El intérprete, en un momento de Valse-fantasie, la pieza que abrió el programa. Foto PRENSA BARYSHNIKOV
Constanza Bertolini
LA NACION
Tres solos y un dúo.
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Tres solos y un dúo.
Espectáculo de danza contemporánea, con Mikhail Baryshnikov y Ana Laguna. Coreografías de Alexei Ratmansky, Mats Ek y Benjamin Millepied. El 23 y el 24 del actual, en el teatro Coliseo.
Nuestra opinión: Excelente
Cuando la juventud se agota, lo que sigue en la vida de un artista no necesariamente es la hora de la madurez. Ni desde el punto de vista intelectual ni en el plano físico ni expresivo. Pero hay seres extraordinarios, en quienes el paso de los años opera como un potenciador de aquellas virtudes que los han hecho grandes desde chicos. Es el fabuloso caso de Mikhail Baryshnikov y Ana Laguna que, en el espectáculo Tres solos y un dúo, dan sobradas razones para creer que la experiencia es un tesoro divino y que esa elogiosa oda al cuerpo joven que el ballet -desde que es ballet- ha pregonado siempre tiene una deliciosa excepción a la regla.
El letón, leyenda viva de la danza, volvió a la Argentina doce años después de su última presentación y, de la misma manera que entonces, les recordó a sus "viejos" fans -algunos de los que, por lo bajo, en butacas e intervalos pedían explicaciones argumentales de lo que se estaba viendo- que hace rato lo suyo no es académico ni purista, sino absolutamente contemporáneo y rayano a lo teatral. De hecho, el programa que la estrella interpretó, un mixto de cuatro creaciones cortas de danza pura, que maneja el humor y matices expresivos, conjugó algunos de los nombres de los coreógrafos que más se destacaron en el mundo del arte del movimiento de las últimas décadas. Empezando por el Valse-fantasie (2009), del cotizado ex director del Bolshoi ruso y actual coreógrafo residente del ABT Alexei Ratmansky, que con el uso de códigos clásicos en la mímica, puso al genio en escena, solo entre una imaginaria cantidad de personajes y situaciones.
No obstante, Baryshnikov no da en esta obra breve ni un paso de vals convencional: gira con precisión sobre posiciones cerradas, derrocha expresividad y, entre los fantasmas de esa fiesta, se ríe de todos antes de apuntar con un arma su blanqueada sien.
Formalmente, el primero de los dos momentos con la rúbrica de Mats Ek de la noche, Solo for Two (1996), es un dueto, pero lo cierto es que el sueco parece haber creado este pasaje para que a nadie le queden dudas de la calidad interpretativa de su mujer. Sobre partitura de Arvö Pärt y otra vez una mínima puesta escenográfica, la española Ana Laguna se luce y seduce con los matices de un personaje que apenas acaricia un encuentro con el dueño de aquel zapato extraviado al borde del escenario.
El letón, leyenda viva de la danza, volvió a la Argentina doce años después de su última presentación y, de la misma manera que entonces, les recordó a sus "viejos" fans -algunos de los que, por lo bajo, en butacas e intervalos pedían explicaciones argumentales de lo que se estaba viendo- que hace rato lo suyo no es académico ni purista, sino absolutamente contemporáneo y rayano a lo teatral. De hecho, el programa que la estrella interpretó, un mixto de cuatro creaciones cortas de danza pura, que maneja el humor y matices expresivos, conjugó algunos de los nombres de los coreógrafos que más se destacaron en el mundo del arte del movimiento de las últimas décadas. Empezando por el Valse-fantasie (2009), del cotizado ex director del Bolshoi ruso y actual coreógrafo residente del ABT Alexei Ratmansky, que con el uso de códigos clásicos en la mímica, puso al genio en escena, solo entre una imaginaria cantidad de personajes y situaciones.
No obstante, Baryshnikov no da en esta obra breve ni un paso de vals convencional: gira con precisión sobre posiciones cerradas, derrocha expresividad y, entre los fantasmas de esa fiesta, se ríe de todos antes de apuntar con un arma su blanqueada sien.
Formalmente, el primero de los dos momentos con la rúbrica de Mats Ek de la noche, Solo for Two (1996), es un dueto, pero lo cierto es que el sueco parece haber creado este pasaje para que a nadie le queden dudas de la calidad interpretativa de su mujer. Sobre partitura de Arvö Pärt y otra vez una mínima puesta escenográfica, la española Ana Laguna se luce y seduce con los matices de un personaje que apenas acaricia un encuentro con el dueño de aquel zapato extraviado al borde del escenario.
El bailarín, años después
La mayor evidencia de que este espectáculo es, deliberadamente, un elogio a la madurez, se llama Years Later (2006), coreografía de Benjamin Mellepied sobre las Melodías para saxofones , de Philip Glass, en la que Mikhail Baryshnikov dialoga en un juego físico con las imágenes de su juventud que trae hasta hoy una enorme pantalla de video. El humor, aquí aún más acentuado, juega un rol protagónico en esta relación entre el genio que fue y es, y la sombra de ambos; contrapunto entre el virtuosismo de interminables piruetas, cabrioles y baterías de ayer, y líricos deslizamientos y contorneos de la experiencia de hoy.
Tras el intervalo sí, entonces, Misha y Laguna bailan un dúo que habilita a referirse a ellos como pareja. Así lo quiso Mats Ek, que en 2007 concibió Place para ambos. Entre una mesa, una alfombra y la magia intangible, este par de seres extraordinarios trae la más cabal confirmación de que en ellos habita una serie inagotable de personajes. Subyace aquí el punto de vista psicológico de las creaciones del sueco, que sin montar un trabajo argumental, abre el imaginario a una situación de pareja, entre romántica y perturbadora, como la vida cotidiana.
Cuesta creer que no habrá que esperar otra década para volver a ver al genio en escena, aunque es bueno confirmar que, en ese caso, tal vez tampoco entonces sea demasiado tarde en la vida de este bailarín para emocionarse con él.
Por eso, más allá de su magia, su historia, su fama, el fin de semana en el Coliseo el público aplaudió y vivó de pie el último gran paso de Mikhail Baryshnikov por Buenos Aires.
La mayor evidencia de que este espectáculo es, deliberadamente, un elogio a la madurez, se llama Years Later (2006), coreografía de Benjamin Mellepied sobre las Melodías para saxofones , de Philip Glass, en la que Mikhail Baryshnikov dialoga en un juego físico con las imágenes de su juventud que trae hasta hoy una enorme pantalla de video. El humor, aquí aún más acentuado, juega un rol protagónico en esta relación entre el genio que fue y es, y la sombra de ambos; contrapunto entre el virtuosismo de interminables piruetas, cabrioles y baterías de ayer, y líricos deslizamientos y contorneos de la experiencia de hoy.
Tras el intervalo sí, entonces, Misha y Laguna bailan un dúo que habilita a referirse a ellos como pareja. Así lo quiso Mats Ek, que en 2007 concibió Place para ambos. Entre una mesa, una alfombra y la magia intangible, este par de seres extraordinarios trae la más cabal confirmación de que en ellos habita una serie inagotable de personajes. Subyace aquí el punto de vista psicológico de las creaciones del sueco, que sin montar un trabajo argumental, abre el imaginario a una situación de pareja, entre romántica y perturbadora, como la vida cotidiana.
Cuesta creer que no habrá que esperar otra década para volver a ver al genio en escena, aunque es bueno confirmar que, en ese caso, tal vez tampoco entonces sea demasiado tarde en la vida de este bailarín para emocionarse con él.
Por eso, más allá de su magia, su historia, su fama, el fin de semana en el Coliseo el público aplaudió y vivó de pie el último gran paso de Mikhail Baryshnikov por Buenos Aires.