UNA NUEVA CARA PARA EL
MUSEO DE ARTE MODERNO DE SAN FRANCISCO




El prestigioso museo de la costa oeste norteamericana comenzará su ampliación en el verano boreal de 2013. El presupuesto total estimado para el proyecto, a cargo del estudio noruego Snøhetta, es de US$555 millones y tendrá como fin duplicar el área de galerías.

Una nueva cara para el Museo de Arte Moderno de San Francisco
Vista actual del museo
Por Celeste Rivas

La mayoría de los grandes museos de arte moderno en el mundo buscan extender el concepto de modernidad también a su estructura externa, que se convierte en un símbolo de las piezas que residen en su interior y conforma una suerte de extensión de las obras que alberga. Los edificios, en suma, narran una historia en sí mismos, como lo demuestran el Pompidou en París, el Tate Modern en Londres o el neoyorquino MoMA. El Museo de Arte Moderno de San Francisco no es una excepción, como lo atestigua su historia arquitectónica.
Fundado el 18 de febrero de 1935 por Grace McCann Morley, una destacada museóloga norteamericana, gracias a la donación de una colección privada, el Museo de Arte Moderno de San Francisco o SFMOMA fue el primer museo de arte de la costa oeste. Su nombre original fue Museo de Arte de San Francisco, pero agrega el término “moderno” en 1975 debido a su constante búsqueda de mantenerse a la vanguardia del arte.
Desde sus inicios puso el foco sobre la relación entre las nuevas tecnologías y el arte, de forma tal de privilegiar no sólo pinturas de artistas modernos, sino también medios artísticos alternativos, como el diseño y la arquitectura, la fotografía, cine, televisión y, más recientemente, arte digital de la era de internet.
Hoy en día cuenta con una colección permanente de alrededor de 27.000 obras de artistas que van desde Matisse y Picasso hasta Richard Serra, pasando por Jackson Pollock, Clyford Still y Mark Rothko. Su muestra permanente dedica un sector especial a los muralistas latinoamericanos, en donde expone obras de José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, Diego Rivera, Frida Kahlo, como Frida y Diego Rivera (1931) y El porteador de flores (1935), entre otras.
Su ubicación original fue el cuarto piso del War Memorial Veterans Building sobre la avenida Van Ness, una arteria central en la ciudad de San Francisco. Si bien esta locación no fue particularmente llamativa en lo que a su arquitectura respecta, sí lo fue en el contexto de la historia mundial, dado que fue la sede de la redacción y firma de la Carta de las Naciones Unidas al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Como consecuencia, el museo se mudó temporalmente para ceder sus galerías al proyecto.
Debido a su creciente colección estable, fue necesario proyectar un cambio de locación, y en 1988 se presentó el proyecto para el nuevo edificio, a cargo del prestigioso arquitecto suizo Mario Botta, cuyos trabajos incluyen el museo de arte Samsung en Seúl y la torre Kyobo, también en la capital surcoreana.
En 1995, tras 7 años de trabajo y para su 60° aniversario, el museo abre sus puertas en su nueva locación, al sur de la calle Market, en el distrito de SoMA (South of Market), una zona a tan sólo pasos del distrito financiero cuya fertilidad cultural es notoria, ya que alberga varios museos, incluyendo el Yerba Buena Center for the Arts y el Jewish Contemporary Museum, entre muchos otros.
El edificio actual es una construcción ecléctica que combina distintos materiales (ladrillo, piedra, acero), formas (en medio de las líneas predominantemente rectas surge una torre cilíndrica) y colores (blanco, negro, gris y ladrillo).
En el interior, se privilegiaron los espacios amplios y luminosos. Una masiva escalera principal de granito, iluminada por la luz natural que se cuela a través de la claraboya en la cima de la torre central, comunica las galerías de los 5 pisos del museo.
En 2009, el SFMOMA transformó su azotea en un jardín en altura. Si bien este pequeño espacio en el quinto piso es también dominio del arte, ya que en él se exponen esculturas de la muestra permanente del museo, la verdadera estrella de esta adición es el espacio en sí mismo: enmarcado por los altísimos edificios del distrito financiero de San Francisco, el jardín permite echar una mirada intimista sobre el bullicioso centro de negocios desde la distancia de una silenciosa terraza habitada por obras de arte. El pasillo vidriado que conecta el jardín con las galerías del último piso mantiene el mismo espíritu, ya que, del mismo modo, regala al observador la vista de algunos de los edificios más famosos que recortan el horizonte de la ciudad de San Francisco.

La remodelación: 2011 y un nuevo proyecto

Del mismo modo en que hace más de 2 décadas la creciente colección del museo hizo necesaria una mudanza, a mediados de 2011 se presentó un proyecto para la remodelación y ampliación del museo con el fin de hacer frente tanto a la duplicación de su colección permanente como a la triplicación de la cantidad de visitantes por año.
Además, la remodelación responde a la necesidad de crear un nuevo espacio para la colección Doris y Donald Fisher, cofundadores de la conocida marca de ropa Gap, que comprende piezas de corrientes como minimalismo, conceptualismo, pop art y arte figurativo, con artistas de la talla de Roy Lichtenstein y Andy Warhol.
El estudio de arquitectos noruego Snøhetta es el encargado de llevar a cabo la obra y fue elegido entre varias decenas de estudios de distintas partes del mundo. Su proyecto comprende la ampliación del edificio mediante la construcción de una nueva ala junto al edificio original, hacia las calles laterales de donde hoy se encuentra el museo (Howard, Natoma y Minna), que incluirá espacio para nuevas galerías, áreas educativas y de reunión. El proyecto apunta a favorecer la accesibilidad: una de las ideas fundamentales de Snøhetta es articular el espacio del SFMOMA de forma tal de mejorar la circulación de peatones hacia dentro y hacia fuera del museo y crear así nuevas vasos comunicantes respecto del entorno del museo, es decir, en cierta forma mejorar los lazos y la conexión entre el museo y el resto de la ciudad y sus habitantes.




El extenso uso de vidrio en el nuevo diseño se apoya, precisamente, en esa idea. Además, se crearán nuevas entradas sobre las calles adyacentes Minna y Howard. La nueva ala del museo, de unos 60 metros de altura, se elevará por encima del edificio de Botta en unos 10 metros y tendrá también un nuevo jardín terraza para acompañar al ya existente.
El diseño interior, cuyos detalles fueron revelados a fines de noviembre, se propone continuar con el actual y, a pesar de las nuevas galerías y adiciones, complementará el original diseñado por Botta en 1988. Sin embargo, la escalera principal será removida del espacio central de entrada al museo con el fin de crear un espacio más abierto y fluido entre las distintas entradas y galerías.
El resultado de la remodelación duplicará el espacio del SFMOMA, que alcanzará alrededor de 12.100 m2 en espacios destinados a galerías. El costo total estimado es de US$555 millones, de los cuales ya se recaudaron US$ 437 millones. Su fecha de inicio está prevista para el verano boreal de 2013 y su fecha de fin se estima para inicios de 2016.
La ampliación también prevé la mudanza de la estación de bomberos n°1, ubicada sobre la calle Howard, una de las vías sobre las cuales se extenderá la nueva ala. Sin embargo, el museo se hará cargo de los gastos, unos US$10 millones, y dará una nueva estación a la ciudad, más moderna y actualizada, sobre la vecina calle Folsom. Aunque el traslado de la central suscitó dudas iniciales de los vecinos, estas fueron apañadas luego de que el departamento de bomberos afirmara que la nueva locación mejoraría sus tiempos de respuesta.
No obstante, surgieron algunas voces en contra de los planes del SFMOMA. El hotel W, ubicado en la misma cuadra del museo sobre 3rd Street, presentó una apelación al proyecto, debido a que, sostiene, la nueva obra complicará el tránsito en una zona ya congestionada, ya que se encuentra a unas 3 cuadras del agitado distrito financiero de San Francisco, al bloquear las entradas de carga y descarga que actualmente utiliza, lo que lo forzaría a usar las ya cargadas vías adyacentes.
Además, el hotel añadió que la ampliación del museo bloqueará la vista de los huéspedes del hotel. La apelación será tratada el próximo 10 de enero, aunque, según reporta el San Francisco Chronicle, Snøhetta se apuró a responder a las quejas del W en una conferencia sobre el proyecto: “Mirarán (los huéspedes) hacia afuera y verán un museo increíble. Cuando vives en una ciudad, estas cosas pasan. Y eso es lo que hace que una ciudad sea grandiosa”.

Fuente: infobae.com

ROBARON UNA OBRA DE ARTE
Y LA DEVOLVIERON
PORQUE NO LA PUDIERON VENDER


    
Dos ladrones asaltaron en diciembre de 2009 el museo del pintor belga René Magritte. Luego de varios intentos fallidos por colocar L'Olympia en el mercado negro, contactaron a un experto para entregárselo.

Robaron una obra de arte pero la devolvieron porque no la pudieron vender
L'Olympia de René Magritte
Un cuadro del pintor surrealista belga René Magritte robado hace dos años de un museo de Bruselas fue devuelto, aparentemente porque los ladrones no podían venderlo, según informa hoy la prensa belga.
La obra, titulada L'Olympia, había sido robada de un museo de Jette (un distrito del noroeste de Bruselas) consagrado al artista.
El experto en arte Janpiet Callens, contactado hace dos semanas de forma anónima por los supuestos autores para devolver la obra, entregó la pintura a las autoridades y explicó que los ladrones no habían conseguido colocarla en el mercado negro, según los medios belgas.
La pintura es un desnudo de Georgette Magritte, esposa del artista, sobre un fondo de un paisaje junto al mar.
Fue robada el 24 de septiembre de 2009 por dos hombres que actuaron a cara descubierta en el pequeño museo que acoge la antigua casa del matrimonio Magritte en Jette.

Fuente: infobae.com

FINALMENTE, QUEDARON PROTEGIDOS LOS EDIFICIOS ANTERIORES A 1941





RECLAMO. DE LAS ONG FRENTE A LA CONFITERÍA DEL MOLINO, HACE DIEZ DÍAS.
POR PABLO NOVILLO
Unos 140.000 edificios porteños construidos antes de 1941 quedaron finalmente protegidos de eventuales demoliciones, luego de que el Gobierno porteño no apelara una medida judicial dictada la semana pasada. 
De esta manera, cualquier particular o empresa que pretenda demoler o modificar alguna de esas construcciones deberá pedirle autorización a un Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales, que decidirá si la edificación tiene o no valor patrimonial.  
Hasta el año pasado, este sistema era regulado por una ley que, año a año, iba prorrogando la Legislatura porteña. Sin embargo, en el último período legislativo el macrismo no impulsó una renovación de la norma, por lo cual los cerca de 140.000 edificios anteriores a 1941 que sobreviven en la Ciudad corrían riesgo de ser demolidos. De hecho, en los últimos cuatro años, cuando se sancionó la ley por primera vez, fueron presentados 5.242 pedidos de demolición de este tipo de construcciones, y 4.253 fueron autorizados. 
Ante este panorama, seis asociaciones vecinales se presentaron ante la Justicia pidiendo la protección de los edificios: fueron Basta de Demoler, Fundación Ciudad, Proteger Barracas, SOS Caballito, Protocomuna Caballito y Salvemos Floresta, quienes pretendían evitar que la “especulación inmobiliaria” aprovechara las demoras en el tratamiento de la renovación de la ley.
La causa cayó en manos de Andrea Danas, jueza en lo contencioso administrativo de la Ciudad, quien firmó una medida precautelar que le ordenó al Ejecutivo porteño abstenerse de otorgar permisos de demolición para estas construcciones. El argumento es que la ley aún está siendo discutida por la Legislatura, y que hasta tanto ese debate no termine, los permisos de demolición podrían provocar un daño irreparable.
El Ejecutivo porteño, sin embargo, podía apelar la medida judicial, y así mantener abierta la discusión. Pero fuentes del Ministerio de Desarrollo Urbano confirmaron que se tomó la decisión política de no hacerlo, que el fallo quedara firme y que sea la Legislatura la que decida la cuestión.


Fuente. clarín.com

AUSTRIA
PREPARA UN AÑO DEDICADO A GUSTAV KLIMT




El reconocido pintor vienés, contemporáneo de Freud, Musil y Mahler, será el eje de decenas de muestras y actividades conmemorativas por el 150° aniversario de su nacimiento . El artista, una de las figuras más preponderantes de la época de oro del país europeo, fue precursor del expresionismo alemán. 


El cuadro "El Beso", del austríaco Gustav Klimt, es la estrella del museo vienés del Belvedere, uno de los tantos reductos culturales del país europeo que rendirá homenaje al artista en el 150° aniversario de su nacimiento.


Pintor fuera de serie, en rebelión contra la burguesía y las costumbres de su época, Gustav Klimt, nació el 14 de julio de 1862 y fue uno de los fundadores junto a su compatriota Egon Schiele del movimiento vienés “Jugendstil” y de la Secesión, precursor del expresionismo alemán.
Su pintura, con frecuente utilización del dorado, evoca la "Edad de oro" de Viena, una época en que la capital de Austria ostentaba una vida intelectual y artística comparable a la de París o Berlín.
En aquella Viena cohabitaban el fundador del psicoanálisis Sigmund Freud, los arquitectos Otto Wagner y Adolf Loos, así como los compositores Gustav Mahler y Arnold Schönberg y los escritores Arthur Schnitzler, Robert Musil y Stefan Zweig.
Uno de los cuadros más caros del mundo, "Retrato de Adèle Bloch-Bauer I" (1907), vendido en Estados Unidos en 2006 por 135 millones de dólares, hizo correr ríos de tinta en un primer caso de restitución de una obra de arte incautada por los nazis a un coleccionista judío.
Para el 150° aniversario del nacimiento de Klimt, los principales museos vieneses organizan una decena de exposiciones, desde su trabajo de decorador en el Burgtheater -el teatro más grande y más antiguo de Viena- y en el museo de Bellas Artes (Kunsthistorisches Museum), hasta sus dibujos, casi desconocidos para el público.
El museo del Belvedere presentará excepcionalmente la totalidad de su acervo de cuadros del artista (del 6 de julio al 2 de septiembre), mientras una muestra sobre las relaciones entre Klimt y el arquitecto Josef Hoffmann ya abrió sus puertas hasta el 4 de marzo.
El museo Albertina pondrá énfasis en los dibujos de Klimt (del 14 de marzo al 10 de junio), mientras que el museo Leopold abordará su vida privada a través de su correspondencia (del 24 de febrero al 27 de agosto).
El museo de Bellas Artes (KHM) organiza visitas guiadas de las obras de decoración realizados por Klimt y sus alumnos en las majestuosas escalinatas del edificio. Una residencia enteramente decorada por el artista poco antes de su muerte abrirá sus puertas al público este verano.
Por último, un centro Klimt dedicado a la documentación abrirá el 14 de julio en el lago Attersee, en Alta Austria, al oeste de Viena.
La primera referencia del año a la obra de Klimt pudo verse el 1 de enero a través del vestuario naranja y dorado del Ballet de la Ópera de Viena, presentado en el Belvedere con motivo del tradicional concierto de Año Nuevo dela Orquesta Filarmónica de Viena.

Fuente texto: infobae.com

MUESTRA HOMENAJE:
UN VISTAZO AL
CUADERNO DE NOTAS DE BENEDIT



SILLAS. La muestra de Luis Benedit se puede visitar hasta el 2 de marzo en la Torre YPF.

Por María Luján Picabea


“Luis Benedit 2009-2010”, se lee en la primera hoja de una libreta de notas Moleskine. Vuelta de página y aparece una lista de sitios de Internet. Luego, hoja tras hoja, bocetos a mano alzada y con lapicera fuente, notas y trazos rápidos. Proyectos, ideas: varios modelos para un comedero de pájaros, una pérgola, sillas, sillones, mesas, cuchillos. Algún retrato a lápiz. La intimidad del pensamiento de un creador incansable.
El martes 12 de abril de 2011, el arquitecto, diseñador y artista plástico Luis Benedit murió por una neumonía que complicó su enfermedad cardíaca. Estaba, por entonces, craneando una muestra: Luis Benedit. Diseñador, en exposición hasta el 2 de marzo en la Torre YPF (Macacha Güemes 515). “Con Tatato veníamos trabajando desde hacía varios meses para la muestra en la Torre. Su muerte nos paralizó. Nos dejó en un lugar de incertidumbre, y nuestra primera reacción fue simplemente de duelo, de desazón, entonces pensamos que no tenía sentido continuar el proyecto sin él”, cuenta el curador Fernando Farina en el catálogo de la exposición que, aclara, se decidió retomar en honor al entusiasmo del propio Benedit. “Tratamos de recuperar sus palabras, nos metimos en su archivo, escudriñamos su biblioteca y encontramos no sólo las cosas que había pensado para la muestra sino también diseños de hace años, bocetos, dibujos”, explica el curador. Todas esas huellas, sus creaciones, sus mesas con terminaciones de pulgares, sus sillones, sus trabajos en hueso, su letra, su trazo, sus notas, lo muestran vivo en esta exposición.

Fuente: Revista Ñ Clarín

EL CLUB DE LOS COLECCIONISTAS



El curador Marcelo Pacheco analiza en su último libro Los sinuosos caminos que el coleccionismo recorrió desde la Colonia y sus cruces con la historia argentina. 


Por Guido Carelli Lynch

No es exagerado afirmar que el gusto y los conocimientos de Marcelo Pacheco marcaron buena parte de la agenda artística argentina de los últimos 25 años. En los 80, desde su rol docente en la UBA. Diez años después, desde sus diferentes puestos en el Museo de Bellas Artes y, en la última década, como Curador en Jefe del Malba. Sus opiniones no sólo cuentan a la hora de elegir las exposiciones del museo privado más importante de la ciudad, también a la hora de elegir el patrimonio artístico que allí se está forjando desde hace 10 años y que ya suma 470 obras.
Ahora ha publicado Coleccionismo artístico en Buenos Aires. Del Virreinato al Centenario, primera parte de una obra que, en buena medida echa luz sobre la historia artística y política del país. En realidad, dirá Pacheco desde su casa y por teléfono, el proyecto original era escribir sobre coleccionismo de los años 1920, 1930 y 1940, la etapa en la que se especializó. Pero cuando empezó a buscar el material y a revolver papeles y archivos, entendió que, para entrar en ese primer coleccionismo moderno, necesitaba hacer una revisión exhaustiva del siglo XIX. Cuando se quiso acordar, estaba trabajando más sobre el coleccionismo del s. XIX que sobre el s. XX, que lo había movilizado a escribir. Ahora duermen en su computadora 520 páginas inéditas sobre el primer coleccionismo moderno en la Argentina.
-¿Cuándo comenzó el coleccionismo en el territorio que hoy conforma la Argentina?
-Hay una protohistoria del coleccionismo argentino, porque el coleccionismo no es algo que empieza en el siglo XIX; es un fenómeno anterior que tiene que ver, además, con un grupo de descendientes de españoles, de migrantes del Alto Perú, que formaron parte de la burguesía criolla del s. XVIII. De allí salieron los protagonistas de la Revolución de Mayo.
-¿Dónde adquirían las obras?
-Eran obras que encargaban o traían de Europa. En su mayoría, eran obras francesas, españolas, flamencas o italianas, sobre todo romanas. Los encargos se hacían directamente desde Buenos Aires o se encargaban a Perú, a Lima. También, se conocen algunos ejemplos de piezas encargadas a Potosí y a Ecuador. Dentro de lo que más tarde sería el territorio argentino, solamente las misiones jesuíticas producían obra.
-¿Cuáles eran los criterios del coleccionismo de entonces y cuáles son los de ahora?
-Los criterios han cambiado y, también, las tipologías y la manera de consumo: eso es indudable. En el s. XVIII existía un mercado que funcionaba a través del encargo o de obras que llegaban y se remataban. Pero no existía un mercado como tal, no había galerías, no había marchands, no estaba todavía articulado el sistema de comercialización. La obra tenía además una función que no era específicamente artística, sino decorativa o de devoción o de culto. No existía todavía la idea de obra de arte como la conocemos nosotros en la actualidad. Ellos lo que consumían eran piezas para adornar las casas, o bien piezas que tenían que ver con el culto.
-¿Y qué cosas sí compartían?
-La dimensión de prestigio social que daban las piezas y el hecho de que siempre estuvieran ligadas a las familias de mayores fortunas. Las colecciones denotan, o tienen un valor simbólico que tiene que ver con la posición social y eso se ve muy claramente ya desde el s. XVIII; es en las casas más ricas de Buenos Aires donde aparecen los conjuntos de pinturas y los conjuntos de escultura. En el s. XIX, los motivos por los cuales van comprando son distintos. En la primera mitad del s. XIX se compraba para acceder a un estilo de vida relacionado con el lujo. Las obras de arte, de la misma manera que los mobiliarios, las tapicerias, la cristalería, la platería, entran a funcionar dentro del sistema que tiene que ver con las casas más importantes de Buenos Aires, decoradas con piezas importantes del punto de vista artístico. Por eso sigue funcionando la idea de distinción de clase, la idea de demostración de riqueza y la idea de lo suntuario. Sin embargo, a mediados del s. XIX, cuando se arman colecciones como la de Manuel De Guerrico, la pintura  tiene ya una función política, se piensa en la pintura como uno de los tantos mecanismos de educación de la población. A mediados del XIX las colecciones se arman no tanto pensando en lo suntuario, sino en esta idea de que hay que poblar y civilizar el desierto, como decía Sarmiento; los cuadros funcionan de esa manera. Por eso coleccionan sobre todo maestros antiguos, por eso hacen copias o compran réplicas de Rafael, porque existía el propósito de “civilizar”. Los cuadros son pensados como un producto de educación que viene de París, específicamente a civilizar la pampa, que para ellos era el desierto. Por eso no es tan importante, en esos casos, la pintura moderna, sino específicamente los maestros: es a través de ellos  que se va a educar y se va a civilizar ese desierto.
-¿Los primeros grandes coleccionistas aparecen justo después con la conformación de una elite ruralista?
-Efectivamente, después de la campaña del desierto es cuando se arman las grandes colecciones, que están relacionadas con una cuestión de clase y de distinción. Hay unos 130 coleccionistas funcionando en Buenos Aires. La obra religiosa ya no se considera de culto y los retratos ya no son solamente retratos familiares, porque eso ya lo cumple la fotografía. El retrato va a pasar a ser uno de los géneros de la pintura, se incorpora con fuerza la escultura, y se van armando conjuntos de alrededor de 150 o 250 piezas que se ponen en las principales residencias de Buenos Aires, sobre todo en la calle Corrientes, donde residía la primera elite terrateniente.
En esta compilación titánica de Pacheco queda en evidencia no sólo el consumo de la época, sino también el papel de la dirigencia, que “desde Rivadavia en adelante” participó activamente en el mercado del arte y en el coleccionismo. Nombres grandes de la historia argentina se cruzan. Aristóbulo del Valle creó una de las colecciones más grandes de la época. Miguel Cané, el autor de Juvenilia, fue uno de los intermediarios más grandes de la época y el responsable de comprar los cuatro óleos de Goya que descansan en el MNBA y los dos que se quemaron en el Jockey Club, durante el primer peronismo. Los datos curiosos tampoco se agotan con el músico Julián Aguirre, que compró obra de Picasso, ni con la variada obra de Degas que se encontraba en Buenos Aires, donde casualmente se radicó su hermana. Rosario se erigió como un centro de falsificación de obra y los impuestos para importar piezas oscilaron entre el histórico gravamen del 25 y el 40 por ciento que impuso Rosas. A finales del s. XIX y principios del XX aparecieron los asesores de coleccionistas, como Eduardo Schiafino y Sila Monsegur, como Pacheco hoy. Schiaffino, fundador y director del MNBA hasta 1910  creó gran parte de esa colección, y consiguió varias veces presupuestos especiales a través del congreso de fondos de la Lotería Nacional, para comprar obra en Europa.
-¿Qué características te parece que persisten hoy en el coleccionismo actual?
-Yo diría que ya características del XIX es muy difícil rastrear en el coleccionismo de hoy, porque la matriz, desde el coleccionismo actual, arranca con el primer coleccionismo moderno de 1920 en adelante. Que es el momento en que se produce el cambio de ciclo histórico. Hasta la década de 1960 en cierta medida podía pensarse que ciertas prácticas, venían desde la colonia, porque los grandes coleccionistas más importantes de pintura, también eran bibliófilos, también tenían grandes bibliotecas. Eso 
-¿Cómo describiría a los coleccionistas argentinos actuales?
-La generación de coleccionistas que hoy está activa es la que entró en el campo a partir de la década de 1990. Tienen en común haber ingresado relativamente jóvenes al circuito, con 35 años ya tenían armados conjuntos más o menos importantes. Gran parte está especializado en arte contemporáneo y en arte argentino más que internacional. Forman un grupo pequeño que tiene contacto entre sí. Son una suerte de club de coleccionistas, entre ellos mismos se reconocen y compiten por la posesión de las piezas. Están ubicados en el mercado internacional, forman parte de los coleccionistas VIP, que invitan las ferias de arte europeas y norteamericanas, están relacionados con museos del exterior, como la Tate en Londres o el MOMA en Nueva York, el Museo de Houston o el Museo de Philadelphia. Son coleccionistas que entendieron el juego de la globalización, la mayoría son grandes empresarios que vendieron todas sus empresas en la época de Menem, en la época del boom de la venta de todas las petroleras, las industrias farmacéuticas, etc. Se hicieron de grandes capitales, tuvieron una gran liquidez y entraron en el mercado. El caso excepcional es el de Eduardo Costantini, que se dedicó al arte latinoamericano. Los formadores de opinión de estos coleccionistas fueron Jorge y Mario Helft, que habían empezado a coleccionar en los 70, y Marcos Kubric, que también había empezado a coleccionar en los 70, ellos fueron los que marcaron una línea.
Marcelo Pacheco, no lo dice. Pero también les marcó el gusto y señaló con el dedo. También escribe.


Fuente: Revista Ñ Clarin

UN DESPLIEGUE
DE MIL AÑOS DE RELATOS JAPONESES



En manos de los artistas japoneses, los rollos eran el equivalente de películas primitivas. Su fluidez, su expresividad emocional y su sentido de la acción les confieren una inmediatez contemporánea. 


POR ROBERTA SMITH - The New York Times

"Storytelling in Japanese Art", en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, es una combinación cautivante de contar, leer y mirar. A través de paneles con textos, epígrafes y diagramas, la exposición revela el costado narrativo del arte japonés con una claridad memorable.
Fue organizada por Masako Watanabe, una investigadora de primer nivel en el departamento de arte asiático del Met, y si bien está instalada en las salas de la colección permanente de arte japonés del museo, se trata de una muestra temporaria llena de préstamos significativos.
Continuará hasta el 6 de mayo y contiene más de 100 obras que abarcan desde el siglo XIII hasta el XIX. Constituyen su núcleo unos 20 rollos pintados a mano, o emaki, un medio ingenioso que evolucionó a partir de los sutras ilustrados que comenzaron a llegar a Japón procedentes de China en el siglo octavo como parte de la propagación del Budismo.
Pese a estar llenos de detalles naturales maravillosamente observados, los rollos japoneses pintados a mano, a diferencia de sus precedentes chinos, se desarrollaron menos como vehículos del paisaje puro que como escenarios sobre los cuales se desarrollaban dramas humanos, en algo similar a espacio y tiempo reales. En manos de los artistas japoneses, los rollos eran el equivalente de películas primitivas. Su fluidez, su expresividad emocional y su sentido de la acción les confieren una inmediatez contemporánea.
Esto ya queda establecido al comienzo de la muestra con una obra maestra: los cinco rollos conocidos como "Leyendas ilustradas del Santuario de Kitano Tenjin", un ejemplo sublime de la pintura con tinta al estilo chino iluminada con aguadas translúcidas de color del período Kamakura correspondiente al siglo XIII. Adquiridos en 1925, estos rollos constituyen una de las grandes pinturas del Met, pero nunca habían sido expuestos.
"Storytelling in Japanese Art" no es una retrospectiva históricamente completa. Su principal objetivo es hacer un seguimiento de la mezcla de diferentes géneros y estilos pictóricos y narrativos.
Su disposición es tanto temática como cronológica, con grupos de diferentes obras de diferentes siglos para dar testimonio de la atracción permanente que ejercieron algunas historias sobre la imaginación.
En la sección dedicada al "Relato de Genji", la novela del siglo XII que constituye uno de los aportes más grandes de Japón a la literatura mundial, libros y rollos están agrupados alrededor de un par de biombos del período Edo del maestro del siglo XVI Kano Soshu como una pequeña embarcación alrededor de un magnífico buque.
Al comienzo de la exposición, En No Gyoja, el legendario fundador de un ascetismo de montaña que combina aspectos de las creencias Shinto y budistas conocido como Shugendo, recorre varias técnicas, entre otras, rollos colgantes que podríamos llamar intencionales y otros accidentales, es decir, los realizados con fragmentos suprimidos de rollos pintados a mano y montados sobre textiles, así como también rollos pintados a mano intactos.
A partir de allí, la muestra va siguiendo la vida pictórica de narrativas muy apreciadas de una técnica a otra. Relatos sobre construcciones de templos o sobre la evolución espiritual de seres semi-divinos dan paso a celebraciones de las vidas de los soberanos, batallas militares épicas o romances triangulados.
Watanabe ha complementado los rollos, libros y biombos con obras en otras técnicas.
En la última sala se encuentra "El cuento de los Ratones", con su elenco de roedores blancos bien vestidos. Es uno de los puntos salientes de la muestra que puede llevarnos a preguntar si acaso Japón, pese a su tamaño reducido, no ha contribuido más de lo que le corresponde a la cultura popular actual. No existe ninguna ciencia dura que nos permita llegar a una respuesta definitiva. Esta muestra fascinante refleja, sin embargo, esa provocativa posibilidad.


Fuente: Revista Ñ Clarín