Es por todos sabido que la campiña inglesa es una invención de Jane Austen. Henry James opinaba que no había mejor manera de conocer a los ingleses que viéndolos “en su gran invención de la vida de la casa de campo”. Y es que las clases altas inglesas del siglo XIX entablaban sus relaciones amistosas durante largas visitas al campo. En 1878 Henry James visitó la casa señorial de lady Portsmouth en Devon del Norte por varios días y, a diferencia de las damas de Austen, se aburrió espantosamente. Lord Portsmouth era un gran magnate de la caza y las carreras, tenía decenas de perros de caza y cuadras llenas de caballos “terriblemente malos” según James, que no soportaba a su anfitrión ( Henry James , Leon Edel). Pero su amiga lady Portsmouth –porque Henry James era más amigo de las damas que de los caballeros- lo llevaba en su faetón a dar encantadores (y austerianos) paseos por los senderos de Devonshire. Además, estaba la biblioteca. Pero la chimenea tenía el fuego apagado y los libros delataban que no habían sido leídos. Por las noches las tertulias se animaban con el corps de ballet de los niños, que acudían a la galería con sus gobernantas y ejecutaban cachuchas y minués “con la más dulce docilidad y modestia”. Durante el día los doce niños que había en la casa vivían recluidos y silenciosos en la sala de infantes del piso superior, un sector misterioso que los adultos nunca visitaban. Un día de lluvia Henry pasó un rato a solas en la biblioteca y escribió a su familia que trataría de marcharse al día siguiente: “No creo que pueda soportar un domingo aquí”. Para su fortuna, logró pasar el domingo junto a la ardiente chimenea de sus cuartos de Bolton Street, en Londres.
A los treinta y cinco años, soltero, con un bello perfil regular, barba castaña y grandes ojos grises (ojos “sin expresión”, como observó su sagaz amiga Constance Fenimore Woolson), famoso por su novela por entregas Retrato de una dama , James era objeto de frecuentes invitaciones. Dos años después de aquella visita a Devonshire, con mucha más sabiduría rural, ya había advertido los grandes inconvenientes de ser huésped, que Jane Austen desarrolló con su deliciosa y aparente frivolidad en Mansfield Park . “Un huésped debe ceder mucho de su independencia personal”, observó James a William Hoppin, secretario de la embajada estadounidense. “Estar obligado a ser amable mañana, tarde y noche por varios días es una gran tarea para el espíritu de uno, si no del intelecto. Es mejor no acudir a la sociedad salvo cuando estamos de ánimo para ello y cuando podemos mostrarnos de la mejor manera”.
Para poder ambientar Mansfield Park en la campiña, que es el tipo de textura en la que mejor luce la preciosa labor de aguja que hace con la escritura, Jane Austen otorga a lady Bertram un temperamento indolente. Esta indolencia lleva a la familia a recluirse en el campo todo el año. Y es en el condado de Northampton donde la heroína Fanny Price puede desplegar sus ideales románticos “agitados por los vientos nocturnos de los Cielos”, y Jane puede reírse un poco de ellos. Austen elige el campo, o así me gusta creerlo, porque las intrigas de sus cuentos de hadas se desenvuelven mejor entre suaves colinas, setos y cabañas.
Si los acontecimientos de Orgullo y prejuicio no se hubieran desarrollado en Netherfield Park, ubicado a cinco kilómetros de su casa ¿podría Jane Bennet haberse visto obligada a permanecer una semana en la residencia del rico señor Bingley a causa de su resfriado? Las praderas llenas de barro que separaban a las dos familias fueron clave en la excelente estratagema de la señora Bennet para lograr casar a su hija con el heredero más rico de la región del Hertfordshire. De modo que el campo sirvió a Austen para cumplir con los propósitos matrimoniales de la señora Bennet.
Porque así como la heroína de Henry James aspira a trocar la filosofía trascendentalista de Concord, su tierra natal, por la conquista de Europa, la heroína doméstica de Austen teje sus telarañas con el fin de conquistar a un caballero, en lo posible un baronet, con no menos de cien mil libras esterlinas invertidas en tierras. El poco sentimentalismo de las heroínas de Austen obedece menos al declive del Romanticismo en el siglo XIX que a las leyes británicas, que despojaban a las mujeres de la herencia. (Las mujeres de la clase alta también estaban excluidas del mercado del trabajo: Jane debía tapar con papel secante sus escritos.) Más a la izquierda de Karl Marx, y a pesar de los noviazgos, los encajes y los titubeos, las motivaciones fundamentales que Jane Austen atribuye a sus personajes son económicas: las casas parroquiales, la propiedad de la tierra, los derechos de caza, las herencias vinculadas a parientes lejanos son los hilos de colores pálidos que hilan sus manos de dama. Por eso me gusta la literatura de Jane. Porque en sus delicadas agujas de bordar, el paisaje deja de ser una postal y el dinero un bien de cambio, para convertirse, ambos, en motivos dramáticos.
Fuente: clarin.com