Sin victimas, 6 de los 334 departamentos de la Unidad de Habitación de Marsella fueron afectados por el fuego. (AFP - Bruno Planchais)
Incendio en la Unidad de Habitación de Le Corbusier (youtube- france3provence)
En un dúplex del primer piso de la emblemática “Cité Radieuse” de Le Corbusier en Marsella, se inició un incendio que llegó a tomar 6 departamentos. Luego de la intervención de 163 bomberos y 40 camiones hidrantes, fue sofocado y todos sus habitantes del complejo fueron evacuados sin lamentar victimas.
El edificio, que tiene 9 pisos de alto y cuenta con 334 departamentos, es considerado un símbolo de la arquitectura moderna. De hecho, en 1995 fue catalogado como monumento histórico. Construido en la década del 50, la “Unité d’Habitacion” fue concebida para alojar a los afectados por la Segunda Guerra Mundial. Esta ciudad vertical aloja un hotel, locales comerciales, un jardín de infantes y un gimnasio.
El saldo del daño en los primeros pisos es prácticamente total, mientras que los dueños están imposibilitados de regresar a sus departamentos ya que estos se encuentran inundados con 10 cm de agua.
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Incendio en la Unidad de Habitación de Le Corbusier (youtube- france3provence)
Setenta años después de ser cerrada por los nazis, la ex escuela judía de niñas de Berlín, reconocida como monumento histórico, vuelve a abrir hoy transformada en una galeria de arte con tres salas y un bar–restaurante.
ESCUELA DE NIÑAS JUDIAS. Fue rebautizada como ''Casa del Arte Moderno y de la Cultura Gastronómica''.
Setenta años después de ser cerrada por los nazis, la ex escuela judía de niñas de Berlín, reconocida como monumento histórico, vuelve a abrir hoy transformada en una galeria de arte con tres salas y un bar–restaurante, que funcionará en el antiguo gimnasio del colegio. Ubicado en el barrio de las galerías de arte, a pasos de la sinagoga de la Oranienburgerstrasse, se necesitó un año y medio de obras para concretar el proyecto, para el que el responsable, Michael Fuchs, trabajó en colaboración con la comunidad judía de Berlín. Durante 12 años, de 1930 a 1942, 300 niñas y adolescentes judías de Berlín estudiaron en esta escuela. La mayoría, junto a los profesores judíos, fueron deportados a los campos de concentración, después del cierre de la escuela, en 1942. Transformada en hospital militar hasta el fin de la guerra, la escuela quedó en zona soviética en 1945 y durante la época de la República Democrática Alemana funcionó como escuela mixta, pero cerró en 1996 por falta de inscripción. En 2009. el edificio fue restituído a la comunidad judía, convertido casi en una ruina. La tristísima historia de esta escuela, que en su tiempo fue uno de los símbolos de la movilidad de la comunidad judía de Berlín, quedará inscripta en paneles explicativos y en una placa que recordará el exterminio. Luego de ser casi aniquilada por el régimen nazi, la comunidad judía de Alemania es una de las más dinámicas del mundo: tiene unos 110.000 miembros, contra los 15.000 que tenía al terminar la Segunda Guerra Mundial: antes, en Alemania vivían entre 500.000 y 600.000 judíos.
Establece que quien los tire abajo debe construir una sala semejante cerca.
Gran Rivadavia. Cuando quisieron venderlo, los vecinos de Floresta impulsaron la ley votada en diciembre.
Por Einat Rozenwasser
Es oficial. Esta semana entró en vigencia la ley que protege a los teatros y cine-teatros de la Ciudad porque establece que todo aquel que demuela en forma total o parcial una sala deberá construir otra semejante en el plazo de un año . Esta modificación, impulsada por los vecinos de Floresta con el fin de preservar la sala Gran Rivadavia, apunta a mantener espacios culturales en los barrios , sin perjudicar a los propietarios de estos inmuebles. “Un ejemplo es lo que se hizo en su momento con el Teatro Astros de la avenida Corrientes, donde se construyó un edificio de oficinas con la sala en el subsuelo”, explica Gabriel De Bella, de la agrupación Salvar a Floresta. Es que la nueva Ley (N° 4104) habla de un espacio “ semejante ”: igual superficie de escenario y de camarines y hasta un 10% menos de butacas. Y abre la posibilidad de dividir el espacio en salas de menor tamaño. El Gran Rivadavia había cerrado sus puertas en 2004 después de una denuncia de una vecina por ruidos molestos. “En 2009 apareció un cartel de venta que hablaba de las bondades del terreno y, ante la posibilidad de demolición, se armó una movida con los vecinos que queríamos preservarlo. Sabíamos que la sala de cine no era redituable, pero sí era posible que siguiera funcionando como espacio cultural”, cuenta De Bella. En esa búsqueda descubrieron una Ley Nacional de 1959 que nunca había sido reglamentada (la 14.800) y establecía medidas similares para los teatros. “Abre la posibilidad de que algún inversor pueda hacer algo con el terreno y al mismo tiempo se preserva la actividad cultural barrial y las fuentes de trabajo que genera esa actividad”, sigue De Bella. ¿Qué va a pasar con el Gran Rivadavia? “Todavía no se sabe, pero tenemos contacto con la dueña y estamos viendo diferentes proyectos para llegar a un acuerdo”, apunta.
“Nunca te dejaré ir”. Una imagen de la serie de Alejandro Kirchuk.
“Nunca te dejaré ir”. Una imagen de la serie de Alejandro Kirchuk.
Una historia de amor, un hombre y una mujer muy al final de la vida. Durante tres años Alejandro Kirchuk retrató a sus abuelos, Mónica y Simón, en la rutina, si es que en algún momento la enfermedad, el Alzheimer, da lugar a la cotidianeidad. Kirchuk, que ganó el primer lugar del World Press Photo en la categoría “Vida cotidiana” por la serie “Nunca te dejaré ir”, comenzó a fotografiar a la pareja cuando la enfermedad de Mónica recién se anunciaba. “El Alzheimer fue el punto de partida, un diagnóstico que ella había recibido 5 años antes. Marcos dedicó su vida a cuidarla y yo lo fui fotografiando. Busqué documentar cómo el paso del tiempo iba cambiando las cosas. El cuidado era distinto, porque al comienzo era la pérdida de la memoria. Y los cuidados eran desde un lugar afectivo, de cariño. Pero el último año Mónica lo pasó en la cama y él la asistía en todo: desde darle de comer hasta cambiarle los pañales. Sólo aceptó recibir ayuda básica: quiso cuidarla él todo el tiempo”.
Esta serie estuvo expuesta en la Getty Images Gallery, de Londres. Por este mismo trabajo fue finalista de la beca Ian Parry, de Inglaterra. Kirchuk, de 24 años, es fotógrafo free-lance. Cuenta que el título de este trabajo, el que él pensó para la historia de amor de sus abuelos, era “La noche que me quieras”, por el tango, que en realidad dice “El día que me quieras”, y que su abuela cantaba.
Mónica, una de los dos protagonistas de este relato gráfico, murió el año pasado. “Otra de las fotos de esta serie, una de las últimas, es de Simón en el cementerio, el día del cumpleaños de mi abuela. Pero no quise que terminara ahí sino darle un rasgo de continuidad”, dice.
Así que la última foto que sacó Kirchuk es de su abuelo, solo, en la casa que compartió con esa mujer a la que tanto, y tan amorosamente, había cuidado.
Se la eligió entre más de 100 mil imágenes. Entre los 57 premiados, un argentino.
Primavera árabe. La imagen fue tomada en Yemen y ganó el primer premio. Es del español Samuel Aranda.
Es una mujer vestida sosteniendo a un hombre desnudo. El vestido
es una burka y el hombre está herido: parece una versión islámica de La
Piedad y eso habrá visto el fotógrafo español Samuel Aranda cuando
disparó la foto que ayer lo convirtió en el ganador del World Press
Photo –el premio más importante del mundo en fotoperiodismo–. La
instantánea “refleja a Yemen, Egipto, Túnez, Libia, Siria, a todo lo que
ha ocurrido durante la Primavera árabe”, según explicó el miembro del
jurado Koyo Kouoh.
El jurado dijo “refleja” pero la foto hace
más que eso, sintetiza. En esta Piedad árabe hay de dolor y muerte, como
en la de Miguel Angel. Y también de promesa de futuro, ultraterreno en
la obra del italiano, político y terrenal –hablamos de libertad– en la
árabe.
Aranda explicó a la agencia Efe cómo el instante que
fotografió duró apenas un minuto: al hombre lo atendieron enseguida los
médicos. El fotógrafo, que vive en Túnez desde hace un año, cuenta que
el herido estaba intoxicado por los gases lacrimógenos y tenía un balazo
en una pierna, gentileza de los francotiradores que reprimían las
manifestaciones en Saná contra el régimen del presidente Alí Abdalá
Saleh en Yemen.
Aranda trabaja apara el diario “The New York
Times” y el Magazine de “La Vanguardia”. Dice que confía en que el
premio que le ha sido concedido sirva para volver a llamar la atención
sobre la situación en Yemen, donde continúa la crisis iniciada hace un
año con la revuelta popular contra el régimen de Saleh.
“Lo importante en esta historia es la mujer y lo que pasa en Yemen. Nosotros documentamos. No somos artistas”, ha subrayado.
Junto
a las revueltas árabes, la catástrofe del terremoto y tsunami en Japón
han sido los dos temas más presentes de las fotografías de esta edición
del World Press Photo, donde además se han premiado imágenes que
muestran el lado humano de la crisis económica.
El segundo premio
fue para el francés Denis Rouvre por un retrato de una mujer que perdió
todas sus posesiones en Japón en marzo de 2011. Y el tercero lo ganó el
estadounidense David Goldman por una instantánea que llamó “Afganistán”
donde aparece un soldado canadiense tocando la batería.
En total
se han concedido premios a 57 fotógrafos de 24 nacionalidades cuyas
imágenes han sido seleccionadas entre más de 100.000 fotografías
realizadas por 5.247 profesionales de todo en mundo.
A 30 años de la muerte del artista emblemático de La Boca, el museo que lleva su nombre y la Fundación OSDE revelan las facetas menos conocidas de un visionario.
Las palabras, como los navíos, necesitan ir a dique seco para librarse de la ganga acumulada en las derivas. La consideración de las obras, los prestigios y las personalidades merecen otro tanto, si se permite expandir el hallazgo del pensador español que conminaba a los que bien quería: "Argentinos, a las cosas".
Viene a cuento tratándose de Benito Quinquela Martín, recobrado en su polisémica creación a treinta años de su muerte en el museo que lleva su nombre, en La Boca, en una muestra realizada en conjunto con la Fundación OSDE.
Creíamos conocer bastante la obra total de este visionario vuelto mito. No era así. Esta exposición rescata las facetas más ilustres, los aspectos menos socorridos, como los aguafuertes contestatarios, grotescos, de la mala vida de cafetines y cabarés boquenses. Ese refugio de los laboriosos portuarios, de los bichicomes hambreados que se zambullían para atrapar los desechos arrojados por la borda. Cafetines y cabarés poblados de irredentas grisetas vestidas de percal. De perfil, embozados en la sombra bituminosa, está el cafisho , innombrable pero de todos conocido.
Quinquela no denuncia, presenta, burilando. Interpela desde el lenguaje del grabado, íntimamente ligado a los ideales anarquistas y socialistas fraguados a la orilla del Riachuelo, donde se fundó la primera Buenos Aires antes de que la refundaran los inmigrantes, los marginales, como él. Y el grabado fogoneó la prensa de papel de estraza, inflamada de denuncias y retórica, sí, pero raigal en la lucha por más justicia y equidad.
El potente colorista de empaste abundante y pincelada gestual traza la epopeya de este popolo minuto de la ribera. Christiano Junior, fotógrafo, lo precedió en la atención del paisaje, por entonces, cuando la isla Maciel procuraba el plein-air necesario para los impresionistas boquenses, discípulos de Alfredo Lazzari. Y fue Lazzari a quien recurrió el joven Chinchella, de 17 años. Era un desafío grande para el hijo adoptivo del carbonero Manuel Chinchella, italiano, y de Justina Molina, entrerriana de ascendencia indígena, quien lo alentó a seguir el camino del arte. El Conservatorio Pezzini-Sttiatessi, donde enseñaba Lazzari, excedía con creces una escolaridad de dos años y las clases impartidas por el carpintero Casaburi.
El conservatorio lo acercó a Fortunato Lacámera y a Juan de Dios Filiberto. El barrio era laborioso, pobrísimo, contestatario y fermento de ideales sociales, solidarios y artísticos. La marginalidad forzó el arraigo tenaz, visceral de los inmigrantes, desposeídos aquí y allá de lo más elemental.
"La Boca es un invento mío", Quinquela dixit . Verdad a medias, él transformó el barrio pero el barrio lo modeló a él. Todo es mixtura en Benito Quinquela Martín, que decidió allanar los datos filiatorios de adopción que, a su vez, modificaron el lacónico Benito Juan Martín con que fuera bautizado en marzo de 1890, a tenor del pañuelo que lo envolvía al ser abandonado en la Casa Cuna.
"Quinquela suena a quinqué, a luz, no?", chanceaba. Y fue en los contrastes de luz y sombra, dueto que concita la luz y revela la forma, donde él sentó reales proletarios y creadores. La República de La Boca distaba tanto del centro como de la luna, pero tenía su luna de arrabal. Quinquela hizo una cabriola fenomenal. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el expósito, carbonero y cargador portuario brinca al Salón de Recusados junto a Riganelli, Vigo, Palazzo y Arato, Facio Hebequer. Collivadino lo impulsa hasta el Jockey Club, donde comparte espacios con los mármoles de Falguière y los Goyas incinerados años después?
Como una saeta, Quinquela ilumina, vibrante como los fuegos de las fraguas o los incendios que devoran inquilinatos, astilleros, seres anónimos. Esta muestra prolifera en estos desacatos desgarrados, alucinados, sin comedimientos. Su expresionismo pulsional descubre fauces en Después de la explosión (1950), gárgolas que devoran, como el Saturno de Goya, a sus hijos anónimos, siluetas deformes como los operarios de Fundición de hélices (1938).
Quinquela llegó a Europa por todo lo alto. No tuvo viaje iniciático, de sí sacó las tracerías abstractas y las brumas finísimas de El puerto de La Boca (1924). No hay retratos en su obra.
Marcelo T. de Alvear y Regina Pacini lo apoyaron, como hicieron con Pettoruti. Y el príncipe de Gales, seducido por las sugestiones del presidente y la cantante de ópera, adquirió obra suya. Conoció mieles y lisonjas y transitó por Florida sin empachos. No fue falsamente modesto sino orgulloso de los contenidos del barrio que lo acogió. Y al que hizo justicia expandiendo a la barriada sus generosas intervenciones benéficas, antes de que se enunciara la noción de "intervenciones urbanas". Legitimó la policromía plebeya de los inquilinatos, pintados con requechos. Y fue más allá, fundando escuelas de artes y oficios, lactarios, gabinetes de primeros auxilios y odontológicos para el pobrerío fraterno. También esa escuela-museo donde cada aula, sobre la pizarra, tiene murales que enaltecen la gesta de los anónimos hijos del pueblo.
Quinquela es, por muchos motivos, un precursor visionario. La muestra actual inicia un derrotero firme al que vale la pena sumarse para repensar la cultura del país y de quienes habitamos bajo la Cruz del Sur.
Ficha. La Boca según Quinquela: el color como marca y un barrio como obra en el Museo Quinquela Martín (Av. Pedro de Mendoza 1835), hasta el 4 de marzo.