Radicado desde hace años en el apacible ambiente de La Cumbre,
el pintor Miguel Ocampo se reencontró con el artista plástico Rogelio
Polesello en la muestra “Homenaje a la vida”, en la que Ocampo recorre
toda su trayectoria desde la década del 60 en una selección de 25 obras
de mediano y gran formato.
Durante la inauguración, charlaron
animadamente junto con Ricardo Coppa Oliver, titular de la galería
porteña donde estará colgada la exhibición hasta el 22 de octubre.
Mercado en alza / Cifras elevadas en los remates. Las ventas en las subastas porteñas ya
alcanzaron a los 14 millones de dólares y podrían superar los 17,6
millones del año pasado.
Todavía
queda la recta final. Pero hay quienes ya sueñan con descorchar el
champagne, porque este año promete marcar un récord para las ventas de
arte en las subastas porteñas. No sólo porque ya casi se alcanzó la
facturación total del año pasado, sino porque el último trimestre suele
ser el más movido de cada temporada.
En lo que va del año, según datos de Consultart/dgb, se
vendieron en los remates porteños unas 3500 obras de arte argentino por
un valor equivalente a los 14 millones de dólares. El total de 2010, que
marcó un récord histórico, fue de 17,6 millones.
"Es altamente probable que este año superemos ese nivel", adelanta Gualdoni Basualdo, director de Consultart/dgb.
En un año electoral, y con un contexto global incierto,
un cuadro colgado en la pared parece inspirar más confianza que la
tarjeta de débito. Los que prefieren una inversión segura apuestan por
imágenes fácilmente reconocibles -los gauchos de Molina Campos, los
barcos de Benito Quinquela Martín, los retratos de Raúl Soldi-, y en
muchos casos el golpe de martillo otorga al comprador el valor agregado
del prestigio.
Esto explica sólo en parte por qué cinco de los diez
cuadros mejor vendidos este año son paisajes de Fernando Fader; los
otros también pertenecen a artistas consagrados: Ernesto Deira, Horacio
Butler, Nicolás García Uriburu, Antonio Berni y Guillermo Kuitca.
El ranking de los diez más caros lo encabezan cinco óleos
sobre tela de Fader: Mañana de trabajo, de 1917, rematado por Martín
Saráchaga; Interior, de 1914 (Saráchaga); Sinfonía de otoño, de 1917
(Arroyo); Cacería del guanaco, circa 1905 (Roldán) y Piedras y nubes, de
1918 (Roldán).
Le siguen Imagen, óleo sobre tela de 1969 de Deira
(rematado por Arroyo); Las cuatro estaciones del hombre, cuatro óleos
sobre tela de Butler de 1978 (Saráchaga); Los ombúes, óleo sobre tela de
García Uriburu (Roldán); Niña y cabra, óleo sobre tela de 1960, de
Berni (Saráchaga) y Sin título, acrílico sobre tela de Kuitca (Arroyo).
A la hora de evaluar los resultados de las subastas,
según señalan los expertos, también hay que tener en cuenta la ley
internacional de las "tres D", que indica las razones por las que
regresan al mercado obras que fueron compradas para toda la vida: death
(muerte), divorce (divorcio) y default (quiebra).
"Nadie se quiere desprender de un cuadro de Fader",
asegura Ignacio Gutiérrez Zaldívar, director de Zurbarán y autor de
varios libros sobre el artista, al que define como el mejor paisajista
del arte argentino. Según él, las obras de Fader que llegan a remates
-en los que se factura aproximadamente un tercio del mercado total-
suelen provenir de sucesiones.
En sus 35 años como marchand, Gutiérrez Zaldívar realizó
14 muestras con 380 obras de Fader, desde sus primeros trabajos en
Alemania hasta los últimos, realizados en 1931, en Córdoba. A esa
provincia se vio obligado a mudarse el artista por motivos de salud, ya
que padecía tuberculosis. "Los médicos le dieron seis meses de vida
-recuerda- y vivió 18 años más. En Córdoba produjo su obra más
importante porque tomaba cada pintura como si fuera la última."
"Fue el primer artista en el país que ganó premios
internacionales y murió con un éxito absoluto", sostuvo, por su parte,
Susana Smulevici, historiadora del arte y miembro del staff de la
Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes. Agregó que el MNBA
cuenta con 19 obras de Fader; entre ellas, Los mantones de Manila, de
1914.
Dijo Gualdoni Basualdo: "No es común que hayan salido al
mercado en seis meses cinco obras de Fader de esta envergadura, pero no
hay que confundirse: no es que haya un boom de Fader. Lo que ocurre es
que el mercado es chico, y cuando aparece una obra importante, se
vende".
Por otra parte, existe el factor de arrastre y emulación:
cuando una obra se vende muy bien, quienes tienen obras del mismo
artista suelen salir a venderlas. "Ahí aparece gente y paga sumas que
después le va a costar mucho recuperar", señaló.
¿De qué sumas estamos hablando? La obra más cara rematada este año fue Mañana de trabajo, de Fader, vendida en 219.990 dólares.
RANKING
1 - Mañana de trabajo, F. Fader (US$ 219.990)
2 - Interior, F. Fader (US$ 187.200)
3 - Sinfonía de otoño, F. Fader (US$ 173.755)
4 - La cacería del guanaco, F. Fader (US$ 173.755)
5 - Piedras y nubes, F. Fader (US$ 95.285)
6 - Imagen, E. Deira (US$ 91.220)
7 - Las cuatro estaciones del hombre, H. Butler (US$ 89.680)
TÍMPANO. ES EL TRIÁNGULO SUPERIOR CON ESCULTURAS: EN LA CÚSPIDE ESTÁ EL FONDO CON LAS PIRÁMIDES EGIPCIAS.
Por Eduardo Parise
En Buenos Aires, y con las nuevas torres, muchos coinciden: en
los días con cielo despejado y sin neblina, desde algunos edificios muy
altos se puede llegar a ver Colonia del Sacramento, la ciudad uruguaya
que está en la otra orilla del Río de la Plata. No deja de ser una
curiosidad. Pero si de cuestiones curiosas se trata, en la Ciudad hay
una que resulta sorprendente: desde la Plaza de Mayo y mirando con
atención, se llegan a observar las pirámides de Egipto.
¿Cómo es
posible? Alcanzará con levantar la vista frente a la Catedral
Metropolitana, en la avenida Rivadavia casi esquina San Martín, para
descubrir que los perfiles de las más famosas pirámides de Giza, que
recuerdan a los faraones Keops, Kefrén y Micerino, están allí como fondo
de la escena artística que adorna el tímpano de esa iglesia, declarada
Monumento Histórico en 1942.
La inauguración de esa obra
artística, que llenó un espacio vacío y le dio realce al friso, fue el
19 de junio de 1863. Los trabajos habían comenzado a fines de 1860 y
aunque dentro de las leyendas porteñas alguna vez se dijo que los había
realizado un preso al que se indultó por esa obra, el encargado de
desarrollarlos fue un artista francés llamado Joseph Dubourdieu, un
hombre del que existen pocos datos biográficos, aunque se sabe que llegó
aquí por primera vez en 1849.
Cuando le pidieron que realizara la
obra para llenar ese friso triangular de 42 metros de ancho, Dubourdieu
pensó en una imagen bíblica que trasmitiera amor y reconciliación. Así
bocetó representar el reencuentro del patriarca hebreo José con sus once
hermanos y su padre Jacob. Justamente Jacob y José son las figuras
centrales del cuadro donde se observa al padre inclinándose hacia su
hijo quien avanza para abrazarlo. La escena, según las Sagradas
Escrituras, ocurrió cuando Jacob fue a Egipto. Por eso el artista pensó
en las pirámides y decidió incluirlas como fuerte referencia detrás de
la escena del abrazo.
Los especialistas sostienen que lo más
difícil de resolver fueron los extremos del friso porque su forma
triangular hizo que el espacio quedara, por esa cuestión geométrica, más
reducido en altura. Sin embargo, Dubourdieu le encontró la vuelta al
desafío e incluyó animales. Así, ubicado sobre las magníficas columnas
(son de estilo corintio y se dice que representan a los doce Apóstoles),
el tímpano de la Catedral aportó una imagen acorde a lo que merecía la
importancia del edificio.
Como la realización de la obra artística
coincidió con los tiempos de la batalla de Pavón (fue el 17 de
septiembre de 1861 y su resultado generó que la provincia de Buenos
Aires se reintegrara con el resto del país), algunos asociaron esa
imagen de reconciliación colocada en el frente de la Catedral con
aquella otra que parecía darse en la Argentina, lo que le otorgó al
trabajo una interpretación política.
Después de terminar las
esculturas, los investigadores afirman que el artista regresó a Europa y
sus datos se perdieron entre la niebla del tiempo. Sin embargo, Joseph
Dubourdieu no sólo dejó esa huella de su paso por Buenos Aires. También
realizó otras esculturas que aún se conservan en espacios públicos de la
Ciudad. Una de ellas es la estatua de la Libertad que está coronando la
Pirámide de Mayo, aquel monumento que el gobierno patrio mandó
construir para conmemorar el primer aniversario de la Revolución de
1810. La estatua del francés se agregó en 1856 y mide algo más de tres
metros. Pero esa es otra historia.
Muy de vez en cuando, si alguien lo invita a proyectar una de
sus películas o con el fin de conseguir algún repuesto para el
proyector, Claudio Caldini, tez quemada por el sol, rostro italiano,
silueta elegante, erguida, no habla con persona alguna durante semanas,
engrasa su bicicleta y se prepara para la travesía. La valija con sus
herramientas y rollos se ubica en la parte trasera, bien enlazada. El
vehículo atraviesa seis kilómetros, no todos de paisaje agreste, hasta
la estación de General Rodríguez, donde Caldini se sube al furgón del
tren local que viene de Mercedes y lo deja en Moreno. Allí debe hacer
una combinación con la línea Sarmiento que lo transporta a Plaza
Miserere, donde aborda el colectivo 41. El día que se estrenó la
película sobre su vida, además del 41 tuvo que tomar el 102 para llegar
al Malba.
A los seis años, su padre lo llevaba al taller de un
amigo en Villa Adelina, un cuarto pequeño con olor a resina donde se
apilaban tornillos, radios en desuso, válvulas de televisores y un
proyector de 35 milímetros. Los dos amigos coleccionaban rollos de
películas viejas rescatadas de fábricas de pintura, que a su vez las
habían comprado por pocos pesos, con el fin de recuperar el acetato, a
las distribuidoras de cine. Pero, para evitar que las películas fueran
comercializadas, antes de venderlas los distribuidores las rompían a
hachazos. (La hermosa película de Andrés Di Tella sobre Claudio Caldini
se llama, justamente, Hachazos.)
El cine que alimentó la
imaginación, pero sobre todo la percepción de Caldini, estaba formado
por restos plagados de intermitencias, saltos sonoros, coreografías
fragmentadas. Mientras su padre y su padrino pasaban las tardes
inclinados sobre la empalmadora intentando reconstituir las secuencias
originales, él veía un Ben Hur estrangulado, más heroico por la proeza técnica que le había devuelto la vida que por sus osadías romanas.
Esa
mirada puesta en el aspecto mecánico de la fotografía en movimiento fue
anticipatoria de su propia poética cinematográfica. (En los años 90, en
la península San Pedro de la Patagonia, ató una cámara súper 8 a unas
cuerdas y las revoleó como si se tratara de boleadoras. Después del
revelado notó el efecto estroboscópico: buscaba formas de la percepción
que escaparan al alcance del ojo humano.) Su valija contiene carretes de
película, filtros de colores, lupas de laboratorio de oculista,
anteojos de soldar, una hojita de afeitar y sobre todo cinta de
empalmar, la misma de su infancia. Son artefactos obsoletos, el mismo
súper 8, el único formato usado por Caldini, es una tecnología rescatada
de la obsolescencia. Cada proyección de sus filmes es un acontecimiento
que pone en riesgo su material, porque en el súper 8 sólo existen los
originales, no hay posibilidades de hacer copias. Cuando Caldini pinta
con un hisopo, fotograma por fotograma, o agujerea el celuloide, o al
armar complicados loops que van de un proyector a otro, está exponiendo
su obra a la muerte, porque en cada función se produce algún incidente
técnico. Por eso él lo llama “cine en vivo”.
A los veinticinco
años vivió en Auroville, una comunidad utópica, anarquista y espiritual
enclavada en Pondichery, India. Permaneció seis meses entre los bosques
abducido por la meditación, en silencio absoluto, hasta que volvió a
filmar. Durante los amaneceres y los crepúsculos se subía a la terraza
del ashram y filmaba la salida y la puesta del sol. Su trabajo procuró
recrear la conciencia contemplativa que había adquirido. Mi película
predilecta, entre su cine hindú, es Heliografía, que filmó
andando en bicicleta con la cámara en la mano: el film registra la
sombra del ciclista que se confunde con la sombra de los árboles de un
bosque.
El bullicio de la multitud que lo rodeó en un viaje en
tren de Madras a Nueva Delhi, después del prolongado retiro, le produjo
unas alucinaciones tan perturbadoras que tuvo que ser internado, en
París, en Ville Evrard, la residencia de descanso de Antonin Artaud.
De
regreso en Buenos Aires, participó de un seminario dictado por el
cineasta alemán Werner Nekes y volvió a hacer cine, ya provisto “del
dominio de un lenguaje cinematográfico propio e intransferible” (Hachazos , Andrés Di Tella).
Viajó
tres veces a la India; sus películas fueron abucheadas en un festival
de Villa Gesell y premiadas en París y en Madrid, para volver a ser
olvidadas. En Buenos Aires vagabundeó sin dinero y sin vivienda: una
lista enumera sus treinta y seis domicilios en una década. Hace seis
años lo contrataron como casero de una quinta abandonada en General
Rodríguez, donde recobró su temple de ermitaño. Este artesano de otra
era, con su arsenal de tecnología obsoleta, es considerado un genio
gótico del cine experimental. La noche del estreno del Malba tenía una
mirada de extrañeza. Cuando se atenuaron los aplausos y aclamaciones
salió caminando solo, en busca del 102 y del 41, que lo conducirían
hasta la bicicleta, amarrada con su cadena y su candado a un poste de la
calle La Rioja.
Se trata de la versión íntegra de una conferencia que dio en inglés en EE.UU., en 1968
Kodama: "Esta es una edición artesanal". Foto: LA NACION / Adrián Sack
MADRID.-
El Centro de Arte Moderno de la capital española cerrará esta noche el
Año Borges, en el que se hicieron múltiples homenajes al autor de El Aleph
al cumplirse 25 años de su muerte, con la presentación de un texto
inédito que ahonda en la faceta borgiana más querida y defendida por el
escritor, la de lector, y que analiza la obra máxima de Miguel de
Cervantes.
"El libro Mi amigo Don Quijote es una buena
oportunidad para explorar al [Jorge Luis] Borges lector. Porque él
siempre se jactaba de los libros que había leído, pero no de los que
había escrito. Y en estas líneas se puede ver muy claramente este rasgo
tan suyo", afirmó María Kodama, su viuda, en una entrevista con LA
NACION en el hotel Westin Palace de Madrid.
El libro contiene agudas apreciaciones sobre la lectura
de la piedra angular de la literatura española, así como de su autor, y
el personaje principal, Don Quijote de la Mancha, a quienes considera
cálidamente "amigos" en aquellas líneas. "Siempre hay un placer; siempre
hay una suerte de felicidad cuando se habla de un amigo. Y creo que
todos podemos considerar al Quijote como un amigo", destaca Borges en el
escrito.
La obra se basa en la transcripción de una conferencia
ofrecida en inglés por Borges en la Universidad de Austin, Texas, en
1968. Y aunque ya fue publicada una versión en su lengua original en
Europa, y se ha conocido una primera traducción al español en las
páginas de la revista Poesía , este texto, según los editores,
es "la versión íntegra, corregida, aumentada y más fiel" a la grabación
que fue hallada por casualidad, a mediados de los 70, por el académico
Julio Ortega, de la Universidad de Brown.
"Estudié y analicé mucho tiempo el contenido de ese
cassette, ya que el inglés de Borges era muy claro, pero a la vez muy
particular. Porque si bien lo hablaba con gran corrección, en muchas
ocasiones utilizaba la sintaxis del idioma español, así como el modo de
estructurar el pensamiento tan propio de nuestra lengua. Y eso, entre
quienes no estaban al tanto de estas sutilezas, llevaba a hacer
interpretaciones del texto que muchas veces no se correspondían con lo
que el escritor había pensado o querido decir", señaló el experto.
La edición de Mi amigo Don Quijote , que incluye
una grabación en inglés, una transcripción en ese idioma y su
traducción al castellano, se caracteriza por el cuidado puesto en su
tratamiento y por su exclusividad, ya que sólo fueron impresos, hasta el
momento, 100 ejemplares. Sin embargo, Kodama no descarta que se
realicen más copias. "Esta es una edición artesanal, que fue llevada a
cabo gracias a los responsables del Centro de Arte Moderno. Y si bien no
hay un proyecto concreto para editarlo, la idea es que este material
tenga una mayor difusión", afirmó.
Pero Kodama, que se casó con el escritor en 1986,
prefirió destacar en todo momento la mirada especial que el nuevo libro
tiene sobre el Borges lector, sobre todo a través de su afinidad con los
animadores de las historias que más lo entusiasmaban. "Cuando nos
encontramos con un verdadero personaje en la ficción -dice el autor en
el texto-, sabemos que ese personaje existe más allá del mundo que lo
creó. Sabemos que hay cientos de cosas que no conocemos y que, sin
embargo, existen. De hecho, hay personajes de la ficción que cobran vida
en una sola frase." Y entre los ejemplos que acompañan al de Alfonso
Quijano, Borges suma a Huckleberry Finn, Mr. Pickwick, Peer Gynt y Lord
Jim.
No obstante, Kodama recordó, no sin ironía, que su marido
también tuvo "enemigos" en la ficción, como el gaucho Martín Fierro, de
José Hernández, a quien "asesinó" en un recordado cuento.
"Él siempre decía que el libro fundacional de la literatura argentina debió haber sido Facundo , de Domingo Faustino Sarmiento, y no la obra de Hernández. Borges sostenía que el Martín Fierro
se apoyaba más en las conductas del Viejo Vizcacha, es decir, de la
viveza criolla, y que eso había sido la perdición de todos nosotros",
apuntó, acerca de La muerte de Martín Fierro .
Kodama dijo sentirse muy satisfecha con los homenajes
realizados en distintas partes del mundo durante el Año Borges, y
destacó que Mi amigo Don Quijote podría ser una de las últimas,
si no la última obra desconocida del autor en ver la luz. "No hay más
material inédito de Borges, más allá de que yo tengo el prólogo de un
libro y el guión de Para salvar a Venecia , que aún no se
publicaron. Pero todo lo demás que aparece son «fantasías del paciente»,
como dicen los psicoanalistas", sostuvo.
Presentan en Madrid un texto de Borges inédito en español.
El siguiente es un fragmento de la disertación que dio Jorge Luis
Borges en la Universidad de Austin, Texas, en 1968, ahora traducida
íntegramente al español y publicada en forma de libro, con el título Mi
amigo Don Quijote:
"Pero ahora hablaremos de nuestro amigo Don Quijote. Digamos, primero, que el libro ha tenido un extraño
destino. Pues de algún modo, apenas si podemos entender por qué los
gramáticos y académicos le han tomado tanto aprecio a Don Quijote. En el
siglo XIX fue alabado y elogiado, diría yo, por las razones
equivocadas. Por ejemplo, si consideramos un libro como el ejercicio de
Montalvo, capítulos que se le olvidaron a Cervantes, encontramos allí
que Cervantes fue admirado por la gran cantidad de proverbios que
conocía. Y el hecho es que, como todos sabemos, Cervantes se burló de
los proverbios haciendo que su rechoncho Sancho abundara en ellos.
Entonces, la gente consideró a Cervantes un escritor de estilo fino. Y
debo decir que a Cervantes no le interesaba para nada la escritura
florida. La escritura refinada no le agradaba demasiado, y leí en alguna
parte que la famosa dedicatoria de su libro al Conde de Lemos fue
escrita por un amigo suyo o copiada de un libro, ya que él mismo no
estaba especialmente interesado en escribir esa clase de cosas.
Cervantes fue admirado por su fino estilo, y por supuesto, el estilo
fino significaba muchas cosas. Si pensamos que de algún modo Cervantes
nos transmitió el personaje y el destino del ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha, tenemos que admitir su fino estilo o, más bien,
algo más que eso, porque cuando hablamos de estilo fino pensamos en algo
meramente verbal.
Me pregunto cómo hizo Cervantes para lograr ese milagro,
pero de algún modo lo logró. Y recuerdo ahora una de las cosas más
sorprendentes que he leído, algo que me produjo tristeza. Stevenson
dijo: "¿Qué es el personaje de un libro?". Y respondió: "Después de
todo, un personaje es una ristra de palabras". Es cierto, y sin embargo,
lo consideramos una blasfemia. Porque cuando pensamos, digamos, en Don
Quijote o en Huckleberry Finn, en Mr. Pickwick, o en Peer Gynt, o en
Lord Jim, sin duda no pensamos en ristras de palabras. También podríamos
decir que nuestros amigos están hechos de cadenas de palabras y, por
supuesto, de percepciones visuales. Cuando nos encontramos con un
verdadero personaje en la ficción, sabemos que ese personaje existe más
allá del mundo que lo creó. Sabemos que hay cientos de cosas que no
conocemos, y que sin embargo existen. De hecho, hay personajes de la
ficción que cobran vida en una sola frase. Y tal vez no sepamos
demasiadas cosas sobre ellos, pero, esencialmente, lo sabemos todo de
ellos. Por ejemplo, ese personaje creado por el gran contemporáneo de
Cervantes, Shakespeare: Yorick, el pobre Yorick es creado, diría, en
unas pocas líneas. Cobra vida. No volvemos a saber nada de él, y sin
embargo sentimos que lo conocemos. Y tal vez, después de leer Ulises
, conocemos cientos de cosas, cientos de hechos, cientos de
circunstancias acerca de Stephen Dedalus y de Leopold Bloom. Pero no los
conocemos como conocemos a Don Quijote, de quien sabemos mucho menos".
Es el primero en América Latina. La Presidenta encabezó la ceremonia oficial; el público podrá visitarlo desde el lunes.
"Me
encantan los colores y los volúmenes. De Vido dice que son bien
Clorindo Testa", afirmó anoche la presidenta Cristina Kirchner al
inaugurar el Museo del Libro y de la Lengua, el primero en su tipo en
América latina.
Ubicado en Las Heras 2555, en el predio en el que
funciona la Biblioteca Nacional, el nuevo museo, a cargo de la socióloga
y docente de la UBA María Pía López, abrirá al público el lunes
próximo.
En sus 20 minutos de discurso, Cristina Kirchner habló
poco del nuevo museo, que depende de la Biblioteca Nacional, pero
anunció que en 2013 será habilitado el centro cultural del Palacio de
Correos y que en poco tiempo más se inaugurará "el Polo Científico en
las ex bodegas Giol, donde antes había ratas y lechuzas".
Durante el acto estuvo acompañada por el director de la
Biblioteca Nacional, Horacio González; los ministros De Vido y Alberto
Sileoni (Educación), y los secretarios de Cultura, Jorge Coscia; legal y
técnico, Carlos Zannini, y general de la Presidencia, Oscar Parrilli.
Llamó la atención la presencia del dirigente bonaerense Martín
Sabbatella.
En un discurso de tono electoral, Cristina Kirchner
sostuvo: "Estamos empezando el siglo de una manera diametralmente
diferente de como nos fue a los argentinos en el Centenario. Tenemos que
ser nosotros mismos integrados al mundo".
El Museo del Libro y de la Lengua fue diseñado por el
arquitecto Clorindo Testa, que también participó de la construcción de
la Biblioteca Nacional. Este nuevo espacio, que tiene tres plantas, se
levanta en la manzana donde existió la mansión Alzaga Unzué, que fue
expropiada y se convirtió en la residencia presidencial de Juan Domingo
Perón y Eva Duarte.
En los tres pisos del edificio se distribuirán los
contenidos de la lengua (planta baja), el libro (1er. piso) y las
exposiciones temporales. La mayor riqueza artística seguramente estará
en cuatro murales del Taller de Arte Mural en los años 40 del siglo
pasado, para decorar los lunetos de las Galerías Pacífico por Juan
Carlos Castagnino, Lino Enea Spilimbergo, Manuel Colmeiro Guimaraes y
Demetrio Urruchúa.
Resta inaugurar un corredor al aire libre que une a las
instituciones que funcionan en esa manzana, como el Museo Nacional del
Grabado, el Instituto Cultural Juan Domingo Perón, la embajada del
Paraguay y las plazas Del Lector y Boris Spivacow.