y la guinda es una inmersión a 4.000 metros de profundidad, al fondo del Atlántico Norte, donde se puede bucear junto a los restos del Titanic de la mano de unas imágenes que muestran el pecio tal y como lo descubrió Robert Ballard en 1985.
  

 El hundimiento del15 de abril de 1915 visto por un ilustrador.

"MI NOMBRE ESTÁ TOTALMENTE PROHIBIDO EN INTERNET
Y NO PUEDO PARTICIPAR EN NADA"




 

Perseguido por el gobierno de su país, cuenta su vida bajo libertad condicional.

Por Brice Pedroletti


La exposición de fotografías y textos de Ai Weiwei, en el Jeu de Paume en París (que termina el 29 de abril) cuenta la historia de una (re)conexión. Entre el artista y su propia historia, con China, con el arte y con una emoción política que las redes sociales hicieron llegar a todo el mundo. En 1981, siendo un joven estudiante viajó a los Estados Unidos con la idea de no volver nunca más a China. Pero volvió a Pekín en 1993 y multiplicó las experimentaciones.
Primero fue “Cuento de hadas”, una exposición viviente de 1.001 chinos transportados a Kassel, después los Juegos olímpicos donde colaboró en el diseño del estadio “Nido de Pájaro”. Sus acciones contra la indiferencia del gobierno durante el terremoto de Sichuan lo llevaron a la cárcel. Hoy está en semilibertad y pudo dar una entrevista al diario Le Monde en su taller de Caochangdi en Pekín.
Desde su liberación, el 22 de junio de 2011, después de 81 días de detención secreta, lo convocan regularmente a la comisaría... ¿Cuál es su situación? Sigo en un régimen de libertad bajo fianza, hasta el 22 de junio. En China, esto se traduce por acoso, lavado de cerebro... No es demasiado duro al lado de lo que fue la detención. Pero siguen ejerciendo una forma de control. Les preocupan mis contactos con los medios extranjeros. Y mis actividades en Internet. No puedo luchar contra las regulaciones que me impusieron, pero he violado algunas, aunque me esfuerzo por no pasarme de la raya... Tratan de que uno entienda que ellos están por encima de las leyes y que uno puede ser triturado. La elección pasa a ser muy simple: ¿vale la pena luchar contra algo que te puede destruir inmediatamente? Y entonces te das cuenta de que otros fueron condenados a más de diez años en estos últimos meses, por haber escrito poesía o por haber expresado su opinión de la forma más pacífica que existe...
¿Qué lo llevó a irse a los Estados Unidos en 1981? Su padre, el poeta Ai Qing, exiliado cuando usted nació y luego perseguido durante la revolución cultural, ha sido no obstante rehabilitado, China se abre...
Fue el arresto de Wei Jingsheng (en 1979). El había pegado un ‘dazibao’ para pedir democracia. Lo habrán leído apenas cien personas. Después escribió otro artículo diciendo que el pueblo había hecho volver a Deng Xiaoping al poder pero que tenía derecho a quitárselo. Ese joven muy brillante había escrito esos dos artículos y sólo por eso lo encerraron 16 años en la cárcel. Yo había crecido en condiciones muy difíciles, pero pensaba que todo tenía que ver con mi padre. Y al llegar a adulto, me di cuenta de que cualquiera podía ser arrestado. Quise irme y no volver nunca.
¿Qué le enseñaron sus experimentaciones artísticas en los EE.UU.? Había probado un montón de cosas en Nueva York, pintura, escultura, pero abandoné finalmente la idea de hacer arte. Seguía presentándome como un artista porque no tenía otra profesión pero entendía que no tenía ninguna posibilidad de salir adelante en Nueva York: en ese sistema de galerías y coleccionistas, no había lugar para artistas ni arte chino. Entonces empecé a vivir de otra manera, a pasarla bien. Compraba y vendía antigüedades, jugaba a las cartas, hacía arquitectura. Después, en China, organicé exposiciones, pero tampoco me aceptaban como artista...
¿De dónde surge ese deseo de provocación, del corte de manga, del “fuck-off” después de su regreso a China en los años 1990? En 1993, volví a China con una comprensión mucho mayor del mundo y de mí mismo, pero estaba desconectado de mi país. Además, hay cosas que me dijo mi padre, que estaba moribundo, que recuerdo muy bien: “Weiwei, estás en tu casa. No estás obligado a ser educado. Hacé lo que tengas ganas de hacer”. Pienso que me veía tímido con respecto a lo que pasaba. En ese momento empecé ese libro sobre los ambientes artísticos underground, me puse a organizar exposiciones como “Fuck-Off”.
¿La foto con Lu Qing en la Plaza Tiananmen? Después de volver a China, cada año, iba a la plaza Tiananmen, me hacía mal todo lo que había pasado –se refiere a la masacre con que en 1989 el Gobierno chino reprimió una serie de protestas sociales lideradas por estudiantes–. Además, estaba prohibido hablar del tema. Le pedí a Lu Qing que se hiciera un vestido como Marylin, con esa voluntad de liberación, eso es lo que simboliza. Ella tiene una expresión inocente. Había muchos policías de civil. Trabajamos muy rápido, lo hicimos en unos segundos.
Con “Cuento de hadas” en 2007, su trabajo adquiere una dimensión colectiva y de participación. ¿Qué cambió eso para usted? Fue la primera vez que me sentí nuevamente entusiasmado con la idea de un proyecto artístico. Me dio la impresión de encontrar una forma que me venía bien. Había decidido invitar a 1.001 chinos a viajar al exterior. Mi experiencia en Estados Unidos me había cambiado, pensaba que era eso lo que necesitaba la gente. Usé Internet para organizar todo. Fue un milagro. Hoy no podría volver a hacerlo porque me lo prohibirían. Pero en ese momento, nadie lo había hecho, todos pensaban que era imposible de hacer. Yo había escrito un cuestionario. Me reuní con cada uno de los 1.001 candidatos para crear un vínculo entre ellos y yo. Filmé todo. Tradicionalmente, los artistas están en su mundo, se consideran genios. Me pareció que si tenía un talento para la comunicación, debía aprender de la gente y llevar esa experiencia a otro nivel.
¿Qué lo llevó a criticar en 2008 los Juegos Olímpicos justo antes de la inauguración, cuando había participado en el diseño del “Nido de Pájaro”, el estadio olímpico? Es imposible hacer arquitectura sin tener conciencia de lo que pasa. Además el proyecto del “Nido de Pájaro” empezó a ser criticado y todo quedó parado durante un año y medio. Las críticas venían de la vieja escuela de arquitectura. Estaban furiosos por no haber conseguido el contrato, decían que China era un laboratorio para los extranjeros. Terminé peleando solo, ya que era chino y nadie se animaba a decir nada. Después, un año antes de los Juegos Olímpicos, cuando empezó la cuenta regresiva, hubo una ceremonia por televisión. El diario inglés The Guardian me preguntó entonces si participaría en la ceremonia de apertura y dije que no, que todo me sonaba falso. Pusieron eso como titular, los medios empezaron a llamarme, terminé en el frente, solo, protegido, por supuesto, por mi función de diseñador del estadio... Debo reconocer que ese momento fue muy emocionante, me di cuenta de que tenía muchas cosas para decir sobre esta sociedad, sobre lo que andaba mal, sobre el tipo de Juegos Olímpicos que se verían, con la censura, el control permanente.
Otro giro fue su encuesta ciudadana sobre los niños desaparecidos en el Sichuan en 2009...
Fue triste, obviamente, pero también fue una experiencia milagrosa. Antes de lanzarla, advertimos que no teníamos ninguna intención política: nos concentraríamos en los nombres de los desaparecidos. La investigación fue muy bien recibida por la sociedad, se propagó como un incendio en la llanura. Los voluntarios que participaron no habían hecho nunca ese tipo de cosas. Me convertí en una personalidad simbólica en la Web, los jóvenes consideraban que yo era capaz de iniciar ese tipo de movimiento, que tenía la capacidad de movilizar a la gente, de estimular el individualismo. Fue entonces cuando comprendí que las redes sociales eran tan importantes, y que esto podía funcionar en una sociedad así. Ahora mi nombre está totalmente prohibido en Internet y no puedo participar en nada.

Traducción de Cristina Sardoy

Ai Weiwei Básico

Pekín, 1957. Artista y activista. A los 22 emigró a Estados Unidos y volvió 11 años después a su país. La fotografía de su puño con el dedo corazón levantado frente a la ciudad prohibida de Tienanmen, titulada “Fuck off!”, dio la vuelta al mundo. A raíz de su trabajo acerca de la corrupción en el terremoto de Sichuan, donde murieron miles de niños en escuelas mal construidas, fue golpeado por la policía y tuvo que ser sometido a una operación cerebral. En abril de 2011 fue detenido. Estuvo desaparecido 81 días. Actualmente está bajo libertad condicional.

EN ENERO DE 1833, EN LAS MALVINAS SÓLO HABÍA GAUCHOS
Y UN BATALLÓN ARGENTINO






Argentina tenía un batallón e incluso gauchos en las Malvinas en enero de 1833, cuando un navío militar británico, el "Clio", tomó el control de las islas, desencadenando un conflicto que tiene ya 180 años.                                   Argentina tenía un batallón e incluso gauchos en las Malvinas en enero de 1833, cuando un navío militar británico, el "Clio", tomó el control de las islas, desencadenando un conflicto que tiene ya 180 años.                                                El comandante del "Clio", John James Onslow, se presentó el 2 de enero en Port Louis ante el teniente coronel argentino José María Pinedo, quien lo acogió a bordo del navío argentino "Sarandí" y le anunció que al día siguiente tomaría el control de las islas.


El oficial británico había recibido la orden de retomar Port Egmont, en el noroeste de las Malvinas, único punto controlado por los británicos durante ocho años (1766-1774) antes de su expulsión por los españoles.
Sin embargo, después de haber retomado posesión simbólicamente de las ruinas de un establecimiento que ya no existía, el "Clio" se dirigió hacia Port Louis (al norte de la actual Port Stanley), donde el Reino Unido nunca había estado presente, a diferencia de Francia, España y luego Argentina.


El 3 de enero, un grupo de marinos del "Clio" arría la bandera argentina e iza la británica. El teniente Pinedo, que disponía de menos armamento que el de la "Clio", protesta pero abandona el puerto sin resistir a bordo del "Sarandí", lo que le valdría un juicio en Buenos Aires. 
Para apropiarse de esas islas que Argentina había heredado de España tras declarar su independencia (1816), el Reino Unido aprovechó el estado de debilidad dejado por el saqueo de Port Louis, en 1832, por el navío militar estadounidense "Lexington", según el historiador británico Lawrence Freedman, autor de una obra sobre el conflicto ("The Official History of the Falklands Campaign").

 

La población argentina de las Malvinas, que sumaba unas 200 personas, había sido en gran parte deportada por el "Lexington" en represalia por la toma por Argentina de navíos americanos pescando sin autorización.
La bandera argentina ondeaba en Port Louis desde 1820. En 1825, el Reino Unido reconoció la independencia de Argentina sin hacer mención de las Malvinas.
Después de la partida del "Clio", gauchos argentinos liderados por Antonio Rivero se sublevaron y asesinaron a William Dickinson, la autoridad que habían dejado los británicos.
El Reino Unido recién volvió a tomar el control de las islas en enero de 1834. El gaucho Rivero fue detenido en marzo.
En 1849, 30 familias de colonos británicos se instalaron en Port Stanley, adonde la capital de las Malvinas se había mudado en 1845.


Fuente texto: AFP


Fotos: Ex combatiente Esteban Tries.