QUINQUELA, DE LA BOCA A RECOLETA



CONSTRUCCION DE DESAGÜES. EL MURAL DE QUINQUELA MARTIN QUE BRILLA EN UN EDIFICIO EN EL QUE VIVIO MARCELO T. DE ALVEAR.

Por Eduardo Parise

La imagen ocupa más superficie que alguno de los tantos departamentos que hay en la Ciudad: mide siete metros de alto por nueve de ancho. Es decir: 63 metros cuadrados. Y aunque está en un lugar público es casi desconocida para propios y extraños que, como diría la porteñísima Eladia Blázquez, cada día gastan en Buenos Aires las suelas, los miedos y el traje. Fue concebida bajo el título “Construcción de desagües” y es otro de los importantes trabajos que el gran Benito Quinquela Martín (1890-1977) legó al patrimonio cultural de los argentinos.
Ubicada en un marco digno de a su magnitud (el descanso de una monumental escalera del hall principal del edificio de Marcelo T. de Alvear 1840) fue pintada en 1937 aplicando óleo a pincel sobre diecisiete paneles de un aglomerado celulósico que luego fueron unidos sobre un soporte rígido.
En ese trabajo, el brillante artista que nació, vivió y murió en el barrio de La Boca, quiso rendir un homenaje a aquellos obreros que con su esforzada tarea construían los desagües de la Ciudad, una obra clave en la sanidad de cualquier lugar del mundo. Entonces, con su ojo acostumbrado a ver y reflejar con claridad el esfuerzo de los trabajadores, Quinquela Martín volvió a poner en imágenes algo tan valioso como es la cultura del trabajo.
Actualmente, el edificio pertenece al Poder Judicial de la Nación, donde funcionan distintos juzgados. Pero detrás tiene mucha historia. Destacándose en una de las ochavas del cruce de Marcelo Torcuato de Alvear con la avenida Callao, fue residencia de esa figura del radicalismo y ex presidente de la República entre 1922 y 1928. Dicen que aquella residencia monumental, acorde con la prosapia de su dueño, sirvió para albergar a grandes personalidades internacionales que fueron recibidas allí por Alvear y su esposa Regina Paccini, una artista que, entre otras obras, fue la promotora de la creación de la Casa del Teatro.
Después, el edificio pasó a Obras Sanitarias de la Nación, que instaló allí sus oficinas centrales. Inclusive, el escudo ornamental de esa empresa puede verse aún en su fachada principal. La privatización, que se produjo en 1993, hizo que recién en 2006 aquella espectacular residencia volviera a quedar bajo la órbita pública. En ese momento, la obra de Quinquela Martín mostraba un deterioro alarmante, máxime tratándose de un bien único e irremplazable. Entonces, un acuerdo entre AySA (la empresa continuadora y heredera de Obras Sanitarias), el Ministerio de Economía y Finanzas Públicas y el Poder Judicial permitió la restauración.
Ahora, “Construcción de desagües” luce como lo hacía en sus mejores tiempos y está a disposición de la mirada de todos aquellos que tengan ganas de pararse al pie de esa gran escalera de mármol y deleitarse descubriendo cada detalle de los esfuerzos que muestra.
Será una manera de descubrir un eslabón más de las cosas de la Secreta Buenos Aires. Esas que están a la vista y que no solemos ver, como suele pasar con los murales que los artistas Juan Carlos Castagnino, Antonio Berni, Demetrio Urruchúa, Lino Enea Spilimbergo y Manuel Colmeiro hicieron en la cúpula central de las Galerías Pacífico, en Florida y la avenida Córdoba. El tema de esos trabajos es “El hombre y los elementos”. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

SE DEVELAN SECRETOS
DE LA DÉCADA QUE LOLA MORA VIVIÓ EN ROMA



Artes e historia / Retrato de una Argentina adelantada a su época
La escritora Neria De Giovanni publicó un libro sobre el paso de la escultora por Italia


La Fuente de las Nereidas en la Costanera Sur.

Elisabetta Piqué
Corresponsal en Italia

ROMA.- Pocos saben que un palacete estilo Liberty de la Via Romagna, calle paralela a la Via Veneto, donde hoy un banco tiene su sede, fue durante más de una década la casa-atelier de Lola Mora. Fue la misma escultora argentina, que llegó a esta capital gracias a una beca del gobierno en 1897, a los 30 años, que a principios de siglo diseñó e hizo construir esa residencia en el coqueto barrio Ludovisi de esta capital.
En plena Belle Époque, Lola Mora, bella y exótica mujer venida de tierras lejanas, había conquistado fama y éxito en la ciudad eterna. En su elegantísima vivienda, en la que residió hasta 1914, solía recibir a artistas, nobles y personajes ilustres. Desde su maestro Giulio Monteverde (autor de la estatua de Giuseppe Mazzini que se levanta en la plaza Roma de Buenos Aires y de la estatua de Vittorio Emanuele II del Vittoriano, en Roma) hasta el famoso escritor decadentista Gabriele D'Annunzio y las reinas Elena y Margherita.
Todos ellos admiraban su arte, su coraje y su modo de ser independiente, elegante y atrevido para la época. Para esculpir junto a sus obreros los inmensos bloques de mármol blanco de Carrara, Lola Mora, que seducía a hombres y mujeres, solía usar pantalones -bombachas de gaucho decoradas con encajes de nido de abeja-, algo inconcebible en la época.
"Parece que la reina Elena, durante su visita al atelier, en 1906, quedó decepcionada al haberla encontrado vestida con un elegante vestido de circunstancia y no con el ya famoso atuendo de trabajo."
Esto y mucho más puede leerse en Lola Mora, la Argentina de Roma , un interesantísimo libro escrito recientemente por Neria De Giovanni, crítica literaria italiana y experta en Grazia Deledda (premio Nobel de Literatura en 1926), que revela detalles novedosos de la vida de la artista tucumana (1866-1936).
Lola Mora era una habitué del famosísimo Caffé Greco de la Via Condotti, donde se codeaba con la nobleza romana, que la celebraba. Así como en su patria se la consideraba una persona de costumbres extrañas, quizás amante de hombres poderosos, también en Roma se le atribuían relaciones con figuras de la talla de D'Annunzio y Guglielmo Marconi, inventor de la radio y premio Nobel de Física. D'Annunzio solía llamarla "la argentinita con los cabellos peinados por el viento".
De Giovanni, fascinada por la figura de Lola Mora, en su libro exalta la valentía de una mujer que lograba hacer lo que no lograban los hombres. "Apenas llegó a Roma gracias a una beca, fue al taller del maestro Giulio Monteverde para pedirle que la recibiera como su discípula: «Si usted no me toma, yo me vuelvo a Buenos Aires», lo amenazó, logrando así su cometido. Era una mujer de gran energía, que sabía lo que quería y que podía mantenerse sola, todo un desafío a principios del 900", explicó a La Nacion De Giovanni.
Durante su época romana, en la que se empapó de neoclasicismo y cosechó dinero, fama y éxitos, Lola Mora solía viajar a la Argentina, donde iba levantando los monumentos, siempre de mármol de Carrara, que le iban encargando. Desafiando las reglas, en 1909 se casó con Luis Hernández Otero, el amor de su vida, un hombre 15 años menor que ella.
El peor golpe de su vida fue descubrir, años más tarde, que éste la traicionaba con una pelirroja italiana en el jardín de su lujoso palacete romano. Entonces, a mediados de 1914, cuando el trabajo comenzaba a decaer por la Gran Guerra, decidió abandonar a su marido, su casa de Roma, que tanta fama y gloria le había traído, y la escultura.
De Giovanni -que escribió 36 libros, de los cuales 25 están dedicados a mujeres-, en Lola Mora, la Argentina de Roma también relata cómo después de la traición, ya vuelta a la Argentina, la indómita tucumana no se rindió. Primero intentó producir un sistema cinematográfico para proyectar películas con luz (su idea era evitar que las mujeres fueran acosadas en la oscuridad de los cines) y, más tarde, de encontrar petróleo en el desierto salteño.
Fue el destino que llevó a De Giovanni a bucear en la vida de Lola Mora, un personaje del cual nunca había oído hablar. Todo comenzó hace cinco años, cuando fue invitada por la Universidad de Tucumán para hablar allí sobre Deledda, su pasión, después de haber disertado también en la Feria del Libro.
"De repente, me encontré en medio de una protesta en Tucumán y me refugié detrás de una estatua de mármol que había en una plaza", relató. Se trataba de Libertad, una de las estatuas de mármol de Carrara de Lola Mora.
Acto seguido, para escapar del tumulto, se metió en un banco, donde se encontró con una mujer con la cual enseguida trabó amistad. A través de ella, se enteró de la existencia de Dolores Mora Vega, una mujer extraordinaria, la primera escultora de América latina, autora de la famosa y en su momento escandalosa Fuente de las Nereidas, poco entendida en su momento (murió extremadamente pobre) y sólo recientemente revalorizada.
"Lo que más me llamó la atención era que se trataba de una figra misteriosa, sobre la que se había escrito poco, que se había formado en Italia y que era coetánea de Grazia Deledda: ambas murieron en 1936", destacó De Giovanni.
Aunque lo que la impulsó a meterse en la aventura de investigar, a través de hemerotecas y documentos varios, la vida de Lola Mora fue hallar una foto de 1909 en la que la gran escultora aparece en una foto de grupo junto a Grazia Deledda. "Mora es el anagrama de Roma -concluyó De Giovanni-, y yo tenía que hacer volver a Lola Mora a Roma."


Fuente: lanacion.com

LA LIBRERÍA QUE EN DIEZ AÑOS
SE CONVIRTIÓ EN UN ÍCONO DE LA CULTURA


Funciona en un edificio histórico y es la más grande de América latina.

BELLEZA DE USOS MULTIPLES. EL CENTENARIO EDIFICIO ALBERGO EN DISTINTOS MOMENTOS TEATRO, RADIO Y CINE.

Por Romina Smith

Su cúpula, una bellísima inspiración del pintor italiano Nazareno Orlandi, vio pasar a Carlos Gardel y, más acá, a José Saramago, Paul Auster y Mario Vargas Llosa, todos mezclados con otros artistas y escritores, y con una decena de millones de anónimos. Desde que abrió sus puertas, hace más de cien años, el Grand Splendid mutó varias veces en su historia, pero siempre fue de la mano de la cultura y el arte . Supo ser teatro, emisora de radio y cine, pero este mes cumplió diez años como librería . Bautizada desde el 4 de diciembre de 2000 como El Ateneo Grand Splendid, actualmente es la más grande de Latinoamérica y una de las más bellas del mundo.
El edificio, ubicado en Santa Fe 1860, y uno de los más emblemáticos de la Ciudad, fue construido en 1903 para funcionar como teatro, pero empezó a vivir su esplendor a partir de 1919 y llegó a ser monumental para su época. Fue sede de Radio Splendid y de la discográfica El Nacional Odeón a partir 1926. Salvo el período 1964-1973, cuando volvió a ser teatro, se convirtió en uno de los cines más importantes de la Ciudad y, tal vez, el más bello. Lleno de historias y mística, logró resistir varias crisis pero no pudo competir con las grandes cadenas y cerró en 2000 , bajo la amenaza de un futuro incierto.
Que no duró mucho: e se mismo año , la cadena El Ateneo apostó a su historia y en diciembre abrió allí la librería más grande de Latinoamérica, con 2.000 m2 y 250 mil títulos. El edificio fue totalmente restaurado y volvió a ser innovador: su enorme librería sumó una cafetería, un sector con CDs y DVDs, y hasta un enorme subsuelo dedicado a la literatura infantil , una apuesta jugada que dio buen resultado: hoy, el rubro representa entre el 17 y el 20% de las ventas.
La librería ya es un referente cultural de la Ciudad.
“El Splendid se convirtió en ícono, aquí pasó de todo”, dice Jorge González, director comercial de la cadena. ¿Por ejemplo? “Cuando vino Saramago llovía a cántaros y la cola de lectores salía a la calle”, explica. Hay un festejo especial por la década, y también por las buenas noticias: la Grand Splendid fue elegida por la guía de viajes Lonely Planet como la segunda más bella del mundo . Hace dos años, el diario británico The Guardian ya le había dado el mismo galardón. “Cada año superamos el millón de visitante s. Es una feria del libro en una sola librería”, celebran sus dueños.


Fuente: clarin.com

RISAS ARGENTINAS CON ACENTO INGLÉS



FRANK BROWN, 1858-1943

El célebre payaso Frank Brown nació en Brighton, Inglaterra, el 6 de septiembre de 1858. Más conocido como el payaso inglés, este hijo y nieto de payasos que tantas risas provocó entre el público argentino se radicó en Buenos Aires en 1884. Tal vez su sello característico haya sido lanzar golosinas de una canasta a los chicos que estaban en la tribuna al final de los espectáculos, mientras ellos gritaban “A mí, a mí Fran Bran”, llamándolo en un claro y tierno intento de idioma inglés. Las pruebas más conocidas de este acróbata y empresario circense fueron “El lucero del alba” y el “Salto de las bayonetas”, aunque cumplieron su ciclo en 1893, cuando sufrió un accidente que lo llevó a dejar la acrobacia y a especializarse en ser payaso.
Eran pruebas arriesgadas; en la primera iba sobre dos caballos que corrían, mientras él llevaba encima a cinco chiquitos de la compañía. Y el “Salto de las bayonetas”, que lo hacía sin previo ensayo debido a su alto riesgo, consistía en saltar sobre treinta soldados que tenían su bayoneta y cuando él estaba girando en el aire, los soldados disparaban.
Trabajó en el circo de los hermanos Carlo y también con el más famoso payaso criollo, el uruguayo José Podestá, conocido como Pepino el 88. Su vinculación con la familia Podestá fue mucho más allá de lo exclusivamente laboral, ya que se casó con la reconocida ecuyère Rosita de La Plata que había estado casada con Antonio Podestá, uno de Risas argentinas con acento inglés los nueve Hermanos Podestá.


El Teatro Coliseo de Buenos Aires, donde actuó Frank Brown
Brown se dio el gusto de proponerse como candidato durante la campaña electoral de legisladores de 1884 en Buenos Aires a través de un espectáculo en clave de sátira. Este payaso mítico dejó sus recuerdos en muchísimos espectadores que reían hasta las lágrimas con sus presentaciones. En su honor tiene una calle de una cuadra con su nombre en la zona del Bajo Flores, a metros de la Autopista 25 de Mayo. El clown británico modificó su vestuario, originalmente muy colorido, y lo reemplazó por un traje blanco con volados. Los tonos colorado, negro y blanco no desparecieron del todo, sólo cambiaron de lugar y alegraban su imagen desde la pintura de su cara. En 1910 levantó la carpa de su circo para celebrar el Centenario de la Revolución de Mayo en la calle Florida, pero el circo fue
quemado intencionalmente por un grupo de fanáticos que estaban en contra de la presencia de un extranjero en estos festejos nacionales. El mismo Rubén Darío lo elogia en su autobiografía, en la que manifiesta que este clown ha divertido a tres generaciones de argentinos.
También el poeta Raúl González Tuñón le dedicó una de sus obras titulada “A los veteranos del circo”, en la que cuenta que ha probado los chocolatines de Brown y que lo ha visto en los trapecios y trampolines. Murió en Buenos Aires el 9 de abril de 1943 y está enterrado en el sector británico del Cementerio de la Chacarita.

Fuente: Revista Ñ /Clarín

EL PAYASO INGLÉS QUE HIZO REIR
EN BUENOS AIRES

El payaso inglés que hizo reír en Buenos Aires

Frank Brown, el payaso inglés que hizo reír en Buenos Aires

Por Eduardo Parise

La calle tiene apenas una cuadra y está en la zona del Bajo Flores. Corre paralela a Mariano Acosta y Pergamino, a metros de la Autopista 25 de Mayo y la avenida Perito Moreno. En los alrededores hay otras calles similares que evocan a distintas figuras históricas como José Martí, Manco Capac o Don Segundo Sombra. Pero la calle aludida al principio tiene otro objetivo: recuerda a un payaso, o clown, como se los llamaba en sus tiempos. Esa calle se denomina Frank Brown.
El hombre había nacido en Brighton, una ciudad balnearia de Inglaterra, el 6 de septiembre de 1858. Y desde el mismo día de su nacimiento su destino estaba marcado: tanto sus abuelos como su padre, Henry Brown, estaban ligados al circo. Por eso Frank no tuvo opción: el mandato estaba en sus genes.
Así, desde los 12 años empezó a recorrer Europa conociendo aquella vida nómada. Y dicen que fue en la Rusia de los zares donde por primera vez se calzó el traje de seda brillante tachonado con lentejuelas como puntapié inicial de aquello que le daría fama mundial: se convirtió en clown. A Buenos Aires llegó en 1877 en medio de una gira en la que venía bajando por el mapa de América. Y con la compañía de los hermanos Carlo, debutó en el Politeama. Por entonces su trabajo no sólo tenía que ver con la risa. También sorprendía con su triple salto mortal y sus acrobacias cabalgando sobre algún pony. Fue tanto su éxito, en especial entre los chicos, que tuvo que prolongar su estadía. Aquello también iba a marcarlo, porque en 1884, cuando sólo tenía 26 años, decidió radicarse aquí en forma definitiva. En aquellos años compartió escenario con otra gloria del circo criollo: el uruguayo José Podestá, creador de otro personaje de leyenda conocido como Pepino el 88 .
El británico ya había cambiado su ropa colorida y amplia por un gran traje blanco con volados. Igual mantenía el rojo, negro y blanco en la pintura de su cara y algo que los chicos adoraban en el final de cada función: los chocolatines que sacaba de una gran canasta y repartía entre el entusiasta grito de “A mí Fran Bron; a mí Fran Bron”, que lanzaban los pibes que formaban su público, con una pronunciación poco ortodoxa de su nombre.
En un viaje a Londres conoció a una persona que sería clave en su futuro. Ella se llamaba Rosalía Robba, una mujer argentina que, desde los 9 años, actuaba como ecuyére con el seudónimo de Rosita de la Plata. Había estado casada con Antonio Podestá. Pero el gran amor de su vida fue Frank Brown, con quien vivió no sólo compartiendo las arenas circenses sino otro escenario más exigente aún: el de la vida.
Ya retirados, pasaron juntos los últimos años de sus vidas en una casa de la calle Enrique Martínez 825, en Colegiales. Allí hay, en la actualidad, un edificio de dos pisos con diez departamentos. Ella murió el 25 de agosto de 1940. Frank, el 9 de abril de 1943. Su tumba está a metros de la entrada del Cementerio Británico, en Chacarita, donde el silencio sólo se quiebra con el sonido de un llamador de ángeles que sacude el viento, el mismo que lleva y trae el perfume de las magnolias.
También quedó lejos aquel hecho ocurrido en 1910 cuando unos inadaptados incendiaron la carpa que Brown había montado en Florida, entre Paraguay y Córdoba, para sumarse a los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo. El ataque fue porque decían que no se podía aceptar que un extranjero se mezclara en un acontecimiento tan criollo como aquel. Pero esa es otra historia.


Fuente: clarin.com


MECHITA EN EL CORAZÓN



La obra de Juan Doffo está atravesada por su pueblo, Mechita, de 2.000 habitantes. El domingo inauguró allí un sueño compartido con la gente que quiere.


FLAMANTE. Así lucía el museo antes de llenarse de público.

Por MARINA OYBIN

Una fiesta inolvidable, emocionante. Eso fue Mechita el domingo pasado cuando se inauguró el Museo de Artes Visuales (MAV). Fue el encuentro del año: a puro entusiasmo, cientos de artistas, galeristas, críticos, directores de museos y periodistas se dieron cita en el pueblo de menos de dos mil habitantes, a 200 km. de Buenos Aires.
Cada artista fue tocado por el lugar en el mundo de Doffo. Ahí, donde sus obras con fuego fueron ceremonias compartidas con el pueblo; donde, con riesgo, se animó a fotografiarse entre las llamas o a subirse a una avioneta para capturar imágenes que luego se transformaron en materia prima de sus trabajos. En esa pampa despojada, surge mucho de esa idea que lo desvela: el vínculo entre naturaleza y cultura, lo infinito y lo terreno. Mechita es para Doffo un lugar simbólico y, al mismo tiempo, real. En esa alquimia, su pueblo deviene espacio irreal, donde habitan catedrales, construcciones perfectas y abovedadas, horizontes de fuego.
La idea de hacer el museo comenzó en 2006. No se trató de simples donaciones de obra: fue pura experiencia compartida. El primero en viajar fue el escultor Hernán Dompé, que, como homenaje a la historia del pueblo, hizo una obra totémica con rezagos de piezas ferroviarias. A partir de ese momento, Doffo invitó a más de cuarenta artistas. En grupos que unían a los amigos, compartieron estadía en su casa, hablaron, caminaron, lloraron, rieron. Crearon. Se sumergieron en el pueblo y desataron obras inspiradas en él. Hay pinturas, fotografías, esculturas, objetos y videos. Marcelo Bordese y Miguel Ronsino pasaron con Doffo una noche en el cementerio de Mechita. Iluminados con velas y leyendo poemas, surgieron las obras expuestas: el gran lienzo de Bordese condensa sin fisuras su singular sello perturbador. Otros partieron de la inmigración, la noche mechitense, la naturaleza. El pueblo en todas sus dimensiones está en la bella foto de Leonel Luna, en la visión cósmica de Ernesto Pesce, en el dramatismo de Torretta, y en la melancolía de Juan Andrés Videla.
Los videos de Alejandro Cantor y Martín Groisman, y los trabajos de Patricio Larrambebere, Omar Panosetti y Gabriel Sainz, entre otros, pusieron el foco en el ferrocarril. Es que Mechita –que lleva su nombre en honor a Mercedes, nieta del presidente Manuel Quintana, que donó parte de su campo para la construcción de talleres ferroviarios, depósitos de vagones y un playón de maniobras– creció a la par del ferrocarril. Pero, con el menemismo de los 90, el tren y el barrio de casitas inglesas donde vivieron trabajadores ferroviarios devino postal. El tren quedó diezmado y el pueblo también.
Antes de la inauguración, para los que llegamos de la city, hubo asado multitudinario entre los nísperos y cerezos del parque soñado de la casa de Doffo. Y ya a la tarde, la gente del pueblo esperaba en la puerta del museo, a dos cuadras. Eran tantos que ocupaban toda la calle. Por el momento, sólo se veía una obra con un cartel con la leyenda: “El arte es transformador”, y en lo alto una flecha apuntaba juguetona al gran transformador eléctrico en la entrada del MAV. Hubo protocolar corte de cinta, palabras del ex intendente y del actual, y, claro, de Doffo, que con voz entrecortada recordó que la crisis ferroviaria golpeó el orgullo del pueblo. “Hoy los habitantes de la zona están ávidos por acercarse al arte”, agregó. Y les dedicó la inauguración “a los artistas, todos enormes, que colaboraron”. Aplausos y cántico maradoniano a coro: “Doffo, Doffo”. Un clima bien singular, de mucha emoción, que no es frecuente en una inauguración de este tipo. No hay dudas: Doffo es muy querido en el mundillo del arte y en su pueblo. Después, una multitud copó el museo. Al anochecer, la gente seguía llegando. Usted imagina lo que es levantar un museo de arte contemporáneo en los pagos donde el diablo perdió el poncho. Ahí, donde el urbanita con ansias de sosiego encuentra silencio inagotable, que al tiempo deviene angustiante. ¿Qué significa el MAV para Mechita? ¿Qué significa poner blanco sobre negro el pasado y el presente de un pueblo a puro arte? Y para los artistas, ¿qué impacto tiene que Doffo los haya sumado a su obra más conmovedora y –uno se anima a pensar– más importante? O mejor aún: que haya pensado en trabajos que surjan al compartir su casa, su pueblo de calles de tierra y sonidos ausentes. Su refugio. Hay, para empezar, mucha generosidad.
Además del puro placer que provoca, acaso no haya razones para dar sin regatear. Quizá tampoco las haya para que ese día en Mechita quede en la retina y en el corazón. Es magia. O alquimia.

Fuente: Revista Ñ Clarín


CREAN UN CHIP QUE AYUDA A LOS CIEGOS
A VER FORMAS Y TONALIDADES



Cómo funciona el chip que ayuda a los ciegos a ver formas y tonalidades

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PorIan Sample THE GUARDIAN. ESPECIAL PARA CLARIN

Un hombre que quedó ciego a raíz de una devastadora enfermedad en sus ojos pudo distinguir letras, decir la hora e identificar una taza y un plato sobre una mesa tras recibir el implante de un chip electrónico que le restauró la capacidad de detectar formas y distinguir algunas tonalidades.
Miika Terho, de 46 años, comenzó a perder la vista cuando era adolescente y ya estaba totalmente ciego cuando se sumó a un estudio piloto que tenía el objetivo de probar un chip experimental para los ojos en la Universidad de Tubingen, en Alemania. Terho fue uno de los tres pacientes a los que les colocaron el chip debajo de la parte de la retina llamada mácula, en donde se encuentra la concentración más alta de células sensibles a la luz (Ver Infografía). Y le fue especialmente bien después de la cirugía. Vive en Finlandia, padece lo que se conoce como retinitis pigmentosa, enfermedad hereditaria que hace que mueran de forma gradual e irreversible las células del ojo que son sensibles a la luz. Su visión nocturna empezó a fallar cuando tenía 16 años y para los 35 ya estaba ciego. Hoy tiene suficiente visión periférica para distinguir el día y la noche.
“Durante casi 10 años estuve completamente ciego. No podía leer y no tenía forma de reconocer a las personas. Cuando encendieron el chip por primera vez, sólo vi flashes y parpadeos. No tenía sentido. Pero en cuestión de horas, todo comenzó a volverse cada vez más nítido” explicó Terho. “Me sentí muy bien al poder centrarme en algo, ver y hasta extender la mano para tocar. No podía identificar qué era lo que estaba adelante mío en la calle, pero percibía que había algo y que hasta podía esquivarlo” agregó.
La técnica es potencialmente apta para las enfermedades que afectan las células de varilla y las cónicas, que detectan la luz y la convierten en señales eléctricas que son transmitidas al cerebro a través del nervio óptico. La retinitis pigmentosa y la degeneración macular que sobreviene con la edad son todas dolencias que afectan a estas células a pesar de que dejan relativamente intactos a otros componentes del ojo. De todos modos, no serviría para otras enfermedades oculares en las que el nervio óptico está dañado.
Los cirujanos tardaron seis horas para operar a cada paciente. Cortaron primero un pedacito de la delicada retina e insertaron el chip, que mide 3 x 3 milímetros. Luego lo conectaron, a través de un fino cable, a una pila que cada paciente llevaba en un collar. El chip contiene 1.500 elementos sensibles a la luz que reemplazan a las células muertas de la retina del paciente ciego. Cuando una imagen lo alcanza, es convertida en pulsos eléctricos que estimulan a las células sanas. Estas, envían luego señales al cerebro, en donde la imagen es reconstruida. Eberhardt Zrenner, director del Instituto de Investigaciones Oftalmológicas de Tubingen, sometió a los pacientes a tests para evaluar su capacidad para “leer” letras, distinguir platos, tazas y cubiertos y diferenciar tonos. A pesar de que los pacientes podían ver nada más que en blanco y negro, podían discernir tonos brillantes u oscuros. Los pacientes, dos hombres y una mujer, de 40, 44 y 38 años, tuvieron el implante durante tres meses. A los pocos días vieron formas básicas y poco a poco aprendieron a ver con mayor claridad. Terho ya dijo que desea tener el chip permanente si las pruebas futuras resultan exitosas.

TRADUCCION: Silvia S. Simonetti