Por
Marina Oybin
En un clima de compañerismo y trabajo contrarreloj, nueve
artistas se reunieron del 18 a 25 de septiembre en el Simposio de
Escultores Campo de Golf Pueblo Nativo 2011, en El camino de los
artesanos, entre las localidades de Villa Giardino y La Cumbre, Valle de
Punilla, Córdoba. Hicieron obras que se emplazarán en las instalaciones
y en la entrada de una cancha de golf de un complejo hotelero que,
según el grupo inversionista, con un costo de 30 millones de dólares y
más de cien hectáreas, abrirá sus puertas en unos dos años.
“Esta
es una zona donde el golf es tradición –dice Hernán Dompé, uno de los
escultores–. Me pareció una muy buena oportunidad para poner esculturas
porque el paisaje en una cancha de golf es maravilloso. Como son obras
que van a estar al aire libre, y algunas cerca de la laguna de la
cancha, se utilizó madera dura, piedra y metal. Son los materiales más
indicados; de todas maneras, el sol tiene un efecto muy destructivo. Yo
di una garantía de 40 años”, dice Dompé, coordinador del encuentro, que
conoce bien el lugar porque hace años dejó la city para vivir cerca, en
Capilla del Monte, frente al Uritorco.
Los artistas trabajaron en
el predio en que se construirá el hotel. Vestido con un mameluco que
anunciaba: “Pájaro Gómez escultor” en chillón amarillo, y anteojos al
tono, Pájaro (por estos días –hasta el 24 de octubre– puede verse su
muestra De lo inmaterial en la Galería Laura Haber) hizo una impactante
pieza en hierro soldado de 3 x 2 metros, que da la sensación de
desplazarse lateralmente. Una forma en total tensión, que es al tiempo
visualmente liviana, aérea, y hasta por momentos parece que puede
llevársela el viento: pura ilusión óptica. Se contrapone a esta
escultura, “Fisura de entrada”, obra totémica en hierro y quebracho, de
Dompé. Signada por la verticalidad, contundente, recuerda el momento de
quietud de sus guerreros antes de la estocada final. Como describió con
precisión Mercedes Casanegra en el catálogo de su muestra en el C. C.
Recoleta en 2010, su obra alude a tiempos arcaicos, para algunos
referidos al territorio y a culturas de Sudamérica antes de la llegada
de Colón. Una obra con doble filiación: “contemporánea, pero con notas
de mundos míticos y ancestrales, a la vez”.
Motosierra en mano,
Claudio Gómez, autor de la monumental “Cuerpo” (6 x 6 x 2 metros),
emplazada en la entrada del Museo Caraffa, hizo un trabajo de calado
artesanal sobre madera: cortó y caló un tronco, luego unió las dos
partes formando un torso. “Me gusta trabajar con la idea de calado, de
hueco, como los maniquíes que usan los sastres: mi padre es sastre”,
cuenta.
Arturo Alvarez Lomba y Pablo Dompé, entre otros,
trabajaron con bloques de travertino, mientras que Jorge Gamarra hizo
una obra en quebracho colorado, una versión más chica de la que expuso
este año en la muestra del patio de esculturas en Expotrastiendas.
Ondulante y orgánica, la pieza se integra al paisaje.
En cambio,
“Paisaje vertical de 17 colores”, de Carola Zech, está hecha con vigas
soldadas y pintadas con colores metalizados de los que se usan para los
autos. La artista, que viene trabajando hace tiempo con sistemas
magnéticos, y que en esta oportunidad por tratarse de una obra que va a
estar al aire libre prefirió soldar las piezas, cuenta que buscó colores
y formas que el paisaje no tiene. “La naturaleza es algo perfecto,
acabado, no se le puede agregar ni quitar nada”, dice.
También
usó colores intensos Claudia Aranovich, que hace tiempo puso el foco en
la dicotomía entre lo orgánico y lo industrial, y viene desatando
intervenciones y esculturas en el espacio público. Su escultura tiene
dos estructuras: una de resina, brillante, con vidrios de parabrisas
rotos, que emerge de otra hecha con chapa de hierro, más opaca. Hay que
acercarse para descubrir las texturas sutiles, hechas con láminas de
hierro soldado, y los colores y matices a puro sulfato de cobre, en esta
escultura que tendrá un sistema de iluminación interno con paneles
solares. Una pirámide de luz en medio del paisaje.
En las obras de
estas dos artistas, las superficies ciento por ciento metalizadas, o
las traslúcidas y vidriosas, se oponen drásticamente a los tierras del
entorno. Las formas agudas de las impecables esculturas de Pájaro Gómez y
Hernán Dompé irrumpen en el espacio: parece que lo atraviesan, lo
cortan. Lo modifican y al tiempo se integran. A veces con afinidades;
otras, con contrapuntos, entre varias de las obras se establece un
diálogo: vínculos que habrá que tener en cuenta a la hora de
emplazarlas.