Es poco probable que las obras originales de Pei-Shen Qian, como esta pintura expuesta en una retrospectiva en China en 2006, generen revuelo.
Por KEN JOHNSON
The New York Times
The Art Newspaper informó recientemente que la primavera pasada Pei-Shen Qian había incluido algunas pinturas suyas en una exposición colectiva en una galería de Shanghai.
Los lectores atentos a los escándalos seguramente reconocerán el nombre de un artista chino que vivía en Queens, cuyas imitaciones de pinturas de Pollock, de Kooning y otros Expresionistas Abstractos fueron vendidas como auténticas en millones de dólares por la ya desaparecida galería de Nueva York Knoedler & Company.
En China, adonde regresa con regularidad en visitas prolongadas desde que se mudó a Nueva York en 1981, Qian, de 73 años, es famoso por sus propias pinturas. Surgió como artista a fines de los años setenta, formando parte de un grupo que producía y exponía arte abstracto, visto por las autoridades de la Revolución Cultural como burgués y decadente. En 2006, realizó una retrospectiva que abarcó 25 años en la BB Gallery de Shanghai.
Algunas de sus obras aparecen en distintos sitios en Internet. Naturalmente, usted se preguntará, ¿qué tal son las obras personales de Quian?
La pantalla de mi laptop muestra paisajes rurales y urbanos coloridos, bien realizados, que recuerdan las primeras pinturas posimpresionistas de Matisse y André Derain. Algunos trabajos en técnica mixta representan a mujeres anónimas en un estilo que es un híbrido entre la pintura clásica china y el primer cubismo del siglo XX, realizados en lo que parecen ser superficies de arpillera ensamblada.
La imagen de un caballo junto a la frase “Esto no es un caballo” en letras blancas hechas con esténcil remite a la pintura de Magritte de una pipa con la leyenda “Ceci n’est pas une pipe” (Esto no es una pipa). Varias pinturas presentan cabezas grandes, indiferenciadas, realizadas a la manera expresionista, con una pincelada espesa.
El común denominador en las pinturas de Qian parece ser la nostalgia. Lo cual resulta de por sí notable, dado que las obras europeas que evidentemente le sirvieron de inspiración fueron revolucionarias en su tiempo. El tipo de pintura que él imita en su propia obra y las pinturas expresionistas abstractas en las que basó sus imitaciones se fundaban en la originalidad y la autenticidad expresiva, opuestas a la tradición académica y la prolijidad técnica. Sin embargo, Qian parece ser lo contrario de original. Es poco probable que sus pinturas personales provoquen el revuelo que generaron sus imitaciones.
Hacer falsificaciones no es fácil. Más allá de lo difícil que haya sido para Barnett Newman producir una de sus pinturas zip (cierre a cremallera), realizar una falsificación convincente de Newman –requiere, efectivamente, un proceso de ingeniería inversa, además de la necesidad de hacerla parecer adecuadamente ajada por el tiempo– es, sin duda, más difícil tanto técnica como espiritualmente.
Los trabajos personales del artista incluyen un caballo, el rostro de un hombre y un hombre sentado en reposo.
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Las creaciones de Qian, que no eran copias de obras reales sino realizadas a la manera de los artistas famosos, me fascinan más que su obra personal, pero no por motivos técnicos, sino porque plantean interrogantes filosóficas interesantes: ¿por qué valoramos más una pintura que sabemos realizada por determinado artista estimado que una pintura que es falsa pero de todos modos prácticamente imposible de distinguir de la obra auténtica? ¿Por qué un Motherwell verdadero vale millones de dólares más que una falsificación que resulta exactamente igual de buena?
Las dinámicas de la oferta y la demanda son las que hacen que una obra de arte valga su precio. Las cosas auténticas cuestan más que las falsas simplemente por ser más raras. La demanda es más fluida y variable que la oferta porque se ve afectada por as fluctuaciones del gusto y la moda; es menos racional. La demanda se mueve en parte por algunas creencias quasi mágicas con respecto al arte y los artistas, como la idea de que existe una suerte de conexión orgánica entre los artistas y las cosas que realizan. El alma del artista está de alguna manera en la obra, y como se supone que los grandes artistas tienen grandes almas, hay más alma en sus creaciones que en trabajos mediocres.
A partir de ahí, el salto a la creencia de que la valoración del mercado refleja –no perfectamente, pero al menos de manera aproximada y a largo plazo–, el valor del alma, es muy corto. Las obras más costosas tienen más alma. Por eso, si alguien puede permitírselo, se compra el Motherwell auténtico. No hay magia, no hay alma en las obras falsas, o sea que valen menos, quizá directamente no tienen ningún valor.
Qian dijo en una entrevista con Bloomberg Businessweek que, según tenía entendido, le encargaban hacer pinturas para amantes del arte que no podían pagar las obras genuinas pero estaban dispuestos a comprar imitaciones. No sé si existe realmente gente así, pero Qian parece creer que sí. No pensó que hubiera algo ética o legalmente cuestionable en lo que hacía. Era un copista pero no un falsificador, si acaso la intención de engañar está incluida en la definición de un falsificador.
Qian le contó a un periodista que se quedó pasmado al descubrir lo que habían hecho los marchantes de arte con sus simulaciones, por las que le habían pagado algunos miles de dólares cada una. También dijo que era imposible hacer falsificaciones que no pudieran detectarse. Al parecer, ni siquiera se lo proponía: los fiscales dicen que las marcas de vejez y las firmas falsas fueron agregadas por el hombre que ordenó las pinturas, el marchante de arte José Carlos Bergantiños Díaz.
La historia resultaría mucho más emocionante si Qian fuera un gran artista por derecho propio. No obstante, a juzgar por lo que se ve online, ese final feliz no se producirá. ¿No sería fantástico, en cualquier caso, poder ver una exposición de todas sus pinturas falsas?
Fuente: Revista Ñ Clarín