El sector taurino, que en España factura 2.500 millones de euros, teme que la prohibición en Barcelona se extienda a otras regiones.
La Plaza de Mayo fue el escenario de la primera corrida de toros en Buenos Aires, el 11 de noviembre de 1609. En 1791, el virrey Arredondo llevó los toros a la nueva Plaza de Monserrat, en las avenidas 9 de Julio y Belgrano. Y en 1801 se construyó la Plaza de Retiro, para diez mil personas. Allí, a metros de la hoy Plaza San Martín, toreó, entre otros, Juan Lavalle. El general Eustoquio Díaz Vélez, gobernador intendente interino de Buenos Aires, suprimió las corridas en 1819 y ordenó demoler la Plaza del Retiro. Invocó estado ruinoso y falta de dinero para la necesaria reparación. En su libro Corridas de toros en Buenos Aires, Bonifacio del Carril sugiere que las razones, en rigor, eran políticas, no de seguridad. La Revolución de 1810 no toleraba cualquier "vestigio de barbarie española" y la Plaza del Retiro, escribió Félix Luna, era un "monumento al oprobio". Domingo Faustino Sarmiento, primer presidente en 1879 de la Sociedad Protectora de Animales, frenó un intento de reimplantar las corridas. "Son condenadas por la civilización argentina. Como la inquisición, el tormento y otras costumbres abusivas", escribió en 1883 Bartolomé Mitre. Ya habían desembarcado los ingleses. Y para ellos, el deporte era otra cosa.
Las corridas, en rigor, fueron consideradas siempre más un arte que un deporte en España. El sangriento rito taurino llevó a Manuel Machado a decir que habría preferido ser banderillero antes que poeta. A Rafael Alberti a vestirse de torero en 1927. Y a Federico García Lorca a escribir en 1935 el emotivo "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías" y a decir que "el toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España". Franco se apropió del rito tras la Guerra Civil. Lo bautizó "fiesta nacional". Invitó a su mesa a Manuel Benítez, el Cordobés, cuyo padre había muerto en las cárceles franquistas. Muchos otros fueron fusilados en 1936 en la célebre "Masacre de Badajoz", en la Plaza de Toros. Las víctimas, dicen algunas crónicas, fueron banderilleadas primero y mutiladas luego. Como los toros. Otra Plaza, la Santamaría de Bogotá, también fue escenario de matanza. La provocó en 1956 la dictadura del general colombiano Gustavo Rojas Pinilla disparando indiscriminadamente contra quienes una semana antes habían chiflado con odio a su hija María Eugenia. Diez años antes, en 1946, un matador de toros nacido en Buenos Aires, Raúl Acha "Rovira", gestionó con Perón la posibilidad de llevar a Manolete y a Domingo Ortega a la Argentina. Compró toros y organizó los traslados de Cádiz a Buenos Aires. Perón, me cuenta desde Venezuela el cronista taurino Víctor José López, terminó desechando todo porque la Sociedad Protectora se oponía a la vuelta de las corridas.
La ciudad de México albergó la primera corrida en América, el 24 de junio de 1526. Las corridas fueron muy populares. Toreros y boxeadores se codeaban con las estrellas de cine. Cantinflas fue torero y boxeador. Hoy no es lo mismo. La sección Deportes de uno de los diarios más importantes de México se niega a publicar toros en sus páginas. Las corridas aparecen en la sección "Sociedad y Justicia". Colombia es acaso el país sudamericano más taurino. Hay Plazas en Medellín, Bogotá, Cali, Manizales, Cartagena. Las clases altas impulsan el rito. Hubo euforia nacional en 1991, cuando César Rincón salió en hombros de la Plaza de Las Ventas, en Madrid. Fue tocar el cielo, como ganar un Mundial en fútbol. Hace poco, en plena corrida, una mujer le gritó a Rincón que ya estaba viejo, que se dedicara a cuidar a sus hijos. En Perú, como todos los años, aguardan para octubre la Feria del Señor de los Milagros, en la Plaza de Acho, en Lima. Los toros son un acontecimiento social. Muchos hablan inclusive reemplazando la "s" por la "z". Suenan españoles. Sueñan con aparecer en la revista Hola.
El goleador de la España campeona mundial, David Villa, celebraba sus goles en Sudáfrica con poses de torero. El capitán Carles Puyol se pronunció a favor de la prohibición de las corridas en Cataluña. El veto, se sabe, reabrió debates políticos, sociales y culturales. Mario Vargas Llosa escribió en El País un alegato protaurino. Habló de langostas arrojadas vivas en el agua hirviente y a fuego lento y de cangrejos mutilados y devueltos al mar. Y de otros animales cruelmente matados para satisfacer paladares, vestir abrigos o collares. "No es maltrato obtener huevos de las gallinas, jamones del cerdo, velocidad del caballo o bravura del toro", escribió en otro artículo Fernando Savater. Y Luis María Ansón contó de qué modo disfrutan de la pesca deportiva civilizados ciudadanos suecos, noruegos, holandeses o daneses. Anzuelos triples de acero que producen desgarros atroces contra un pez aterrorizado que busca cómo huir. Forcejeos, espasmos y coletazos que duran hasta media hora, entre la agonía de uno y la euforia de otro. Amantes de la pesca deportiva le contestaron a Ansón que lo suyo también es un arte. Igual que los toros.
No se gritan "olés" cuando se cocina una langosta. Ni se celebra la agonía del animal cuando se come carne. Por otra parte, comer carne, dice Leonardo Anselmi, el argentino impulsor de la campaña que derivó en la prohibición en Cataluña, "es un tema de conciencia individual, no un espectáculo público". Lo que más disgustó a Vargas Llosa, Fernando Savater y muchos otros intelectuales, tanto de derecha como de izquierda, es la prohibición. La vuelta del "Santo Oficio" para arrasar con una tradición, como se quejó Savater. También fue tradición quemar vivos a los herejes en la plaza pública, ejecutar a garrote ante toda una ciudad, la esclavitud y la educación a palos, recordó un crítico. Otro dijo que Goya, efectivamente, pintó el arte taurino, pero también caricaturizó como pocos a la España negra de Fernando VII, "la que restauró la Inquisición y la tauromaquia, entre otros horrores". Además, Anselmi aclaró que, en rigor, la ley ya prohibía matar animales en espectáculos públicos. Lo que decidió el Parlamento Catalán, aclaró, fue levantar la excepción que regía para los toros. "No hemos prohibido ?dice Anselmi?hemos dejado de permitir".
El sector taurino, que en España factura 2500 millones de euros y da trabajo directo a 200.000 personas, teme ahora que la prohibición de Barcelona, que regirá a partir de 2012, se extienda a otras regiones. Otros, según dicen, temen que no se comprenda que el toreo no es una competencia, sino que es danza, teatro, destreza, coraje, geometría y, como escribió Vargas Llosa, "aceptar que la muerte ronda a la vida y termina siempre por derrotarla". "Para quien goza con una extraordinaria faena ?dijo el escritor peruano?, los toros representan una forma de alimento espiritual y emotivo tan intenso y enriquecedor como un concierto de Beethoven, una comedia de Shakespeare o un poema de Vallejo". "Por mucho que se enmascare con un esteticismo hortera o con un flato poético replicó, Manuel Vicent, una corrida de toros es el espectáculo basura por excelencia, aunque lo presida el rey de España y le guste a algún chino". Y agregó furioso tras describir la cruel agonía a la que es sometido el toro, manipulado y drogado: "Admito que el toreo sea un arte si a cambio se me concede que el canibalismo es gastronomía".
Hace doscientos años gritábamos "olé" en la Plaza de Mayo. La pelota desplazó a los toros. Y ahora, por suerte, gritamos "olé" en las canchas de fútbol.