¿SABE USTED
DE QUÉ ESTÁ HECHO EL CIELORRASO DEL
PALACIO REAL DE BRUSELAS?



Uno de los palacio más espectaculares de toda Europa... con un cielorraso único en el Mundo.


Dos de las piezas más famosas del Palacio Real de la capital belga, son el techo y la araña central del Salón de los Espejos. Sólo hay que echarles un vistazo a las fotos para tener una idea sobre su espectacularidad.
Pues bien, esta magnífica construcción está adornada con los caparazones de más de un millón de escarabajos joya tailandeses. Sí, sí, con los caparazones de más de un millón de escarabajos.
Esta asombrosa hazaña de artesanía se manifiesta con la luz natural con una fuerza extraordinaria. Jan Fabre y su equipo de 29 artesanos pasaron tres meses para completar esta tarea tan laboriosa.
También se destaca la Sala Imperio, que contiene 11 ollas de oro llenas de tierra y flores de cada una de las 11 provincias belgas. Aquí tiene Usted
estas maravillosas imágenes para que pueda apreciar todo ésto en su completa majestuosidad. 








Sencillamente increible... ¿no es cierto?


EL OCULTO MONUMENTO A ESPAÑA



DE FRENTE. CRISTOBAL COLON A LOS PIES DE ISABEL LA CATOLICA, AL FONDO DE LA COSTANERA.

Por Eduardo Parise

Sobre la gran base de granito rojo dragón y sus veintisiete personajes realizados en bronce aún resuenan los ecos del reciente recital que Shakira dio a metros de allí. Pero lo más probable es que los miles de seguidores de la cantante colombiana hayan pasado frente a él sin darse cuenta de su presencia. Es cierto: su ubicación en la Ciudad no es la mejor, tanto que en algún momento estuvo previsto trasladarlo al cruce de Avenida de Mayo y Nueve de Julio, en la misma plazoleta donde está el Monumento al Quijote, una obra que en 1980, cuando fue presentada, generó controversias.
Pero el que estamos presentando es uno de los valiosos monumentos de Buenos Aires, aunque no tenga demasiada prensa. Se titula “Monumento a España” y fue inaugurado en 1937 como una manera de simbolizar la unión del pueblo argentino con el español.
Unos años antes, la Argentina había recibido de España el impactante “Monumento a la Carta Magna y las Cuatro Regiones Argentinas“, ese que está en Avenida Del Libertador y Avenida Sarmiento, en Palermo, y al que la gente bautizó simplemente como “monumento de los españoles”. Por eso es que el gobierno argentino decidió la retribución realizando esa obra que está al final de la Avenida Costanera Sur, que allí se llama Avenida España.
El Monumento a España es obra del escultor Arturo Dresco, un argentino que vivió entre 1875 y 1961. La idea, según contó en su momento Dresco, era reflejar en la obra algo de la historia que va desde el descubrimiento de América hasta los tiempos del Virreinato. Por eso es que el centro se destacan las figuras de Cristóbal Colón, de rodillas frente a la reina Isabel La Católica. En la parte superior, una mujer madura sentada y una joven de pie simbolizan a España y a la Argentina, respectivamente.
A derecha y a izquierda, otros grupos escultóricos tienen figuras representativas. El de la izquierda muestra al religioso Martín del Barco Centenera junto con Sebastián Elcano, Jerónimo Luis de Cabrera, Domingo Martínez de Irala y Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El del otro lado tiene las figuras de Pedro de Mendoza y Juan de Garay (los dos fundadores de Buenos Aires), Sebastián Gaboto y el presbítero Bartolomé de Las Casas. Lo más curioso de la obra es que a los pies de De Las Casas hay una mujer nativa, desnuda y de rodillas. La obra escultórica se completa con imágenes de Juan José Vértiz, Francisco Solano, Pedro de Cevallos, Hernando Arias de Saavedra, el sacerdote Fernández, Joaquín del Pino, Baltasar Hidalgo de Cisneros, Pedro Cerviño y Félix de Azara. También, en los costados se incluyen estatuas de Juan Díaz de Solís y de Hernando de Magallanes. Y además otras dos figuras que llaman la atención: dos niños nativos desnudos. Todo el conjunto está rematado con una inscripción grabada en el frente: “A España Fecunda, Civilizadora, Eterna” Lo más probable es que el concepto de la obra genere reclamos de los pueblos originarios, por el significado que se le da a la conquista, pero eso forma parte de la polémica histórica y no del trabajo artístico.
Aparte, Costanera Sur también tiene otras obras como la famosa y reconocida Fuente de las Nereidas, de la tucumana Lola Mora. Y también dos astilleros, casi abandonados en la década de los 90 y recuperados en los últimos años para reparar hasta submarinos. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

PIQUETEROS INTELECTUALES



Mario Vargas Llosa
Para LA NACIÓN

Piqueteros intelectuales
Foto LA NACIÓN


MADRID.- Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados con el grupo Carta Abierta, encabezados por el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política "liberal", "reaccionaria", enemiga de las "corrientes progresistas del pueblo argentino" y mis críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su gobierno, ni oportuna, cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.
Me alegra coincidir en algo con la presidenta Cristina Fernández, cuyas políticas y declaraciones populistas en efecto he criticado, aunque sin llegar nunca al agravio, como alegó uno de los partidarios de mi defenestración. Nunca he ocultado mi convencimiento de que el peronismo, aunque haya impulsado algunos progresos de orden social y sindical, hechas las sumas y las restas ha contribuido de manera decisiva a la decadencia económica y cultural del único país de América latina que llegó a ser un país del primer mundo y a tener en algún momento un sistema educativo que fue un ejemplo para el resto del planeta.
Esto no significa, claro está, que aliente la menor simpatía por sus horrendas dictaduras militares cuyos crímenes, censuras y violaciones de los derechos humanos he criticado siempre con la mayor energía en nombre de la cultura de la libertad que defiendo y que es constitutivamente alérgica a toda forma de autoritarismo.
Precisamente, la única vez que he padecido un veto o censura en la Argentina, parecido al que pedían para mí los intelectuales kirchneristas, fue durante la dictadura del general Videla, cuyo ministro del Interior, el general Harguindeguy, expidió un decreto de abultados considerandos prohibiendo mi novela La tía Julia y el escribidor y demostrando que ésta era ofensiva al "ser argentino". Advierto con sorpresa que los intelectuales kirchneristas comparten con aquel general cierta noción de la cultura, de la política y del debate de ideas que se sustenta en un nacionalismo esencialista un tanto primitivo y de vuelo rasero.
Porque lo que parece ofender principalmente a Horacio González, José Pablo Feinmann, Aurelio Narvaja, Vicente Battista y demás partidarios del veto, por encima de mi liberalismo es que, siendo un extranjero, me inmiscuya en los asuntos argentinos. Por eso les parecía más justo que abriera la Feria del Libro de Buenos Aires un escritor argentino en consonancia con las "corrientes populares".
Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en la Argentina, el general José de San Martín y sus soldados del Ejército Libertador no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y Perú y, en vez de cruzar la cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra, con lo que la emancipación hubiera tardado un poco más en llegar a las costas del Pacífico sudamericano. Y si un rosarino llamado Ernesto "Che" Guevara hubiera profesado el estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas, se hubiera eternizado en Rosario ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.

Fuego de artificio

El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios administrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación -al igual que la raza o la religión- no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana.
Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, sólo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beligerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.
Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés. Los intelectuales kirchneristas que sólo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva representación de las "corrientes populares" de su país están muy lejos no sólo de un Alberdi o un Sarmiento, sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en América latina, y que en países donde ha estado o está en el poder, como en Chile, Brasil, Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no sólo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia "formal" sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cultura de la libertad en América latina.
¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde sólo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo Carta Abierta, la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición.
De quienes parecen estar mucho más cerca de lo que tal vez imaginan Horacio González y sus colegas es de los piqueteros kirchneristas que, hace un par de años, estuvieron a punto de lincharnos, en Rosario, a una treintena de personas que asistíamos a una conferencia de liberales, cuando el ómnibus en que nos movilizábamos fue emboscado por una pandilla de manifestantes armados de palos, piedras y botes de pintura. Durante un buen rato debimos soportar una pedrea que destrozó todas las lunas del vehículo, y lo dejó abollado y pintarrajeado de arriba abajo con insultos. Una experiencia interesante e instructiva que parecía concebida para ilustrar la triste vigencia en nuestros días de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa Sarmiento en su Facundo y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es El matadero .
Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas "liberales", "burguesas" y "reaccionarias" se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay sólo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con "las corrientes progresistas del pueblo argentino".

© El País, SL


LA SACRIFICADA
(E INSOPORTABLE) EXISTENCIA DEL ESNOB.





Por Marcelo Moreno
Disparador

El (o ella) es distinto. Eso es lo que lo distingue. Y eso es lo que nos remacha hasta el agotamiento (nuestro) y el hartazgo (también, y supremo). Es el esnob, aquel que mediante homéricos esfuerzos y un desmesurado (e inútil) trabajo, ha logrado construir de sí mismo otro, que nos quiere persuadir que es el auténtico. Eso, cuando justamente lo auténtico, lo verdadero, lo natural y espontáneo de ser es lo que el esnob ha renegado al punto de haberlo enterrado en el último rincón del olvido.
Para el esnob, la afectación es la norma y todo reflejo instintivo, un enemigo en potencia.
Seguramente en la lista de imbancables pica entre los primeros por el ruido ambiente que suele generar su estrepitosa personalidad. Pero también estamos los que casi nos divierte o nos apena contemplar el patético denuedo que despliegan en sostener la construcción artificial que han hecho de sí mismos.
Nada en ellos (o casi) responde a lo innato: los gestos, la manera de hablar, la mirada, el tono de voz, el atuendo. También, las opiniones y hasta los pensamientos. Todo ha sido estudiado y edificado con paciencia de orfebre. Y la espontaneidad ha sido arrancada de raíz, como se despeja un mal sueño.
Y desde luego, el objetivo supremo que se imponen es el de destacar esa obra que son ellos mismos. Se desesperan por mostrarse y sobresalir. Es cierto que producen un batifondo molesto en ese empeño. Pero también es cierto que no pueden parar: exhibir la manufactura resultante de sus esfuerzos compone, casi, el sentido de sus vidas.
Ellos quieren evidenciarle al mundo lo originales, elegantes, inteligentes, perspicaces, agudos que son. Y todo lo informados que están, todo lo que saben sobre todo lo que imaginan importante.
Y su carácter de distintos la exhiben desde la indumentaria, notabilísima señal que hace a su diferencia. He conocido esnobs que usaban sólo ropas blancas. Otros, sólo el negro. Recuerdo a una mujer que vestía de naranja y a un millonario que siempre andaba de zapatillas y jean, hasta en invierno. Lo de siempre no es casual porque ellos lo saben: la insistencia acentúa el rasgo.
Otros, que usaban sombreros en épocas en que ya nadie lo hacía. Y hasta el colmo de utilizar bastón sin necesitarlo.
Muchos se equivocan al confundirlos con súbditos de la moda: la detestan, porque los obligaría a integrar un conjunto que sigue una tendencia cuando justamente pretenden lo contrario, pavonear una individualidad sin mácula social.
Y en todo caso, lo que aceptan, gustosos, son imitadores: ellos quieren imponer la moda. Desde otro punto de vista, lo que viven (y muy mal) es casi una tragedia vecina al homicidio: aplastaron lo que fueron hasta que no quedara vestigio, en pos de un supuesto brillo personal que se afanan en pulir sin prisa y sin causa, con esfuerzo sostenido y tremendo.


Fuente texto: clarin.com


MAMÁ - ARAÑA:
LOUISE BOURGEOIS EN BUENOS AIRES



Creadora de una obra universal, se la considera una de las más grandes escultoras.


LOUISE BOURGEOIS VISTA POR ROBERT MAPPLETHORPE

Por Mercedes Pérez Bergliaffa,
ESPECIAL PARA CLARIN

La gran diosa de la escultura, la madre de las madres de las formas, se presenta por primera vez de forma completa en la región, y lo hace en Buenos Aires. Se trata de la increíble escultora Louise Bourgeois y de “El retorno de lo reprimido”, la muestra que se expondrá en la Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929) a partir del sábado próximo y hasta julio.
Fruto de un esfuerzo de producción y de costo gigante (los 75 trabajos, algunos inmensos, vienen desde distintas partes del mundo), los amantes del arte, y en realidad todas las personas, deberíamos aprovechar y acercarnos hasta La Boca, a conocer el original mundo íntimo de Bourgeois. Porque se trata de una de las mayores artistas de toda la historia del arte y de una oportunidad nada común en estas tierras, ya que estas obras moran en Europa o Norteamérica.
El combo es imperdible: esculturas raras, grandes, emblemáticas + una artista fundamental y muy original del siglo XX= un viaje intergaláctico de saber y placer. Y una gran posibilidad de auto-conocimiento , como pasa cuando uno observa una obra de arte genuina.
Pero debo advertirle: antes de entrar a la exposición, prepárese. Porque los trabajos son densos, traumáticos, emotivos; no sólo por cómo están realizados sino porque tocan conflictos comunes a todos los seres humanos, como las relaciones entre padres e hijos (el Edipo del que nadie puede escapar).
Y tratan de sexo, pero en estado de angustia . Digamos que las obras de Bourgeois reflejan eso que todos reprimimos. Hacen conscientes los deseos inconscientes. Preservan sin pulir las grandes pulsiones que uno descarta pero que siempre subyacen, persisten, retornan; y aparecen en el momento menos pensado.
Le repito, ármese emocionalmente antes de entrar a esta apasionante aventura que es la obra de Bourgeois. Usted se dará cuenta cuando enfrente las obras, que la artista no podía ser alguien sencillo y prístino.
No era Heidi, no era Warhol, no era Minujín . Era, más bien, la Freud del arte; la Van Gogh de la escultura; la Kafka de la plástica contemporánea. Y, ¡oh, sorpresa! en pleno siglo XX, el genio escultórico de la psiquis hecha forma fue una mujer.
Debe enterarse también de esto: Bourgeois era hiper-sensible, frágil, depresiva. Torturada. Sufría de crisis nerviosas si no hacía sus esculturas. Sufría de impulsos de hostilidad, de auto-castigo. Era un gran “paquete” psíquico, una gran reserva de energías que canalizar por algún lado, para sobrevivir; que canalizar a través del arte.
“He estado en el infierno y he vuelto. Y les digo una cosa: fue fantástico”, comentaba la escultora en uno de sus textos (muchas veces ella misma se pensó más como escritora que como artista; de hecho, hasta escribió para Art Forum, la famosa revista de arte).
Quien fue su psicoanalista durante más de treinta años, Henry Lowenfeld (discípulo directo de Freud), pensaba que el principal problema de Bourgeois era su incapacidad para aceptar la propia agresión. “No olvido ni perdono, es el lema del que se alimenta mi obra”, escribía ella por entonces.

Decía que para crear obras debía internarse en los “corredores de la memoria” y “transferir a una escena de hoy, emociones que tuve hace cuarenta años …” “Todos los días uno tiene que abandonar su pasado o aceptarlo; y entonces, si no puede aceptarlo, se hace escultor”, escribió alguna vez la escultora (ver recuadro). Por eso no debe esperar ver en la muestra paletas felices ni temáticas livianas. Lo anuncian los trabajos y sus títulos: Maman (una araña gigantesca, de 10 metros de altura y 22 mil kilos, monumental oda a su madre hecha en bronce, hierro y mármol); Habitación roja (padres) , un símil de habitación a tamaño real que intenta mostrar todo aquello que ocurría en el dormitorio parental con adulterios y angustias sobrevolando la pareja; Arco de histeria, en bronce, de carácter erótico-seductor pero también evidencia de una torsión dolorosa; Jano florido , en bronce, un falo doble, de tamaño grande, partido, segmentado, que cuelga del techo; Destrucción del padre, escultura-instalación de los 70´s, montones de pedazos de falos naranja-rojizos, enfrentados entre sí como cielo y tierra; y en medio, una mesa con el padre destrozado). Sobre esta última obra, Eleanor Munro, quien estudió a la artista, escribió: “Está la mesa de una cena y se ve que pasan toda clase de cosas. El padre está fanfarroneando, contándole al público cautivo lo grande que es, la cantidad de cosas maravillosas que hizo, cuánta gente mala rebajó hoy. Pero esto sigue un día tras otro. En los niños crece un resentimiento. Un día al fin se enojan. Se masca la tragedia. El padre ha repetido la pieza una vez más. Los niños lo agarran y lo ponen sobre la mesa. Y se convierte en comida. Lo despiezan, lo desmembran. Se lo comen. ¡Es, como verás, un drama oral! Lo irritante era su continuo agravio verbal. Así que fue liquidado: tal como él había liquidado a sus hijos”. El curador de la muestra, Philip Larrat- Smith, habla de una “conmemoración del acto de destrucción recreándolo”.
Conflicto. Qué mejor palabra para definirla. Louise Bourgeois. Misteriosa, sabia, táctil. Golpea, roe, raya, corrompe, destruye los materiales, los hace nacer. Los ataca (“Cuando no ataco no me siento viva”). Necesitó hacer catarsis; la aliviaba. Necesitó sacar fuera de sí una complejidad tal que no le permitía siquiera dormir. Pero sí amar. En su vida, a su manera, fue madre y compañera, esposa.
Uno se podría preguntar, ¿pero cómo sobrevivir a esto, a una angustia tan inmensa que todo lo inunda ….? ¿Y qué la ayudó más a Bourgeois, la escultura o el amor? Las respuestas, en las obras.

Louise-Bourgeois en la Acádemie de la Grande - Chaumiére, Paris, 1937.


HALLAN EN ESCOBAR
UNA RESERVA ARQUEOLÓGICA SIN PRECEDENTE



Sorpresa en un campo donde construirán un country. Se trata de un rompecabezas de 10.000 piezas que pertenecieron a los primeros pobladores del Norte bonaerense. Eran cazadores-recolectores que vivieron allí hace unos 2.500 a 3.000 años.

Excavaciones. Los arqueólgos tardaron 4 meses en desenterrar la reserva. La “parcela” que se preservará tiene 50 x 50 metros.

Por Sibila Camps

Trocitos de cerámica. Piedras angulosas o redondeadas. Minúsculos fragmentos de huesos. Un rompecabezas de 10.000 piezas: todo un tesoro para los arqueólogos que desenterraron las huellas más antiguas de los primeros pobladores del norte bonaerense, hace 2.500 a 3.000 años. Las encontraron en noviembre, a 5 kilómetros del centro de Escobar, en un predio donde se construirá un barrio privado; no obstante, el yacimiento será preservado.
La ley 25.743 obliga a realizar un estudio de impacto arqueológico previo a cualquier emprendimiento importante, lo que no siempre se cumple (ver Huellas ...). En este caso, antes de la construcción del barrio San Matías, el estudio encargado por la firma Eidico fue realizado por un equipo de arqueólogos dirigido por los doctores Daniel Loponte y Alejandro Acosta, investigadores del Conicet en el Centro de Registro Arqueológico, que depende de la Dirección de Patrimonio Cultural bonaerense.
En la época en que vivieron esos cazadores y recolectores, lo que hoy es el delta del Paraná era un gran golfo . Antes, hace unos 6.500 años, el mar se había elevado 6,5 metros y había llegado hasta el norte de Rosario. El mar fue retirándose muy lentamente; dejó un acantilado y comenzó a formarse el delta. “Cuando las condiciones marinas cambiaron a fluviales, ocuparon el lugar estos grupos aborígenes”, indica Loponte.
La llanura pampeana ya estaba habitada (se registra presencia humana desde hace 10.000 años). Y también había pobladores en la llanura fluvio-lacustre. Pero esta zona, en el nordeste bonaerense, estaba desierta. Loponte deduce que la región era similar a la franja entre Punta Indio y San Clemente, intermedia entre fluvial y marina.
A lo largo de cuatro meses de excavaciones, los arqueólogos se toparon con restos de cerámicas, herramientas y huesos de animales que dan cuenta de la buena elección del asentamiento, en función de la riqueza de recursos . A una profundidad de entre un metro y 1,5 metro rescataron instrumentos de piedra, del tipo cuchillo, para cazar y procesar presas; y raspadores para limpiar los cueros.
Entre ellos había huesos con cortes y fracturas, vestigios de que fueron cocidos. Se trata de huesos de guanacos, ciervos de los pantanos, venados de las pampas, nutrias. Además, aquellos aborígenes pescaban, corvinas y armado
s.

Huesos con cortes y fracturas. Vestigios de que fueron cocidos. Pertenecen a guanacos, ciervos de los pantanos, venados y nutrias.
Los trozos de cerámica muestran una decoración novedosa. Fueron escudillas para cocinar, y quizá también para almacenar alimentos.
Otros eran formas tubulares, abiertas arriba y en la base, por lo que “creemos que tuvieron un uso simbólico”, señala Loponte.
Aparecieron además manos de morteros, que pudieron haber molido carne seca, o semillas para hacer harina . ¿De qué plantas? “Pudo haber un monte de tala –estuvo desde hace no menos de 2.000 años, hasta la colonia–, que tiene un fruto comestible: espinillo, tala, algarrobo negro y blanco, chañar”, infiere el arqueólogo.
En esa zona convergían tres ambientes distintos: ese monte xerófilo, cuña del talar que desde Santiago del Estero llegaba hasta la depresión del Salado; la llanura pampeana; y el ambiente de río, con características tropicales.
“Era una franja ecológica que fue muy jerarquizada por los grupos aborígenes, porque tenía una gran variedad de recursos –subraya Loponte–. Por eso, en los últimos 2.000 años hubo una gran concentración de población: los primeros cronistas dan testimonio de que estaba lleno de gente”.
Los arqueólogos determinaron que aquellos primeros pobladores “probablemente eran una banda compuesta por cinco a siete familias”, que volvían cada tanto a ese campamento, y que lo ocuparon por varias generaciones. Sin embargo, algunas de las herramientas están hechas con trozos de rocas predominantes en Tandil o Sierra de la Ventana, y otras de El Palmar. Será difícil determinar si fue trueque o las trajeron de allá.
El hallazgo de este sitio obligó a Eidico a readecuar el diseño del barrio –parte del club house coincidía con la reserva–, ya que esa “parcela” de 50 x 50 metros será preservada. Mientras en el laboratorio del Instituto Nacional de Antropología se analizan las piezas, con colaboración de pasantes de Arqueología de la UBA, Loponte planea una nueva excavación, aunque no para extraer todo, sino una muestra. Después, la reserva será nuevamente cubierta. “En el futuro vendrán otros arqueólogos –sostiene–, con otra tecnología, y con otras preguntas”.


Un trabajo de artesano bajo tierra

Aunque no lo parezca, hurgar en busca de restos arqueológicos en un predio de 200 hectáreas es menos difícil que encontrar una aguja en un pajar. La primera etapa está a cargo de un geoarqueólogo , quien levanta un mapa de sensibilidad arqueológica, para reconocer todas las unidades estratigráficas en función de su antigüedad, y de las épocas en que pudo haber población en esa zona.
En una región como el norte bonaerense, si el terreno tiene lugares bajos e inundables, se busca en primer lugar los albardones que, por ser lomas fluviales, más elevadas, eran los lugares donde se instalaban los antiguos pobladores, cerca del agua pero con menos riesgo de desborde.
En esos lugares se hacen los primeros sondeos, cavando pozos con palas y tamizando los sedimentos con una zaranda . Si aparecen restos arqueológicos, habrá que trazar una cuadrícula , excavar metódicamente con herramientas más delicadas; eventualmente limpiar con pincel algunas piezas, e ir fotografiando y anotando el lugar exacto donde fueron halladas, antes de guardarlas en bolsas de nailon.
En terrenos altos se lleva a cabo un sondeo sistemático cada 50 metros. En este campo de Escobar, no se cavó más allá de los 2 metros, porque los restos de los habitantes más antiguos de la llanura pampeana (10.000 años) se encontraron a esa profundidad.
Después vienen las tareas de laboratorio. Con el método de carbono 14 se fecha la época del asentamiento. Si hay dudas, se recurre al método Kjdedal, que mide el contenido de nitrógeno total en los huesos; sirve además para saber si hubo ocupaciones diferentes en el mismo sitio.
El análisis exterior de los fragmentos de cerámicas permite conocer con qué tipo de alimentos estuvieron en contacto. Por otra parte, en los elementos de los morteros se busca fitolitos , que son células vegetales que se han mineralizado, lo que permite determinar qué se molió allí.
También se analizan los componentes de los sedimentos en los que quedaron enterrados estos vestigios de la acción humana, ya que proporcionan datos sobre su hábitat y sobre el clima.


Fuente: clarin.com


GAUGUIN, AUTOR DE SU MITO



Una muestra en Washington revela un Gauguin más oscuro que el conocido, inmerso en sus obsesiones y buscando en Tahití un paraíso que nunca encontró.

Gauguin, autor de su mito

Por Holland Cotter

Paul Gauguin era un hombre horrible pero pintaba bien. Es la visión actual que se tiene de él. En su afán por alcanzar la fama, abandonó a su familia, intimidó a sus amigos, robó ideas y mintió sobre su pasado. Su libro Noa Noa , que él publicitaba como un relato de su vida en Tahití, era en gran medida una invención, plagiado en su mayor parte. Si lo publicara en la actualidad, Oprah estaría exigiéndole una disculpa.
Claro que por otro lado está el arte. Las pinturas de Gauguin de los Mares del Sur, con sus fragantes colores de frutas machacadas –amarillo guayaba, verde lima, rosa pomelo – y sus escenas de un Edén tropical pintadas bajo el trance del opio son para devorar adictivamente. No hay otras iguales. Los museos tienen buenas razones para ponerlas en el menú.
El último de estos festines es la gran exposición llamada Gauguin: Maker of Myth , que llegó a Washington desde la Tate Modern de Londres y se inauguró en la National Gallery of Art el domingo. Los colores son todo lo ricos que se esperaba, pero, curiosamente, no son el plato dominante. Gran parte de lo que hay aquí, incluidos muchos grabados y varias esculturas, es oscuro. Se reiteran imágenes extrañas, incluso simplemente feas. La atmósfera es tensa, claustrofóbica, deprimente. Parte del problema reside en las obras elegidas.
Posiblemente para evitar el efecto grandes éxitos , las curadoras dejaron afuera numerosos clásicos carismáticos. De todos modos, para cuando se llega a la última sala da la sensación de que ningún malabarismo con las listas de las obras podía llegar a ocultar una nota básicamente deprimente en esta muestra. La historia que cuenta es, después de todo, la de un paraíso buscado pero nunca hallado; o hallado pero, en todo caso, sombrío, algo que un paraíso no puede ser.
La narración es el eje de la muestra, siendo la idea específica que justamente el uso de la narrativa apartó a Gauguin de contemporáneos modernistas como los impresionistas. En tanto éstos despojaban su arte de contenido simbólico y personal para avanzar hacia la abstracción, Gauguin apilaba exactamente estos elementos y miraba hacia atrás: cosas anticuadas como la pintura histórica, el arte religioso y el mito.
El mito que lo absorbió más plenamente fue el mito de la creación de Paul Gauguin. De modo que es apropiado que la exposición –organizada por Belinda Thomson, historiadora británica del arte, y Mary Morton, curadora de pinturas francesas en la National Gallery– se inicie con autorretratos. El más temprano, atribuido sólo recientemente a Gauguin, fue realizado alrededor de 1876, cuando tenía menos de 30 años y vivía en París. Había nacido allí en 1848 pero se ausentó durante largos períodos. No obstante, hacia 1876 estaba establecido como agente de bolsa parisino, se había casado y formado una familia. La pintura era algo que hacía en privado, al margen.
Pero pintaba mucho, y fue bueno enseguida, tan bueno que en 1879 Edgar Degas y Camille Pissarro lo invitaron a participar en la Cuarta Exposición de los Impresionistas , y fue el voto de confianza que Gauguin necesitaba. Tres años más tarde, dejó su empleo de oficina para ser artista a tiempo completo. Luego dejó a su mujer y sus hijos. Pasó meses en el campo en Bretaña, viviendo pobremente y pintando como loco. Zarpó hacia Panamá y permaneció en la isla caribeña de Martinica. En la época de ese viaje, en 1887, el pintor burgués de los domingos de la década anterior ya no existía: lo había reemplazado un artista con una nueva identidad y una nueva historia: un buscador espiritual y autoproclamado visionario.
Después de la estadía en Martinica empezó a llamarse a sí mismo salvaje y declaró su interés por los temas primitivos: campesinos bretones, negros caribeños. No sólo había pasado años en Sudamérica, decía; también tenía sangre inca. Era bestial, se jactaba, un monstruo, todo apetito. Como para probarlo, bebía descontroladamente y atacaba a sus amigos.
Sus autorretratos, como era de esperar, pasaron a ser autodramatizaciones, menos registros de cómo era –una suerte de noble hippie– que proyecciones de cómo se sentía. En 1889, se pintó como un Jesús compungido, abandonado en Getsemaní; luego como un Satanás de mirada penetrante acariciando a una serpiente; y por último en una escultura de cerámica, como una cabeza herida sangrante. En la obra de cerámica, que evocaba la alfarería precolombina, jugó la carta inca, pero también se proyectó a sí mismo como el martirizado San Juan Bautista. Igual que Juan, pensaba que era una voz en el desierto para condenar a una Europa moderna corrupta, abrazando el ideal de culturas no occidentales y en un estado de inocencia moral.
Fue a Tahití en 1891 para encontrar esa cultura, aunque lo aguardaba un shock. La isla era desde hacía tiempo colonia francesa. El cristianismo estaba bien establecido y la cultura tahitiana se había diluido. Sin embargo, Tahití tenía sus placeres. En su pequeña sociedad provinciana él asumió una especie de estatus aristocrático. El campo estaba abierto de par en par para la depredación sexual y tomó como amante a una chica de 13 años. Ella es la figura de piel oscura recostada en una cama, desnuda y temerosa, en su pintura de 1892 “Manao Tupapau (el espíritu de los muertos sigue observando)”, que es una evocación de la conquista erótica y al mismo tiempo un homenaje a la “Olympia” de Manet, a su vez, imagen de la prostitución.
Gauguin era consciente de que el público del mundo del arte en su país captaría todas esas claves. Y su impulso por atraer a ese público fue otra razón por la que se quedó.
Imágenes de Tahití producidas en Tahití –pinturas como “Arearea no Varua Ino (Palabras del Diablo o Mujeres tahitianas reclinadas)” y “Mahana no Atua (Día de Dios)”– presentaban una autenticidad automática, comerciable. ¿Qué tenía de malo que sus títulos tahitianos fueran lingüísticamente cuestionables, y que las escenas presentadas fueran inventadas? ¿Quién se daría cuenta en París? Ahora lo sabemos, pero casi no importa, porque lo más sorprendente de estas pinturas es su innovación estética, la forma en que aplastan el espacio y transforman el color en una forma sólida independiente de las figuras, alejadas de los paisajes, libres de una función naturalista. Su visión modernista del arte como realidad es auténtica más allá de toda duda.
Aquí Gauguin había encontrado una historia genuinamente nueva, radical y futurista sobre un nuevo lenguaje visual al borde de la abstracción. Era de todos modos, como señala el catálogo de la muestra, un revolucionario reaccionario, que fijaba la esperanza no en el presente y el futuro modernista, que despreciaba y temía, sino en un pasado incorrupto y no colonizado, un pasado que, como un derecho de nacimiento principesco, le había sido arrebatado y que él había terminado pasando su vida tratando de recuperar.
El esfuerzo lo desgastó y limitó su arte.
Una sala dedicada a imágenes de mujeres cerca del final de la exposición resulta opresiva por los clisés: mujer como virgen, madre, puta. Estaba estancado en esa historia primitiva, no podía abandonarla. Le dio forma en una escultura de una diosa ficticia a la que llamó Oviri –derivada de una palabra tahitiana que significa salvaje– y quería que colocaran la escultura en su tumba. Talló la imagen de la diosa, como un espíritu protector, sobre paneles de madera que enmarcaban la puerta de su última morada.
La casa estaba en las Islas Marquesas, adonde se mudó en 1901. Debilitado por la sífilis y el alcohol, harto de un Haití cada vez más occidentalizado, pensó en volver a Europa hasta que los amigos lo convencieron de que su fama creciente como artista se veía afirmada por su estatus mítico de autoexiliado en un paraíso de islas. Para mantener altas las ventas debía mantener vivo el mito, lo cual significaba no moverse.
Su solución fue profundizar el mito alejándose a kilómetros de Tahití hasta otra isla, otro Edén más lejano, decepcionante. Allí se volvió peleador; escribió memorias vengativas; y provocó al clero local llamando a su casa Maison du Jouir, Casa de Placer –con los matices eróticos de la palabra “jouir” en francés. Había llevado la corrupción consigo.
De todos modos, en las Marquesas se puso a pintar con renovado vigor. Y en cierto modo el lugar le devolvió el color –paisajes enteros de rosa papaya– aunque es imposible saberlo por la muestra de Washington, que llega a un callejón sin salida decepcionante con algunos trabajos sombríos tahitianos tardíos. La vida de Gauguin también termina aquí, en 1903. Tenía 54 años y no era entonces un hombre más agradable de lo que había sido. A los ojos del mundo, fuera del Edén, se había convertido sin embargo, para bien o para mal, en el mito que había creado. Y además estaba el arte de toda una vida, espinoso y complicado pero también, en algunos casos, de una belleza profundamente influyente que crea dependencia.

(c) The New York Times y Clarín
.....Traducción de Cristina Sardoy