Georges Braque, Escuela Francesa, 1882-1963, La mesa redonda, 1929 |
Por Daniel Muchnik / Para LA NACIÓN
¿Hay alguna norma especial, un método único para poder crear? ¿ Forma parte de un ejercicio, hay que estar dotado de un genio único, vivir experiencias al límite? ¿ Hay que sufrir?
De este misterio se han ocupado muchos expertos y se ocupó ahora también el escritor Mason Currey en un libro que reactualiza la pregunta, Rituales Cotidianos. Cómo trabajan los artistas, Pero ninguno ha logrado dar con la fórmula ideal para llegar frente al papel, la tela o la piedra y transformarlos en objetos bellos, irrepetibles. No sirven ni los libros de autoayuda, ni los academicismos, ni las historias de vida, ni las autobiografías.
Hay quienes recurren a ciertas "ayudas especiales", pero tampoco son todos. Balzac, sumido en las deudas, trabajaba después de cenar, a la luz de las velas, a gran velocidad, acompañado de un jarrón de café a la espera de que el mensajero de la imprenta pasara a buscar sus escritos a las 6 de la mañana. Muchas veces se ataba a la silla para que el sueño no le ganara. Tampoco se valieron de estimulantes externos Víctor Hugo, Flaubert, Tolstoi, Chejov, Shostakovich. Eran pródigos en la escritura y el pentagrama, y no conocían impedimentos.
En cambio, Berlioz, enamoradísimo de una actriz pero rechazado en su pasión ingresó en un fumadero de opio durante varios días para olvidar . Después de ese trance escribió su insuperable "Sinfonía Fantástica". Lo acompañaron muchos más con el opio y la absenta, la bebida verde de efectos alucinógenos prohibida en el hemisferio norte a fines del siglo XIX. Tenía demasiados adictos, entre ellos Edgar Allan Poe, Arthur Rimbaud, Vincent Van Gogh . La droga les resultaba imprescindible para relajarse o pensar. Los grandes pintores impresionistas no buscaron ninguna inspiración más que en su alma. Fue el caso de Pisarro, Manet, Monet y Renoir. Los autores norteamericanos conocidos en la primera mitad del siglo XX como Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, William Faulkner, reclamaban altas dosis de alcohol. El mismo camino recorrido por el poeta Dylan Thomas y el austríaco Joseph Roth. La generación que llegó después de ellos apeló a estimulantes pesados, de alto riesgo.
Pero, ¿era y es necesario bordear el límite para poder crear? ¿ O el talento, la sabiduría innata barre todo obstáculo?
Hay escritores, pintores, escultores, que tuvieron una perseverancia extrema, cumplieron horarios, descansaron cuando debían. Un ejemplo paradigmático fue Thomas Mann
(1875-1955). Y otros como Stefan Zweig , Bertrand Russell, Hannah Arendt. No había para ellos más que esfuerzo, dedicación extrema junto con un mundo familiar que los ayudara en el emprendimiento. O ámbitos de estudio donde la constancia era un valor. Todo se reducía al talento innato personal, al amor comprometido por lo que se hacía.
Otros necesitaron el caos. El poeta W.H.Auden recurría a las anfetaminas. A la noche, antes de acostarse tomaba sedantes. Auden consideraba a la bencedrina como "un invento que ahorra trabajo" en la "cocina mental".
Jean-Paul Sartre escribía obsesivas seis horas diarias, pero no quería perderse ningún encuentro con colegas, en las que había abundantes comidas y bebidas, droga y cigarrillos. La desmesura formaba parte de su personalidad. Padecía de insomnio, y antes de entrar en colapso lo combatía con barbitúricos. Pero a la mañana apelaba a una mezcla de anfetaminas y aspirinas muy divulgada entre estudiantes e intelectuales parisienses.
Glenn Gould, un pianista canadiense genial, para muchos especialistas un intérprete irremplazable, era en su cotidanidad, un talento excéntrico, sin amigos. Practicaba de noche porque no le gustaba la luz del sol. Y siempre, antes y después de los ejercicios, ponía sus manos bajo la canilla de agua casi hirviendo mientras usaba un sedante poderoso.
El muy británico Somerset Maugham escribía con gran intensidad y facilidad. Aunque siempre reflexionaba antes largo tiempo sumergido en la bañera y bien acompañado de botellas de whisky. Pablo Picasso, que se acostaba tarde y se levantaba tarde, se encerraba en su estudio, absorto, desde el mediodía hasta la caída del sol. Nadie podía interrumpirlo. El mundo dejaba de existir.
Entre los rigurosamente metódicos, que respetan horarios, caminatas, lecturas y vida social, modélicos, apartados de adicciones fuertes aparecen Immanuel Kant, Sigmund Freud, Carl Jung, Richard Strauss, Henri Matisse, Benjamin Britten y Henry James. Encaraban todo con calma admirable, sin ansiedades, apartados de rituales obsesivos. Freud aprovechaba sus vacaciones, de tres largos meses, siempre en las montañas, para escribir su inmensa obra.
Son muy extraños, dispares y extremos los vínculos del hombre con la creación. Los caminos que eligieron para alcanzarla fue una proyección de sus personalidades, de sus limitaciones y frustraciones o de sus talentos. Lo fundamental es que quedaron sus obras, las que nos permiten seguir vivos y entender que la estética es lo que nos redime y nos hace más humanos.
De este misterio se han ocupado muchos expertos y se ocupó ahora también el escritor Mason Currey en un libro que reactualiza la pregunta, Rituales Cotidianos. Cómo trabajan los artistas, Pero ninguno ha logrado dar con la fórmula ideal para llegar frente al papel, la tela o la piedra y transformarlos en objetos bellos, irrepetibles. No sirven ni los libros de autoayuda, ni los academicismos, ni las historias de vida, ni las autobiografías.
Hay quienes recurren a ciertas "ayudas especiales", pero tampoco son todos. Balzac, sumido en las deudas, trabajaba después de cenar, a la luz de las velas, a gran velocidad, acompañado de un jarrón de café a la espera de que el mensajero de la imprenta pasara a buscar sus escritos a las 6 de la mañana. Muchas veces se ataba a la silla para que el sueño no le ganara. Tampoco se valieron de estimulantes externos Víctor Hugo, Flaubert, Tolstoi, Chejov, Shostakovich. Eran pródigos en la escritura y el pentagrama, y no conocían impedimentos.
En cambio, Berlioz, enamoradísimo de una actriz pero rechazado en su pasión ingresó en un fumadero de opio durante varios días para olvidar . Después de ese trance escribió su insuperable "Sinfonía Fantástica". Lo acompañaron muchos más con el opio y la absenta, la bebida verde de efectos alucinógenos prohibida en el hemisferio norte a fines del siglo XIX. Tenía demasiados adictos, entre ellos Edgar Allan Poe, Arthur Rimbaud, Vincent Van Gogh . La droga les resultaba imprescindible para relajarse o pensar. Los grandes pintores impresionistas no buscaron ninguna inspiración más que en su alma. Fue el caso de Pisarro, Manet, Monet y Renoir. Los autores norteamericanos conocidos en la primera mitad del siglo XX como Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, William Faulkner, reclamaban altas dosis de alcohol. El mismo camino recorrido por el poeta Dylan Thomas y el austríaco Joseph Roth. La generación que llegó después de ellos apeló a estimulantes pesados, de alto riesgo.
Pero, ¿era y es necesario bordear el límite para poder crear? ¿ O el talento, la sabiduría innata barre todo obstáculo?
Hay escritores, pintores, escultores, que tuvieron una perseverancia extrema, cumplieron horarios, descansaron cuando debían. Un ejemplo paradigmático fue Thomas Mann
(1875-1955). Y otros como Stefan Zweig , Bertrand Russell, Hannah Arendt. No había para ellos más que esfuerzo, dedicación extrema junto con un mundo familiar que los ayudara en el emprendimiento. O ámbitos de estudio donde la constancia era un valor. Todo se reducía al talento innato personal, al amor comprometido por lo que se hacía.
Otros necesitaron el caos. El poeta W.H.Auden recurría a las anfetaminas. A la noche, antes de acostarse tomaba sedantes. Auden consideraba a la bencedrina como "un invento que ahorra trabajo" en la "cocina mental".
Jean-Paul Sartre escribía obsesivas seis horas diarias, pero no quería perderse ningún encuentro con colegas, en las que había abundantes comidas y bebidas, droga y cigarrillos. La desmesura formaba parte de su personalidad. Padecía de insomnio, y antes de entrar en colapso lo combatía con barbitúricos. Pero a la mañana apelaba a una mezcla de anfetaminas y aspirinas muy divulgada entre estudiantes e intelectuales parisienses.
Glenn Gould, un pianista canadiense genial, para muchos especialistas un intérprete irremplazable, era en su cotidanidad, un talento excéntrico, sin amigos. Practicaba de noche porque no le gustaba la luz del sol. Y siempre, antes y después de los ejercicios, ponía sus manos bajo la canilla de agua casi hirviendo mientras usaba un sedante poderoso.
El muy británico Somerset Maugham escribía con gran intensidad y facilidad. Aunque siempre reflexionaba antes largo tiempo sumergido en la bañera y bien acompañado de botellas de whisky. Pablo Picasso, que se acostaba tarde y se levantaba tarde, se encerraba en su estudio, absorto, desde el mediodía hasta la caída del sol. Nadie podía interrumpirlo. El mundo dejaba de existir.
Entre los rigurosamente metódicos, que respetan horarios, caminatas, lecturas y vida social, modélicos, apartados de adicciones fuertes aparecen Immanuel Kant, Sigmund Freud, Carl Jung, Richard Strauss, Henri Matisse, Benjamin Britten y Henry James. Encaraban todo con calma admirable, sin ansiedades, apartados de rituales obsesivos. Freud aprovechaba sus vacaciones, de tres largos meses, siempre en las montañas, para escribir su inmensa obra.
Son muy extraños, dispares y extremos los vínculos del hombre con la creación. Los caminos que eligieron para alcanzarla fue una proyección de sus personalidades, de sus limitaciones y frustraciones o de sus talentos. Lo fundamental es que quedaron sus obras, las que nos permiten seguir vivos y entender que la estética es lo que nos redime y nos hace más humanos.
Fuente: lanacion.com