LA CRISIS
PONE EN PELIGRO LOS CUADROS DE DA VINCI



Los recortes del gobierno británico provocaron varios despidos de personal de vigilancia en la National Gallery de Londres. Ahora, no todas las salas del museo podrán ser custodiadas, por lo que hay alerta en el mundo del arte.

La crisis pone en peligro los cuadros de Da Vinci
 Foto Efe


Las políticas de austeridad determinadas por el gobierno de David Cameron no tienen excepciones. Hasta el arte sufre las consecuencias de una grave crisis económica que golpea a toda Europa.
Por los recortes, los empleados de la National Gallery de Londres aprobaron realizar una huelga en protesta por los despidos, de acuerdo al diario español ABC. Justo en estos momentos, la galería expone una muestra sobre la etapa milanesa de Leonardo da Vinci.
Las bajas dentro del área de vigilancia comenzaron en el verano, luego de un un hombre de de 57 años rociara con spray dos obras del pintor francés del siglo XVII, Nicolas Poussin.
Pero con los recortes de personal, la cuestión se complica porque los empleados deberían controlar dos salas a la vez, por lo que varios sectores quedarían desprotegidos.
Es por ello que los amantes de la pintura están indignados, dado que temen suceda algo con las ocho pinturas del maestro renacentista expuestas en la National Gallery.
“Ni la más atenta y alerta de las personas puede estar en dos lugares a la vez, o ver a través de las paredes”, advirtieron desde ArtWatch UK, organización de denuncia de excesos en el mundo del arte.

Fuente: infobae.com

GINASTERA TIENE SU PLAZA EN RETIRO

Reconocimiento público.
La Legislatura porteña descubrió una placa en honor del músico en San Martín y Ricardo Rojas.


La celebración del Día de la Música fue elegida por la Legislatura porteña para rendir homenaje a Alberto Ginastera, uno de los mejores compositores argentinos, y dar su nombre a una plazoleta en el barrio de Retiro.
Ubicado entre las calles San Martín y Ricardo Rojas, el espacio verde es casi una continuación del edificio Kavanagh, que según Ginastera era el mejor lugar de Buenos Aires para vivir. "Amaba este lugar, decía que desde acá se ven el río, la plaza San Martín, la calle Florida..., así que estoy muy contenta", dijo a La Nacion Georgina Ginastera, hija del músico nacido en Barracas en 1916 y muerto en Ginebra en 1983.
La pequeña plazoleta lucía ordenada, pero sin las flores que el gobierno porteño tuvo la intención de plantar. Por un error, las flores se pusieron en una plazoleta de la avenida San Martín y Rojas, en Caballito, según admitieron con rubor los organizadores del acto.
No fue éste el único episodio bochornoso en torno de los reconocimientos a Ginastera. En 1993, la entonces municipalidad porteña puso una placa con el nombre del músico en la plazoleta junto al Teatro Colón, entre Viamonte y Libertad. Pero en 2000 fue retirada porque ese espacio ya tenía nombre: Ciudad del Vaticano. Hacía más de 30 años y, por eso, no podía cambiarse la denominación.
Por ese motivo, el acto de ayer era señalado, con discreción, por amigos y seguidores de Ginastera como una reparación histórica.
Para rendirle homenaje, la Orquesta Sinfónica de la Ciudad interpretó algunos temas de Ginastera. Ubicada bajo uno de los jacarandás florecidos, su colorido y perfume invadió la escena.
Con breves intervenciones recordaron al fundador del Conservatorio de la Ciudad de La Plata y del Centro Latinoamericano para Estudios Musicales del Instituto Di Tella, el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi; el ex alumno y amigo de Ginastera Adalberto Tortorella; la musicóloga Cecilia Scalisi; la diputada Diana Maffía (Coalición Cívica), que impulsó el proyecto en la Legislatura, y la hija del músico.
Tortorella evocó una inquietud constante de su maestro: "Seguramente, si Alberto estuviese vivo pediría a las autoridades que ayuden más a los jóvenes que se dedican a la música clásica".

Fuente: lanacion.com

¿CLIENTES VS. ARQUITECTOS?



Siempre hubo historias entre unos y otros. “La plata la pongo yo”, aseguran los clientes.
Los profesionales añoran las épocas en las que trabajaban para gente “sensible”.


  • Tres dimensiones
Desde siempre, la relación entre arquitectos y clientes (comitentes, como se denomina en la jerga) ha sido conflictiva.
Para algunos historiadores, aunque existan el Partenón, el Coliseo o de las pirámides de Egipto, la Arquitectura existe como disciplina, en los términos en que la conocemos ahora, desde el Renacimiento (siglo XV). Lo cierto es que por mucho tiempo no se ocupó de la gente común; estuvo dedicada a satisfacer las necesidades de dioses, papas, reyes y príncipes.
Las páginas de la Historia del Arte muestran iglesias, templos o castillos y sólo recién en los últimos capítulos, dedicados a la Modernidad (fines del siglo XIX y principio del XX) aparecen las viviendas. Como decía el arquitecto cordobés Ignacio “Togo” Díaz: un tema donde “el usuario tiene rostro”. Claro que no viene solo... Con las casas, las relaciones entre arquitectos y clientes se hicieron más personales, aparecieron con mayor intensidad las comedias de enredos y los conflictos.
Todos tienen un poquito de razón. Los clientes dicen: “La plata la pongo yo, por qué mi arquitecto va hacer lo que quiere”. “¿Qué se cree que me va a enseñar cómo tengo que vivir?” Los arquitectos, en muchos casos, la juegan de incomprendidos y reclaman clientes más cultos, que sepan comprender su arte. Añoran los tiempos en que la Arquitectura, así con mayúsculas, estaba allá arriba. Cuando una Victoria Ocampo buscaba a los mejores arquitectos (primero a Le Corbusier y luego a Alejandro Bustillo) para hacerse su casa en Barrio Parque, en Rufino de Elizalde 2831, donde hoy funciona la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes.
Volviendo a hoy y a la tierra, se quejan porque una vez que terminan las obras, cuando llegan los dueños y las habitan, se las arruinan. Se sabe, dicen como un secreto a voces, la foto hay que sacarla inmediatamente antes de que se muden.
También, pobres, se sienten ultrajados porque luego de parir la obra durante más de un año, les cierran las puertas y en el mejor de los casos pueden pedir permiso para visitarla.
En la última recorrida que hice acompañado por arquitectos visitando “sus” casas, recogí nuevos testimonios que ¿echan luz? sobre estas relaciones peligrosas.
Uno de los arquitectos me contó que hasta le ofreció regalar al cliente los planos con los diseños de los muebles de la casa supervanguardista que estábamos visitando para evitar que pusiera los horrendos muebles de caño que finalmente puso e imposibilitaron cualquier foto digna.
Otro me confesó que para evitar que su obra quede desdibujada por los gustos de los dueños, su estrategia es hacer una arquitectura tan fuerte, de tanta presencia, que resista cualquier cachivache. El susodicho las crea con unas potentes estructuras de hormigón visto que concentran la atención de cualquier distraído y ningunean el equipamiento.
El más conceptuoso me aseguró, mientras visitábamos una fantástica casa donde estaba cuidadosamente diseñado hasta el más mínimo detalle, que los arquitectos necesitan de un cómplice para hacer una buena obra. Una curiosa definición que deja implícito que la intención profunda del proyectista es llevar a cabo una tropelía, un capricho o, si seguimos al pie de la letra la acepción de la palabra cómplice, simplemente algo así como un delito.
También hubo de los otros, de esos que se llenan la boca con discursos políticamente correctos. Son los que dicen respetar el gusto de la gente, que no hay que imponerles nada, que la gente no come vidrios y sabe perfectamente qué quiere.
Ni tanto ni tan poco, qué tal una comparación gastronómica. Habito todos los días como desayuno, almuerzo, meriendo y ceno. Puedo asegurar que la carne me gusta a punto, jugosa o medio pasadita. Con mucha o poca sal. Que prefiero tal o cual corte. Pero todas esas sabidurías no me convierten ni en cocinero ni me habilitan para hacer un programa gourmet.
Un buen chef me puede sorprender con los más exquisitos manjares. Puede guiarme a descubrir una impensable combinación de gustos, colores, aromas y texturas. Puede aconsejarme en la elección del vino adecuado. Y, en algunos casos, hasta programarme una dieta saludable. Para mí, los buenos arquitectos son los que hacen eso. Guían, asesoran, acompañan al cliente para hacer su casa. Los ayudan a decidir, a descubrir las mejores posibilidades aunque estén fuera de libreto. No buscan en el cliente un cómplice para llevar a cabo “su” obra, ni un instrumento para obtener una buena foto que rankee para ser publicada. En todo caso, buscan un compinche. Alguien con quien compartir la aventura de generar un proyecto con intereses que se potencien: “tu mejor casa, mi mejor proyecto”. 


Fuente: www.lanación.com

EL EFÍMERO ARTE DEL HIELO




La técnica de modelar figuras en hielo constituye una compleja y atractiva expresión artística que en los últimos años ha ganado adeptos en diversas latitudes. Por estos días, 40 artistas tallan meticulosamente bloques de hielo con motosierras, cinceles y picos para dar forma a las figuras que desde el 3 de diciembre formarán parte de uno de las mayores festivales de este arte. La muestra se celebra en la ciudad holandesa de Zwolle y todas las creaciones serán exhibidas durante dos meses bajo un complejo sistema de conservación.

Fuente: clarin.com

LOS CAFÉS DE VIENA,
PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD


REPORTAJE
La UNESCO reconoce la labor de estos centros de vida social e intelectual sin los que es imposible entender la cultura europea

Fachada del Café Landtman
GLORIA TORRIJOS / Viena

La tradicional cultura de los cafés de Viena, a los que acudía y acude la intelectualidad austriaca e internacional, personalidades de la música y la política, y últimamente también del celuloide, han sido incluidos "como práctica social" la semana pasada en la Lista Nacional del Patrimonio Cultural Intangible de la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Pese a que los primeros cafés se abrieron en el Imperio Otomano, fue en la Viena de finales del XIX cuando vivieron su época dorada. Muchos intelectuales vivían prácticamente en esos locales: entraban ya por la mañana llevando del brazo el atuendo que se iban a poner para la noche y se cambiaban en un reservado cuando llegaba la hora de salir del local, como hacia el escritor y poeta Peter Altenberg (1859-1919).

Una silla diseñada por Michael Thonet
El café Landtmann, por ejemplo, está estrechamente ligado al padre del psicoanálisis, el austriaco Sigmund Freud, del que era cliente habitual. Nada extraño si se tiene en cuenta que no está lejos de la que era su vivienda y su consulta en la Bergasse, mientras que el Central, en el palacio Ferstel, era el favorito de su compatriota Altenberg y del revolucionario ruso judío Leon Trostky durante su exilio antes del comienzo de la I Guerra Mundial. Altenberg, "el poeta sin casa", como le denomina el escritor Claudio Magris en su libro El Danubio, vivía física y literalmente en el Central, por ello, desde hace décadas una figura que le representa, realizada en papel maché, está sentada frente a la puerta, como si estuviera atenta a la entrada y salida de clientes. Es tan realista, que hay personas, especialmente turistas, que al encontrárselo nada más entrar y verle mirando fijamente, creen que es una persona, quizá perteneciente al local, y le saludan o se despiden de él al pasar por su lado sin advertir que es una escultura.
Una muestra de que estos establecimientos, que revelan el saber vivir austriaco desde hace casi cuatro siglos, siguen reuniendo a la élite de cualquier sector junto con el ciudadano de a pié, es que mientras esta periodista redactaba estas líneas, en el Café Ediles, detrás del Parlamento federal austriaco y del Ayuntamiento, por lo que sus clientes habituales suelen ser políticos, entraron en él el director de la Wiener Staatsoper (Opera de Viena), el francés Dominique Meyer, con el presidente de la también prestigiosa institución de la Filarmónica de Viena, el austriaco Clemens Hellsberg. Se entiende por tradición cultural de los cafés vieneses la posibilidad de que sus clientes habituales puedan recibir en ellos su correspondencia, es decir, como si fuera su propio domicilio, que se pueda quedar uno, da igual que esté de paso por la ciudad, horas y horas con una bebida, habitualmente un café, sin obligación de consumir más.

La lectura

Todos ofrecen además la posibilidad de leer diferentes diarios, nacionales, regionales y extranjeros sujetos a un marco de madera, pues o cuelgan de un perchero de los llamados vieneses o están sobre un mostrador e igualmente lo portan para mantener el orden las hojas y, en lo posible, el buen estado del periódico, que ese día pasará por las manos de numerosos clientes. Los cafés vieneses fueron siempre centro de reunión social. En ellos,"se sienta la gente que quiere estar sola, pero que necesita compañía", decía el escritor austriaco Alfred Polgar, uno de los favoritos de su colega checo de la minoría alemana Franz Kafka. Lo que se conoce como el Modernismo vienés fue impregnado por la cultura de los cafés de Viena, que ofrecían una plataforma para el intercambio de ideas. Eran lugar de trabajo de escritores y pensadores, a la vez que de relajo. El conocido actor y escritor austriaco Helmut Qualtiger y su compatriota el escritor checo de la minoría alemana Friedrich Torberg, frecuentaban el Café Hawelka, un clásico como el Central o el Landtmann, y filosofaban sobre el mundo y sobre Dios.
Su época dorada fue el fin del siglo XIX, la de 1900, en la que convergieron los cambios propios del ocaso de una época con una monarquía en decadencia ante otra que surgía y en la que florecían las artes y el pensamiento, la creatividad, que inspiró a numerosos escritores, como el austriaco Arthur Schnitzler, que disecciona el alma humana y a quien Freud llamó su alter ego literario. Se conocieron y se admiraban mutuamente. En el Café Landtmann, Freud adoctrinaba durante horas sobre la histeria femenina, la normalidad de la práctica del incesto y otros elementos de su pensamiento, mientras Schnitzler escribía sobre la conciencia y le daba forma en su Relato soñado y el escritor y dramaturgo Hugo von Hofmannsthal buscaba ideas para completar su Jedermann (Cada cual), obra de teatro que se representa cada año en los Festivales de Salzburgo, en verano, fundados en 1920 por él con el director teatral Max Reinhardt, judío austriaco, y el compositor alemán Richard Strauss.

Reuniones políticas

Incluso la iniciativa de la creación de una nación para los judíos, que se hizo realidad en 1948 con la fundación del Estado de Israel, fue debatida intensamente por el fundador del sionismo político moderno Theodor Herzl con sus coetáneos en el Landtmann. En 1900 se hacía política al lado de una taza de café y de un pedazo de las ya famosas tartas vienesas en un café, en el que, por lo general, había música de piano tocada en vivo a partir de las seis de la tarde. También Thomas Bernhard, escritor y dramaturgo austriaco de la segunda mitad del siglo XX, era un habitual de un café, del Bräunerhof, en el caso histórico de Viena, en los que perfeccionó muy probablemente su visión del mundo, que muchos consideran pesimista y otros tantos, realista. En las últimas décadas, el Landtmann, quizá el más elegante, ha tenido como clientes a la política estadounidense Hillary Clinton, al ex beatle Paul McCartney, al actor de Hollywood Burt Lancaster y a la actriz austro-alemana Romy Schneider.
"La tradición de la cultura de los cafés de Viena se remonta al siglo XVII y se distingue por un ambiente muy específico. Son típicos las sillas de Michael Thonet, pionero austriaco del método de dar forma a la madera con calor, las mesas de mármol, en las que se sirve el café y las que muestran los diarios", que conviven con "los asientos con bancos" de forma semicircular o de líneas rectas, "y los detalles de diseño interior de estilo historicista" (siglo XIX), es decir, que imita el de otras épocas con motivos actuales. "Son un lugar donde el tiempo y el espacio se consume, pero solo aparece el café en la cuenta", indica la Comisión de la UNESCO encargada de elaborar la lista. La Convención de la UNESCO para Salvaguardar la Herencia Cultural Intangible fue creada en 2003 y se aplica a bienes no materiales que aportan a grupos o comunidades "un sentido de identidad y continuidad", como, entre otros, las tradiciones orales y las expresiones, las artes escénicas, las prácticas sociales sobre la naturaleza y la artesanía tradicional.

El escritor y poeta Peter Altenberg prácticamente vivía en el Central de Viena
Desde el siglo XVII

La historia de la cultura de los cafés vieneses data del 1683, año en el que un vienés llamado Georg Franz Kolschitzky (1640-1694) recibió, supuestamente, la primera licencia oficial para vender café y lo hizo en un local que llamó La botella azul. Los granos se los había comprado a los turcos, que en aquella época sitiaban Viena, reza la leyenda. El primer café de Viena del que se tiene información oficial fue abierto en 1685 por Johannes Diodato (1640-1725), nacido en Estambul y de origen armenio o griego, quien procedente del Imperio Otomano introdujo esta bebida con cafeína en la capital del imperio austro-húngaro de los Habsburgo.
Actualmente, estos locales ofrecen una veintena de diferentes tipos de cafés, lo que hace muy difícil la elección, especialmente para el primerizo. Los establecimientos dieron un gran paso cuando incluyeron la práctica de poner a disposición de sus clientes periódicos. Esta práctica data de 1720 y la ideó el Kramersches Kaffehaus en el centro, ahora peatonal, de Viena. Otro avance, fue les fue permitido ofrecer comida caliente y bebidas alcohólicas. Esto último tiene su origen en la prohibición de traficar con café emitida por Napoleón en su comercio con Inglaterra, que también fue aplicada a Austria desde 1808, causando una gran subida de las tasas de los granos de café, lo que llevó a los cafeteros vieneses a buscar otras fuentes alternativas de ingresos creando así un nuevo tipo de establecimiento, el Kaffee-Restaurant.
Esa novedad ha demostrado ser de éxito en los últimos 300 años dado que, según la Cámara de Comercio, Viena tiene actualmente 1.083 cafés, 900 Kaffee-Restaurants y 181 Kaffe-Konditoreien, es decir, cafés que producen y venden su propia pastelería. No fue hasta 1900 en que la joven intelectualidad hizo de ellos su lugar de reunión para celebrar tertulias, aunque la primera época de florecimiento de los cafés se dio en torno a 1815, cuando aquellos que creían ser alguien o lo eran se sentaban en los bancos tapizados en terciopelo rojizo, bajo las enormes lámparas, con luz algo sombría y amarillenta, igualmente típicas hoy en día, y los revestimientos de madera de las paredes que decoraban estos lugares, impregnados del aroma de los granos tostados de café.
Entre las peculiaridades de los cafés de Viena destacan el que hasta 1856 no se permitió la entrada de clientas, por lo que la única mujer que había habido en ellos hasta entonces era la cajera, y el que estos locales contaran a finales del siglo XVIII con mesas para jugar al billar, espejos, un gran reloj, arañas de cristal y a los que se entraba por la esquina de un edificio, con buenas vistas de la calle. Desde que decayeron en los años setenta los cafés han vuelto a renacer gracias a Internet. Los que tienen Internet inalámbrico o WiFi, cada vez más numerosos, se llenan de gente portátiles. La gente acude a los cafés de Viena para no ser molestados en sus pensamientos mientras beben sin prisa, extremo fundamental. Son lugares que sirven de refugio contra el estrés de la gran ciudad. Ofrecen espacio para hacer de espectador callado y poder estudiar la diversidad de la gente y sus conductas, según formuló el autor Polgar.
El café de Viena es legendario, de renombre internacional, una institución, un símbolo de la capital austriaca, sobre el que se ha escrito mucho, muy visitado y tan vivo hoy como lo fue en el pasado. Hay muchos que aseguran que no habría Estado de Israel, ni muchos textos literarios, filosóficos ni canciones si no hubiera existido esa especial atmósfera que creaban y crean los cafés de Viena, la de un pasado de monarquía y arquitectura modernista (Jugendstil), de música clásica, propicio para el nacimiento de ideas nuevas que contribuyeron a cambiar el mundo. Ya lo decía el emperador Francisco José, "Ustedes tienen suerte. Pueden sentarse en los cafés".

LA VANGUARDISTA CASA DEL ÁRBOL


El edificio, de 1941, queda al límite de Colegiales y es un símbolo del Modernismo, hecho por discípulos de Le Corbusier.

MODERNA. LOS 9 PISOS DEL EDIFICIO FUERON CREADOS POR KURCHAN Y FERRARI HARDOY.

Por Eduardo Parise

Tiene nueve pisos y se lo considera un ejemplo del Modernismo. Lo proyectaron en 1941 (el mismo año en que se habilitaba la avenida General Paz) y su inauguración se realizó tres años después. Y aunque muchos lo tienen como un clásico arquitectónico del barrio de Belgrano, por una cuestión de “fronteras” (la calle Virrey del Pino es el límite) el edificio está en la vereda que corresponde a Colegiales. Su nombre oficial es Edificio Los Eucaliptus, pero se lo conoce como “La Casa del Arbol”, la misma a la que la Legislatura porteña acaba de designar como edificio protegido por su valor arquitectónico e histórico. Es que esa construcción que está en Virrey del Pino 2446 tiene una curiosidad: cuando se pensó en su diseño, los tres eucaliptos que ocupaban el terreno no fueron tocados y uno hasta quedó integrado al edificio como “el centro del juego estético propuesto por los arquitectos”.
Los arquitectos que lo pensaron fueron Juan Kurchan (1913-1972) y Jorge Ferrari Hardoy (1914-1977), dos argentinos que formaron parte del Movimiento Moderno en el país y del histórico Grupo Austral, fundado en 1937. Aquella asociación integraba esa mística innovadora que, en todas las disciplinas y con especialistas en cada área, introducía nuevas tendencias. En este caso, la idea avanzaba sobre la arquitectura, pensando en la ciudad del futuro.
Es que ambos habían trabajado, durante un año, y en París, con Charles Edouard Jeanneret-Gris, un suizo-francés que vivió entre 1887 y 1965 y al que el mundo conoció como Le Corbusier, creador del CIAM, el Congreso Internacional de Arquitectura Moderna. En 1929, Le Corbusier dio diez conferencias en Buenos Aires y entre sus conceptos sentenció aquello de que “Buenos Aires le da la espalda a su río”, algo que 82 años después sigue más que vigente.
Pero volvamos al edificio de Virrey del Pino 2446. Desarrollado sobre un terreno de 1.200 metros cuadrados, fue ubicado en la parte trasera del lote. La idea, respetando a los tres grandes eucaliptus, era construir dos cuerpos que formaban una L. Y en el espacio que quedaba libre, hacer un garage subterráneo cuyo techo en la superficie lo ocuparía un importante jardín con juegos para los chicos. También incluía un salón de lectura, un restaurante y algo casi desconocido para la época en edificios de alto: un lavadero de uso común. Es decir: la arquitectura al servicio de la gente.
La falta de fondos no permitió el desarrollo total de la obra (no se hizo el edificio lateral) aunque se construyó el restaurante. Pero lo más importante fue aquella integración entre naturaleza y diseño, donde hasta los colores usados para pintar el frente (rojos, verdes y marrones) tenían más intensidad en la zona de los árboles que en los sectores descubiertos.
Kurchan y Ferrari Hardoy también hicieron juntos otras obras. Pero la que quizá les dio la mayor trascendencia mundial fue la desarrollada con otro arquitecto catalán a quien conocieron cuando estaban con Le Corbusier. El hombre se llamaba Antoni Bonet (1913-1972) y en Buenos Aires los tres crearon el famoso sillón de hierro y cuero denominado BKF, por la iniciales de los apellidos Bonet, Kurchan y Ferrari. También llamado “Butterfly” (mariposa, en inglés), se lo considera un símbolo del Modernismo argentino en el mundo.
Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

LA ÉPICA DE LA CALLE DEFENSA




CUADERNOS PRIVADOS 

Por Laura Ramos

Las calles Venezuela, Defensa, la cortada San Lorenzo, que parecieran carecer de toda épica para las chicas que, como yo hace no tanto tiempo, tienen que ataviarse de secretarias o recepcionistas para poder pasar inadvertido su ser íntimo, su temperamento novelesco y arrebatado, es el escenario de la más romántica de las novelas argentinas.
Amalia , de José Mármol, transcurre en el Bajo y en Barracas. La Buenos Aires de Mármol, construida a partir del ideal romántico del siglo XIX, es mi misma Buenos Aires: “Los que alguna vez hayan tenido la fantasía de pasearse en una noche obscura a las orillas del Río de la Plata, en lo que se llama el ‘bajo’ en Buenos Aires, habrán podido conocer todo lo que ese paraje tiene de triste, de melancólico y de imponente al mismo tiempo… La ciudad, a dos o tres cuadras de la orilla se descubre informe, obscura, inmensa. Ningún ruido humano se percibe, y sólo el rumor monótono y salvaje de las olas anima lúgubremente aquel centro de soledad y de tristeza”.
No importa aquí que Mármol haya querido escribir un panfleto político antirrosista, porque el resultado es una ciudad mítica, invadida por el rosismo de la misma manera que Aquilea, la ciudad inventada de la película Invasión , está invadida por los otros. La ciudad de Hugo Santiago escrita por Borges y Bioy Casares es una ciudad sitiada: en la frontera, hacia el norte, por un centenar de camiones; hacia el noroeste, por hombres a caballo; hacia el sur, por autos blancos. Pero, como los invasores también están dentro de la ciudad.
Precisamente en la calle Defensa estaba situada una especie de pensión que el “partido” (para mí el partido era menos la organización política a la que pertenecían mis padres que una estructura doméstica y familiar) había alquilado para asilar a los compañeros de otras provincias, para realizar actividades políticas, como imprimir volantes o fotocopiar panfletos, preparar engrudo para pegar carteles, almacenar material de propaganda, celebrar reuniones. El piso -cuyo alquiler nunca fue pagado merced a una ley de alquileres ultrabenévola- hizo las veces de hogar para unos primos nuestros que llegaron desde Montevideo a probar suerte en Buenos Aires. Montevideo es casi un leitmotiv en Amalia y en la vida de la generación de los antirrosistas como Mármol: la ciudad del exilio.
Estos primos adolescentes, provenientes de la rama poco próspera de nuestra familia, se alojaron en la habitación más amplia del pensionado, a la que ingeniosamente dividieron con una sábana teñida de color violeta con batik, una técnica de nudos muy popular a mediados de los años setenta. Un camarada proveyó de dos colchones y otro de un equipo de música, y con la adquisición -de su propio peculio- de una bombita eléctrica de luz negra que dejaban siempre encendida, lograron darle tal particular carácter a la vivienda que ya no importaba la lobreguez de los cuartos, que miraban hacia una galería cubierta por vidrios desaseados. Tal vez a causa de la luz negra, o por lo que fuera, mi primo se hizo fotógrafo, pero mi prima probó trabajo como secretaria y lo dejó pronto. Mi primo recibía a las visitas vestido con una única prenda: una robe de chambre roja que carecía de cinturón, por lo que solía colgar abierta, que había tomado prestada del placar de mi madre. Tenía el aspecto de un actor porno de catorce años, un híbrido de perversidad e inocencia que resplandecía con el perfume a patchouli que impregnaba el ambiente. Mi prima se convirtió en una artesana funambulista, lo que la acercó a la Buenos Aires de Invasión , gris y melancólica, con patios y baldíos, calles empedradas y sobre todo cafés, en los que intentaba vender sus collares de mostacillas. Pero vestía fabulosamente y su música me hipnotizaba. Aunque yo no era afecta a las festividades del partido, desde que llegaron estos primos comencé a frecuentar la pensión de la calle Defensa. Apenas salía del colegio, pasaba a visitarlos con un nuevo disco o con alguna camiseta para teñir.
La novela Amalia es inspirada e inspiradora: no sólo originó el primer largometraje argentino en un formato mudo y precioso, con dirección de Enrique García Velloso, en 1914. Para David Viñas ( Literatura argentina y política ), en la Buenos Aires de Amalia el rosismo -al que la nueva generación de escritores quería combatir- se volvió rico en términos narrativos. El rosismo produjo, a pesar de las intenciones de aquellos escritores, las escenas más potentes (y sentimentales, agrego yo) del romanticismo argentino. Los cuchicheos y fingimientos, las traiciones, los exilios, los vestidos de Manuelita, los degüellos… ¿acaso Mármol no vampirizó la divisa punzó que execraba? Mi prima dejó Barracas y el Buenos Aires de Invasión cuando descubrió la avenida Corrientes. Una noche, en el café La Paz, vendió doce collares. Para ese entonces a las mostacillas les había agregado plumas y otros abalorios.

Fuente: clarin.com