LA ATEROSCLEROSIS ES MÁS VIEJA
DE LO QUE SE CREÍA: UNA PRINCESA EGIPCIA
LA PADECIÓ HACE 3.500 AÑOS





Es lo que sostienen investigadores estadounidenses que le hicieron estudios a la momia de Ahmose-Meryet-Amon. Hasta ahora se afirmaba que la enfermedad era propia de la dieta y el estilo de vida modernos.



Una princesa, Ahmose-Meryet-Amon, la momia más antigua con aterosclerosis. AP


Investigadores de los EE.UU. estudiaron la momia de 3.500 años de la princesa egipcia Ahmose-Meryet-Amon y encontraron que podría tratarse del caso conocido más antiguo de aterosclerosis. Vivió en Tebas (Luxor) entre los años 1580 y 1550 antes de Cristo y era hija del Seqenenre Tao II, el último faraón de la 17ª dinastía, una de las más prósperas del país del Nilo.
Por su posición acomodada, consumía una dieta rica en vegetales, fruta y con una limitada cantidad de carne. También tomaba pan y cerveza, fabricados con el trigo y la cebada que crecía a lo largo del Nilo durante este periodo del antiguo Egipto. El tabaco y las grasas trans se desconocían y el estilo de vida parecía activo.


Una princesa, Ahmose-Meryet-Amon, la momia más antigua con aterosclerosis. AP

Alejada de la dieta normal de un egipcio medio, su estilo de vida no parecía propiciar una enfermedad arterial. Sin embargo, los resultados encontrados indican que se trataría del primer paciente con enfermedad coronaria que se conoce.
Según el diario español El Mundo, el doctor Gregory S. Thomas, director de Cardiología de la Universidad de California, Irvine (EEUU) aseguró que comúnmente se pensaba que las enfermedades de las arterias coronarias y del corazón son consecuencia del modo de vida moderno “fundamentalmente porque han aumentado en los países en desarrollo a medida que se occidentalizan”.
“Pero nuestros resultados dejan en entredicho la percepción de la aterosclerosis como una enfermedad de la vida moderna”, expresó Thomas.


Una princesa, Ahmose-Meryet-Amon, la momia más antigua con aterosclerosis. AP

El estudio fue bautizado como el dios egipcio Horus y se adentró en el estudio de los vasos sanguíneos de 52 momias del antiguo Egipto. Según indicaron los estudios, la calcificación arterial, como marcador de la aterosclerosis, fue evidente en diversos puntos de casi varias momias escaneadas, lo que llevó a observar a los investigadores que este problema era común en un grupo de mediana edad o mayores antiguos egipcios.
Hubo 20 momias con aterosclerosis confirmada que eran mayores (lo que significa de unos 45 años) que aquellas que presentaban el tejido vascular intacto pero sin aterosclerosis (34,5 años).
La aterosclerosis en las arterias coronarias fue evidente sólo en tres de las momias investigadas, pero se pudo visualizar con claridad en la princesa Ahmose-Meryet-Amon, en quien las calcificaciones estaban presentes en cada lecho vascular que se visualizó con esta técnica.


Una princesa, Ahmose-Meryet-Amon, la momia más antigua con aterosclerosis. AP

El escáner por tomografía computada mostró también que la princesa, que murió al cumplir los 40 años, tenía aterosclerosis en dos de sus tres arterias coronarias principales.
"Esta investigación es importante porque se está viendo que los humanos están predispuestos a la aterosclerosis, lo que nos obliga a tomar las medidas necesarias para demorarla lo más que podamos", aseguran los autores de la investigación.

Fuente: agencias / clarin.com

ESTE SIMPÁTICO CUADRO
SE REMATA ESTA NOCHE EN BUENOS AIRES



ROBERT ADAMS, 1793-1835, "La quinta de Woodbine Parish, Buenos Aires, 1826." Óleo sobre tela. Mide 45 x 60 cm. Firmada R. Adams, fechada Buenos Ayres.... abajo a la derecha.


Referencia: En el reverso lleva etiqueta de "M. Newman Ltd. Fine Art dealers - 43 a Duke Street, St. James, London SW. - Paintings and drawings of the British and Continental Schools, established in 1870".
Reproducida en la Pág. 223 (lám. 146) del libro "Iconografía de Buenos Aires" de Bonifacio del Carril y Aníbal Aguirre Saravia.
Reproducida en la lámina LIX de la "Monumenta Iconographica - Paisajes, Ciudades, Tipos, Usos y Costumbres de la Argentina 1536-1860", Emecé Editores. Allí figura bajo el título "La residencia del ministro inglés, Buenos Aires"
En 1826, R. Adams pintó al óleo la casa quinta de Woodbine Parish, cónsul general británico de Buenos Aires. Estaba emplazada dentro de la antigua quinta de Altolaguirre de la época colonial, que se prolongaba desde la calle Libertad, en las Cinco esquinas, en casi toda la extensión de la Calle larga de la Recoleta, hoy Av. Quintana, hasta cerca de la iglesia del Pilar. Dentro de esta gran quinta se construyeron varias casas sobre la barranca del río, en la línea de la actual Av. Alvear. La de Parish estuvo situada entre las calles Libertad y Montevideo. Cuando Adams pintó este óleo, habitaba también en ella Lord Ponsomby, ministro británico acreditado ante el gobierno de Buenos Aires durante la guerra con Brasil.
Richard Adams,1793-1835, llegó a Buenos Aires en 1825, formando parte de un grupo de compatriotas, que vinieron traídos por los hermanos Robertson, para fundar la colonia de Santa Catalina, en los actuales partidos de Lomas de Zamora, y Esteban Echeverría.
Este arquitecto se dedicó con asiduidad a su profesión, dentro de cuya actividad, su obra importante que aún perdura, es la Iglesia Anglicana de San Juan Bautista, en la calle 25 de mayo, detrás de la Iglesia de la Merced, en terrenos que pertenecieron al Convento.
Obra re-entelada.


UNA CASA Y UNA HISTORIA DE AMOR



Secreta Buenos Aires,
Casa Amarilla






Por Eduardo Parise

En Barracas y en la Ciudad es muy conocida la trágica historia de Felicitas Guerrero, aquella joven viuda asesinada por un pretendiente despechado y que originó una leyenda. Pero en ese barrio, otra leyenda también evoca el triste final de una vida breve aunque llena de una carga quizá mucho más romántica: la de Elisa Brown, la hija mayor del máximo héroe naval de los argentinos, el almirante Guillermo Brown.
Elisa había nacido el 31 de octubre de 1810 en Inglaterra y, junto con sus padres, vivía en la famosa Casa Amarilla que la familia tenía en las cercanías del actual cruce de la avenida Martín García y Bolívar, a metros de donde hoy está el Parque Lezama. Por eso es que esa zona vecina aún sigue conociéndose con esa denominación. La Casa Amarilla que ahora se ve sobre la avenida Almirante Brown es una réplica de aquella residencia, entonces cercana al río.
Con apenas 17 años, la adolescente (con autorización de sus padres) inició un noviazgo formal con un joven, siete años mayor, que frecuentaba la residencia. Se llamaba Francis Drummond, había nacido en Escocia y era uno de los oficiales de la joven armada nacional que lideraba Brown. Dicen que la alameda que rodeaba la casona fue el escenario para aquel romántico encuentro entre esa chica de impactantes ojos azules y el apuesto marino. Cuando ocurrió la tragedia, Drummond ya se había destacado en combate, peleando en la batalla de Juncal. Eran los tiempos de la guerra con el Imperio del Brasil y los marinos argentinos derrochaban heroísmo en cada acción. Para entonces, el oficial ya tenía el grado de mayor y estaba al mando del bergantín Independencia.
Entre el 7 y el 8 de abril de 1827, frente a la Ensenada de Barragán cuatro naves argentinas enfrentaron a una veintena de barcos de la flota imperial. Se lo conoce como el combate de Monte Santiago y fue la mayor derrota naval argentina de ese momento histórico. Pero no estuvo exento de heroísmo, entre cuyas acciones se destaca lo hecho por Drummond quien, con su barco varado, muy averiado y después de agotar sus municiones, llegó en un bote hasta la goleta Sarandí para buscar reponerlas y volver a su nave para seguir combatiendo. Para entonces ya estaba herido: una esquirla de cañón le había volado una oreja. Fue allí que recibió la herida mortal que terminaría con su vida.
Drummond murió en los brazos del almirante Brown, quien luego le dio la mala noticia a Elisa, junto con el anillo que su amado, en su agonía, había pedido que le entregaran. A él lo enterraron con los honores correspondientes a un héroe (una calle lo recuerda en Nueva Pompeya). Ella lo soportó con estoicismo, pero ya había perdido su sonrisa para siempre.
Ocho meses después, el 27 de diciembre de ese mismo año, Elisa Brown murió ahogada en las aguas del río, en cercanías de la famosa Casa Amarilla. Dicen que había ido a bañarse junto con uno de sus hermanos y que una ola traicionera la atrapó en un pozo. La leyenda afirma que ese día era la fecha prevista para su casamiento y que, cuando murió, Elisa llevaba puesto un vestido de novia y aquel anillo. Y recuerdan que su muerte conmovió tanto a la ciudad que en su cortejo hubo unos 50 carruajes.
En Ruy Díaz de Guzmán, la avenida Martín García y la calle Pi y Margall, en Barracas, hay una pequeña plazoleta triangular que lleva el nombre de Elisa Brown. Un monolito de granito rojo alude a aquella Casa Amarilla. La placa de bronce que recordaba a la joven ya no está más. Cuentan que el almirante jamás pudo reponerse del lamentable final de la vida de su hija y que su tristeza se reflejaba muchas veces cuando lo veían, abrumado, con la mirada fija en el río. Pero esa es otra historia.



Fuente: clarín.com


TESOROS ARQUEOLÓGICOS



Estados Unidos devolvió el jueves al gobierno de Perú cinco piezas con valor cercano a los 43.000 dólares.

Animales mitológicos.


El subdirector para asuntos internacionales de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE por sus siglas en inglés) Luis Álvarez entregó las reliquias al embajador Luis Valdivieso durante una ceremonia celebrada en la misión diplomática sudamericana, informó AP.
Los artículos incluyen un manuscrito del siglo XVIII que había sido robado de la biblioteca Recoleta en Arequipa, que un hombre intentó traer ilegalmente a Houston en 2010, y dos vasijas con adornos felinos elaborada cerca del año 360 D.C., que ICE retuvo en Nueva York como parte de un cargamento que llegó a esa ciudad en 2009 procedente de Suiza, gracias a información suministrada por Lima.
Una tercera investigación, realizada de manera encubierta en Denver durante cuatro años, permitió la recuperación de una escultura con figura de jaguar de hasta 1.500 años de antigüedad y dos piezas textiles elaboradas a mano con algodón de la costa del Pacífico peruano.

Manuscrito milenario.

Cerámica inca.


Detalle artístico.



En primer plano.



Escritos del siglo XVIII.



Tomados de cerca.


AFP Photo/Saul Loeb



EL AÑO DE MAHLER



Se multiplican, aquí y en todo el mundo, los conciertos y homenajes al cumplirse un siglo de la muerte del compositor de colosales sinfonías; él decía que su época aún estaba por llegar.



Gustav Mahler

Por Pablo Gianera
LA NACIÓN

Anna, la segunda hija de Gustav Mahler, tenía, aún muy mayor, un recuerdo preciso de los hábitos alimenticios de su padre. Durante su período final en Nueva York, donde había decidido trabajar después de renunciar a su cargo en la Ópera de Viena, el compositor solía comer bifes muy cocidos, prácticamente carbonizados. Convencido por la causa del vegetarianismo, prefería no enterarse de que estaba comiendo carne pero, a la vez, sentía que la carne le permitía trabajar. Carne, entonces, que no pareciera carne. "Si no sentía placer, no podía ser tan malo", decía la hija.
Habría que evitar la generalización de la anécdota; no entender, por ejemplo, la manía gastronómica como una alegoría de su poética musical. Además de esa combinación de ascesis y hedonismo tan típica de la cultura vienesa de la época, hay sin embargo un punto revelador que contiene, en una escala pequeñísima, ciertos rasgos artísticos y biográficos. Como señaló el filósofo Theodor Adorno en un artículo de 1930: "Mahler no manipula los extremos para derivar un significado común de la figura resultante; los tuerce violentamente hasta que se penetran mutuamente". Ahí coinciden música y vida; Mahler fue un artista de la interferencia, del contexto interrumpido, de lo aparentemente irreconciliable. Es asombroso el modo en que esta particularidad, principio constructivo de casi toda su música, se proyecta sobre su vida.
Hasta su muerte, el 18 de mayo de 1911, fue quizás el hombre más famoso de Viena. Quizá también uno de los más temidos por otros músicos y uno de los más injuriados por la prensa. Tuvo varias campañas en su contra y ante la última, en 1907, el mismo año de la muerte de su hija María, de 4 años, dimitió y partió a Nueva York. Después de abandonar Estados Unidos, ya muy enfermo, recibió tratamiento en París por su endocarditis, pero él quiso morir en Viena. El viaje en tren entre las dos ciudades fue cubierto por los medios de prensa como si se tratara de la agonía de un monarca. Se reclamaba un parte médico en cada estación intermedia. Luego, su música cayó en el olvido público, como si la inminencia de catástrofe que hay en sus sinfonías y en sus canciones (recordemos nada más la Sexta y los Kindertotenlieder ) fuera una acusación que convenía desoír, de lo que emergió tras la Segunda Guerra Mundial. Por eso, nada parece más apropiado que el nombre de la exposición que se inaugura el 17 de mayo en el Deutsche Theatermuseum de Múnich: Un contemporáneo del futuro . En la película Mahler (1974), Ken Russell mezcla hábilmente la vida del hombre con la posteridad del personaje; recordemos, por caso, la escena en la estación de trenes, casi al comienzo, en la que Mahler ve a Gustav von Aschenbach y Tadzio, los personajes de Muerte en Venecia de Thomas Mann en la versión fílmica de Luchino Visconti, estrenada apenas tres años antes. Como señaló justamente Adorno, las sinfonías de Mahler se comunican con lo posterior en virtud de aquello que las separaba de su tiempo.



La época

Mahler había nacido el 7 de julio de 1860, en Kalischt, en la región de Bohemia. Según su mujer, Alma Mahler, Gustav habría dicho, casi como una confesión: "Soy un hombre sin hogar por triplicado: como natural de Bohemia en Austria, como austríaco entre los alemanes y como judío en todo el mundo. Un intruso en todas partes, nunca bienvenido". Nunca, ni aun bautizado como católico para entrar en la Ópera de la Corte de Viena, Mahler renunció a ese origen errante.
En vida, se lo conocía más como director de la Ópera que como compositor. La dirección parecía confundirse para Mahler con el oficio religioso. Para quienes tuvieron la suerte de escucharlas, fueron inolvidables sus versiones de las óperas de Richard Wagner, Wolfgang A. Mozart y Carl Maria von Weber; no menos recordadas, por lo demás, ni discutidas, que sus lecturas de Beethoven al frente de la Orquesta Filarmónica, con sus cambios de instrumentación en la Novena y la interpretación del Cuarteto para cuerdas op. 95 , con la sección de cuerdas completa.
El compositor, en cambio, entraba en funciones cuando el director se tomaba vacaciones. En Attersee o en Toblach solía tener una casita un poco alejada de la residencia principal que alquilaba con su familia. Empezaba a trabajar a eso de las seis de la mañana y almorzaba, solo, allí mismo. Para que no lo molestaran, la casita tenía que estar cercada con una valla de un metro y medio de alto, un kilómetro a la redonda. Una vez, dos trabajadores de la zona traspasaron el cerco e interrumpieron a Mahler para pedirle limosna. Desde entonces, la valla llevó también alambres de púas.
De sus nueve sinfonías terminadas, cinco (las n° 4, 5, 6, 7 y 8) fueron escritas durante los veranos de los diez años en que dirigió la Ópera de Viena. Es difícil decidir ahora hasta qué punto las actividades de director y compositor, tan tajantemente repartidas en el año a lo largo de toda una década, pueden haberse influido y contaminado entre sí. "Si quiere componer, no entre nunca en el teatro", le había confiado Mahler en una conversación privada a un jovencísimo Alban Berg, que lo admiraba hasta la devoción. Lo difícil resulta entonces saber hasta dónde el material ajeno que manipulaba como director se proyectaba luego en el trabajo con el propio. Tal vez nos ayude un artículo breve de Hugo von Hofmannsthal fechado en 1910 y dedicado al trabajo de dirección de Mahler. Hofmannsthal pone al compositor y director en una relación de beligerancia no ya con otros músicos sino con el material en bruto; al proponer esa relación, toca algo que podría entenderse también más allá de su pura pertinencia musical: "Una totalidad caótica, realmente heterogénea se articula rítmicamente y, según las apariencias, en un estado de convulsiones. Las partes hostiles o truncas se juntan y establecen relaciones y reacciones que apenas podían sospecharse; y el amigo de las artes y el filisteo advierten -el primero con fascinación, el segundo con admirada repugnancia- que de muchos elementos muertos puede resultar uno vivo. Tal era el espectáculo del director Gustav Mahler en la Ópera de Viena".




Gustav Mahler, retrato Emil Orlik, 1902



Lecturas

Si algo caracterizó a la cultura de la Viena de fines del siglo XIX y principios del XX, de Arnold Schönberg a Ludwig Wittgensteinpasando por Karl Kraus, fue una crítica del lenguaje en todos los frentes. Esa marca crítica se encuentra asimismo en la obra entera de Mahler. Naturalmente, allí también estaba Sigmund Freud, con quien Mahler tuvo un singular encuentro. Tras enterarse de que Alma lo engañaba con el arquitecto Walter Gropius, el compositor solicitó una consulta profesional con el analista. Se encontraron en la ciudad holandesa de Leiden y caminaron cuatro horas. Fue una sesión móvil en la que el compositor le habló de sus inquietudes emocionales y amorosas. Freud lo culpó por pedirle a una mujer joven que se atara a él y concluyó que el compositor amaba a su madre y la buscaba en cada mujer. Mahler no aceptó el diagnóstico pero, según algunos testimonios, se sintió aliviado. Tiempo después, Freud diría que nunca había conocido a nadie que pareciera entenderlo con tanta rapidez. Pero la comprensión no lo disuadió de, una vez muerto Mahler, enviarle al albacea un recibo en el que reclamaba el pago de 300 coronas por "una consulta de varias horas en agosto de 1910".
Las conclusiones que Mahler compartía con varios de sus contemporáneos de la Viena finisecular tenían orígenes anteriores y sin duda se remontaban a sus lecturas. Según cuenta su discípulo y amigo el director Bruno Walter, no podía vivir sin los poemas "Patmos" y "Der Rhein" de Friedrich Hölderlin, y releía continuamente las Conversaciones con Goethe , de Eckermann. Sin embargo, es probable que tuviera una afinidad de orden superior con Laurence Sterne (amaba Tristram Shandy ) y, sobre todo, con Jean Paul. En honor a una de sus novelas tituló a su Primera sinfonía como Titan .
La desmesura y la discontinuidad de las novelas de Jean Paul, hechas de sueños y organizadas con esa lógica, son anticipadamente mahlerianas. Como en La edad del pavo , Levana , Die unsichtbare Loge y Titan , en las sinfonías de Mahler no hay relaciones simétricas o evidentes entre motivos. Es más, los temas de Mahler no son sinfónicos a la manera en que lo eran, por ejemplo, los de Beethoven. Las relaciones motívicas permanecen latentes. Hay además un trabajo muy estricto con las voces (herencia tal vez de su detallismo como director) que él inauguró y que Schönberg llevaría a su realización plena: capas y capas de líneas que se vuelven alternativamente más o menos audibles. (También en esto se diferencia de su contemporáneo Richard Strauss, que tenía en sus obras una idea mucho más homogénea de la orquesta y que, cuando Mahler hablaba de "redención", se preguntaba: "¿De qué debemos ser redimidos?")
Acaso Mahler concibiera cada sinfonía como una novela, y las nueve completas más el fragmento de la Décima , como un ciclo de novelas. El compositor creía, sin ir más lejos, que las tres primeras sinfonías concluían realmente en la cuarta, con la que formaban una tetralogía. En este sentido, la Sinfonía n° 3 , la más monstruosa -por duración, por audacia, por complejidad emocional- de las obras de Mahler fue desde el principio un caso. Ya en 1901, Mahler le confiaba a Strauss que él era único que podía dirigirla. En la Tercera , no debería pretenderse ningún adecentamiento ni disimulo de las diferenciaciones en la orquesta (casi personajes de un programa luego retirado en el que el compositor "contaba" lo que le habían "contado" las flores, los animales, la noche). En la Sinfonía n° 8 , Mahler tentó además la escritura de una "obra maestra", la construcción de una catedral musical, en un momento en que esa categoría se había vuelto históricamente problemática.
Pero hay también otro Mahler menos espectacular. Friedrich Nietzsche escribió que, dejando aparte al "gran pintor de frescos", Wagner "atesoraba pequeñas preciosidades". Algo no muy distinto pasa también con Mahler. Escondido en las dimensiones colosales, habita un miniaturista. Pensemos nada más en el pasaje para oboe, corno inglés y clarinete en la "Nachtmusik" de la Séptima , o en los muchísimos momentos casi camarísticos de la Octava . La épica choca allí con la lírica.
Una cosa diferente es el arte de la cita, en el que el compositor era un maestro, tan cercano a veces a la técnica del collage . Fue otro compositor, György Ligeti, quien usó esa palabra importada de la pintura para definir el uso que Mahler hacía de ciertos materiales musicales residuales pertenecientes a la esfera del entretenimiento y para proponer una afinidad poética con Charles Ives. (Hay una historia según la cual Mahler habría conocido en Estados Unidos la partitura de la Tercera sinfoní a de Ives y que tenía incluso intenciones de dirigirla con la Filarmónica de Nueva York. La muerte se lo impidió. Sin embargo, nadie pudo hasta ahora convertir en certeza esta especulación.) Mahler demostró así la neutralidad del material musical y la importancia, en cambio, del contexto musical en el que se lo inserta.
El collage , que propicia un sentido por mera contigüidad, constituye también una de las condiciones de posibilidad de la ironía mahleriana. En las partituras, anota a veces "con parodia" y a veces "sin parodia". ¿Qué hacer cuando no anota nada? Casi todo lo que escribió Mahler está mediado por la ironía, entendida no como lejanía cínica, sino como la formuló el romántico Friedrich Schlegel: una perspectiva que se abre en la frase y la niega o la desmiente. La ambigüedad de la ironía excava en lo evidente una ventana al infinito. Esa visión inabarcable se proyecta sobre el compositor. "Creo que nadie conoció realmente a Mahler", escribió el crítico Richard Specht todavía muy temprano, hacia 1913. Cien años después de su muerte, Mahler sigue siendo, pese a todos los abusos interpretativos de los que fue víctima, ese gran desconocido.

@gianera


Gustav Mahler en 1865.



En Buenos Aires, la obra de Gustav Mahler aparece representada en las programaciones de este año. Invitado por el Mozarteum, Gustavo Dudamel dirigirá el domingo 26 de junio en el Teatro Colón la Séptima sinfonía . Por su parte, la Orquesta Sinfónica Nacional ha incluido casi todos los meses, alguna obra de Mahler, siempre con la dirección de Pedro Ignacio Calderón: Canciones de un caminante (20 de mayo), Sinfonía n° 10 (10 de junio), Sinfonía n° 3 (con la mezzo Lucila Ramos Mañé) (1° de julio), Sinfonía n° 4 (26 de agosto), Sinfonía n° 5 (16 de septiembre).
También la programación de la Filarmónica de Buenos Aires refleja el centenario. Con dirección de Enrique Arturo Diemecke, están programadas en la temporada 2011 la Sinfonía n° 1 (26 de mayo), la n° 4 (21 de julio), la n° 7 (16 de junio), la n° 9 (17 de noviembre).
Por último, el Teatro Argentino de La Plata tiene prevista la interpretación de los Kindertotenlieder con dirección de Guillermo Scarabino y el barítono Víctor Torres como solista (28 de mayo) y la Sinfonía n° 1 , con dirección de Alejo Pérez (24 de septiembre).En 2010 (año del 150° aniversario del nacimiento del compositor), la editorial de partituras Universal Edition abrió en su página web el blog Gustav Mahler 2010/2011 ( http://mahler.universaledition.com ), destinado a recoger testimonios de directores especializados en el repertorio mahleriano. El resultado, todavía en curso, es una serie de, hasta ahora, veinticinco largas entrevistas. De ellas, se tomaron los siguientes fragmentos.





Mahler en su juventud.




Daniel Barenboim

"Llegué a dirigir la Quinta sinfonía porque era un chico rebelde, y luego un joven rebelde. Fui en Londres a un concierto en el que Klemperer dirigía la Séptima . Odié la obra y se lo dije: 'No la soporto'. Era Yom Kippur, el Día del Perdón, y Klemperer me dijo: 'Sos terrible, escuchaste la Séptima de Mahler con tal de no ir a la sinagoga'. Luego me dio toda una lección y me hizo notar que yo era tan limitado por influencia de Furtwängler, que a Furtwängler no le gustaba Mahler porque era judío, y todo ese tipo de observaciones exageradas e innecesarias. Básicamente, lo que me dijo fue: 'La única sinfonía de Mahler que no es buena es la Quinta '. Por supuesto, es la primera que dirigí. A pesar de todo."


Simon Rattle

"Hay un solo Mahler que los abarca a todos. Y el hecho es que Mahler proyecta la ironía sobre sí mismo. Dijo sobre la Tercera sinfonía : 'Sé que siempre tuve una adicción a la trivialidad pero en esta pieza fui demasiado lejos. Podría pensarse que todo viene de un corral o de una taberna.' Era irónico. Incluía todo, pero todo era parte de lo mismo."



Antonio Pappano

"Hay catástrofes en todas sus obras. Pero en realidad él sufrió tantas catástofres personales que éstas eran una parte importante de su vida. Es como si hubiera estado destinado a vivir entre catástrofes. Lo formidable de la Sinfonía n° 6 , por ejemplo, es que en el último movimiento lucha directamente con la muerte, digásmolo así. Y resiste una y otra vez. Lo interesante es aquello que la catásfrofe hace del hombre. [...] La idea del superhombre de Nietzsche se reduce en Mahler al hombre. Es cualquiera de nosotros. Cada vida tiene sus luchas. Por otro lado, hay también en cada sinfonía un despliegue espectacular, que él ayudó a volver popular. Es un espectáculo en sí mismo. Las exigencias a la orquesta, la grandeza del conjunto son algo único. Es teatro. Sus sinfonías pueden escucharse como sus pequeñas óperas. Justamente él, el más grande director de opera que existió jamás, no escribió óperas. Bien: éstas son sus óperas."




Riccardo Chailly

"Si uno escucha el Adagio de la Sinfonía n° 10 , creo que encontrará allí la respuesta de hacia dónde habría ido su música. Me atrevería a decir que seguramente hubiera ido más allá de la armonía y, liberado de la carga del sistema armónico, habría alcanzado por sí mismo el sistema dodecafónico. Por lo demás, Puccini hizo eso con Turandot . En los bocetos del finale que me mostró Luciano Berio, hay páginas que muestran series dodecafónicas y que desgraciadamente Berio no incluyó finalmente en su Orchesterfassung . Puccini y Mahler son dos compositores que estaban interesados en lo nuevo, que buscaban siempre avanzar, cada uno a su manera, y expandir su vocabulario musical."


Gustav Mahler



Zubin Mehta

"Analicé toda la Primera sinfonía con Bruno Walter. Fue él quien me habló de la litografía de Callot que Mahler había visto y que tanto lo había afectado cuando compuso la marcha fúnebre del tercer movimiento. Pero la marcha fúnebre desemboca en una danza judía muy vulgar, y Walter entonces me dijo: ?No sea tímido, no trate de que la danza sea simpática, tóquela de una manera vulgar'. [?] Está allí la descripción de los animales que, en la litografía, matan al cazador. Entonces empieza con un canon, 'Frère Jacques' o 'Bruder Martin', pero progresa luego a la danza porque los animales festejan después de matar al cazador."



Michael Tilson-Thomas

"Es evidente que, en la Sexta , él atravesaba una crisis terrible; el carácter de la pieza es tan pesimista, tan desesperanzado... Toda la obra parece una especie de manía, algo así como una manía militarista y las consecuencias de ella. Sabemos que estaba cerca del suicidio, o en todo caso un estado de completa desesperación. Tuvimos la suerte de que llegara a terminarla. En cierto modo, queda allí un mensaje optimista, en el hecho de que no se matara y de que concluyera la sinfonía."


Gustav Mahler, caricatura de Hans Boehler, 1906. (Archivo Carnegie Hall)



Lorin Maazel

"Era un supergenio y estaba adelantado a su época. Algunos nacen con su inteligencia y su mente vuelta hacia el pasado. Creo que, en cambio, Mahler tenía muchas caras: una miraba hacia delante; otra, alrededor y una tercera, sobre su hombro, al pasado. Su música nos parece tan asombrosa justamente porque todo está ahí. Dicho en pocas palabras: era un visionario."



Gustavo Dudamel

"Es graciosa la manera en la que conocí la música de Mahler. Mi padre tocaba el trombón en un grupo de salsa y también en una orquesta. Me acuerdo de que encontré la parte para trombón de la Sinfonía n° 1 de Mahler. Intenté tocarla con el trombón de mi padre. Yo tenía 11 o 12 años y estudiaba violín. Al poco tiempo, un tío me regaló una grabación de la Primera. Fue mi primer contacto con Mahler. E incluso, más tarde, fue también la primera pieza grande que dirigí. [...] Creo que hay oculto en Mahler un niño que la gente no siempre ve. Siempre se le presta atención al Mahler que piensa en la muerte, lo ven de manera trágica. Pero incluso en esa visión trágica de la vida, hay en Mahler algo infantil, hecho de sus recuerdos, los recuerdos de la tierra y la atmósfera en las que creció."

Gustav Mahler en 1909



Pierre Boulez

"En Mahler, uno tiene, por ejemplo, un movimiento que dura 30 minutos, o a veces más, y hay que encontrar una manera de organizar eso. Desde ya, no se puede dejar que corra y decir: 'Bueno, tengo un poco de emoción en este momento; ahora espero que llegue la próxima'. No es posible limitarse a llenar esos agujeros entre emociones. Hay que tener una trayectoria, comprenderla y contar con músicos que entiendan aquello que uno definió como trayectoria. Y sucede además algo muy singular y en cierto modo gracioso: cuanto más entiende uno la forma en sí misma, más espontánea se vuelve la interpretación."



David Zinman

"Mahler no hace concesiones; no se entrega, no es flexible. Permanece siempre leal a sí mismo; siempre en busca de la perfección y la pureza. Eso es lo que más admiro de él. [...] Habría querido ser un gran poeta, y al mismo tiempo Beethoven; una especie de súper Beethoven. Quería describir la vida entera; que su música fuera un universo en sí mismo."



Fuente texto: ADN Cultura LA NACIÓN



ESCUCHE EL ADAGIETTO DE LA 5ta. SINFONÍA DE GUSTAV MAHLER POR LA ORQUESTA FILARMÓNICA DE VIENA, DIRIGIDA POR LORIN MAAZEL:


http://www.youtube.com/watch?v=BMgRjG6nrEs



UNA GUITARRA
DE 7.000 ÁRBOLES EN LAS PAMPAS



Un estanciero argentino los plantó como homenaje a su difunta esposa



Una vista de la guitarra desde el aire / María Emilia Pérez para The Wall Street Journal

Por Matt Moffett

GENERAL LEVALLE, Argentina - Los pilotos miran a menudo con incredulidad cuando vuelan por primera vez sobre esta localidad en las fértiles pampas. Allí, en la monótona llanura, hay una arboleda de cipreses y eucaliptos en forma de una gigantesca guitarra. Tiene aproximadamente un kilómetro de largo.
Detrás de la gran guitarra de las pampas, y los aproximadamente 7.000 árboles que la componen, hay una historia de amor que tomó un giro trágico.
La arboleda con los contornos de una guitarra es obra de Pedro Martín Ureta, un productor agropecuario que ahora tiene 70 años. La obra paisajística es un homenaje a su difunta esposa, Graciela Yraizoz, quien murió en 1977 a los 25 años. "Es increíble ver un diseño tan cuidadosamente planeado, a tanta distancia abajo", dice Gabriel Pindek, piloto comercial de Austral Líneas Aéreas. "No hay otra cosa así".
Ureta, de una familia estanciera con hondas raíces aquí, fue un bohemio en su juventud. Viajó a Europa y se codeó con artistas y revolucionarios. Tras volver al país a finales de los años 60, a los 28 años, fue cautivado por Yraizoz, quien apenas tenía 17 años.

El párroco local casi se niega a celebrar la boda, recuerda Ureta, ya que no creía que el estanciero parecía lo suficientemente comprometido para amar a Yraizoz "todos los días" de su vida. Pero Ureta demostró ser extraordinariamente devoto a Yraizoz, dicen sus amigos e hijos, y la unión fue feliz, aunque breve.




Pedro Martín Ureta y su hijo Ezequiel junto al avión que está punto de sobrevolar el casco de estancia en forma de guitarra de los Ureta.


"Ella era muy emprendedora, vivía haciendo cosas", dice Soledad, de 38 años, uno de los cuatro hijos del matrimonio. "Ella ayudó a guiar a mi papá. Vendía ropa".
Un día durante un vuelo sobre la llanura pampeana, Yraizoz divisó un campo que, por obra de una peculiaridad topográfica, desde el aire parecía un balde, cuentan sus hijos. Fue entonces cuando ella comenzó a pensar en diseñar la propia finca de la familia en la forma de una guitarra, un instrumento que adoraba.
"Mi padre era muy joven, y estaba ocupado con su trabajo y sus propios planes", dice su hijo menor, Ezequiel, de 36 años. "Él decía 'después, hablemos después'".
Yraizoz, sin embargo, no tenía mucho tiempo para esperar. Un día en 1977, se desmayó. Había sufrido una ruptura de aneurisma cerebral, un debilitamiento en la pared de un vaso sanguíneo que terminó por explotar. Murió poco después, mientras llevaba en el vientre a quien hubiera sido el quinto hijo de la pareja.
Hoy, Ureta dice que la muerte de su mujer orientó su vida en una dirección más filosófica. Dice que se retrajo un poco. Leyó sobre el budismo. Ureta parafrasea un verso del cantautor y escritor Atahualpa Yupanqui que le quedó grabada en la cabeza: Galopaba mucho y lo mismo llegué tarde.
Unos años después de la muerte de su Graciela, Ureta decidió cumplir con sus deseos sobre el diseño de la estancia. Como los paisajistas con los que consultó estaban predeciblemente desconcertados, se hizo cargo del trabajo.


Otra vista aérea del casco de la estancia de los Ureta.

La mayor parte de la guitarra, como el cuerpo y la boca en forma de estrella, está hecha de cipreses. Ureta plantó seis filas de eucaliptos para que hicieran de cuerdas, cuyo tono azulado ofrecía un contraste desde la altura.
Plantar la guitarra fue un trabajo de toda la familia, y hacer que los jóvenes árboles crecieran fue más difícil.
Las liebres y los cuises destruían las frágiles plantas. "Es una zona semiárida y hay vientos fuertes y sequías", dice el estanciero. "Tuve que sembrar y resembrar y casi abandoné el proyecto".
Finalmente, Ureta tuvo una inspiración. Puso algunos metales de desecho y mangas protectoras en torno a los jóvenes árboles.
Cuando los árboles finalmente comenzaron a crecer, María Julia, la hija de 39 años, dice que fue lo más parecido posible a que la madre volviera a vivir.


La mujer de Pedro Martín Ureta, Graciela Yraizoz, que murió en 1977, a los 25 años.

Mientras se ocupaba de los árboles, Ureta estaba criando cuatro hijos. Todos los días, manejaba unos 15 kilómetros en su camioneta pickup para llevarlos a la escuela. Cuando la pickup se estancaba en el barro durante la temporada de lluvias, usaba un caballo para sacarla.
Hoy, el hijo mayor, Ignacio, de 42 años, es ingeniero; María Julia es representante farmacéutica; Soledad es profesora de educación especial; y Ezequiel es veterinario. Tiene nueve nietos.
Ureta espero un largo tiempo después de la muerte de Graciela para entablar una nueva relación seria, dicen sus hijos. En los 90, empezó a salir con María de los Ángeles Ponzi, que está a cargo de la farmacia del pueblo. No han contraído matrimonio, pero tienen una hija de 11 años, Manuela. Ponzi dice que aprecia la belleza del tributo a la primera esposa de su pareja.
Ureta nunca ha visto la gran guitarra desde el cielo, excepto en fotos. Teme volar.



Fuente: lanacion.com/The Wall Street Journal



MUSEO DEL CINE:
TRAS 40 AÑOS Y SEIS MUDANZAS,
TENDRÁ SU SEDE DEFINITIVA


El mes que viene abre al público. Hoy la colección está en un depósito de Barracas.

La vieja usina. El Museo Pablo Ducrós Hicken está siendo montado en el edifico donde estaban los departamentos de los empleados jerárquicos de la Italo, en Caffarena 49.

Por Nora Sánchez

Tiene 40 años de historia, pero nunca tuvo una sede propia. Desde 1971, el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken pasó por seis lugares diferentes, incluyendo al Centro Cultural San Martín y hasta una ex escuela de Balvanera. Actualmente, su colección se encuentra depositada en un galpón de Barracas . Y si bien está abierta a la consulta de investigadores, el público no puede visitarla. Aunque no por mucho tiempo más. El Ministerio de Cultura porteño anunció que, el 22 de junio, el museo que conserva uno de los archivos fílmicos más importantes de Latinoamérica re abrirá en su sede definitiva , en el barrio de La Boca.
El museo funcionará en Caffarena 49, en un edificio anexo a la antigua usina de la Compañía Italo Argentina, que ahora está siendo transformada en la Usina de la Música (será inaugurada parcialmente este año). Este edificio continúa el estilo romántico lombardo de la usina, construida en 1916 de acuerdo al diseño del arquitecto italiano Juan Chiogna. Antiguamente, era el lugar donde estaban los departamentos para los empleados jerárquicos de la Italo. El reciclaje de este anexo, que comenzó durante la gestión de Jorge Telerman, costó $ 4 millones y ahora el Ejecutivo invertirá otro millón para la instalación del museo.
“El Museo del Cine se convertirá en un eje del corredor cultural del sur, que integra al Museo de Arte Moderno, la Fundación Proa y al Centro Cultural de España en Buenos Aires, en el ex-Padelai –anticipa el ministro de Cultura, Hernán Lombardi–. Decidimos instalarlo en el anexo de la usina porque para articular este corredor se necesita una gran diversidad de contenidos. Y sobre todo, que sean contenidos convocantes por sí mismos”.
En algunas paredes del edificio, todavía están los espejos de las salas donde ensayaban los alumnos de baile de la Fundación Julio Bocca, que funcionó hasta hace poco en el lugar. Ahora, en la planta baja estarán las salas de exposición permanente y temporaria, un microcine para 50 personas y un centro de documentación, con biblioteca, videoteca y hemeroteca.
Mientras, en la segunda planta se distribuirán los talleres de conservación y el taller de montaje de exposiciones. También habrá un departamento de museología, curaduría e investigaciones, un centro de catalogación, una isla de edición, un laboratorio de preservación digital y un área de producción audiovisual.
Arriba estarán los depósitos para el patrimonio no fílmico del museo, que incluye más de 400 aparatos de registro y reproducción de imágenes. Hay equipos Lumière, Pathé y Gaumont , pero también cámaras fotográficas caseras, proyectores de cine y moviolas y visionadoras profesionales. El museo también cuenta con 3.000 afiches originales de películas argentinas , 360 bocetos de escenografía y vestuario y 400 piezas de vestuario utilizadas en filmes nacionales. A esto se le suman 60.000 fotografías de películas y personalidades del cine, más de 200 premios ganados por el cine argentino , objetos personales de artistas y 100.000 documentos relacionados con la historia del cine, el teatro y la TV, como recortes periodísticos, contratos y cartas personales.
Sin embargo, las principales joyas de la colección son sus más de 65.000 rollos de película cinematográfica de 16 y 35 milímetros , que incluyen obras desde los años del cine mudo hasta la actualidad. La colección es tan importante que, en 2008, en este archivo se encontró la única copia completa del filme alemán Metrópolis, de Fritz Lang, que se consideraba perdida (ver Metrópolis...). Pero estas joyas no se guardarán dentro del museo, porque estas películas están en soportes de nitrato y acetato, dos materiales muy inflamables. Por eso, el plan es construir o acondicionar otro edificio con las medidas de seguridad necesarias.
El acervo del museo también cuenta con 12.000 latas del noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos , que desde 1938 cubren un período de 40 años, y 12.110 latas del archivo fílmico de noticieros de Canal 9, del período 1969-1983.
“Es esencial que el Museo del Cine tenga un lugar acorde a su valiosa colección y a la importancia que la Ciudad le da al cine argentino”, afirmó Lombardi. Y prometió que la larga peregrinación del museo que nunca tuvo su lugar está por terminar.


Metrópolis, en un estante


En Alemania desconfiaron cuando, desde un remoto museo porteño, proclamaron haber encontrado la única copia completa de la película alemana Metrópolis, de Fritz Lang, del año 1927. Pero era verdad. Estaba en un estante del Museo Pablo Ducrós Hicken, debidamente clasificada. Lo que nadie sabía era que se trataba de la copia de 153 minutos. El ex director del BAFICI, Fernando Martín Peña, sospechaba que la copia podía estar aquí, por una anécdota que le confío Salvador Samaritano en 1986. El crítico de cine le había contado que cuando pasó la película en el Cine Club Núcleo, en 1959, él mismo había tenido que presionar con el dedo la ventanilla del proyector para que la copia se viera bien durante “más de dos horas”. Y sólo la versión original duraba 153 minutos.

El peregrinaje


Creado en 1971, comenzó a funcionar en el Centro Cultural San Martín.
En 1978, sus oficinas fueron ocupadas por el Ente Autónomo Mundial 78 y el museo fue trasladado al ex Instituto Di Tella, en Florida 936.
En 1979 volvieron a mudarlo y terminó en el asilo Viamonte, en Junín 1930, que años más tarde se transformaría en el Centro Cultural Recoleta.
En 1983, lo instalaron en el edificio que había ocupado la escuela Carlos Tejedor, en Sarmiento 2573, en Once.
En 1997, fue a dar a Defensa 1220, junto al MAMBA.
En 2005 fue a dar al segundo piso del Servicio Electoral del Correo Argentino, en Salmún Feijóo 555, en Barracas.

Fuente: clarin.com