Por Berto González Montaner
Editor Jefe ARQ
Editor Jefe ARQ
La autopista Buenos Aires-La Plata le pasó raspando. Muchos
años estuvo abandonada a su suerte y esperó ansiosa que el tan trillado
“hay que invertir en el sur” ilumine su futuro. Hace cuatro años, en la
gestión de Jorge Telerman, pude recorrer los interiores de la mágica
Usina de Pedro de Mendoza en La Boca. Estaba destruida. Pero había una
noticia esperanzadora: le habían encontrado un nuevo destino. Sería el
domicilio de la Filarmónica de Buenos Aires y la Sinfónica Nacional, el
gran auditorio para la música clásica. Una promesa que la Ciudad viene
postergando desde mediados del siglo pasado. Hoy, casi una utopía:
Nación y Ciudad se habían puesto de acuerdo y se le entregaba el predio
que pertenecía al ONABE; la Ciudad hacía el gran auditorio.
Nuevamente
la vieja usina es noticia. Vale la pena darse una vuelta por esta joya
ahora parcialmente recuperada como Usina de las Ideas. De los dos
gigantescos galpones enmascarados en virtuosos ladrillos y piedras, uno
acaba de ser inaugurado y fue sede de la nueva edición de las jornadas
“La Humanización del Espacio Público”, organizadas por el Gobierno
porteño. El otro galpón está en obra y esperan completar en octubre una
sala de música sinfónica con capacidad para 1.600 espectadores, una de
cámara para 500 personas y una otra de ensayos para 250 músicos y
coreutas.
El edificio tiene su historia. No solo por lo que
significa arquitectónicamente y porque fue una de las primeras grandes
usinas de la ciudad que junto a la de Dock Sud aceleraron el proceso de
modernización en las primeras décadas del siglo pasado. También porque
su propietaria, la Compañía Italo Argentina de Electricidad (CIADE) fue
toda una adelantada en estrategias de marketing. Para competir con la
CHADE (Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad) y robarle
mercado armó una compleja estrategia. Por un lado, si bien la compañía
tenía capitales alemanes, suizos y belgas, eligió mostrarse como una
compañía italiana, para capitalizar la gran cantidad de inmigrantes de
ese origen y el prestigio del que gozaba la colectividad. Y para montar
este operativo se valió de Juan Chiogna, un arquitecto italiano que
junto a Virginio Colombo trajo a nuestras pampas el estilo Románico
lombardo, considerado uno de los estilos nacionales de la península y
afluente del Art Nouveau en Italia.
Pero a Chiogna no solo le
encargaron la Usina de Pedro de Mendoza, también, casi como si fuera una
franquicia de hamburguesas, le pidieron que proyectara en el mismo
estilo otras cuatro estaciones intermedias (Moreno 1808, Balcarce 547,
Montevideo 919 y Tres Sargentos 320) y otra gran cantidad de pequeñas
subestaciones diseminadas por los barrios porteños. Hábilmente, las hizo
todas parecidas, pero distintas.
Ernesto Katzenstein fue un
importante arquitecto porteño, autor de la única torre en ladrillo visto
de Catalinas Norte. Será por ese amor al ladrillo visto que alguna vez
reveló su deseo de comprar alguna de las pequeñas subestaciones. Era un
arquitecto moderno, pero caía ante el encanto de estas construcciones
con sabor medieval. Y fue a partir de aquel comentario que las empecé a
descubrir en los barrios. El otro día cuando asistí a las Jornadas
pregunté por qué le habían cambiado el nombre Usina de la Música por de la Ideas
. Fue idea de Macri, contestaron mis interlocutores, funcionarios del
Gobierno. No me pareció apropiado. ¡Más del 50% del edificio lo ocupan
salas para la música! Y la deuda con esta disciplina no es poca. Otro
cantar sería si ahora, en sintonía con las nuevas Comunas, las
subestaciones barriales se reciclan y pasan a convertirse en nodos
integrantes de una red cuya cabecera, al fin, es la Usina de las Ideas
de Pedro de Mendoza.
Fuente: clarin.com