Foto:/AFP
PERÚ SIGUE RECLAMANDO A YALE
POR LOS TESOROS DE MACHU PICCHU
DESCENDIENTES DE JAN SIX PRESTAN AL
RIJKSMUSEUM DE AMSTERDAM
EL RETRATO QUE LE HIZO REMBRANDT EN 1654
En esta foto tomada el viernes 10 de septiembre del 2010, una visitante mira el retrato de Jan Six hecho por Rembrandt y que está actualmente exhibido en el Rijksmuseum de Amsterdam en forma temporal.
AP Foto/Arthur Max
Detalle.
El famoso retrato hecho por Rembrandt en su madurez.
Jan Six XI, experto en Antiguos Maestros de Sotheby's Amsterdam, posa junto al retrato de Jan Six hecho por Rembrandt y que su familia está compartiendo con el Mundo al prestarlo al Rijksmuseum de Amsterdam para exponerlo en forma temporal.
PAUL GAUGIN EN LA TATE MODERN DE LONDRES
Una mujer toma una foto de la obra "Palabras del diablo" del artista francés Paul Gauguin, parte de una exhibición del Museo Tate Modern, el pasado martes 28 de septiembre del 2010 en Londres.
Una mujer mira un catálogo frente a la obra "Dos mujeres tahitianas", en la exposición del artista francés Paul Gauguin, en el museo Tate Modern,a fines de septiembre pasado en Londres.
Una mujer mira un catálogo frente a la obra "Dos mujeres tahitianas", en la exposición del artista francés Paul Gauguin, en el museo Tate Modern,a fines de septiembre pasado en Londres.
Una mujer pasa junto a la obra "Aha oe Feii?" del artista francés Paul Gauguin, parte de la exhibición de Paul Gaugin en el museo Tate Modern, el pasado 28 de septiembre del 2010 en Londres.
AP Fotos/Katie Collins/PA
LA ARQUITECTURA SEGÚN LE CORBUSIER
Le Corbusier trabajando.
"El ojo se mueve en un lugar compuesto por calles y casas. Recibe el impacto de los volúmenes que se mueven en torno a él. Si estos volúmenes son formales y no degradados por alteraciones intempestivas, si el ordenamiento que los agrupa expresa un ritmo claro, y no una aglomeración incoherente, si las relaciones de los volúmenes y el espacio tienen proporciones justas, el ojo transmite al cerebro sensaciones coordinadas, y el espíritu obtiene de ellas satisfacciones de un orden elevado: ésto es arquitectura."
Le Corbusierxxxxxxxx
La machine à habiter
Le Corbusier es conocido por su definición de la vivienda como la máquina para vivir. Ponía en énfasis no sólo en la componente funcional de la vivienda, sino que esta funcionalidad debe estar destinada al vivir, comprendiéndose esto último desde un punto de vista metafísico. Creía que el objetivo de la Arquitectura es generar belleza (muy conocida también es su frase: la Arquitectura es el juego maestro, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz), y que ésta debía repercutir en la forma de vida de los ocupantes de los propios edificios.
Los Cinco Puntos de la Arquitectura
En un libro posterior enunció los cinco puntos a tener en cuenta en el diseño de un edificio de vivienda “moderna”, que son los siguientes: • El edificio descansa sobre pilotis (columnas) dejando el espacio de la planta baja en su mayoría libre para permitir que el paisaje quede autónomo del edificio. • En la cubierta, plana, se encuentra un jardín, que sirve para aislar térmicamente al interior y reutilizar el agua caída sobre él. • El edificio es sustentado por una estructura de pilares de hormigón armado, por lo que el espacio interior permite cualquier tipo de distribución. • La fachada queda libre de elementos estructurales, de forma que puede diseñarse sin condicionamientos. • Se practican grandes ventanas alargadas en las fachadas para conseguir una profusa iluminación natural en el interior (fenêtre en longeur)...
El Modulor
Ideó también el Modulor, sistema de medidas en que cada magnitud se relaciona con la anterior por el Número Áureo, para que sirviese de medida de las partes de arquitectura. De esta forma retomaba el ideal antiguo de establecer una relación directa entre las proporciones de los edificios y las del hombre. Tomó como escala el francés medio de 1,75 m de estatura; y más adelante añadió el policía británico de 6 pies (1,8288 m), lo que dio el Modulor II. Los resultados de estas investigaciones fueron publicados en un libro con el mismo nombre del Modulor. Fue uno de los miembros fundadores del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna. En 1930 adoptó la nacionalidad francesa. Unos años después realizó su primer viaje a los Estados Unidos.
Museo de Arte Occidental, Tokio, Japón.
Obras Representativas:
• Villa Savoye (Poissy, Francia) • Pabellón de Nestlé, Feria de París 1927 • Pabellón de Suiza. Ciudad Universitaria (París) • Unidad de Habitación (Marsella) • Iglesia de Nuestra Señora de las Alturas (Ronchamp, Francia) • Palacio de los Filatélicos (Ahmedabad, India) • Museo y Galería de Arte (Chandigarh, India) • Convento Sainte Marie de la Tourette (Lyon) • Estadio (Bagdad, Iraq) • Casa de la Cultura (Firminy, Francia) • Viviendas Heilsbergen Dreieck (Berlín) • Museo de Arte Occidental (Tokio) • Centro de Artes Visuales Carpenter, Universidad de Harvard (Boston) • Centro Le Corbusier (Zurich)
Museo de Arte Occidental, Tokio, Japón.
Obras Representativas:
• Villa Savoye (Poissy, Francia) • Pabellón de Nestlé, Feria de París 1927 • Pabellón de Suiza. Ciudad Universitaria (París) • Unidad de Habitación (Marsella) • Iglesia de Nuestra Señora de las Alturas (Ronchamp, Francia) • Palacio de los Filatélicos (Ahmedabad, India) • Museo y Galería de Arte (Chandigarh, India) • Convento Sainte Marie de la Tourette (Lyon) • Estadio (Bagdad, Iraq) • Casa de la Cultura (Firminy, Francia) • Viviendas Heilsbergen Dreieck (Berlín) • Museo de Arte Occidental (Tokio) • Centro de Artes Visuales Carpenter, Universidad de Harvard (Boston) • Centro Le Corbusier (Zurich)
UNA ETERNA PRIMAVERA
Una exposición que recorre la obra de Raúl Russo muestra su maestría con el color. Al borde de la abstracción, sus pinturas abren la puerta a una realidad construida a partir de lo cromático.
EN EL TALLER. El artista cuelga la pintura reproducida abajo.Por Marina Oybin
"¿Mi visión antes de pintar?”. La pregunta a Raúl Russo le sonaba extraña, casi un sinsentido. Es que su modo de mirar, de acercarse a la realidad, estuvo marcado por tonos intensos. “Todo lo que veo es color”, decía el artista.
Por estos días, en el Museo Sívori La lección del color reúne más de medio centenar de sus obras. Todas pertenecientes a la colección de su hijo, Raúl H. Russo, curador de la muestra junto con Vera Gerchunoff, quien cuenta que se seleccionaron trabajos clave, muchos de los cuales se habían visto por última vez en 1991, en la exposición homenaje del Museo de Bellas Artes.
La muestra es un recorrido por la producción de este conocido colorista. Se incluyen desde obras de su juventud hasta sus trabajos en el taller de París, donde se metió con el empaste y puso el foco en los paisajes. “En pintura –decía Russo– me encontré con que nadie podía enseñarme y fui formándome solo. En la escuela estudié dibujo con Centurión. Luego, pasé al taller de pintura mural y grabado de Alfredo Guido. Pero no pude soportar que interviniera en mis trabajos y decidiera según su criterio. Así que me fui antes del año. Se dice que estudié con Jorge Larco. Nunca lo he negado hasta ahora, en homenaje a quien fuera una extraordinaria persona. Pero iba a su taller sólo porque había modelo vivo, y yo no podía pagármelo. Y además, porque tenía una biblioteca extraordinaria con ediciones europeas.” Marcado por la fascinación por el color, no adhirió a ningún estilo ni perteneció a una escuela o grupo. Cuenta Martha Nanni en su libro Raúl Russo que el artista cultivó el autoaislamiento, y rechazó expresamente lo anecdótico y detallista. Con una poética, apunta la autora, “ajena a los cambios acelerados que se producen en la Argentina a partir de la Segunda Guerra Mundial”.
LAGUNE ET SOLEIL COUCHANT. 1979, óleo sobre tela, 46 x 46 cm.
Tomó del fauvismo y del expresionismo para ir haciendo su camino. “¿Qué me preocupa al pintar? Poder trabajar y volver a trabajar mucho un cuadro. Que haya varias manos de pintura debajo y que todo parezca hecho en una sola sesión”, decía el artista.
Por su taller pasó Kenneth Kemble. Recibió todos los premios nacionales. Expuso, entre otros países, en EE. UU., Chile, Inglaterra, Suiza y Francia, y participó en la Bienal de San Pablo y en la de Venecia. Realizó ilustraciones de libros de Borges para bibliófilos y hasta diseñó los vitrales de la Iglesia de Nuestra Señora de los Inmigrantes, en La Boca. En 1959, pisó por primera vez Europa, y fijó su atención en Braque, Rouault, Derain y Matisse. Luego volvería a París en 1976, donde trabajó hasta su muerte.
Russo compone por zonas de color, y muchas de sus obras están al límite de la abstracción. La suya es una pincelada fulgurante, a veces con empaste, otras con óleo diluido. Los temas, a los que vuelve una y otra vez, son el paisaje, la naturaleza muerta, árboles, ventanas y la figura humana. Es en los años 50 cuando se mete a fondo con los retratos: posaron para él Santiago Cogorno, Mujica Láinez, Borges, y la lista sigue.
Se exhiben unas pocas pinturas de su primera etapa más académica, como un desnudo que hizo con menos de 20 años, y algunos bodegones, todas obras de paleta bien terrosa que luego abandonará. Hay además un Cristo muerto, realizado en distintos tamaños, donde ya aparecen esos soles rojizos a los que volverá en sus crepúsculos de fines de los 70.
"¿Mi visión antes de pintar?”. La pregunta a Raúl Russo le sonaba extraña, casi un sinsentido. Es que su modo de mirar, de acercarse a la realidad, estuvo marcado por tonos intensos. “Todo lo que veo es color”, decía el artista.
Por estos días, en el Museo Sívori La lección del color reúne más de medio centenar de sus obras. Todas pertenecientes a la colección de su hijo, Raúl H. Russo, curador de la muestra junto con Vera Gerchunoff, quien cuenta que se seleccionaron trabajos clave, muchos de los cuales se habían visto por última vez en 1991, en la exposición homenaje del Museo de Bellas Artes.
La muestra es un recorrido por la producción de este conocido colorista. Se incluyen desde obras de su juventud hasta sus trabajos en el taller de París, donde se metió con el empaste y puso el foco en los paisajes. “En pintura –decía Russo– me encontré con que nadie podía enseñarme y fui formándome solo. En la escuela estudié dibujo con Centurión. Luego, pasé al taller de pintura mural y grabado de Alfredo Guido. Pero no pude soportar que interviniera en mis trabajos y decidiera según su criterio. Así que me fui antes del año. Se dice que estudié con Jorge Larco. Nunca lo he negado hasta ahora, en homenaje a quien fuera una extraordinaria persona. Pero iba a su taller sólo porque había modelo vivo, y yo no podía pagármelo. Y además, porque tenía una biblioteca extraordinaria con ediciones europeas.” Marcado por la fascinación por el color, no adhirió a ningún estilo ni perteneció a una escuela o grupo. Cuenta Martha Nanni en su libro Raúl Russo que el artista cultivó el autoaislamiento, y rechazó expresamente lo anecdótico y detallista. Con una poética, apunta la autora, “ajena a los cambios acelerados que se producen en la Argentina a partir de la Segunda Guerra Mundial”.
LAGUNE ET SOLEIL COUCHANT. 1979, óleo sobre tela, 46 x 46 cm.
Tomó del fauvismo y del expresionismo para ir haciendo su camino. “¿Qué me preocupa al pintar? Poder trabajar y volver a trabajar mucho un cuadro. Que haya varias manos de pintura debajo y que todo parezca hecho en una sola sesión”, decía el artista.
Por su taller pasó Kenneth Kemble. Recibió todos los premios nacionales. Expuso, entre otros países, en EE. UU., Chile, Inglaterra, Suiza y Francia, y participó en la Bienal de San Pablo y en la de Venecia. Realizó ilustraciones de libros de Borges para bibliófilos y hasta diseñó los vitrales de la Iglesia de Nuestra Señora de los Inmigrantes, en La Boca. En 1959, pisó por primera vez Europa, y fijó su atención en Braque, Rouault, Derain y Matisse. Luego volvería a París en 1976, donde trabajó hasta su muerte.
Russo compone por zonas de color, y muchas de sus obras están al límite de la abstracción. La suya es una pincelada fulgurante, a veces con empaste, otras con óleo diluido. Los temas, a los que vuelve una y otra vez, son el paisaje, la naturaleza muerta, árboles, ventanas y la figura humana. Es en los años 50 cuando se mete a fondo con los retratos: posaron para él Santiago Cogorno, Mujica Láinez, Borges, y la lista sigue.
Se exhiben unas pocas pinturas de su primera etapa más académica, como un desnudo que hizo con menos de 20 años, y algunos bodegones, todas obras de paleta bien terrosa que luego abandonará. Hay además un Cristo muerto, realizado en distintos tamaños, donde ya aparecen esos soles rojizos a los que volverá en sus crepúsculos de fines de los 70.
PLACE DU TERTRE, LA NUIT, MONTMARTRE. circa 1980, óleo sobre tela.
Están sus imágenes de París nevada y “Ventana frente al lago I”, donde el paisaje se ve a través de una ventana, ese marco dentro del marco del cuadro fue uno de los temas que cautivó al artista. Hay también una serie de trabajos que, por la luz y las líneas negras que delimitan las formas, parecen vitrales, y en los que sobrevuela la influencia de Rouault, como “Arboles” y “Place du Tertre, la nuit, Montmartre”. Es una verdadera pena que el sector donde se encuentra esta última obra continúe mal iluminado, así como también el ala izquierda de la sala.
Consejo: vaya al museo y después dese una vuelta por los bosques de Palermo. Una experiencia diferente es ir un día de semana por la tarde, cuando el Rosedal tiene una extraña calma y hasta un aire melancólico. Uno recuerda esos naranjas, verdes y azules de Russo. Sus colores atraen más que los que regala la primavera.
Están sus imágenes de París nevada y “Ventana frente al lago I”, donde el paisaje se ve a través de una ventana, ese marco dentro del marco del cuadro fue uno de los temas que cautivó al artista. Hay también una serie de trabajos que, por la luz y las líneas negras que delimitan las formas, parecen vitrales, y en los que sobrevuela la influencia de Rouault, como “Arboles” y “Place du Tertre, la nuit, Montmartre”. Es una verdadera pena que el sector donde se encuentra esta última obra continúe mal iluminado, así como también el ala izquierda de la sala.
Consejo: vaya al museo y después dese una vuelta por los bosques de Palermo. Una experiencia diferente es ir un día de semana por la tarde, cuando el Rosedal tiene una extraña calma y hasta un aire melancólico. Uno recuerda esos naranjas, verdes y azules de Russo. Sus colores atraen más que los que regala la primavera.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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