CUADERNOS PRIVADOS
Por Laura Ramos
Las calles Venezuela, Defensa, la cortada San Lorenzo, que
parecieran carecer de toda épica para las chicas que, como yo hace no
tanto tiempo, tienen que ataviarse de secretarias o recepcionistas para
poder pasar inadvertido su ser íntimo, su temperamento novelesco y
arrebatado, es el escenario de la más romántica de las novelas
argentinas.
Amalia , de José Mármol, transcurre en el Bajo y
en Barracas. La Buenos Aires de Mármol, construida a partir del ideal
romántico del siglo XIX, es mi misma Buenos Aires: “Los que alguna vez
hayan tenido la fantasía de pasearse en una noche obscura a las orillas
del Río de la Plata, en lo que se llama el ‘bajo’ en Buenos Aires,
habrán podido conocer todo lo que ese paraje tiene de triste, de
melancólico y de imponente al mismo tiempo… La ciudad, a dos o tres
cuadras de la orilla se descubre informe, obscura, inmensa. Ningún ruido
humano se percibe, y sólo el rumor monótono y salvaje de las olas anima
lúgubremente aquel centro de soledad y de tristeza”.
No importa
aquí que Mármol haya querido escribir un panfleto político antirrosista,
porque el resultado es una ciudad mítica, invadida por el rosismo de la
misma manera que Aquilea, la ciudad inventada de la película Invasión
, está invadida por los otros. La ciudad de Hugo Santiago escrita por
Borges y Bioy Casares es una ciudad sitiada: en la frontera, hacia el
norte, por un centenar de camiones; hacia el noroeste, por hombres a
caballo; hacia el sur, por autos blancos. Pero, como los invasores
también están dentro de la ciudad.
Precisamente en la calle
Defensa estaba situada una especie de pensión que el “partido” (para mí
el partido era menos la organización política a la que pertenecían mis
padres que una estructura doméstica y familiar) había alquilado para
asilar a los compañeros de otras provincias, para realizar actividades
políticas, como imprimir volantes o fotocopiar panfletos, preparar
engrudo para pegar carteles, almacenar material de propaganda, celebrar
reuniones. El piso -cuyo alquiler nunca fue pagado merced a una ley de
alquileres ultrabenévola- hizo las veces de hogar para unos primos
nuestros que llegaron desde Montevideo a probar suerte en Buenos Aires.
Montevideo es casi un leitmotiv en Amalia y en la vida de la generación de los antirrosistas como Mármol: la ciudad del exilio.
Estos
primos adolescentes, provenientes de la rama poco próspera de nuestra
familia, se alojaron en la habitación más amplia del pensionado, a la
que ingeniosamente dividieron con una sábana teñida de color violeta con
batik, una técnica de nudos muy popular a mediados de los años setenta.
Un camarada proveyó de dos colchones y otro de un equipo de música, y
con la adquisición -de su propio peculio- de una bombita eléctrica de
luz negra que dejaban siempre encendida, lograron darle tal particular
carácter a la vivienda que ya no importaba la lobreguez de los cuartos,
que miraban hacia una galería cubierta por vidrios desaseados. Tal vez a
causa de la luz negra, o por lo que fuera, mi primo se hizo fotógrafo,
pero mi prima probó trabajo como secretaria y lo dejó pronto. Mi primo
recibía a las visitas vestido con una única prenda: una robe de chambre
roja que carecía de cinturón, por lo que solía colgar abierta, que
había tomado prestada del placar de mi madre. Tenía el aspecto de un
actor porno de catorce años, un híbrido de perversidad e inocencia que
resplandecía con el perfume a patchouli que impregnaba el ambiente. Mi
prima se convirtió en una artesana funambulista, lo que la acercó a la
Buenos Aires de Invasión , gris y melancólica, con patios y
baldíos, calles empedradas y sobre todo cafés, en los que intentaba
vender sus collares de mostacillas. Pero vestía fabulosamente y su
música me hipnotizaba. Aunque yo no era afecta a las festividades del
partido, desde que llegaron estos primos comencé a frecuentar la pensión
de la calle Defensa. Apenas salía del colegio, pasaba a visitarlos con
un nuevo disco o con alguna camiseta para teñir.
La novela Amalia
es inspirada e inspiradora: no sólo originó el primer largometraje
argentino en un formato mudo y precioso, con dirección de Enrique García
Velloso, en 1914. Para David Viñas ( Literatura argentina y política ), en la Buenos Aires de Amalia
el rosismo -al que la nueva generación de escritores quería combatir-
se volvió rico en términos narrativos. El rosismo produjo, a pesar de
las intenciones de aquellos escritores, las escenas más potentes (y
sentimentales, agrego yo) del romanticismo argentino. Los cuchicheos y
fingimientos, las traiciones, los exilios, los vestidos de Manuelita,
los degüellos… ¿acaso Mármol no vampirizó la divisa punzó que execraba?
Mi prima dejó Barracas y el Buenos Aires de Invasión cuando
descubrió la avenida Corrientes. Una noche, en el café La Paz, vendió
doce collares. Para ese entonces a las mostacillas les había agregado
plumas y otros abalorios.
Fuente: clarin.com