ROBARON OBRA DE PABLO PICASSO
DE LA GALERÍA NACIONAL DE ATENAS





Se trata de "Cabeza de mujer", un óleo de 1934 donado por el propio autor. Fue sustraído en la madrugada de la pinacoteca griega junto a un cuadro de Piet Mondrian
Robaron obra de Pablo Picasso de la Galería Nacional de Atenas
“Cabeza de mujer", un óleo pintado por Pablo Picasso en 1934, fue robado la pasada madrugada de la Galería Nacional de Atenas, informaron hoy los medios griegos.
Aunque el museo aún no confirmó la identidad de la obra sustraída, el diario "To Vima" asegura que se trata de este cuadro, el único del pintor español que figura en el catálogo de la pinacoteca.
Según la página web del centro de arte, se trata de un óleo sobre lienzo de 56 por 40 centímetros, fechado en 1939 y donado por el propio autor.
Las fuentes policiales citadas por los medios griegos afirman que unos desconocidos se introdujeron en el museo tras forzar una puerta de emergencia en un balcón del entresuelo y extrajeron de sus marcos dos obras, la de Picasso y otra del holandés Piet Mondrian.
La Galería Nacional exhibe principalmente arte griego de los siglos XIX y XX, y precisamente ayer se clausuró una muestra de obras de maestros europeos que incluía numerosos dibujos y pinturas de autores como Durero y Rembrandt.

Fuente: infobae.com

PARAISO DEL ARTE TRASH




Las mercancías de ferias como La Salada le aportan materiales e inspiración al arte contemporáneo. Recurren a ellas desde colectivos De artistas hasta otros consagrados, como Enio Iommi, Marcia Schvartz Y Marcos López. 

Qué estás buscando, mamita?”, me dice la señora desde el puesto de ropa, falsas marcas de segunda, el reino de lo trucho. Allí –plafón de lencería y guirnaldas doradas– unos policías detienen a inmigrantes haitianos, otros hombres destripan ristras de ajos y yo –quizás ilusa– espero ver en este fin de año, a algún artista contemporáneo buscando materiales para crear obras. Porque ésta, La Saladita, no es una feria común: es uno de esos lugares donde termina el arco iris, donde se esconde un tesoro secreto del mundo del arte. Es, también, la hija favorita de la Reina-Madre de las ferias informales: La Gran Salada, la más grande de América Latina. Y los artistas lo saben. Y lo callan (no sea cosa que se corra la bola: no todo participante del sistema del arte se banca lo popular). Pero cuando algún protagonista habla, ahí sí, larga puntas: este es el tipo de arcón donde nos divertimos, me dicen los artistas. Una especie de juguetería a escala urbana. “Y para buscar materiales, cuanta más pobreza, mejor”, detallará luego el maestro Enio Iommi, quien crea obras con objetos comprados. “Porque entonces los objetos tienen expresión. Si no, no me interesan.” Ahora, en vísperas del Año Nuevo, lo compruebo por mí misma aquí, en La Saladita, donde el paraíso entero de lo existente desfila ante mis ojos, la génesis de la creación clase B: blancos camellos inflables, zapatillas desnikeadas, duras mariposas de plástico, mucho jean, lentejuela, calzoncillo y dinosaurio encogido. A un lado de la feria, el Mburukuyá Klub. Del otro, la estación Constitución. Cerca, muy cerca, el Hotel Autopista. Ciudadela street por detrás.
Tierra de cruce, eso es lo que buscan, los artistas de hoy en día. Depósitos de los últimos eslabones de la cadena de consumo, donde puedan encontrar nuevas ideas, materiales, inspiración. Donde exista todo eso que traen las nuevas inmigraciones a Capital y alrededores, sobre todo las de Bolivia y Paraguay, tan influyentes en la producción del arte local. Ellas son, para los artistas, bocanadas de aire limpio, divino maná caído del cielo. Las influencias se ven nítidas en las obras recientes de la pintora Marcia Schvartz, por ejemplo, en las que incorpora ekekos, imanes para heladeras, chanchitos-alcancía, el vestuario de los bailarines de Bolivia… O en los trabajos de Marcos López y Martín Churba. Aunque desde que lo específico guaraní se puso últimamente de moda, aparecen sus marcas en las obras de artistas más jóvenes, como Javier Barilaro, por ejemplo. Pero su verdadero origen está acá, en estas ferias, en esta nueva irrupción migratoria, estos flamantes mini-países delimitados por el mercado, que despiertan la curiosidad y la imaginación, y que los artistas detectan rápidamente. Si no, que lo digan el colectivo Yaguareté y Judith Villamayor, quienes durante 2007 se apropiaron, no de los objetos de La Salada, pero sí de su mecanismo de compra y venta, poniendo su propio puestito en medio de la feria para vender falsas pinturas de Kuitca. “Yaguareté, único importador de Kuitca (artista internacional). Ventas directas, pasillo 10, puesto 112. Punta Mogotes. La Salada”, rezaba la tarjeta de presentación, colorida como un póster de bailanta.
“Lo de sub-alquilar un puesto en La Salada fue performático”, explica Villamayor. “Lo hicimos durante cuatro domingos. Allí, nuestro puesto de venta de falsos Kuitcas era uno más. La gente miraba y miraba las pinturas, y no compraba nada. Y eso que valían diez, veinte pesos… Pero nos gustaba que la gente las tocara sin prejuicios. Además, nadie sabía quién era Kuitca”.
¿Pero por qué quisieron hacer esa performance en La Salada? ¿Para qué? “Tenía que ver con valorar la copia”, explica la artista. “Pensábamos que el objeto es modificado por el observador. Entonces, al vender obras de arte fuera del circuito clásico del mercado de arte de Buenos Aires, y al venderlas justamente en esa feria –que es el mundo de la copia por excelencia–, quienes señalaban al producto no lo veían como obra de arte. Así, se cortaba la cadena.” A pesar de la fascinación que despierta, La Salada queda lejos de los talleres de los artistas más instalados en el circuito. Y claro, muchas veces ellos necesitan buscar materiales rápidamente. Por eso lo resuelven yendo a Once, por ejemplo. Es el caso de León Ferrari, Leandro Torres, Eduardo Navarro y Daniel Leber. O van a Parque Centenario, como Enio Iommi. O buscan en la misma calle. “Si yo voy por ahí y encuentro algo que me interesa –cuenta Iommi–, trabajo con eso. Una vez por mes, también, me doy una vuelta por las ferias, a ver qué veo. En la de Parque Centenario hace poco encontré tres cabezas de maniquíes muy fantásticas. La feria de San Telmo, en cambio, a veces me parece demasiado exquisita. Allí, cuando veo una escultura de bronce bien pulida, trato de no mirarla, porque eso es la exquisitez, no tiene vida. A mí me interesa que se note la expresión de lo usado, que tenga humanidad.” Para entender cómo determinados materiales en ciertas situaciones despiertan ideas a los artistas, Iommi cuenta la creación de su última obra: “Me pasó que tenía que arreglar el calefón porque estaba todo podrido. Cuando lo sacaron, lo vi y le dije al gasista: “¡No me lo tire!”. Y con eso hice un trabajo. Le puse encima una bicicleta de juguete con un personaje al que le corté un brazo y una pierna. Llamé a la obra “Todos tenemos nuestros desgastes”. Acá aparece otra línea estética fuerte del arte contemporáneo en general, y específicamente el de nuestro país, sobre todo post-2001: la basura metamorfoseada en arte. Se ve clarísimo en las obras de los jóvenes locales Diego Bianchi, Nicanor Aráoz e Irina Kirchuk, por ejemplo. Pero quizá la máxima expresión de cómo utilizar la basura para hacer arte contemporáneo sea “Basurama” –su lema: “creatividad y basura”–, un colectivo artístico nacido en 2001 en la Escuela de Arquitectura de Madrid, focalizado en desentrañar los procesos productivos, la generación de desechos que eso implica y las posibilidades creativas de la basura. Fuente de inspiración para creativos locales gracias a su paso por nuestro país –en 2009 estuvieron por aquí analizando el fenómeno cartonero, hicieron talleres en Buenos Aires, instalaciones e intervenciones en Córdoba dentro de MercoRUS, “Residuos Urbanos Sólidos”, debido a su gira “basuramericana”–, los Basurama no se andan con chiquitas y ponen el dedo en el centro de la llaga, en muchos países alrededor del mundo: esa herida que evidencia las estructuras informales e ilegales que se esconden en los márgenes, en este caso, tras la basura.
Volviendo al barrio, acá, muy cerca, hay otros artistas que también trabajan con basura, y con chapas viejas: son los del colectivo FiebreMuy, quienes desde 2009 intervienen autos abandonados por toda Buenos Aires, en especial los de los barrios de Flores, Floresta y San Cristóbal. “Hacemos acciones con autos en situación de resto, de inutilidad”, explica Jimena Croceri, integrante fundadora del grupo. “Vamos al auto, lo ocupamos, lo empapelamos o decoramos, llevamos algo para comer dentro, hacemos música, leemos poesía… Estamos ahí”. Los vecinos responden al gesto: “La gente se acerca a ver qué está pasando con los autos-chatarra, abandonados en esas cuadras por años”, comenta la artista.
Junto con Maite Ortiz, Mariela Arzadun y Federico Mangiore, Croceri también se dedica con el colectivo a dorar basura: van caminando por la calle, y donde ven algún montículo de basura que les gusta, lo doran con aerosoles, para rescatarlos. “Los llamamos ‘Tesoros’”, agrega.
A pesar de que el mundo de los artistas plásticos tiene un ojo puesto permanentemente en fenómenos como La Salada, sin embargo parece que son los arquitectos, quienes más proyectos hacen en torno a la feria. Y su material de creación es, directamente, el espacio urbano donde la feria está enclavada. Como pasa con el proyecto “Riachuelo express”, evento producido por el colectivo Supersudaca dentro de la exposición PostPostPost, realizada en 2010 en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. “Supersudaca es un think tank de arquitectura e investigación urbana”, se autodefinen, con postulado propio: “Nos rehusamos a creer que el único espacio libre para los arquitectos latinoamericanos es hacer casas de playa para clientes ricos (¡aunque no descartamos esa posibilidad del todo!)”, escriben. “Nuestro mayor interés ha sido conectar la usualmente desconectada arena arquitectónica latinoamericana con proyectos directamente relacionados con la percepción pública tales como espacios recreativos, espacios públicos o instalaciones”, dicen. Si uno observa los distintos proyectos del colectivo de arquitectos, confirma que, de esas locaciones, una de las favoritas es la de nuestro Riachuelo y su cuenca; y de allí nació la especialidad arquitectónica-gourmet, el regodeo que todo creativo del espacio urbano ansía modificar casi utópicamente: la imaginería volcada con todo su potencial a La Salada, por supuesto. “¿Cómo sería el río como conexión en vez de como división? ¿Qué nuevos tipos de vivienda, transporte, trabajo, esparcimiento, se podrían relacionar a La Matanza-Riachuelo? ¿Cómo sería la ciudad con un río limpio atravesándola?”, eran algunas de las preguntas planteadas durante el seminario coordinado por los Supersudacas Martín Delgado, Sebastián Marsiglia y Max Zolkwer, que hallaron respuesta en varios proyectos urbanísticos, como “Riachuelo Falls” de Fedora Mora, “Nexochuelo”, de Martín Irlich, “5 pal peso” de Agustín Nerome y “Canale Grande Matanza”, de Juan Ruarte Alvarez.
“Paraformal, ecologías urbanas” –archivo resultante del seminario de debate en torno a las situaciones intermedias, llamadas “paraformales”, nacidas entre ciudades formales e informales, organizado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires y otras instituciones y organismos– y “Rally Conurbano” –investigan y exploran distintas zonas del conurbano, recorriéndolas–, dan cuenta del potencial de la inmensa y rica cultura que crece en la zona. Inestable, impredecible, sin tanto catastro ni planificación, precaria e ilegal, la feria acoge al universo entero como una gran madre india. “¿Todos los caminos van a Roma, dicen…?”, escribe el grupo de arquitectos de “Tupartesalada”, “¡Jajajajaja!”, ríen. “Cuando está Punta Mogotes abierto, todos van a Punta Mogotes”. Y los artistas, también.


Fuente: Revista Ñ Clarín

EL PERSONALISMO DURANTE EL RENACIMIENTO




Antes del siglo XV, a nadie se le habría ocurrido crear un retrato de una persona cuya importancia dentro del contexto más amplio era de escasa significación. 


Un retrato encantador pintado por Francesco Francia en 1510 representa a un atractivo 
chiquillo de pelo largo llamado Federigo Gonzaga. Vestido con una toga negra y luciendo un gorro inclinado y el cuello enjoyado, mira con expresión soñadora hacia la izquierda. Un césped pastoral se extiende a sus espaldas hasta una ciudad perdida en la bruma.
Es uno de los cuadros más cautivantes de "The Renaissance Portrait from Donatello to Bellini", una exposición magistral, intensamente motivadora de unas 160 obras de los maestros más celebrados de la pintura y la escultura italianas del siglo XV en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. También tiene una historia notable.
En el año en que fue pintado, el padre del muchacho, Francesco Gonzaga, soberano de Mantua, fue capturado por sus enemigos venecianos. El papa Julio II intervino para su liberación, que tuvo como condición que Federigo fuera enviado a Roma como rehén para garantizar que Francesco no intentaría vengarse de Venecia.
Isabella d’Este encargó el retrato de su hijo para tener un recuerdo. Sin embargo, tanto cartas como informes indican que la estadía romana del precoz Federigo fue como estar pupilo en un colegio extremadamente exclusivo. Al volver a su casa después de tres años, se convirtió en duque de Mantua y vivió hasta la madura edad de 40 años.
Antes del siglo XV, a nadie se le habría ocurrido crear un retrato de una persona cuya importancia dentro del contexto más amplio era de escasa significación.
Los retratos eran para los reyes, los papas, los santos y otras luminarias, y sus imágenes estaban destinadas a una exposición oficial, más o menos pública, en lugares como iglesias y tumbas.


En el siglo XV, empero, debido en gran medida a la expansión y el enriquecimiento de una clase mercantil, surgió un mercado para imágenes de miembros de la familia destinadas a ser expuestas en su propia casa. Los curadores de esta muestra ­Keith Christianesen, presidente de pintura europea en el Met, y Stefan Weppelmann, curador de pintura italiana y española temprana en la Gemäldegalerie de Berlín­ sugieren que el tema clave era la identidad: en una época de cambio social acelerado, los retratos del Renacimiento representaban la familia, la clase, el rango y las adhesiones políticas de una persona.
Más allá de lo que podía significar para su madre, el retrato de Federigo fue motivado por su identidad como miembro de una familia poderosa y su utilización como prenda en un juego de ajedrez político. El formato estándar de la pintura en los primeros tiempos era de perfil, lo cual, a pesar de la belleza evidente en la realización de las obras de Masaccio, Fra Filippo Lippi, Pisanello y otros, resulta estático, como una imagen en un cartel de tienda. Los perfiles se imponían por las razones simbólicas sugeridas en las numerosas medallas presentes en la muestra. Cada uno de estos objetos metálicos circulares, que varían de 5 a 10 centímetros de diámetro, tiene el perfil de una persona de un lado e imágenes eclécticas, como por ejemplo unicornios, águilas y personajes astrológicos del otro; en toda Europa circulaban copias a la manera de tarjetas de visita de alta gama.
A partir de la mitad del siglo aproximadamente, los pintores pasaron a formatos de tres cuartos perfil y frontales, y las personas pintadas se volvieron más naturales. Los modelos empezaron a devolver la mirada a los espectadores o a mirar pensativamente al espacio. Adquirieron una apariencia de animación física y de vitalidad.
Es en la escultura, no obstante, donde se observa de manera más impresionante la diferencia entre animado y menos animado. Un par de bustos del banquero florentino Filippo Strozzi de Benedetto da Maiano, el primero, un estudio en terracota y el otro en mármol, ambos de 1475, sugieren mucho sobre lo privado y lo público. En arcilla, el hombre de edad madura y de rasgos marcados parece extraviado en sus pensamientos preocupantes. Al llegar al mármol terminado, mira serenamente al vacío, y las líneas de su cara están suavizadas.
En la muestra hay menos mujeres que hombres. Las jóvenes eran tratadas como señuelo para los matrimonios arreglados mediante los cuales las dinastías formaban alianzas entre sí, o sea que la mayoría de los retratos de mujeres presentes aquí muestran ejemplares convencionalmente hermoseados de deseabilidad femenina.
Dos pinturas de Botticelli perfilan mujeres con cabellera abundante y peinados con tocados extravagantes. Las imágenes son más fantásticas que realistas, como las fotos de las modelos de Vogue. En ese sentido, encajan aquí en razón de lo que sugieren sobre las normas del atractivo femenino.
La obra más espectacular de la muestra es un busto en bronce brillante de un hombre con los hombros y el cuello envueltos en una serie de géneros de distinta textura. Es un relicario realizado hacia 1425 para albergar el cráneo de Santo Rossore. Dado que el santo murió en el siglo IV, se piensa que el escultor, Donatello, se usó a sí mismo como modelo. Pese a no ser un retrato, esta versión tamaño busto de un hombre vivo, consciente de sus propios misterios interiores, influiría en los escultores y los pintores durante los siglos venideros.

Fuente: Revista Ñ Clarín